El 29 de setiembre de 2025, el New York Times informó sobre la reunión en la Casa Blanca entre el presidente Trump y el primer ministro de Israel Netanyahu. Su titular de portada fue: “Trump y Netanyahu le dicen a Hamas que acepte su plan de paz, o de lo contrario…” El subtítulo aclaró esos puntos suspensivos: “El presidente Trump afirmó que Israel tendría luz verde para ‘completar la misión’ si Hamas se negaba a aceptar el acuerdo de cese de hostilidades”.
Cese de hostilidades…No es que la historia rime. Se repite. Desde el siglo XV, todos los acuerdos firmados por los imperios europeos fueron a punta de cañón y sistemáticamente ignorados cuando dejaron de servirles o cuando lograron avanzar sus líneas de fuego. Destrucción y despojo sazonado con alguna buena causa: la civilización, la libertad, la democracia y el derecho del invasor a defenderse.
Fue, por siglos, la repetida historia de la diplomacia entre los pueblos indígenas y los colonos blancos, para nada diferente al más reciente caso del “Acuerdo de paz”, propuesto e impuesto bajo amenaza por Washington y Tel Aviv sobre Palestina. La misma historia de la violación de todos los tratados de paz con las naciones nativas de este y del otro lado de los Apalaches, antes y después de 1776. Luego, lo que los historiadores llaman “Compra de Luisiana” (1803), no fue una compra sino un brutal despojo de las naciones indígenas que eran los dueños ancestrales de ese territorio, tan grande como todo el naciente país anglo en América. Ningún indígena fue invitado a la mesa de negociaciones en París, un lugar alejado de los despojados. Cuando alguno de estos acuerdos incluyó a algún “representante” de los pueblos agredidos, como fue el caso del despojo cheroqui de 1835, fue un representante falso, un Guaidó inventado por los colonos blancos.
Lo mismo ocurrió con el traspaso de las últimas colonias españolas (Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Guam) a Estados Unidos. Mientras cientos de siouxs teñían de rojo las nieves de Dakota por reclamar el pago según el tratado que los obligó a vender sus tierras, en París se firmaba un nuevo acuerdo de paz sobre los pueblos tropicales. Ningún representante de los despojados fue invitado a negociar el acuerdo que hizo posible su liberación.
Para Teo Roosevelt, “la guerra más justa de todas es la guerra contra los salvajes (…) los únicos indios buenos son los indios muertos”. Más al sur: “los negros son una raza estúpida”, escribió y publicó. Según Roosevelt, la democracia había sido inventada para beneficio de la raza blanca, única capaz de civilización y belleza.
Durante estos años, la etnia anglosajona necesitaba una justificación a su brutalidad y a su costumbre de robar y lavar sus crímenes con acuerdos de paz impuestos por la fuerza. Como en la segunda mitad del siglo XIX el paradigma epistemológico de las ciencias había reemplazado a la religión, esa justificación fue la superioridad racial.
Europa tenía subyugada a la mayoría del mundo por su fanatismo y por su adicción a la pólvora. Las teorías sobre la superioridad del hombre blanco iban de la mano de su victimización: los negros, marrones, rojos y amarillos se aprovechaban de su generosidad, mientras amenazaban a la minoría de la raza superior con un reemplazo de la mayoría de las razas inferiores. ¿Suena actual?
Como esas teorías biologicistas no estaban suficientemente fundadas, se recurrió a la historia. A finales del siglo XIX pulularon en Europa teorías lingüísticas y luego antropológicas sobre el origen puro de la raza noble (aria, Irán), la raza blanca, proveniente de los vedas hindúes. Estas historias, arrastradas de los pelos, y los símbolos hindúes como la esvástica nazi y lo que hoy se conoce como la estrella de David (usada por diferentes culturas siglos antes, pero originarios de India) se popularizaron como símbolos raciales en la letra impresa.
No por casualidad, es en este momento en que las teorías supremacistas y el sionismo se fundan y se articulan en sus conceptos históricos, en la Europa blanca, racista e imperialista del norte. El mismo fundador del sionismo, Theodor Herzl, entendía que los judíos pertenecían a la superior “raza aria”.
Hasta la Segunda Guerra Mundial, estos supremacismos convivieron con ciertas fricciones, pero no las suficientes como para que les impida formar acuerdos, como el Acuerdo Haavara entre nazis y sionistas que, por años, trasladó decenas de miles de judíos blancos (de “buen material genético”) a Palestina. Los primeros anti sionistas no fueron los palestinos que los recibieron, sino los judíos europeos que resistieron el Acuerdo de limpieza étnica. Al mismo tiempo que se colonizó y despojó a los palestinos de sus tierras, se colonizó y despojó al judaísmo de su tradición.
Cuando los soviéticos arrasaron con los nazis de Hitler, ser supremacista pasó a ser una vergüenza. De repente, Winston Churchill y los millonarios estadounidenses dejaron de presumir de ser nazis. Antes, la declaración Balfour-Rothschild de 1917 fue un acuerdo entre blancos para dividir y ocupar un territorio de “razas inferiores”. Como dijo el racista y genocida Churchill, por entonces ministro de Guerra: “Estoy totalmente a favor de utilizar gases venenosos contra las tribus no civilizadas”.
Pero la brutal irracionalidad de la Segunda Guerra también liquidó la Era Moderna, basada en los paradigmas de la razón y el progreso. Las ciencias y el pensamiento crítico dejaron paso a la irracionalidad del consumismo y de las religiones.
Es así como los sionistas de hoy ya no insisten en la ONU y en la casa Blanca sobre su superioridad racial de arios sino en los derechos especiales de ser los semitas elegidos de Dios. Netanyahu y sus escuderos evangélicos citan mil veces la sacralidad bíblica de Israel, como si él y el rey David fuesen la misma persona y aquel pueblo semita de piel oscura de hace tres mil años fuesen los mismos jázaros del Cáucaso que en la Europa de la Edad Media adoptaron el judaísmo.
El acuerdo de Washington entre Trump y Netanyahu para que sea aceptado por los palestinos es ilegítimo desde el comienzo. No importa cuántas veces se repita la palabra paz, como no importa cuántas veces se repite la palabra amor mientras se viola a una mujer. Será por siemrpe una violación, como lo es la ocupación y el apartheid de Israel sobre Palestina.
El martes 30 de setiembre, el Ministro de Guerra de Estados Unidos, Pete Hegseth, reunió a sus generales y citó a George Washington: “Quien anhela la paz debe prepararse para la guerra”, no porque Washington “quiera la guerra, sino porque ama la paz”. El presidente Trump remató: sería un insulto para Estados Unidos que no le otorgasen el Premio Nobel de la Paz.
