Para celebrar el éxito en las elecciones para renovar parte del Congreso, el presidente argentino Javier Milei saludó al presidente de Estados Unidos, quien le había prometido una fortuna de rescate a su plan económico si el pueblo lo apoyaba. No era una amenaza para el presidente sino para el pueblo.
“Cuente conmigo para dar la batalla por la civilización occidental”, le escribió Milei, eufórico por los resultados de las urnas.
Con el mismo entusiasmo y megalomanía, la ministra de Seguridad Nacional de Argentina, Patricia Bullrich, escribió:
“Vamos a cambiar la Argentina para siempre”.
El poder embriaga y la euforia nubla la memoria. Esa ha sido la historia de la Argentina por muchas generaciones.
No sólo de la Argentina. Veinticinco siglos antes, el lidio Creso, confiando en su talento para malinterpretar oráculos, le preguntó a la pitonisa de Delfos si debía atacar Persia. La respuesta fue:
“Si cruzas el río Halis, destruirás un gran imperio.”
Entusiasmado, Creso formó alianzas, cruzó el río y destruyó su propio imperio.
Los oráculos son mejores prediciendo el desastre que el éxito.
Cuentan algunas crónicas de la época que Ciro de Persia lo perdonó poco antes de ejecutarlo. Creso terminó sus días como consejero de Ciro.
Gracias Presidente @realDonaldTrump por confiar en el pueblo argentino. Usted es un gran amigo de la República Argentina. Nuestras Naciones nunca debieron dejar de ser aliadas. Nuestros pueblos quieren vivir en libertad. Cuente conmigo para dar la batalla por la civilización… pic.twitter.com/G4APcYIA2i
En 2002, el presidente democráticamente electo de Venezuela, Hugo Chávez, fue secuestrado y recluido en la isla La Orchila. Corina Machado, varios empresarios y el New York Times apoyaron el golpe. La oposición proclamó a Pedro Carmona (empresario y miembro del Opus Dei) como nuevo presidente. Carmona decretó la disolución de la Asamblea Nacional, la Corte Suprema y otras instituciones. Machado firmó la declaración de apoyo a esas medidas.
El New York Times saludó el golpe encabezado por “un respetado hombre de negocios”, el que tenía como propósito acabar con la dictadura electa en Venezuela. Según documentos desclasificados, la CIA sabía que George Bush sabía. El 25 de abril, el Times informó que este dinero para la agitación social previa al golpe había sido canalizado por terceros, como el National Endowment for Democracy,con877.000 dólares. Según un cable del 13 de julio de 2004, organizaciones como la USAID habían enviado casi medio millón de dólares para proveer “entrenamiento para los partidos políticos”. El cubano Otto Reich (uno de los organizadores del acoso de los Contras en Nicaragua y parte de la maniobra Irán-Contras) fue otro encargado de contribuir al golpe.
Devuelto al poder por las protestas populares, Chávez indultó a varios responsables del golpe de Estado. Entre ellos, los opositores Henrique Capriles y Leopoldo López, quienes continuarán su actividad política “denunciando la dictadura”. El 14 de agosto, el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela absolverá a los militares Efraín Vásquez, Pedro Pereira, Héctor Ramírez y Daniel Comisso, también participantes del golpe de Estado “contra la dictadura”.
Frustrado por el fracasado, el 23 de agosto de 2005 el influyente televangelista Pat Robertson, frente a las cámaras de televisión de su poderoso Club700, se dirigió a un millón de fieles para proponer asesinar a Hugo Chávez “pordestruir la economía de Venezuela, por permitir la infiltración de los comunistas y de los islámicos en su gabinete”. No importa que nada de esto sea cierto.“La opción de un asesinato es claramente más económica que lanzar una guerra… no creo que con esto vayamos a interrumpir el suministro de petróleo desde Venezuela… tenemos la doctrina Monroe y otras doctrinas para aplicar”. El influyente pastor, amigo del dictador Efraín Ríos Montt de Guatemala y de otros genocidas cristianos como Roberto D’Aubuisson de El Salvador o Mobutu Sese Seko de Zaire, quería asesinar a un presidente legítimo elegido por el pueblo que, además, era un ferviente cristiano.
El 9 de diciembre de 2007, en la University of Miami, una voz de evento anunció, para la cadena Univision, el “Primer Foro Presidencial del Partido Republicano en español”, mencionando las reglas: en el foro no se hablará español.
Una de las moderadoras del no debate fue la simpática María Elena Salinas.
Salinas: “Hace exactamente una semana Venezuela rechazó cambios a la constitución del Presidente Hugo Chávez…”
Los aplausos interrumpen a María Elena, quien hizo algún esfuerzo por impedir una sonrisa.
Salinas: “Muchos creen que Chávez es una amenaza para la democracia en la región. Si usted fuera presidente ¿cómo lidiaría con Chávez?”
