Periodistas amigos me han estado inisitendo por privado y voy a mencionar aquí una parte de la ecuación.
Existen varios indicios preocupantes. El que más es tomado como broma por el Pentágono es el «Pizza Index» (un aumento de las órdenes en las pizzerías cercanas al Pentágono predice un conflicto bélico). Por ejemplo, estas ventas se dispararon antes de los dos conflictos con Irán (2004 y 2025).
A principios de este mes se ha vuelto a disparar. Personalmente lo considero un indicador más, no el más fuerte, pero para nada despreciable, dado su récord histórico. El Pentágono sabe de este Índice y muy probablemente juegue a la distracción o, incluso, a crear tensión pro alguna razón geopolítica.
Sin embargo, a lo largo de la semana pasada tuvimos claras señales de alerta referidas a viajes de generales. La semana próxima se producirá una importante reunión en el Pentágono que el gobierno no ha querido explicar.
Quienes me han preguntado si se trata de Venezuela, bueno, esa es una posibilidad. Sin embargo, no tiene mucho sentido llamar a generales de otros continentes para eso. Claro que eso de «tener sentido» está dicho por alguien que no tiene todos los datos que, obviamente, son ultrasecretos.
También ese mega plan podría cancelarse por alguna razón (ha pasado antes debido a disidencia tácticas internas) y luego se dirá que algunos sufrimos de paranoia.
Recordemos que la Tercera Guerra Mundial no se produjo por el voto negativo de uno de los tres comandantes de un submarino atómico soviético en el Atlántico Norte.
jorge majfud, set 2025
Algo muy grande a nivel militar va a ocurrir en cuestión de meses o semanas y me temo que el mundo no se dará cuenta hasta que sea irreversible. pic.twitter.com/Oy9XGMtVRe
College Station, Texas. 15 de abril de 2019—Reclinado en una silla de cuero sobre el escenario del auditorio de la universidad A&M de Texas, un estudiante le pide que explique las políticas de sanciones a algunos países y concesiones a otros regímenes como el de Arabia Saudí. El secretario de Estado Mike Pompeo comienza a hablar de lo duro que es el mundo allá afuera como forma de encontrar la respuesta. No la encuentra, pero a su mente viene una ocurrencia que le parece divertida. Con una incontrolable risa interior que sacude sus trescientas libras corporales, pregunta: “¿Cuál es el lema de los cadetes en la academia militar de West Point? ‘No mentirás, no engañarás, no robarás ni permitirás que otros lo hagan’. Pues, yo he sido director de la CIA y les puedo asegurar que nosotros mentimos, engañamos y robamos. Tenemos cursos enteros de entrenamiento para eso. Lo que nos recuerda la grandeza del experimento americano”. El resto del público lo premia con risas y aplausos.
Las fake news fueron populares desde antes de la independencia de Texas en 1836 y se multiplicaron durante la guerra contra México a partir de 1844. Para finales del siglo XIX, con la invención del periodismo amarillo en Nueva York, se convirtieron en una estrategia masiva y más refinada para aumentar las ventas inventando la guerra contra España en 1898. A principios del siglo XX, las fake news fueron sistematizadas por Edward Bernays, lo cual sirvió para vender la intervención de Estados Unidos en la Primera Guerra mundial y golpes de Estado como en Guatemala en 1954. La CIA usó la manipulación de la opinión pública como primera arma y lo hizo de formas diversas, plantando editoriales en diarios importantes de la región poco antes de alguna intervención militar o para lograr la condena, el bloqueo o el acoso de algún presidente no alineado a las políticas de Washington y los intereses de las transnacionales.
Las organizaciones, fundaciones y agencias creadas con este objetivo han sido múltiples y diversas, aunque con ciertas características comunes. En los años ochenta, con la aprobación del presidente Ronald Reagan, el cubano Otto Reich creó la Office of Public Diplomacy for Latin America, la que debió ser clausurada en 1989 cuando sus prácticas de manipulación de la opinión pública a través de fondos del Pentágono y la CIA se filtraron a la opinión pública. La Office colaboraba con el departamento de Operaciones psicológicas de la CIA y reportaba directamente a la Casa Blanca a través del coronel Oliver North. Una de sus estrategias era plantar op-eds en los grandes medios de prensa y fingir filtraciones de inteligencia para impactar en la población, creando pánico o temor hacia grupos como los sandinistas en Nicaragua y presentando a los Contras como heroicos “luchadores por la libertad”.[1] Reich había inventado que aviones soviéticos habían arribado a Nicaragua, que el régimen ya poseía armas químicas y que estaba involucrado en el narcotráfico, con tanto éxito que en el Congreso comenzaron a escucharse voces en favor de un ataque aéreo a Managua. A los periodistas más serios les tomaría unos años descubrir que la información que recibían de “fuentes confiables” era una burda manipulación.