En 1933, en su Discurso en el Reichstag, el candidato al Nobel de la Paz, Adolf Hitler, declaró que Alemania solo anhelaba la paz. Tres años después, luego de militarizar Renania, insistió que Alemania era una nación pacifista que buscaba su seguridad.
Aunque el nuevo acuerdo entre Washington y Tel Aviv sea aceptado por Hamas (una de las creaturas de Netanyahu), tarde o temprano será violado por Tel Aviv. Porque para la raza superior, para los pueblos elegidos, no existen acuerdos con seres inferiores sino estrategias de saqueo y aniquilación. Estrategias de demonización del esclavo, del colonizado, y de victimización del pobre hombre blanco, ese adicto a la pólvora―ahora polvo blanco.
El 10 de setiembre de 2025, en un evento llamado “The American Comeback Tour” (“Gira por el Regreso de Estados Unidos”) en la Utah Valley University, un estudiante le preguntó a Charlie Kirk:
“¿Sabes cuántos tiroteos en masa ha habido en los últimos diez años?”
“¿Contando la violencia de pandillas?” respondió Kirk, irónico.
Kirk era un arengador profesional de la derecha, reconocido por el presidente Trump por haberlo ayudado a ganar las elecciones. Tiempo atrás, había afirmado que algunos muertos por violencia de armas (40.000 anuales) eran un precio razonable para mantener la sagrada Segunda enmienda. Según la Asociación del Rifle, que dio vuelta la interpretación de la Suprema Corte, esta enmienda protege el derecho de los individuos a portar rifles AR-15. La letra impresa de 1791 no habla de individuos sino de “milicias bien reguladas”. Por armas se refería a unos mosquetes que no mataban un conejo a cien metros. Por “the people” ni soñando se refería a negros, mulatos, indios o mestizos.
Antes que pudiese articular una respuesta completa, Kirk recibió un poderoso disparo en la garganta desde un edificio ubicado a 140 metros. De paso, por casualidad o no, sus enemigos de la misma derecha, como Ben Shapiro y, tal vez Tel Aviv, se sacaron de encima a un traidor que había cuestionado el 7 de Octubre de 2023 ―como lo hicimos nosotros en Página 12, el 8 de octubre.
Los medios y las redes sociales explotaron culpando a “la izquierda”, pese a que, solo en los últimos cincuenta años, las matanzas de la derecha suman el 80 por ciento de los muertos y los de la izquierda apenas cinco por ciento.
Pero ¿a quién le importa la realidad, si el verbo creó el mundo? Desde Europa hasta el Cono Sur, quienes escucharon por primera vez el nombre de Kirk organizaron emotivas ceremonias por el nuevo mártir de la “violencia de los zurdos” y no ahorraron elogios a su “profunda influencia” que “marcó un camino” para la gente de bien.
Dos días después, el gobernador del estado mormón de Utah, Spencer Cox, dio a conocer la identidad del asesino. Casi llorando, reconoció que “había rezado 33 horas para que el asesino fuese alguien de afuera, de otro estado o de otro país”, pero Dios no lo escuchó. Dos días más tarde volvió a los medios más aliviado: el asesino, aunque conservador, amante de las armas, votante del presidente Donald Trump, había sido influenciado por las “ideas de izquierda” de su pareja, un joven transexual.
Los religiosos capitalistas no creen en el pecado colectivo sino en el pecado individual, pero siempre están buscando un pecador dentro de un grupo ajeno para para criminalizar al grupo entero. Cuando Cox reconoció: “Durante 33 horas recé para que el asesino fuera alguien de otro país… Lamentablemente, esa oración no fue escuchada”. No se le ocurrió pensar que “nosotros, que lideramos las donaciones en todo el país”, podíamos ser criminales, pecadores. Si cerramos los ojos para decirle a Dios lo que debe hacer, no podemos ser malos.
Ahora, ¿cuál es la lógica (sino la ingeniería) social en todo esto? Pongámoslo con una metáfora que atraviesa tres continentes y más de mil años de historia: el ajedrez.
Como las matemáticas modernas, las ciencias fácticas y los mecanos, en el siglo IX los árabes introdujeron el ajedrez indio a Al-Andalus (hoy España). Europa lo adoptó y adaptó. El sistema feudal europeo concentraba todo el prestigio social en la tenencia de tierras y en el honor de las guerras. Como hoy, los nobles inventaban guerras en las cuales sus súbditos iban a morir en nombre de Dios, mientras ellos recogían el botín y el honor. Los peones, esa línea de piezas sin rostros y sin nombres, son los soldados modernos y, más recientemente, los civiles que sólo sirven de carne de cañón.
¿Dónde está el truco? En geopolítica, los dos bandos representan dos bloques o alianzas de países. Igual, los de abajo son los primeros en morir. Si sobrevive un peón hasta el final de la partida, es porque se arrimó al rey para protegerlo.
A nivel nacional, representa una guerra civil, pero éstas suelen ser raras; son la última instancia de una guerra más prolongada que la precede. Cuando vemos estas piezas en acción, vemos las blancas contra las negras. Vemos una “guerra cultural”. Una guerra que hoy no es, porque, si realmente fuese una guerra cultural, la libertad de expresión estaría garantizada, algo que, en Estados Unidos y bajo el gobierno libertario de Trump-Rubio, ha ido muriendo cada día.
Es decir, la guerra cultural nos impide ver la verdadera guerra que precipita el conflicto: la guerra de clases. En la línea de fuego tenemos a los peones. Más atrás, la aristocracia, los ricos. Finalmente, los verdaderos dueños del combate: todos luchan y mueren por defender a un rey (¿BlackRock?) quien, sin sacrificio, se lo lleva todo.
En La narración de lo invisible (2004) propusimos una tesis sobre la lucha política de los campos semánticos: quien lograba definir y limitar el significado del ideoléxico (luego “guerra cultural”), marcaba la dirección de la historia. Esto sin negar que la principal fuerza de conflicto radica en la lucha de clases, que las clases en el poder (y sus amanuenses) niegan siempre o se la atribuyen, como intención perversa, a los críticos marxistas, conspiradores del mal.