Paul: “Bueno, él no es la persona más fácil con quien lidiar, pero tenemos que lidiar con todas las personas en el mundo de la misma manera, con amistad, oportunidad de dialogar y comerciar con…”
Los abucheos lo interrumpen. Ron Paul, con su mirada cansada pero con el rostro ya curtido por largos años de disidente, insiste, imperturbable, tal vez resignado.
Paul: “…hablamos con Stalin, hablamos con Krushev. Hablamos con Mao y hemos hablado con el mundo entero y de hecho estamos en un momento en que debemos hablar con Cuba.”
Ahora los abucheos crecen como un huracán sobre Miami.
Paul: “…y viajar a Cuba y tener comercio con Cuba. Pero déjenme decirles por qué tenemos problemas con ellos: porque hemos estado metidos en sus asuntos internos hace tanto tiempo… Nosotros creamos a los Chávez, a los Castros de este mundo, interfiriendo y creando caos en sus países y ellos respondieron con sus líderes legítimos”.
Los abucheos alcanzan su clímax. Miami se lo quiere comer crudo, sin ron. Las reglas civilizadas del Foro obligan a seguir indiferentes al próximo candidato, que ha escuchado muy bien la voz del pueblo.
Huckabee (futuro embajador de Trump en Israel): “Aunque a Chávez lo eligieron, no lo eligieron para ser un dictador… Mi mamá decía: “si uno le da suficiente soga a alguien, se van a colgar” y yo pienso…”
Giuliani: “Yo estoy de acuerdo con la manera en que el rey Juan Carlos le habló a Chávez. (Aplausos) Mejor que lo que quiere hacer el congresista Paul… Hay esperanza de que la gente entienda la necesidad de mercados abiertos, de la libertad… Yo creo que al presidente Calderón, lo eligieron, pero yo creo que Chávez tuvo algo que ver con eso…”
Sin contar con la participación de Corina Machado en el golpe del 2002 (se podría decir que eso ocurrió hace dos décadas y todos pueden corregir en la marcha) sus últimas peticiones públicas, en 2025, a una invasión militar de Estados Unidos a Venezuela, la inhabilitaban para cualquier Nobel de la Paz.
La tan deseada invasión de Venezuela, vieja brutalidad imperialista apoyada por el clásico cipayismo del colonizado con privilegios, dejaría miles de muertos, sino una guerra civil o una nueva Palestina a la cual desangrar con sucesivos bombardeos y estratégicos “acuerdos de paz”.
Hasta Henrique Capriles se opuso a esa petición. Al mismo tiempo que Corina Machado golpeaba las puertas del Pentágono, a finales de agosto Capriles reconocía algo de mero sentido común: “la mayor parte de las personas que quieren una invasión de Estados Unidos no viven en Venezuela”. No así Juan Guaidó; todos saben, es un mercenario barato y ni los venezolanos de Florida lo quieren.
Si querían premiar a alguien de la oposición en Venezuela, es bastante obvio que había muchos otros venezolanos de a pie que están allá luchando, legítimamente, por sus convicciones y sin dinero extranjero o de grandes capitales. Si querían intervenir en la política venezolana de una forma menos obscena, podrían haber considerado que el dinero del Nóbel los hubiese financiado por un tiempo. Pero no, tenía que ser Corina Machado.
Parece bastante obvio que el petróleo, la “malbendición” de Venezuela, es el factor central en todo esto. Justo cuando Trump asesina a desconocidos venezolanos en el Caribe, buscando distraer al pueblo estadounidense y una excusa para invadir Venezuela, premian a una figura conocida que llama a una invasión. No la premian con el Nobel de Business sino con el “Nobel de la Paz”. Esas ejecuciones sumarias a piacere, sin juicio debido, fueron aplaudidas por Corina Machado. En Fox News, las calificó de “valentía y claridad ante una empresa criminal que trae miseria a nuestro pueblo y desestabiliza la región para dañar a los Estados Unidos”.
Claro, qué se puede esperar de un galardón, más famoso que prestigioso, que distinguió a genocidas históricos como Henry Kissinger y a ángeles como Obama quien, mientras sonreía, bombardeaba todo lo que se movía en el Medio Oriente, récord que incluye desde niños masacrados por drones hasta la destrucción de Libia, un país con un desarrollo remarcable y con un independentismo peligroso. Siempre en nombre de la democracia y la libertad que, en Estados Unidos hoy, ya ni siquiera se respeta en los discursos.
Ni una sola mención de la prensa oligárquica latinoamericana, europea y estadounidense sobre los reclamos fundados de fraude en las elecciones de Ecuador (estado de sitio, militarización, prohibición de fotografías de papeletas, menos votos de la oposición en el ballotage que en la primera vuelta, algo inaudito para la historia de las elecciones, etc).