La Office será clausurada por difundir propaganda encubierta e información falsa usando fondos del Departamento de Estado sin aprobación del Congreso. Su delito no fue manipular la opinión pública con noticias falsas sino usar un dinero que no le correspondía. El 7 de setiembre de 1988, el Departamento de Estado, en un documento secreto, registra que el plan de “este grupo de individuos” es influenciar la opinión pública a través de la prensa y lograr una votación en el Congreso de Estados Unidos favorable a sus intereses. Este grupo mantendrá cuentas bancarias en las Islas Caimán y en bancos de Suiza (usados para lavar el dinero de la venta de armas a Irán a través de Israel) con la colaboración del coronel Oliver North. Otto Juan Reich continuará trabajando como asesor de los presidentes Bush padre y Bush hijo y en 2012 recibirá el premio Walter Judd a la libertad.[2]
El arma de manipular de la opinión pública nunca será abandonada por ninguna revelación en su contra. Entre otras poderosas organizaciones, Rendon Group continuará con esta tradición. El Pentágono le pagará a Rendon para propagar información falsa como arma de guerra. La estrategia se parece a la practicada por Edward Bernays durante el siglo pasado: hacer que alguien con cierto prestigio y no vinculado a nosotros (médicos, líderes religiosos, medios de prensa consolidados) diga lo que ellos quieren que la gente crea y, de esa forma, defender la libertad y la democracia. Rendon logra filtrar y plantar información que será publicada por “periodistas independientes”, alguno de ellos en la nómina salarial del Pentágono. John Rendon, contratado para manipular la opinión pública sobre la guerra en Irak, se jactará: “yo puedo decirle a usted lo que será una primicia en los diarios de mañana en cualquier país del mundo”. En su nómina tiene 195 diarios en 43 países del mundo que reproducen sus ocurrencias.
Cualquiera de los fundadores de Association for Responsible Dissent (ARDIS; sus miembros fueron exmarines, ex agentes de la CIA y del FBI, entre otros), hubiese agregado que el secretario Pompeo se olvidó de mencionar que no sólo “mentimos, engañamos y robamos” sino también matamos. En 1987, el ARDIS estimó que “al menos seis millones de personas murieron como consecuencia de las operaciones encubiertas de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial… gente que ni siquiera estaba en guerra contra Estados Unidos” mientras todo fue hecho “en nombre del pueblo estadounidense”. También el grupo denunció el reclutamiento de candidatos en los campos universitarios por parte de la CIA, práctica que se continúa hoy en día, más o menos en secreto.
[1] Entre los medios que publicaron las invenciones de La Oficina estaban el Miami Herald, Newsweek, el Wall Street Journal, el Washington Post, el New York Times y varias cadenas de televisión como NBC. La información favorable al gobierno de Nicaragua será descalificada como “propaganda sandinista”. Otto Reich y diferentes filtraciones desde su Oficina explican que esta distorsión de la información se debía a que los periodistas estadounidenses recibían favores sexuales del gobierno nicaragüense, mujeres cuando los periodistas eran heterosexuales y gays cuando eran gays.
[2] Aunque el exilio cubano representa una ínfima parte de toda la población hispana en Estados Unidos (cuatro por ciento de la población hispana si se consideran a todos los cubanos en este país), su representación y poder político es casi absoluto en la CIA y en los diversos organismos de comercio, y mayoritario en los medios, en la política y en el Congreso estadounidense.
Capítulo del libro La frontera salvaje: 200 años de fanatismo anglosajón en América latina, Jorge Majfud.