Hoy podemos ver cómo esta lucha de clases, ejercida por las elites financieras, no ha cesado de promocionar una guerra cultural como distracción perfecta. Negras contra blancas, cristianos contra musulmanes, machistas contra feministas, elegidos de Dios contra creaciones defectuosas de Dios…
Esta oligarquía, que no para de secuestrar y concentrar la riqueza de las sociedades, se ha dado cuenta de dos problemas: (1) La brecha entre quienes lo tienen todo y quien no tienen nada se ha incrementado de forma logarítmica ―ergo, peligrosa. (2) La vampirización de las colonias que proveían a los imperios del capitalismo blanco se está secando y los pueblos, que apenas se beneficiaron de este genocidio histórico que dejó cientos de millones de muertos, ya no sienten el privilegio de ese sistema internacional. Están empobrecidos, endeudados, destruidos por las drogas duras y por las drogas de la argumentación apasionada e inútil de las redes de entretenimiento, productoras del odio sectario, nacionalista y tribal.
La droga principal de las elites es el dinero y el poder. Necesitan siempre más para mantener un mínimo de satisfacción, pero saben que esta situación, tanto nacional como internacional, no es sostenible. A nivel nacional, es la fórmula perfecta para una sangrienta rebelión. A nivel internacional, significa el derrumbe de un poder dictatorial que en el siglo XIX se llamó “democracia blanca”.
Adentro, para evitar o postergar esta rebelión, necesitan promover el odio entre los de abajo y la militarización como solución. Afuera, el objetivo es el genocidio, la aniquilación de cualquier potencia emergente o la tercera guerra mundial.
Palestina es el laboratorio perfecto donde se decide cómo alcanzar una brutalidad a pesar de la oposición de un mundo sin poder. La propaganda les está fallando, así que aceleran el recurso sordo de la violencia bélica, cuyo objetivo es la limpieza de humanos incómodos a fuerza de bombardeos masivos, interminables, impunes.
Quienes hoy callan por miedo o por conveniencia, mañana repetirán que siempre estuvieron contra el genocidio. Justo cuando decirlo no sirva para nada, excepto, otra vez, para sus intereses personales.
Señor presidente de Uruguay, Yamandú Orsi Martínez,
Señora vicepresidenta Ana Carolina Cosse,
Señor canciller Mario Israel Lubetkin,
Señora ministra de Defensa Sandra Lazo,
Señoras y señores de La Embajada de Dios:
Quiero pensar que los Derechos Humanos, cuando no son una excusa para invadir algún país o para ejercer el poder hegemónico de algún imperio, no tienen ideología partidaria. No obstante, y en base a la dramática historia en Uruguay y en América Latina, creo que es oportuno dirigirme a algunos de ustedes como hombres y mujeres de izquierda que, en su mayoría, solía significar un compromiso, no sólo con las ideas sino con los valores humanistas, aquellos valores que la derecha neoliberal de ayer negaba con disimulo y que hoy su hijo no reconocido, el fascismo, desprecia con orgullo: los valores de igualdad, de justicia social, de solidaridad, de tolerancia a las ideas diferentes y de intolerancia a la moral racista, sexista, clasista e imperialista de los esclavistas de turno.
En Uruguay, en particular los hombres y mujeres de izquierda que resistieron la dictadura hicieron de los Derechos Humanos una bandera innegociable, al punto de ser acusados y despreciados por esto mismo.
Ahora, ¿cuál es la diferencia entre apoyar la dictadura militar en Uruguay y apoyar el genocidio en Palestina? Ambas fueron y son brutalidades imperialistas, pero la segunda es mil veces mayor en muertos, masacrados, amputados, traumatizados, torturados, hambreaos y desaparecidos. La segunda, aparte de ideológica, es profundamente racista y varias veces más antigua.
Canciller Lubetkin: para desestimar una resolución del Frente Amplio, referida al genocidio en Gaza, usted ha resumido el pensamiento y los valores de este nuevo gobierno de izquierda travestida, que cada día abandona más sus ideales en nombre de un pragmatismo que, como siempre, sirve a los ideales de los poderosos: “Una cosa es la fuerza política, otra cosa es el gobierno; nosotros estamos gestionando el gobierno”.
¿No le dio un poquito de vergüenza tanta arrogancia para alguien que ni es del FA ni fue electo por el pueblo? A mí me recordó a Nixon cuando decidió remover a Allende porque los chilenos habían votado “de forma irresponsable”. La misma arrogancia y desprecio que explica el resto de la tragedia de los palestinos y de muchos otros pueblos sin poderosas agencias secretas.
Interrogada sobre la decisión de Uruguay (de su gobierno) de comprar armamento de Israel, la ministra Sandra Lazo respondió, con obviedad: “Le vamos a comprar (armamento) a los que generen mejores precios y calidad. Uruguay no tienen enemigos”. Palabras y filosofía de la neutralidad ante la barbarie, escondidas detrás del pragmatismo pro-business que era la regla en los años 30 para justificar los negocios con Hitler y, más recientemente, con los regímenes fascistas de Pinochet, de Videla y de decenas de otros dictadores mercenarios del viejo genocida imperialismo global. Lo cual, en el caso de una integrante del ex grupo guerrillero y marxista del MPP como usted, no deja de ser una paradoja múltiple.
Hasta ayer nos quedaba una esperanza, pero la vicepresidente Cosse, reconocida por una claridad intelectual que no abunda en los gobiernos de turno, la terminó por rematar, cuando se negó a condenar el genocidio en Gaza, tomando silencios, titubeos y adjetivos del presidente Orsi, reciclando “tremendo” en “tragedia” para no decir nada, para no hacer nada, para no señalar a nada ni a nadie: “creo en la autodeterminación de los pueblos… el pueblo israelí deberá encontrar su camino, como todos los pueblos del mundo, y yo eso lo voy a respetar a rajatabla”.
¿Y el derecho a la autodeterminación del colonizado, de la víctima de apartheid, de las decenas de miles de niños masacrados, de las ejecuciones por diversión, de la hambruna diseñada sin disimulo y cada vez con menos excusas?
¿De verdad esta izquierda se siente mejor del lado del supremacismo y de los bombardeos imperialistas?
¿Por qué siempre les tiembla la conciencia cuando se les pregunta algo sobre Israel y respiran aliviados cuando los periodistas vuelven a sus áreas de seguridad, como la pobreza infantil y la corrupción ajena?
¿Qué diferencia a esta “izquierda” latinoamericana de los amables progresistas pro-genocidio y pro-imperialistas de los Barack Obama y de las Kamala Harris?
Cuando trabajaba en Mozambique en compañía de algunos europeos, o de viaje por Alemania, siempre me llamaba la atención que nunca nadie había tenido un padre o un abuelo nazi. En el caso de la dictadura uruguaya, fuimos duros en nuestras críticas contra los colaboracionistas e implacables con quienes participaron en torturas y desapariciones. No así con aquellos que debieron guardar silencio porque sus vidas y la de sus hijos dependía de ello.