En el caso de Venezuela ya habían acusado fraude pocas horas después de los resultados. Aunque la realidad política de Uruguay es bastante difernte a la de Ecuador, debemos insistir que el problema comunicacional es crítico tanto en uno como en el otro, con diferente grado de gravedad.
Suena muy bien cuando el presidente uruguayo Yamandú Orsi habla de «Hacer y no hablar», pero es un viejo error de la izquierda en un contexto copado por la propaganda y la extorsión oligárquica. Ya sé, estoy en minoría sobre esta insistencia. Minoría incluso en los movimientos populares de América latina. Pero también sé que todo cambia.
O bilionário CEO da Palantir, Alex Karp, espetou um clássico do século XIX: «Não acho que todas as culturas sejam iguais… O que estou dizendo é que esta nação [os Estados Unidos] é incrivelmente especial e não devemos vê-la como igual, mas como superior.»
Por Jorge Majfud.
Em 4 de março de 2025, em um discurso na Universidade de Austin, o bilionário CEO da Palantir, Alex Karp, espetou um clássico do século XIX: “Não acho que todas as culturas sejam iguais… O que estou dizendo é que esta nação [os Estados Unidos] é incrivelmente especial e não devemos vê-la como igual, mas como superior.” Como detalhamos no livro Plutocracia: tiranossauros do Antropoceno (2024) e em vários programas de televisão (2, etc.), Karp é membro da seita do Vale do Silício que, com o apoio da CIA e da corpoligarquia de Wall Street, promove a substituição da democracia liberal ineficiente por uma monarquia corporativa.
Agora, nossa nação, nossa cultura, é superior em quê? Em eficiência para invadir, escravizar, oprimir outros povos? Superior em fanatismo e arrogância? Superior na psicopatologia histórica das tribos que acreditam que são escolhidas por seus próprios deuses (que coincidência) e, longe de ser uma responsabilidade em solidariedade com “os povos inferiores”, torna-se automaticamente uma licença para matar, roubar e exterminar o resto? A história da colonização anglo-saxônica da Ásia, África e Américas não é a história da expropriação de terras, bens e exploração obsessiva de seres humanos (índios, africanos, mestiços, brancos pobres) que eram vistos como instrumentos de capitalização e não como seres humanos? De que estamos falando quando falamos de “cultura superior” como essa, com aquelas afirmações indiscriminadas e com um conteúdo religioso místico oculto, mas forte, como foi o Destino Manifesto?
Não apenas respondemos a isso nos jornais há um quarto de século, mas naquela época alertamos sobre o fascismo que iria matar aquele orgulhoso Ocidente que agora reclama que seus inimigos estão cometendo suicídio, como Elon Musk disse dias antes. Um desses extensos ensaios, escrito em 2002 e publicado pelo jornal La República do Uruguai em janeiro de 2003 e pela Monthly Review de Nova York em 2006, foi intitulado “O lento suicídio do Ocidente”.
Essa ideologia do egoísmo e do indivíduo alienado como ideais superiores, promovida desde Adam Smith no século XVIII e radicalizada por escritores como Ayn Rand e presidentes de potências mundiais como Donald Trump e fantoches neocoloniais como Javier Milei, revelou-se pelo que é: supremacia pura e dura, patologia canibal pura e dura. Tanto o racismo quanto o patriotismo imperialista são expressões da egomania tribal, ocultas em seus opostos: o amor e a necessidade de sobrevivência da espécie.
Para dar um verniz de justificativa intelectual, os ideólogos da direita fascista do século 21 recorrem a metáforas zoológicas como a do Macho Alfa. Esta imagem é baseada na matilha de lobos das estepes, onde uma pequena alcateia segue um macho que os salvará do frio e da fome. Uma imagem épica que seduz milionários que nunca sofreram de fome ou frio. Para os demais que não são milionários, mas representados como ameaçados por aqueles que estão na base (ver “O paradoxo das classes sociais“), o Macho Alfa é a tradução ideológica de uma catarse do historicamente privilegiado que vê que seus direitos especiais perdem o adjetivo especial e se tornam apenas direitos, um substantivo nu. Ou seja, reagem furiosamente à possível perda de direitos especiais de gênero, classe, raça, cidadania, cultura, hegemonia. Todos os direitos especiais justificados como no século XIX: “temos o direito de escravizar os negros e saquear nossas colônias porque somos uma raça superior, uma cultura superior e, por isso mesmo, Deus nos ama e odeia nossos inimigos, a quem devemos exterminar antes que eles tenham a mesma ideia, mas sem nossos bons argumentos.”
Ironicamente, a ideia de ser “escolhido por Deus” ou pela natureza não impele os fanáticos a cuidar de “humanos inferiores”, como cuidam de seus animais de estimação, mas muito pelo contrário: o destino dos inferiores e fracos deve ser escravidão, obediência ou extermínio. Se eles se defendem, são terroristas.