Wounded Knee, Dakota del Sur. 29 de diciembre de 1890—Los soldados de verde entran en la reserva para desarmar a los indios. Uno de ellos, el sordo Coyote Negro, no entiende la orden; pero no porque es sordo. Se niega a entregar su rifle diciendo, con sus manos frías, que había pagado mucho dinero por él. En este preciso momento, los militares civilizados, asustados por los tambores o reaccionando como reaccionan las fuerzas del orden del mundo civilizado ante una negativa ajena, comienzan a disparar. Los pocos indios que aún no habían sido desarmados contestan el fuego, pero en pocos minutos el campamento es reducido a cadáveres que tiñen de rojo las nieves del implacable invierno de las Dakotas. Trescientos hombres, niños y mujeres lakotas y veinticinco soldados reposan sin vida en el frío eterno. Pie Grande queda tendido, pero no parece muerto porque sus manos inmóviles siguen hablando. Un joven de la North Western Photo Co. se le acerca y le toma una fotografía. Los indios son enterrados en una fosa común, vestidos o desnudos, y de ahí en más la masacre es llamada “Batalla de Rodilla Herida”.
Luego de la muerte de su padre, Pie Grande (también conocido como Alce Manchado) se había hecho cargo de la tribu Minneconjou. Como otras tribus, todas eran sospechosas de rebelarse ante la continua invasión de los colonos anglosajones en las pocas reservas que les habían quedado por ley, por la ley anglosajona que los pueblos arrinconados habían aceptado. Ayer se dirigían hacia las riberas del río Rodilla Herida para unirse a otras tribus Sioux, cuando el mayor Samuel Whitside los emboscó y los llevó caminando casi veinte kilómetros hasta el arroyo Rodilla Herida donde esperaban otros indios. Unas horas después se le unió el coronel James Forsyth con un batallón y cuatro cañones.
Aunque es otra matanza devastadora para la tribu Lakota, aun así se ve muy chiquita desde la perspectiva de la trágica historia de las naciones originales. Tampoco es la primera vez que los angloamericanos, tan orgullosos de su apego a las leyes, ignoran una ley o un tratado con alguna otra nación cuando no les conviene. Los frecuentes cambios de gobiernos legitimaron la fragilidad de estos tratados con naciones consideradas inferiores. Más de cien años atrás, los populosos pueblos nativos al Oeste de las montañas Apalaches eran considerados naciones y estaban habitadas con tantas almas como las populosas naciones del Reino de Gran Bretaña. En 1763, el Imperio británico había firmado un tratado con las Naciones Indígenas (Royal Proclamation) por el cual los blancos podían quedarse con los territorios al Este, siempre que no cruzaran la nueva frontera al Oeste.
La gloriosa Revolución americana de 1776 lo cambió todo. Para los intelectuales llamados Padres Fundadores se trató de cuestiones de principios y de nuevas ideas, como aquello tan bonito de que todos los humanos nacen iguales, sin aclarar que la gente nace igual siempre que no sean indios, negros o mestizos. Para el resto menos sofisticado de la población anglosajona que no leía francés, la Revolución era una cuestión mucho más práctica. Era algo sobre el derecho a cruzar la injusta frontera de los indios invasores y tomar más y más tierras en nombre de alguna razón, de alguna historia heroica o de algún mandato bíblico. En 1780, los colonos anglosajones, de repente llamados americanos (nombre hasta entonces reservado a los indígenas salvajes y a los habitantes corruptos de la América hispánica) habían decidido que tenían Derecho a explorar y, liberados del yugo británico, pudieron cruzar la frontera a fuerza de hacha y escopeta. Mejor dicho, decidieron moverla más al Oeste y defenderse de los nuevos invasores salvajes que pretendían quedarse en sus propias tierras. Para 1830, las llamadas Naciones indias habían cambiado de nombre y se habían convertido, por magia de la lingüística y por la fuerza de la pólvora, en simples tribus salvajes.[1] En los años veinte, el presidente John Quincy Adams había sido el último presidente en defender los sucesivos tratados con los pueblos indios, hasta que todo se solucionó con la elección de Andrew Jackson en 1828, un soldado casi analfabeto, célebre en los estados esclavistas del sur por su crueldad civilizatoria. En 1824, Thomas Jefferson había descrito al hombre que definiría el espíritu primitivo, anti intelectual y mesiánico de Estados Unidos en los siglos por venir: “es el hombre menos preparado que he conocido en mi vida, sin ningún respeto por alguna ley o por la constitución”. A partir de 1829 los pobres blancos se rebelaron contra los esclavos negros y sus absurdas pretensiones de igualdad. Cualquiera podía ver que entre un blanco y un negro había una obvia diferencia. Esta rebelión de los blancos pobres se repetirá casi doscientos años después y llevará a la presidencia a Donald Trump, definido por muchos con las mismas palabras que Jefferson había definido a Jackson. No por casualidad, el mismo presidente republicano, apenas ponga un pie en la Casa Blanca, colgará un retrato del fundador del partido Demócrata, Andrew Jackson, en el lugar más visible de su oficina y lo considerará un modelo histórico a seguir.