No es el caso hoy. Quienes hoy callan por miedo o por conveniencia, mañana repetirán que siempre estuvieron contra el genocidio. Justo cuando decirlo no sirva para nada, excepto, otra vez, para sus intereses personales.
La debilidad moral en este caso es infinitamente peor. Al menos que los políticos, los empresarios y los empleados negacionistas entiendan que sus puestos o sus beneficios dependen de su silencio cómplice. Al menos que sea simple cobardía autoinfligida. Alguna razón habrá que no sean sólo excusas clásicas de genocidas nazis como “ellos son ratas y debemos exterminarlos” y “tenemos derecho a defendernos”. O de pro genocidas más recientes, repitiendo con desfachatez moral en la televisión abierta de Uruguay que “en Gaza no hay inocentes”, o que “Dios nos dio derechos especiales hace tres mil años” y toda esa dialéctica criminal que los pobres de espíritu que no pertenecen al club veneran en los templos, temerosos de un infierno que no existe, según el mismo creador del Universo.
Los uruguayos, los charrúas europeos como Tabaré (el Guillermo Tell de la Suiza de América), que con alguna razón nos enorgullecemos de la civilidad democrática de sus habitantes, también le hemos dado a América latina, y desde la izquierda, mandaderos como el Secretario de la OEA, Luis Almagro. Ahora confirmamos esa nueva tradición de lo que Malcolm X llamaba “el negro de la casa”, es decir, el esclavo, celoso guardián de sus amos.
Señores electos y no electos (pero elegidos) del gobierno:
Aunque este gobierno logre ser el más exitoso de la Historia, ni todo el cloro del mundo podrá quitarle la vergonzosa mancha de su posición cómplice ante el genocidio en Palestina.
Les quedará estampado
en la indeleble memoria
de todos los anales
de la historia.
Claro, todos podemos equivocarnos mil veces con ideas complejas, pero no es necesario ser un genio para tener principios morales claros. La neutralidad es el principal rasgo de los cobardes. Una cobardía doble cuando se la quiere justificar con tartamudeos dialécticos.
Llámense un minuto a silencio y reflexionen sobre qué dirían los mejores uruguayos que dio la historia, desde José Artigas hasta Eduardo Galeano, por mencionar solo dos. La lista de los peores, hoy en los basurales de la historia, es más larga, pero no recomiendo tomarla como referencia y mucho menos continuar ampliándola.
Cómo nos juzgará la historia es demasiado obvio, pero irrelevante en este momento. Quienes todavía creen que Dios creó el Universo y la Humanidad y luego se dedicó a instigar a un pueblo a exterminar a otros discreparán, pero con fanáticos no hay razonamiento posible.
Lo que importa ahora es actuar en base a los principios morales más básicos, despreciando el miedo a las listas negras y a los menos negocios. Si algo es solo conveniente a nuestros intereses personales y sectarios, seguramente no es moral.
¿Podemos, los humanos de aquí abajo, esperar una reacción de su parte, aunque sea too little, too late?
En la milenaria historia de los pueblos americanos se puede observar que las sociedades, naciones y repúblicas más pacíficas y democráticas incluían una equidad social y de género mucho mayor que aquellas otras que se distinguían por la violencia, la verticalidad y el predominio del patriarcado. Los incas y aztecas eran más violentos y patriarcales que los otros ejemplos disponibles. Por un lado el superávit de producción era acumulado en las elites dominantes a través de sus ejércitos. El dios de los aztecas, Huitzilopochtli, era el dios de la guerra que reemplazó a las deidades femeninas en el panteón de mitos para, luego de prometerles una tierra que ya estaba habitada, exigirles rituales de sacrificios humanos, los que cumplían la función política e imperial de impresionar a propios y ajenos. (*1)
Por otro lado, recordemos que en distintas culturas, la violencia y la guerra, desde los sacrificios rituales hasta la iniciación de los varones en la cultura de la guerra y la violencia como símbolo de masculinidad estaba directamente asociada a la dominación intra-social a través de la amenaza y el miedo inoculado al “extranjero”, al enemigo.
Cuando los imperios modernos surgieron, como fue el caso más reciente de Estados Unidos a finales del siglo XIX, el consenso radicaba en que los antimperialistas eran femeninos y cobardes, mientras que los imperialistas eran masculinos, violentos y siempre estaban dispuestos a iniciar alguna guerra. “Estoy a favor de casi cualquier guerra, y creo que este país necesita una”, decía Theodore Roosevelt, mientras el presidente McKinley era cuestionado en su sexualidad por no querer iniciar una contra España. (*2)
La guerra, una clase y una cultura violenta cumplen la funcionalidad de dominar las sociedades que la sostienen con el fin de perpetuar el poder de una elite que se beneficia de forma desproporcionada de esa sociedad que dice defender y proteger. Nada diferente a lo que ocurre hoy.
Los rituales de sacrificios humanos se suelen atribuir a los aztecas y otros pueblos mesoamericanos anteriores, no sin ironía y sin escándalo por los conquistadores que ejercieron una violencia varias veces mayor y cuando la civilizada Europa estaba en medio de su propios rituales religiosos de tortura y exterminio, como lo fueron por muchos siglos la conversión forzada, la Inquisición, las matanzas entre cristianos y la tortura y ejecuciones públicas de los ladrones pobres. A los sacrificios mesoamericanos se los etiquetó como barbarie y fanatismo, sin atender a la barbarie y el fanatismo de la nueva Europa capitalista que masacró infinitamente más vidas alrededor del mundo en base al fanatismo del dinero, algo aún más difícil de explicar que el sacrificio humano en nombre de algún dios lejano.
En cierta manera, los sacrificios humanos fueron reemplazados por rituales más abstractos y simbólicos, primero como sacrificio de animales y luego como ofrendas. Sin embargo, esta característica histórica y prehistórica, embebida en el código genético humano, no desapareció sino que se transformó. Hoy son los fascismos y las guerras de exterminio, que no solo son motivadas por intereses materiales sino que también son toleradas o justificadas por aquellos que no se benefician directamente, pero que reproducen el antiguo ritual del sacrificio de una minoría como forma de ejercitar esa energía violenta y, con frecuencia, genocida. Ese código genético que vive en lo más profundo de cada ser humano (en algunos bastante más que en otros) y, sobre todo, brilla cuando los individuos se funden en una horda, en una tribu urbana, en una secta social, en un partido político.