A versão mais recente desses supremacismos que cometem genocídio na Palestina ou no Congo com orgulho e convicção fanática e demonizam as mulheres nos Estados Unidos que exigem direitos iguais, mais recentemente encontrou sua metáfora explicativa na imagem do Macho Alfa do Lobo da Estepe. No entanto, se prestarmos atenção ao comportamento desses animais e de outras espécies, veremos uma realidade muito mais complexa e contraditória.
O professor da Universidade Emory, Frans de Waal, por décadas um dos mais renomados especialistas no estudo de chimpanzés, assumiu a responsabilidade de demolir essa fantasia. A ideia do macho alfa vem dos estudos dos lobos na década de 40, mas, não sem ironia, o próprio de Waal lamentou que um político americano (o ultraconservador e presidente da Câmara dos Representantes, Newt Gingrich) popularizou seu livro Chimpanzee Politics (1982) e o conceito de macho alfa, pelos motivos errados.
Os machos alfa não são valentões, mas líderes conciliadores. “Os machos alfa entre os chimpanzés são populares se mantiverem a paz e trouxerem harmonia ao grupo.” Quando um verdadeiro líder adoece (o caso mencionado pelo chimpanzé Amós), ele não é sacrificado, mas o grupo assume seus cuidados.
De acordo com de Wall, “devemos distinguir entre domínio e liderança. Existem machos que podem ser a força dominante, mas esses machos terminam mal no sentido de que são expulsos ou mortos… Depois, há os homens que têm qualidades de liderança, que separam brigas, defendem os oprimidos, confortam os que sofrem. Se ele tem esse tipo de macho alfa, então o grupo se junta a ele e permite que ele permaneça no poder por um longo tempo.” Esse tempo é geralmente de quatro anos, embora haja registros de machos alfa que foram líderes por 12 anos, que costumavam distribuir alimentos e manter uma aliança política com outros líderes mais jovens. De acordo com de Waal, o líder macho alfa será julgado por sua capacidade de resolver conflitos e estabelecer uma ordem pacífica para sua sociedade.
Em um conflito, os líderes alfa “não tomam partido de seu melhor amigo; eles evitam ou resolvem brigas e, em geral, defendem os mais azarões. Isso os torna extremamente populares no grupo porque fornecem segurança para membros de baixo escalão.”
O macho alfa é o líder porque tem o apoio da maioria das fêmeas e de alguns machos, mas outros machos jovens sempre usarão a mesma estratégia para destroná-lo e se impor como dominantes: primeiro eles começam com provocações indiretas e distantes para testar a reação do líder. Se não houver reação, o jovem mais forte tentará conquistar outros jovens do sexo masculino para aumentar suas provocações que estão ganhando terreno e se tornando mais violentas. Então ele conquista aliados, com alguns favores. Embora o candidato alfa não se importe com bebês, mas com poder, ele tenta ser afetuoso com os filhos de diferentes mulheres, exatamente como os políticos fazem na campanha eleitoral.
Março de 2025
Jorge Majfud é escritor e professor de Literatura Latino-americana na Universidade de Jacksonville, Flórida.
Según los votantes de Donald Trump, el hecho de que su candidato apoye el racismo y la xenofobia son problemas que no deben distraernos del objetivo principal que es ganar primero las elecciones y luego resolver esos problemas.
Según los votantes de Kamala Harris el hecho de que su candidato apoye el genocidio en Gaza, la ocupación en Palestina y los bombardeos en el Líbano son problemas que no deben distraernos del objetivo principal que es ganar primero las elecciones y luego resolver esos problemas.
En las elecciones de Estados Unidos (y en la de muchos otros países) nos hemos acostumbrado, desde hace mucho, a que primero debemos ganar las elecciones para luego seguir nuestros principios ideológicos, éticos y morales. ¿No se supone que una política decente debe proceder al revés? ¿Primero los principios éticos y morales, luego los resultados?
¿No será que algún margen de los votantes priorizan los principios sobre los resultados y ese margen puede decidir los resultados electorales, al menos una vez en la vida?
Por años hemos insistido que la mayor debilidad de la izquierda contemporánea ha sido la pérdida de coraje en la defensa de sus principios históricos. Desde un punto de vista electoral, tiene una segunda gran debilidad: suele carecer de un candidato arrimavotos, alguien superfluo, vacío, arrogante, que se venda fácil a un sector social educado por los influecers en los medios administrados por las corporaciones tecnológicas de Silicon Valley y Wall Street.