Una vez elegido presidente por una pequeña minoría blanca que se sentía identificada con él, Jackson, conocido con el sobrenombre de Mata Indios, ignoró los tratados de Estados Unidos con las Naciones nativas. En 1830 logró la aprobación de la Ley de Traslado Forzosode los indios y Washington declaró nulos todos los títulos de propiedad de los indios al oeste del río Mississippi. Jackson puso a la venta los nuevos territorios a precios de miseria para favorecer a “los verdaderos amigos de la libertad”, los colonos blancos. El 5 de agosto de 1830, en una carta a John Pitchlynn (escocés adoptado de niño por la tribu Choctaw), un emocionado Andrew Jackson escribió: “Soy consciente de haber cumplido con mi deber con mis niños de piel roja”. Gracias a los verdaderos amigos de la libertad, no sólo se despojó a los indios de sus títulos y de sus tierras, como se hizo poco después con los mexicanos, sino que se extendió la esclavitud de los negros más hacia el Oeste y se la siguió expandiendo con la independencia de Texas y la anexión de los estados mexicanos hasta California.
Despojados del resto de las tierras que le quedaban al sur de Georgia y al Oeste del Mississippi, las poblaciones nativas fueron forzadas a evacuar inmensas áreas de territorio. Naturalmente, muchos se resistieron y fueron asesinados en nombre del cristianismo y la civilización. Quienes no se resistieron fueron exiliados o murieron de hambre y enfermedades durante la remoción a otras tierras, miles de millas hacia el oeste. Poco después, en 1835, unos delegados cheroquis, sin la aprobación ni del Consejo Cheroqui ni del pueblo Cheroqui habían sido obligados a firmar un tratado por el cual amablemente les cedían más tierras a los hombres civilizados a cambio de un rincón de Oklahoma, lo que terminó en una nueva remoción forzada de otros cientos de miles de indios de varios estados y la muerte de miles que no resistieron el viaje al exilio.[2] También este tratado será ignorado unas décadas después por el hombre blanco, tal como lo ha hecho cada vez que lo ha considerado conveniente. A cada una de estas violaciones de tratados con otros pueblos, hasta entrado el siglo XXI, se la llamará “expansión de la libertad y del derecho del país de las leyes”.
La tradición de “El país de las leyes” de romper las leyes y los tratados con los indios cuando no le convienen, se había extendido a otras naciones, desde el Tratado de Adams-Onís que fijaba los límites fronterizos con los territorios españoles en 1819 (luego ratificado con México en 1828), desde que en los años treinta los colonos anglos recibieron regalos de tierras del gobierno de México en Texas y, como agradecimiento, decidieron ignorar las leyes de aquel país para más tarde arrebatarle toda Texas y expandir la esclavitud con libertad, hasta el tratado para limitar las armas nucleares con Irán en 2015.
Luego de la sangrienta Guerra civil, Abraham Lincoln había logrado, post mortem, que la enmienda 14 de la Constitución de Estados Unidos declarase que “todos los nacidos en territorio nacional son ciudadanos de Estados Unidos”. Por esa reforma constitucional los negros se convirtieron en ciudadanos, aunque de segunda categoría. A los indígenas les tomará más tiempo demostrar que nacieron en los territorios que le han venido robando desde hace más de un par de siglos. En 1924, los indígenas americanos, los pocos que quedan de la limpieza étnica que nunca se llamará ni limpieza étnica y mucho menos genocidio, serán reconocidos como ciudadanos estadounidenses.