Como lo elaboramos en Moscas en la telaraña (2023), la comercialización de la existencia convirtió fortalezas ancestrales (la atención a los eventos negativos, el consumo de estimulantes, de calorías) en debilidades modernas. Igual, la violencia hacia el otro es tan antigua como la solidaridad, pero la primera es un reflejo de la sobrevivencia egoísta del individuo y la segunda hizo posible la sobrevivencia de las sociedades y una de las condiciones fundadoras de las civilizaciones.
La idea de libertad es antigua, pero casi nunca consideró la “igual-libertad”, una libertad ejercida desde el derecho ajeno. Siempre era la libertad del poderoso, la libertad el noble, del esclavista, del capitalista para decidir por los seres inferiores, los vasallos, los esclavos de grilletes, los esclavos asalariados. El concepto de “igual libertad” estuvo sugerido entre los primeros cristianos, cuando eran perseguidos, no perseguidores, pero se articula durante la Ilustración en Europa y como consecuencia doble de los humanistas y del profundo impacto que tuvo entre los conquistadores el mundo más democrático, más libre e igualitario de los nativos americanos. A principios del siglo XVI y, sobre todo a principios del siglo XVIII las ideas indígenas de América sobre la “igual libertad” (social, sexual, racial) y su antigua práctica democrática se hacen conscientes en Europa y se convierten en el centro del debate de la intelectualidad primero y de los pueblos más tarde.
Según Rousseau y sus seguidores contemporáneos, fue la invención de la agricultura, sobre todo con su creación de exceso de producción de alimentos, lo que puso final a las sociedades igualitarias. La disputa por la administración de ese exceso no sólo creó las primeras formas de Estado sino de clases sociales.
A esto debemos agregar la creación de religiones nacionalistas y más violentas sobre grupos más numerosos, capaces de imponer una coerción efectiva a través de una idea común del ser y del debe ser a través del miedo, el ritual, el terrorismo psicológico y el deber más allá de la vida propia.
Pero el descubrimiento europeo de América no sólo inspiró estas ideas utópicas o antieuropeas por parte de algunos filósofos de la Ilustración, de la misma creación idealista de Estados Unidos (en abierta contradicción con su realidad social de explotación, opresión y desigualdad), de los socialistas utópicos y de los socialistas científicos que le siguieron, sino que fueron un ejemplo que contradecía al mismo Rousseau sobre el pasaje de las sociedades igualitarias primitivas de los cazadores a las sociedades verticales de los agrícolas. En la naciones nativas de América podemos encontrar sociedades agrícolas, con sistemas altamente sofisticados e, incluso, más desarrollados que el europeo, con sociedades que no conocían la propiedad privada más allá del uso, menos para la posesión de la tierra que trabajaban de forma comunal, con una sociedad mucho más igualitaria, con un sistema religioso basado en la naturaleza, menos cohesivo y fanático que el europeo, y con un sistema político claramente más democrático.
El miedo a perder la propiedad privada de tierras y esclavos en la antigua Roma condujo a un fuerte incremento de las fuerzas punitivas (inexistentes en las complejas sociedades nativo-americanas, como la policía y los ejércitos) y, de forma simultánea, al deseo (y necesidad) del robo. No sin paradoja, la violencia y la represión fueron apoyadas y promovidas en nombre de la libertad, porque estaba ligada al poder de la propiedad privada de una minoría.
El capitalismo y, sobre todo el post capitalismo, han encontrado la piedra filosofal capaz de traducir de forma mágica el poder de los capitales en poder político, social, cultural y religioso. Este ejercicio de magia, además, es adictivo y es practicado por un único tipo psicológico entre cientos de otras características y habilidades humanas: la obsesión por la acumulación de dinero, su habilidad para acumularlo y su insensibilidad ante cualquier posible efecto negativo de esa adicción en el resto de la especie humana. En otras palabras, el prototipo ideal del exitoso multimillonario capaz de comprarse gobiernos enteros es alguien obsesionado con sus ganancias económicas. Un individuo radicalmente simplificado, monodimensional. ¿Qué perfil psicológico calza perfectamente en esta demanda funcional de crueldad, del ritual del sacrificio humano?
Uno de los aspectos de los psicópatas radica en su incapacidad por sentir compasión, empatía y un mínimo reflejo del dolor ajeno como propio. Esta incapacidad de emociones que explican la sobrevivencia de la especie humana y hasta animal, los lleva a lo contrario. De las pocas fuentes de placer a las que pueden recurrir para aliviar una vida insensible es el sexo (o sus substitutos) y el placer en el dolor ajeno.
Nos sorprendemos al observar cómo un presidente, un primer ministro, un senador o un exitoso hombre de negocios puede tomar decisiones que conducirán al dolor de miles, cuando no de millones de personas con un convencimiento seductor. Por lo general, se excusan en algo abstracto y arbitrario como la eficiencia y recurren a dar vuelta el significado de valores y emociones que llevan miles de años definidas de una forma simple y comprensible, como la compasión y solidaridad.
Un ejemplo contemporáneo son numerosos líderes sociales que el sistema capitalista ha encumbrado por su alta funcionalidad. La escritora Ayn Rand se puso al frente de la reacción contra la moral ganadora de la Segunda Guerra mundial que derrotó, militar y culturalmente al sadismo del fascismo en Occidente. En 2024, el presidente Milei de Argentina dijo en Washington que “la justicia social es violenta”. Un exabrupto encapsulado décadas atrás en píldoras para el consumo contra cualquier forma de sensibilidad social, como la de Ryan Ann 60 años antes: “la maldad es la compasión, no el egoísmo”.
No debemos sorprendernos de las políticas de la crueldad y tratar de justificarlas por fuera del sistema capitalista y por fuera de la más antigua psicología psicópata y del ritual del sacrificio humano: el dolor ajeno no es un efecto colateral de “medidas necesarias”; cumplen una función de control social y es el objeto de placer del psicópata y del ego colectivo que nunca lo reconocerá, ni siquiera ante un espejo. No es necesario tratar de entender, humanizando a estos exitosos individuos, como no es necesario entender por qué alguien puede violar a una persona y luego asesinarla. Ni siquiera un novelista necesita intentar sentir lo que siente el criminal. Basta con tomar nota de los hechos.