La izquierda latinoamericana siempre fue más diversa que la derecha y se caracterizó en gran medida por si falta de unión. Tal vez esto se deba a que la derecha es el partido de los negocios y la acumulación de capitales y no se necesitan muchas ideas para algo tan simple. Recientemente el apoyo del PCV a las fuerzas de la derecha me recordó a una página de mi último libro que aún duerme en una editorial mexicana (esa tradicional siesta para la cual no tengo paciencia). Uno de los grupos más radicales de la izquierda armada en sus orígenes, “Bandera Roja” tiene un pasado muy curioso, pero consistente con lo que decía antes. Por supuesto que la CIA siempre realizó un intenso y persistente trabajo. Pego media página del libro referido, a publicarse este año:
(Otro artículo perdido por este sitio, todavía localizable en Página12, 2007 , republicado aquí debido a su resignificación a la luz de 20 años de cambio ideológico en el mundo)
Veinte o treinta años atrás en el Cono Sur era suficiente declararse izquierdista para ir a la cárcel o perder la vida en una sesión de tortura. Casi la mayoría de los ciudadanos y casi todos los medios de prensa cuidaban –de formas diversas– de identificarse con la derecha. Ser de derecha no sólo era políticamente correcto sino, además, una necesidad de sobrevivencia.
La valoración de este ideoléxico ha cambiado de forma dramática. Lo demuestra un reciente juicio que tiene lugar en Uruguay. Búsqueda, un semanario muy conocido, ha entablado juicio contra un senador de la república, José Korzeniak, porque lo definió como “de derecha”. Si esta actitud fuera generalizada, tendríamos que decir que la censura ya no procede del poder político hacia los medios de comunicación, como antes, sino de los medios de comunicación hacia los políticos en el poder. Lo cual sería una interesante rareza histórica.
Otra rareza la constituye el proceso. La jueza del caso debió llamar a diferentes testigos para definir qué es derecha y qué es izquierda. Se asume que el proceso judicial debe resolver un problema filosófico que nunca ha quedado cerrado ni resuelto. El ejercicio dialéctico es totalmente saludable, pero la forma y el lugar resultan por lo menos surrealistas.
Supongo que si se demostrase que Búsqueda no es de derecha el senador perdería el juicio, pero si se demostrase lo contrario, sería absuelto de su delito. No obstante, de aquí se desprende otro problema. ¿Cómo es delito la libertad de expresión? ¿Qué importa si Búsqueda es de derecha o es de izquierda para la ley? ¿Por qué se debería considerar un insulto o un delito civil ser de derecha? ¿No es de derecha toda la oposición al gobierno y quién sabe si no también el gobierno mismo desde algún punto de vista más radical?
Descartamos las pretensiones de independencia, de neutralidad o de objetividad, porque esas supersticiones ya fueron demolidas por pensadores como Edward Said. Nada en la cultura es neutral, aunque la voluntad de objetividad sea una virtud utópica a la que no debemos renunciar. Parte de la honestidad intelectual consiste en reconocer que nuestro punto de vista es humano y no necesariamente el punto de vista de Dios. Históricamente se prescribe neutralidad política sólo cuando se trabaja a favor de un statu quo, ya que todo orden social implica una red de valores políticos impuesta por la violencia de su pretendida neutralidad.
Si el senador es de izquierda o de derecha, si este o aquel diario son de izquierda o de derecha, eso le corresponde juzgar a cada ciudadano. Lo único que cada ciudadano debe exigirle a la ley, a la justicia, es que respete y proteja su derecho de opinar lo que se le antoje y su derecho a hacerlo en cualquier medio. En una sociedad abierta, la censura sólo debería proceder de la razón o de la fuerza de los argumentos. Si fuese posible un consenso social sobre un tema x, éste debería derivar de la más absoluta libertad de expresión y no de la imposición de la fuerza de alguna autoridad o del miedo al “delito de opinión”.
¿Es que los uruguayos, que tanto nos enorgullecemos de nuestra tradición democrática, todavía no podemos superar los parámetros mentales de la dictadura? ¿Por qué ese miedo a la libertad?
En muchos de nuestros países todavía proliferan los juicios por razones de “honor”. La impronta del duelo a muerte –herencia de los violentos caballeros de la Edad Media– proyecta sus trazas sobre una mentalidad anacrónica. Como el célebre “honor de las armas”, ideoléxico paradójico si los hay, ya que nada menos indicado para ostentar honor que los instrumentos de la muerte.
Alguien podría argumentar que si Juan me insulta eso mancha mi honor. Sin embargo, aun en ese extremo, en una sociedad abierta yo tendría el mismo derecho a responder al hipotético agravio usando los mismos medios. Pero la misma idea de que alguien puede agraviar a otra persona recurriendo al insulto es una construcción equívoca: quien insulta gratuitamente insulta su propia inteligencia. Si supiésemos desarrollar una cultura de la libertad y desterrar el implícito miedo al debate y la disidencia, el insulto sería un recurso indeseado como lo es hoy batirse en un ridículo duelo de armas. Por la misma razón, dejaríamos de confundir las críticas con el agravio personal.