Unos años después de la matanza de Wounded Knee, en su visita a Dakota del Sur, el comisionado del gobierno para el Servicio Civil del gobierno y futuro presidente, Theodore Roosevelt, determinará, y los textos de las escuelas enseñarán que “los indios fueron tratados con mucha consideración y justicia”. Treinta años después, no lejos de allí, en el Monte Rushmore, los martillos esculpirán las montañas sagradas de los Lakota para revelar los rostros de George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln y Theodore Roosevelt. El escultor, Gutzon Borglum, no sólo sufrirá de narcisismo y megalomanía. Hijo de inmigrantes daneses, será otro convencido de la superioridad de la raza blanca y se opondrá a la inmigración. Como miembro del Klu Klux Klan, logrará de este grupo la financiación para esculpir la Stone Mountain en Georgia, donde todavía cabalgan los tres héroes derrotados de la Confederación, Jefferson Davis, Robert E. Lee y Stonewall Jackson.
600 millas al norte, el 20 de mayo de 1948, lo que queda de las naciones Arikara, Mandan y Hidatsa serán obligadas a firmar el acuerdo por el cual se comprometen a vender sus tierras para la construcción de la represa Garrison. Las naciones, ahora tribus, han habitado esa región de Dakota del Norte por mil años y, para entonces, deberán resignarse a evacuar la franja del río Missouri, morir ahogados, perderlo todo por expropiación o legitimar el despojo por siete millones de dólares. Los museos guardarán la foto en la que el jefe del Cuerpo de Ingenieros del Ejército, con calma, firma el nuevo tratado. A su lado, de pie, George Gillette, el jefe de las tribus ocultando sus lágrimas con una mano. Aunque reducidas a una reserva, las tres tribus habían logrado cierta prosperidad y una total autosuficiencia que terminará en esa sala de hombres con elegantes trajes y con varios de sus pueblos, con su hospital y sus tiendas, bajo el agua de la prosperidad ajena. Una vez más, como en los tratados anteriores de remoción de indígenas, como el tratado de Guadalupe Hidalgo en México, y como en muchas otras oportunidades, las “razas inferiores” firmarán un tratado con un revólver en la nuca y recibirán una suma de dinero para que no protesten. Como en tantas otras ocasiones, las víctimas cumplirán con el tratado; los vencedores, sólo mientras les convenga.
Cuando a fines del siglo XVIII en América del Norte vivían entre cinco y siete millones de indígenas, del otro lado de los Apalaches, en la nueva nación de las trece colonias vivían tres millones y las distancias despobladas necesitaban días y semanas de carretas para atravesarlas. La enorme extensión de territorios tomadas por los angloamericanos nunca les resultó suficiente. En mayo de 1971, el celebrado actor John Wayne, héroe mítico del cine clásico de vaqueros, justificará el largo y violento despojo de los territorios indios afirmando: “No creo que hicimos nada mal quitándoles este gran país… Nuestro supuesto robo fue sólo una cuestión de supervivencia. Nuestra gente necesitaba nuevas tierras y los indios, de forma egoísta, se querían quedar con ellas”.
[1] Henry Knox, secretario de guerra de George Washington, llamaba “Naciones extranjeras” a los pueblos del otro lado de los Apalaches. El mismo presidente Washington había firmado un acuerdo por el cual esas naciones se reservaban el derecho a aplicar sus propias leyes a todo aventurero que cruzase la frontera. Está de más decir que ese y todos los tratados firmados con las naciones extranjeras fueron ignorados por los presidentes posteriores, entre quienes se destacó, por su crueldad genocida, otro héroe nacional, Andrew Jackson.
[2] El acuerdo New Echota firmado en Georgia y publicado el 29 de diciembre, les garantizaba a las naciones indias el derecho a “reunir a su pueblo en un solo cuerpo y asegurar un hogar permanente para ellos y su posteridad en el país seleccionado por sus antepasados sin el límite territorial de las soberanías estatales, y donde puedan establecer y disfrutar de un gobierno de su elección y perpetuar un estado de la sociedad que sea más acorde con sus opiniones, hábitos y condición…”
Capítulo del libro La frontera salvaje: 200 años de fanatismo anglosajón en América latina, Jorge Majfud.