Las ideas de igual libertad y de democracia, aunque una tradición antigua en América, no dejan de ser algo reciente en la evolución humana. Es decir, no dejan de ser algo frágil desde el punto de vista neurológico, siempre ante el permanente acoso y amenaza del centro reptiliano de las cortezas más primitivas, más allá de la corteza frontal del cerebro humano. Todo eso que el capitalismo no limita sino todo lo contrario: reproduce, multiplica y concentra, sin ningún atisbo de emociones humanas, como un robot, como un Javier Milei, un Donald Trump o un Elon Musk―como el capital mismo.
Jorge Majfud. Resumen de un capítulo del libro Historia anticapitalista de Estados Unidos (a publicarse en 2025).
Throughout the millennial history of the American peoples, it can be observed that the most peaceful and democratic societies, nations, and republics included much greater social and gender equality than those that were characterized by violence, verticality, and the predominance of patriarchy. The Incas and Aztecs were more violent and patriarchal than the other examples available. On the one hand, surplus production was accumulated by the ruling elites through their armies. The Aztec god Huitzilopochtli was the god of war who replaced the female deities in the pantheon of myths in order to promise them a land that was already inhabited and then demand human sacrifice rituals, which served the political and imperial function of impressing both their own people and outsiders. (*1)
On the other hand, let us remember that in different cultures, violence and war, from ritual sacrifices to the initiation of men into the culture of war and violence as a symbol of masculinity, were directly associated with intra-social domination through the threat and fear instilled in the “foreigner,” the enemy.
When modern empires emerged, as was the case most recently with the United States at the end of the 19th century, the consensus was that anti-imperialists were feminine and cowardly, while imperialists were masculine, violent, and always ready to start a war. “I am in favor of almost any war, and I believe this country needs one,” said Theodore Roosevelt, while President McKinley was questioned about his sexuality for not wanting to start one against Spain. (*2)
War, a violent class and culture, serves to dominate the societies that sustain it in order to perpetuate the power of an elite that benefits disproportionately from the society it claims to defend and protect. This is no different from what is happening today.
Human sacrifice rituals are often attributed to the Aztecs and other earlier Mesoamerican peoples, not without irony and scandal by the conquistadors who exercised violence many times greater and when civilized Europe was in the midst of its own religious rituals of torture and extermination, such as forced conversion, the Inquisition, the killings among Christians, and the torture and public executions of poor thieves. Mesoamerican sacrifices were labeled as barbarism and fanaticism, without regard for the barbarism and fanaticism of the new capitalist Europe that massacred infinitely more lives around the world based on the fanaticism of money, something even more difficult to explain than human sacrifice in the name of some distant god.
In a way, human sacrifices were replaced by more abstract and symbolic rituals, first as animal sacrifices and then as offerings. However, this historical and prehistoric characteristic, embedded in the human genetic code, did not disappear but was transformed. Today, it is fascism and wars of extermination, which are not only motivated by material interests but are also tolerated or justified by those who do not benefit directly, but who reproduce the ancient ritual of sacrificing a minority as a way of exercising that violent and often genocidal energy. That genetic code lives deep within every human being (in some much more than in others) and, above all, shines when individuals merge into a horde, an urban tribe, a social sect, or a political party.
As we elaborated in Flies on the Web (2023), the commercialization of existence turned ancestral strengths (attention to negative events, consumption of stimulants, calories) into modern weaknesses. Similarly, violence towards others is as old as solidarity, but the former is a reflection of the selfish survival of the individual, while the latter made the survival of societies possible and was one of the founding conditions of civilizations.
The idea of freedom is ancient, but it almost never considered “equal freedom,” a freedom exercised from the rights of others. It was always the freedom of the powerful, the freedom of the noble, of the slave owner, of the capitalist to decide for inferior beings, vassals, slaves in chains, wage slaves. The concept of “equal freedom” was suggested among the early Christians, when they were persecuted, not persecutors, but it was articulated during the Enlightenment in Europe and as a double consequence of the humanists and the profound impact that the more democratic, freer, and more egalitarian world of the Native Americans had on the conquerors. At the beginning of the 16th century and, above all, at the beginning of the 18th century, the indigenous ideas of America about “equal freedom” (social, sexual, racial) and their ancient democratic practice became known in Europe and became the center of debate, first among intellectuals and later among the people.
According to Rousseau and his contemporary followers, it was the invention of agriculture, especially with its creation of excess food production, that put an end to egalitarian societies. The dispute over the administration of this excess not only created the first forms of the state but also social classes.
To this we must add the creation of nationalist and more violent religions over larger groups, capable of imposing effective coercion through a common idea of being and ought to be through fear, ritual, psychological terrorism, and duty beyond one’s own life.
But the European discovery of America not only inspired these utopian or anti-European ideas on the part of some philosophers of the Enlightenment, the idealistic creation of the United States (in open contradiction to its social reality of exploitation, oppression, and inequality), the utopian socialists and scientific socialists who followed, but also served as an example that contradicted Rousseau himself on the transition from primitive egalitarian societies of hunters to vertical societies of farmers. In the native nations of America, we can find agricultural societies with highly sophisticated systems that were even more developed than those in Europe, with societies that did not know private property beyond use, except for the possession of land that they worked communally, with a much more egalitarian society, with a religious system based on nature that was less cohesive and fanatical than the European one, and with a clearly more democratic political system.
The fear of losing private ownership of land and slaves in ancient Rome led to a sharp increase in punitive forces (nonexistent in complex Native American societies, such as police and armies) and, simultaneously, to the desire (and need) for theft. Paradoxically, violence and repression were supported and promoted in the name of freedom, because it was linked to the power of private property of a minority.
Capitalism, and above all post-capitalism, have found the philosopher’s stone capable of magically translating the power of capital into political, social, cultural, and religious power. This exercise in magic is also addictive and is practiced by a single psychological type among hundreds of other human characteristics and abilities: the obsession with accumulating money, the ability to accumulate it, and insensitivity to any possible negative effects of this addiction on the rest of the human species. In other words, the ideal prototype of the successful billionaire capable of buying entire governments is someone obsessed with their economic gains. A radically simplified, one-dimensional individual. What psychological profile fits perfectly with this functional demand for cruelty, for the ritual of human sacrifice?
One of the aspects of psychopaths lies in their inability to feel compassion, empathy, and even the slightest reflection of another’s pain as their own. This inability to feel emotions that explain the survival of the human and even animal species leads them to the opposite. Among the few sources of pleasure they can resort to in order to alleviate an insensitive life are sex (or its substitutes) and pleasure in the pain of others.
We are surprised to see how a president, prime minister, senator, or successful businessman can make decisions that will cause pain to thousands, if not millions, of people with seductive conviction. They usually excuse themselves with something abstract and arbitrary like “efficiency” and resort to turning the meaning of values and emotions that have been defined in a simple and understandable way for thousands of years, such as compassion and solidarity, on their head.