Puedo entender que la apología del delito sea considerada un delito en sí, pero todavía no hemos podido demostrar cabalmente que llamar a alguien o a un medio de prensa con el título de “derecha” sea una apología del delito. Primero, porque ser de derecha no induce necesariamente (de forma directa y deliberada) al robo o al crimen. Segundo, porque conocemos personas que creen honestamente que ser de derecha es una virtud y no un insultante defecto. Tercero, porque nadie está a salvo de actos y de opiniones de derecha.
* Escritor uruguayo. Profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Georgia, EE.UU. Entre otros libros, publicó La reina de América y La narración de lo invisible.
“Milei insta a Maduro a realizar elecciones libres en Venezuela” rezan los titulares del continente. Para redondear el efecto propagandístico, les ofreció refugio a los opositores, como si sus vidas corriesen peligro, como sí era el caso de sus admiradas dictaduras liberales, como la de Pinochet, admirada por sus admirados Milton Friedman y Friedrich von Hayek quien, en Chile, 1981, lo dejó más que claro: “Prefiero una dictadura liberal a una democracia que no respete el liberalismo”.
No voy a defender aquí la proscripción de políticos a las elecciones de ningún país, pero recordemos que la empresaria María Corina Machado, por su conocido historial golpista y entreguista, también hubiese sido proscrita de las elecciones en muchos países como en Estados Unidos. Vayamos más allá de la adoctrinación histórica y sistemática de los medios hegemónicos y del discurso cristalizado por siglos de tradición imperial (Entre los ideoléxicos secuestrados y de mayor efectividad están “libertad” y “adoctrinación” y que urge rescatar sin timideces).
Observemos que tampoco las elecciones son libres cuando las corporaciones compran políticos con miles de millones de dólares en donaciones, les escriben las leyes, llevan de vacaciones a los jueces de la Suprema Corte, dominan los medios creadores de realidades paralelas y son los primeros en contratar mercenarios tipo Team Jorge que manipulan a los electores al mejor postor―que, no por casualidad, suelen compartir la misma ideología de los grandes negocios, todo en nombre de “freedom, freedom” (“la libertad, carajo”) y contra la “adoctrinación de niños inocentes”.
La hipócrita invocación a “nosotros somos una democracia” ha servido desde el siglo XIX para que los imperios occidentales impongan su brutalidad genocida en las colonias a las que vampirizaban y exterminaban, con un récord de cientos de millones de muertos. Historia que continúa hoy con los niños esclavos en África y en gran parte de las naciones estratégicamente endeudadas, fanatizadas y adoctrinadas del Sur Global. El mismo argumento que usa el Estado de Israel y los cristianos sionistas para justificar las históricas violaciones a los derechos humanos de los palestinos desde hace un siglo. Les cuesta entender la confusión estratégica creada por la maquinaria propagandística imperial. Algo tan simple como el hecho de que yo pueda poner un maldito voto en mi país no me legitima para imponer mi voluntad a otros países, sean o no democracias liberales. Mucho menos a bombardearlos y masacrarlos en nombre de la democracia y la libertad.
Al menos en algo estoy de acuerdo con Vargas Llosa, quien aseguró que todas las dictaduras son malas. Claro, así, en abstracto. Pero no todas las dictaduras son iguales. No estoy de acuerdo en decir que la dictadura de Pinochet o de Castro fueron la misma cosa. Hay diferencias radicales y no se trata de “la prosperidad”, porque una fue creada y financiada por El imperio del momento; la otra fue acosada, invadida, bloqueada, demonizada, hambreada y saboteada por décadas con bombas, armas biológicas y atentados terroristas de todo tipo―ampliaré en mi próximo libro a publicarse este año, aunque me han dicho que no alcanzaré a verlo.
Las múltiples dictaduras del Sur desde el siglo XIX fueron dictaduras coloniales y bananeras, apoyadas por los imperios del Atlántico Norte. En América Latina, todas fueron hijas de Washington y sus jefes, las transnacionales. Como ya explicamos varias veces, la Revolución cubana no sólo fue una revolución independentista contra la dictadura pro-mafia y pro-Washington de Batista, sino también contra un historial de humillantes intervenciones, apropiaciones y privatizaciones de la isla. Como bien lo advirtió Ernesto Che Guevara, si permitían una democracia abierta iban a ser destruidos como lo fue la democracia de Árbenz en Guatemala, por lo que la solución era prevenir la manipulación de los medios por parte de los “campeones de la libertad”. El fiasco de Bahía Cochinos le dio la razón, invasión y bloqueo que derivó en la asociación con la Unión Soviética.
La misma historia del golpe de Estado contra Hugo Chávez en 2002, del cual participaron empresarios como Corina Machado y fueron apoyados por la prensa nacional e internacional, como el New York Times, razón por la cual Chávez fue contra estos lobbies y conglomerados cleptofascistas que evangelizan todos los días en nombre de la libertad, paradoja similar a los terroristas como los Contra o los del Batallón Atlácatl que eran definidos por Reagan como “freedom fighters”.