Habrá guerra. El anillo de fuego del que hablábamos hace unos años desde los hielos de la OTAN, continúa extendiéndose. El extremo Este no es Irán, sino el Mar de China. ¿Cuántos años llevará? ¿Intervendrá China para evitar que el fuego le llegue a su patio trasero? Es difícil definir su pasividad como egoísmo, estrategia o imprudencia. Ojalá nunca lleguemos a eso, pero ya estamos dentro de la Trampa de Tucídides. Casi siempre se cumple. Las esperanzas están en ese casi pero ya vemos que al casi se le cayó la primera sílaba.
majfud junio 2025
Habrá guerra. El anillo de fuego del que hablábamos hace unos años desde los hielos de la OTAN, continúa extendiéndose. El extremo Este no es Irán, sino el Mar de China. ¿Cuántos años llevará? ¿Intervendrá China para evitar que el fuego le llegue a su patio trasero? Es difícil… pic.twitter.com/i9ECOt6DJK
Con el fulminante (y arreglado) derrocamiento de Bashar al-Assad, la guerra civil en Siria, promovida desde el exterior, no ha terminado. Por el contrario, entrará en una nueva fase, a medida que continuamos avanzando hacia a una Guerra total por sobre el Anillo de Fuego.
Es cuestión de meses, tal vez semanas, el reagrupamiento de combatientes voluntarios con el ejército sirio en milicias y de un caos que no podrá controlar el eje Washington-Tel Aviv tan fácil, fanáticos supremacistas expertos en demoliciones pero incapaces de construir nada. Desde los muyahidines, los talibán, Al Qaeda y el Isis, los “rebeldes” y “luchadores por la libertad”, entre otros, nunca ningún Frankenstein creado por Occidente terminó bien, ni siquiera para sus propios intereses.
Mientras, China, que es el primer y último objetivo de esta ofensiva imperialista, continúa durmiendo la siesta de su prosperidad económica, mientras sus aliados (Rusia, Irán, Yemen y todas las milicias menores que resisten en el Anillo de Fuego) se desangran para cubrir las espaldas del gigante encastrado en el continente asiático. Más allá de su incremento en gasto militar y tecnológico, parece no querer ver que, a largo plazo, el ajedrez geopolítico la puede encontrar no tan bien parada como el mundo presume.
With the lightning (and arranged) overthrow of Bashar al-Assad, the externally promoted civil war in Syria is not over. On the contrary, it will enter a new phase as we continue to move towards an all-out war across the Ring of Fire.
It is a matter of months, perhaps weeks, of the regrouping of volunteer fighters with the Syrian army into militias and of a chaos that will not be so easily controlled by the Washington-Tel Aviv axis, supremacist fanatics skilled in demolitions but incapable of building anything. From the mujahideen, the Taliban, Al Qaeda and Isis, the “rebels” and “freedom fighters”, among others, no Frankenstein created by the West ever ended well, not even for its own interests.
Meanwhile, China, which is the first and last target of this imperialist offensive, continues to nap its economic prosperity while its allies (Russia, Iran, Yemen, and all the minor militias that resist in the Ring of Fire) bleed themselves dry to cover the backs of the giant embedded in the Asian continent. Beyond its increase in military and technological spending, it seems not to want to see that, in the long term, the geopolitical chess game may not find it as well off as the world presumes.
JM, december 2024
Síria, apenas um passo mais para o inferno. Por Jorge Majfud
É uma questão de meses, talvez semanas, até que os combatentes voluntários se reagrupem com o exército sírio em milícias.
09/12/2024
Por Jorge Majfud.
Com a fulminante (e organizada) derrubada de Bashar al-Assad, a guerra civil patrocinada externamente na Síria não acabou. Pelo contrário, ela entrará em uma nova fase, à medida que continuamos a nos mover em direção à guerra total no Anel de Fogo.
É uma questão de meses, talvez semanas, até que os combatentes voluntários se reagrupem com o exército sírio em milícias e caos que não serão tão facilmente controlados pelo eixo Washington-Tel Aviv, fanáticos supremacistas especializados em demolição, mas incapazes de construir qualquer coisa. Desde os mujahideen, o Talibã, a Al Qaeda e o Isis, os “rebeldes” e os “combatentes da liberdade”, entre outros, nenhum Frankenstein criado pelo Ocidente jamais terminou bem, nem mesmo para seus próprios interesses.
Enquanto isso, a China, que é o primeiro e último alvo dessa ofensiva imperialista, continua a tirar uma soneca de sua prosperidade econômica, enquanto seus aliados (Rússia, Irã, Iêmen e todas as milícias menores que resistem no Anel de Fogo) sangram para cobrir as costas do gigante incrustado no continente asiático. Além do aumento de seus gastos militares e tecnológicos, parece não querer ver que, a longo prazo, o jogo de xadrez geopolítico pode encontrá-la não tão bem posicionado quanto o mundo supõe.
Debe estar conectado para enviar un comentario.