A contemporary example is the numerous social leaders whom the capitalist system has elevated for their high functionality. The writer Ayn Rand spearheaded the reaction against the winning morality of World War II, which defeated, militarily and culturally, the sadism of fascism in the West. In 2024, Argentine President Milei said in Washington that “social justice is violent.” An outburst encapsulated decades ago in pills for consumption against any form of social sensitivity, such as that of Ryan Ann 60 years earlier: “Evil is compassion, not selfishness.”
We should not be surprised by the politics of cruelty and try to justify them outside the capitalist system and outside the oldest psychopathic psychology and ritual of human sacrifice: the pain of others is not a side effect of “necessary measures”; it serves a function of social control and is the object of pleasure for the psychopath and the collective ego that will never recognize it, even in a mirror. It is not necessary to try to understand, humanizing these “successful individuals,” just as it is not necessary to understand why someone might rape a person and then murder them. Not even a novelist needs to try to feel what the criminal feels. It is enough to take note of the facts.
The ideas of equal freedom and democracy, although an ancient tradition in America, are still something recent in human evolution. That is, they are still fragile from a neurological point of view, always under the constant harassment and threat of the reptilian center of the most primitive cortices, beyond the frontal cortex of the human brain. Capitalism does not limit this, but rather reproduces, multiplies, and concentrates it, without any hint of human emotion, like a robot, like Javier Milei, Donald Trump, or Elon Musk—like capital itself.
Jorge Majfud. Summary of a chapter from the book Historia anticapitalista de Estados Unidos (Anti-Capitalist History of the United States, to be published in 2025).
Paso reedición de la novela El mismo fuego, publciada por Cuatro Lunas de Madrid. Estaremos a finales del próximo mes presentando esa en Madrid y otro libro en Valencia, publicado por la editorial PUV de la Universidad de Valencia. https://t.co/mV3QztOwvQpic.twitter.com/A3NdnUJGBV
Una generación antes de Cristo, Augusto liquidó la República romana apelando a la religión, presentándose como el preferido de Apolo, poniendo al senado bajo su autoridad y convirtiéndose en el primer emperador romano. Promovió la natalidad en las clases altas, el moralismo tradicionalista y la literatura patriótica, como la Eneida de Virgilio, escrita por encargo, un clásico de la propaganda política basada en hechos inexistentes sobre la pasada grandeza de Roma.
Augusto capitalizó la inestabilidad social del momento con un carismático, demagógico y estratégico discurso de hacer Roma grande de nuevo bajo el símbolo del Águila dorada. Medio milenio más tarde, Augústulo fue el último emperador del Imperio de Occidente, derrotado por los barbaros germanos.
El Imperio americano, el más poderoso de la historia de la humanidad, probablemente sea también el más breve. Ha sustentado ese título por un décimo del tiempo que duró el Imperio romano en Europa y por un centésimo de lo que duró el Imperio de Oriente.
Por su parte, China terminará con esa rara excepción histórica llamada el “Siglo de la humillación” y volverá a ser la mayor potencia económica, como lo ha sido por milenios. Esperamos que lo aprendido por China de esos cien años no la convierta en un imperio tipo franco-anglosajón y continúe su más antigua tradición de no someter pueblos del otro lado del planeta.
Es probable que Trump sea Augusto y Augústulo al mismo tiempo. Podríamos desear que el reemplazo de hegemonías no cumpla con la violenta Trampa de Tucídides, como no lo cumplió el reemplazo de Gran Bretaña por Estados Unidos, pero en ese caso había una continuidad estratégica del capitalismo anglosajón. La hegemonía pasó de un aliado al otro.
Ahora las diferencias son sustanciales y, sobre todo, la obsesión anglosajona por no permitir ninguna competencia global nos promete un conflicto mayor. Noroccidente se encuentra enfrentando no solo a un nuevo ejemplo de éxito, el de China comunista, sino también a su propia pobreza nacional y a su derrumbe internacional. Ya no solo exporta violencia, como lo ha hecho históricamente, sino que la consume en su mercado interno. Como solución, apela a la narrativa de estilo religioso de siempre, negadora de cualquier evidencia en contra.
Uno de sus sermones más recientes ha sido justificar el éxito del socialismo chino con el capitalismo de Estado norteamericano, a pesar de que las corporaciones chinas están por debajo del gobierno comunista, mientras en Occidente están por encima y a pesar de que la economía china está planificada por el gobierno, no por las corporaciones. China posee una economía de mercado (algo que el capitalismo no inventó, sino que limitó) pero no es un país capitalista. Es un país comunista en un mundo todavía capitalista.
Más allá de su poder material, lo que a Noroccidente le preocupa es lo que lo ha movido por generaciones: la necesitad de abortar ejemplos de éxito que no sea “El único modelo posible”: el capitalismo corporativo. El éxito anglosajón no se basó en el capitalismo, sino en el imperialismo ultramarino. Los países capitalistas que cumplieron la función de proveedores coloniales a precio de miseria, fueron más capitalistas que Estados Unidos.
Ahora el ejemplo del éxito anglo-capitalista comienza a degradarse por la pérdida de poder global y por sus graves contradicciones internas, propias del capitalismo, y afloran de forma cruda: casi un millón de personas viviendo en las calles de Estados Unidos; epidemias de adicción y muertes por sobredosis; masacres periódicas; odio étnico para disimular una despiadada lucha de clase; estudiantes endeudados hasta convertirse en esclavos indenture; diferencias sociales en aumento; criminalidad que no puede ser reducida; fascismo en ascenso y reconocimiento, hasta hace pocos años impensable, de que la democracia liberal (el circo político de la plutocracia) ya no sirve; reconocimiento (ahora desde la derecha pobre y de los capitalistas ricos) de que la democracia no funciona y nunca funcionó; de que los oligarcas han tomado Washington, ahora sin máscaras, para terminar de secuestrar eso que se llamaba democracia y multiplicar sus arcas invirtiendo en las guerras del fin del mundo…
Ahora, si por un lado la política del ejemplo exitoso (la derecha, por ponerlo de una forma simplificada) y las narrativas sobre la democracia y la libertad han entrado en estado de pánico y catarsis de confesión, por el otro (la izquierda), algunos tabúes y tótems se han quebrado para siempre. Por ejemplo, de repente millones de estadounidenses comienzan a considerar obviedades, como:
1. El patriotismo es otra forma de silenciar la verdad y mantener la justicia con los ojos vendados.
2. El problema no es la democracia, sino su substituto: el secuestro de todo un país y del mundo por parte de la oligarquía tecno-financiera anglosajona.