Como ya dijimos, las peores dictaduras racistas, genocidas e imperialistas fueron orgullosas democracias. ¿Estoy contra las democracias? Por el contrario, estoy a favor de la democratización de las democracias, en contra de ese discurso y ritual vacío creado por sus medios hegemónicos.
Hace pocos días, un carguero derrumbó el puente sobre la bahía de Baltimore matando a seis personas. A la prensa le tomó varios días decir que todos eran trabajadores que estaban reparando el puente durante la noche. Le costó más tiempo decir que eran de Guatemala, El Salvador, Honduras y México. Nunca mencionó que algunos de ellos eran indocumentados. Pero basta con que un solo indocumentado en algún lugar del país cometa un crimen para aparecer en todos los medios. Luego las masas repiten el evangelio según el capitalismo que criminaliza sus propios Desechos Humanos (los trabajadores), sobre todo los más pobres que ni pueden votar.
Ayer, una amiga venezolana había ido a un gimnasio y escuchó que dos hombres hacían músculos mientras miraban Fox News. Uno dijo:
―Los venezolanos que vienen están todos en la lista del FBI.
Obviamente, si ese fuese el caso, no iban a ser tan tontos de venir aquí. Excepto si, como fue por décadas el caso de la mafia cubana (Bosch, Posada Carriles, Ricardo Morales y cientos más) trabajaron para la CIA.
Otros explican que “los venezolanos vienen huyendo de la dictadura de Maduro”. No dicen que Washington promovió esa inmigración cortando la década de crecimiento económico y reducción de la pobreza de Hugo Chávez con sucesivos bloqueos comerciales, restricción de créditos que hicieron explotar la inflación y se cobraron la vida de decenas de miles durante la pandemia debido a la prohibición de Washington de permitirle a Venezuela el retiro de treinta toneladas de su propio oro de los bancos de Londres.
Similar historia de la ley “Pies secos, pies descalzos” que garantizaba que los cubanos no fuesen a tramitar visas legales al consulado estadounidense en La Habana, sino que arriesgaran sus vidas en el mar emigrando de forma ilegal, porque al llegar a Florida tenían residencia automática y Miami tenía propaganda segura.
“Los socialistas tienen una doble vara”, remató el presidente argentino. “Si los dictadores son de ellos está todo bien”. Al presidente se le cayó su propia doble vara. Podría recordar la máxima de Jesús, aquello de la paja en el ojo ajeno, pero tal vez no la recuerda. Milei no se cansa de mencionar a Moisés (a pesar de que no era un liberal, sino un dictador que distribuyó a dedo tierra ajena, jamás en régimen de propiedad privada), pero no cita a Jesús porque es demasiado comunista para su gusto.
Como observamos al principio, para conocer las raíces de los fenómenos políticos y sociales en América latina y en otros continentes, debemos estudiar lo que ocurrió o está ocurriendo en Estados Unidos. Aquí veremos uno de los muchos ejemplos (aunque no referidos a diseños de agencias secretas ni a traspiraciones ideológicas de grandes compañías), un hecho judicial específico. En otras palabras, el destino del mundo en manos de un puñado de individuos con sus propias opiniones sobre la Humanidad.
Actualmente, según la Ley Federal de Campañas Electorales, las contribuciones están sujetas a ciertos límites. Por ejemplo, un ciudadano común no puede donar más de 3.300 dólares por elección.[i] Pero, una vez limitada la generosidad de gente común, la ley muestra sus debilidades por los lobbies. Uno de los actores de peso en la administración del poder social son los Political Action Committees (PACs) los cuales, como las iglesias, están exentos de pagar impuestos, pese a que su accionar gira entorno al gran capital. Exentos de pagar impuestos y exentos de revelar sus fuentes de ingresos.
Exentos de gravámenes y libres para acosar a las instituciones. En 2010, la Corte Suprema de Estados Unidos (como en las últimas décadas, con una amplia mayoría de jueces elegidos por presidentes conservadores) falló en favor de Citizens United, otra “organización sin fines de lucro” a favor de los derechos de las grandes corporaciones. Su fundador, masón y admirador de Ronald Reagan, Floyd Brown, lo definió de forma sintomática: “Somos gente a la que no les importa la política; gente que desea que el gobierno los deje en paz; pero si su país los llama a luchar en el extranjero, lo hará con gusto”. Para este fanatismo anglosajón, las brutales intervenciones en otros países no son políticas ni son sobre intereses económicos, sino puro patriotismo, Dios, la moral y el teorema de Pitágoras.