3. El fracaso del dogma neoliberal de que las corporaciones privadas lo hacen mejor y más barato.
4. La criminalidad y corrupción descontrolada de los gobiernos paralelos, como la NSA, la CIA, Wall Street y Silicon Valley.
5. El quiebre del consenso sobre el rol bondadoso del Imperio. Antes de la confirmación de Merco Rubio como Secretario de Estado, mientras era esposado en el Capitolio, un activista gritó lo que piensan millones: “Rubio es un sediento de sangre… sólo quiere mantenernos en un estado de guerra perpetua; liberen a Cuba de las sanciones que matan gente. Libertad para Palestina”. Otros excombatientes fueron arrestados por gritarle a Blinken: “Necesitamos dinero aquí, no para bombardear niños en Gaza”.
6. La compra de políticos, senadores y representantes por parte de los mayores lobbies en Washington. En enero de 2025, el senador Bernie Sanders, refiriéndose a Netanyahu y el lobby israelí AIPAC, dijo: “la mayoría de los estadounidenses no quiere que apoyemos un gobierno que mata niños; pero si lo dices, te vas a enfrentar al AIPAC y otros millonarios y vas a perder las elecciones… Muchos senadores me dicen ‘Dios, lo que está haciendo Netanyahu es monstruoso, pero no puedo votar en contra porque van a destruir mi carrera política’. Saben que si no se complace a las corporaciones, perderán las elecciones…”
Ninguna de estas críticas e ideas son nuevas. Muchos venimos escribiendo sobre esto desde los años 90. No desde antes porque no habíamos nacido. Lo nuevo es que, al mismo tiempo que la política fascista de los superricos toma el poder en la Casa Blanca, apoyados por una mayoría de la población consumidora de sus productos, una nueva y creciente minoría ha salido del closet con una mayor conciencia de la de fato lucha de clases.
El lunes 20 asume otra vez Donald Trump. Solo su rosto adusto dice mucho. Ni sus seguidores están esperanzados. Como diría Jorge Luis Borges, no los une el amor, sino el espanto. Como escribió la italiana Oriana Fallaci en 2001 y criticamos como el inicio de una Era peligrosa (“El lento suicidio de Occidente” 2002), los une “la rabia y el orgullo”.
Ahora, tampoco debemos perder de vista que cuanto más progresa la derecha nacionalista, fascista y feudocapitalista, más se hace evidente un quiebre que recurra a la izquierda, como siempre―y, como nunca desde hace un siglo, de una forma radical.
Con el fulminante (y arreglado) derrocamiento de Bashar al-Assad, la guerra civil en Siria, promovida desde el exterior, no ha terminado. Por el contrario, entrará en una nueva fase, a medida que continuamos avanzando hacia a una Guerra total por sobre el Anillo de Fuego.
Es cuestión de meses, tal vez semanas, el reagrupamiento de combatientes voluntarios con el ejército sirio en milicias y de un caos que no podrá controlar el eje Washington-Tel Aviv tan fácil, fanáticos supremacistas expertos en demoliciones pero incapaces de construir nada. Desde los muyahidines, los talibán, Al Qaeda y el Isis, los “rebeldes” y “luchadores por la libertad”, entre otros, nunca ningún Frankenstein creado por Occidente terminó bien, ni siquiera para sus propios intereses.
Mientras, China, que es el primer y último objetivo de esta ofensiva imperialista, continúa durmiendo la siesta de su prosperidad económica, mientras sus aliados (Rusia, Irán, Yemen y todas las milicias menores que resisten en el Anillo de Fuego) se desangran para cubrir las espaldas del gigante encastrado en el continente asiático. Más allá de su incremento en gasto militar y tecnológico, parece no querer ver que, a largo plazo, el ajedrez geopolítico la puede encontrar no tan bien parada como el mundo presume.
With the lightning (and arranged) overthrow of Bashar al-Assad, the externally promoted civil war in Syria is not over. On the contrary, it will enter a new phase as we continue to move towards an all-out war across the Ring of Fire.
It is a matter of months, perhaps weeks, of the regrouping of volunteer fighters with the Syrian army into militias and of a chaos that will not be so easily controlled by the Washington-Tel Aviv axis, supremacist fanatics skilled in demolitions but incapable of building anything. From the mujahideen, the Taliban, Al Qaeda and Isis, the “rebels” and “freedom fighters”, among others, no Frankenstein created by the West ever ended well, not even for its own interests.
Meanwhile, China, which is the first and last target of this imperialist offensive, continues to nap its economic prosperity while its allies (Russia, Iran, Yemen, and all the minor militias that resist in the Ring of Fire) bleed themselves dry to cover the backs of the giant embedded in the Asian continent. Beyond its increase in military and technological spending, it seems not to want to see that, in the long term, the geopolitical chess game may not find it as well off as the world presumes.
JM, december 2024
Síria, apenas um passo mais para o inferno. Por Jorge Majfud
É uma questão de meses, talvez semanas, até que os combatentes voluntários se reagrupem com o exército sírio em milícias.
09/12/2024
Por Jorge Majfud.
Com a fulminante (e organizada) derrubada de Bashar al-Assad, a guerra civil patrocinada externamente na Síria não acabou. Pelo contrário, ela entrará em uma nova fase, à medida que continuamos a nos mover em direção à guerra total no Anel de Fogo.
É uma questão de meses, talvez semanas, até que os combatentes voluntários se reagrupem com o exército sírio em milícias e caos que não serão tão facilmente controlados pelo eixo Washington-Tel Aviv, fanáticos supremacistas especializados em demolição, mas incapazes de construir qualquer coisa. Desde os mujahideen, o Talibã, a Al Qaeda e o Isis, os “rebeldes” e os “combatentes da liberdade”, entre outros, nenhum Frankenstein criado pelo Ocidente jamais terminou bem, nem mesmo para seus próprios interesses.
Enquanto isso, a China, que é o primeiro e último alvo dessa ofensiva imperialista, continua a tirar uma soneca de sua prosperidade econômica, enquanto seus aliados (Rússia, Irã, Iêmen e todas as milícias menores que resistem no Anel de Fogo) sangram para cobrir as costas do gigante incrustado no continente asiático. Além do aumento de seus gastos militares e tecnológicos, parece não querer ver que, a longo prazo, o jogo de xadrez geopolítico pode encontrá-la não tão bem posicionado quanto o mundo supõe.
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