Como toda organización conservadora y funcional a una elite aristocrática, su lema incluye la palabra “restaurar” y “volver a los buenos viejos tiempos”, todo en nombre del “we the people”: debemos “devolver el gobierno de Estados Unidos a los ciudadanos”, junto con la clásica narrativa que se chorrea hacia el sur desde hace un par de siglos: “reafirmar los tradicionales valores estadounidenses de un gobierno mínimo, de la defensa de la libertad de empresa, por una familia fuerte y por la soberanía y seguridad nacional”. En menos palabras: por la libertad irrestricta de los amos. Lo que en 1776 significaba “we the people”, ahora significa “nosotros los ciudadanos”. Es decir, un Club VIP de propietarios con poder económico y político.
En 2009, esta poderosa organización privada inició una demanda contra la Comisión de Elecciones Federales. En la demanda y en el fallo final de la Corte Suprema, se entendió que la limitación de donaciones de un grupo cualquiera a un partido político constituía una violación a la Primera enmienda de la constitución. Cinco votos en nueve entendieron que “si la Primera Enmienda tiene alguna fuerza, debe prohibir al Congreso cualquier multa o encarcelamiento de ciudadanos o de asociaciones de ciudadanos, simplemente por participar en discursos políticos”. Según esta interpretación, las megacorporaciones son ciudadanos y asociaciones de ciudadanos “participando en discursos políticos…”[1] Es decir, que una corporación multimillonaria o un señor multimillonario no pudiesen donar unos cientos de millones de dólares a un candidato al senado o a la presidencia iba contra la “libertad de expresión”. La decisión liberó múltiples restricciones y mantuvo una sola: los ultra millonarios no pueden donar sumas obscenas a los candidatos, si no es a través de fundaciones fachadas, conocidas como “sin fines de lucro” y diferenciadas de los PAC por el superlativo “super”: los Super PACs no tienen limitación de donación a grupso que promueven una determinada candidatura. Además, pasan a tener el derecho de hacerlo de forma anónima, lo que entre los académicos y analistas de todo tipo pasó a llamarse dark money (“dinero oscuro”).
Claro, otra vez, en el país de las leyes se hace todo legal. La corrupción es cosa de latinoamericanos y de negros pobres en África. Otra prueba irrefutable de la observación que hiciera a fines del siglo XIX el escritor francés Anatole France: “La Ley, en su magnífica ecuanimidad, prohíbe, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar por las calles y robar pan”. Como suele ocurrir en una democracia como la de Estados Unidos, secuestrada por las corporaciones, los verdaderos ciudadanos tenían otra opinión. A principios de 2010 una encuesta de ABC y The Washington Post reveló que el 80 por ciento de los estadounidenses se oponía a la eliminación de trabas y límites en las donaciones a los políticos propuesta por Citizens United.[ii] Obviamente, nada de eso importa ni tiene algún efecto legal. Obviamente, la ley se argumentó con un barniz de igualdad, ya que los sindicatos de obreros, que no sólo obtienen recursos de sus trabajadores afiliados sino que han sido arrinconados en su institucionalidad por décadas, tendrían el mismo derecho de apoyar candidatos con “cifras ilimitadas de dinero”. El mismo derecho que las corporaciones privadas que manejan más dinero que países enteros.[2]
Cinco votos en nueve decidieron el destino de 320 millones de estadounidenses y, por extensión cultural e ideológica, de gran parte del resto del mundo. Sobre todo, de América latina, el todavía Patio trasero de la mayor potencia económica, militar e ideológica del mundo. Desde entonces, hubo varios intentos para, si no limitar, al menos revelar la identidad de los super donantes. Uno de los más recientes, por ejemplo, fue una ley aprobada por el estado de California, la que pretendía obligar a revelar el nombre de los donantes multimillonarios a causas políticas. La demanda contra la ley fue impulsada por la fundación Americans for Prosperity, otra “organización sin fines de lucro” exenta de impuestos y fundada por el multimillonario Charles Koch y su hermano David Koch, y por el grupo conservador Thomas More Law Center.[iii] Naturalmente, el 0,01 por ciento de los de arriba saben cómo hacerlo. La Suprema Corte determinó que la ley violaba el derecho de los supermillonarios, establecido en el fallo de 2010.
Estas prácticas son conocidas desde el siglo XIX, pero a partir del nuevo fallo de la corte Suprema en 2010, el negocio de la política se multiplicó. Veamos, por ejemplo, un caso entre cientos de empresas dedicadas a crear opinión pública, ahora con más impunidad que antes. Berman and Company, fundada por el lobbyist Richard Berman, es uno de los mayores conglomerados dedicados a la creación de opinión a través de la demonización o el enchastre de los adversarios de sus clientes.[3] Aunque es una empresa privada con ganancias de decenas de millones de dólares, posee decenas de “organizaciones sin fines de lucro” que actúan como fachada, no sólo para su acción en el mundo mediático sino para la recepción de donaciones y pagos. ¿Por qué? Porque, según las leyes que lograron aprobar estos mismos grupos de intereses especiales, las donaciones a los grupos “sin fines de lucros” se realizan en total y completo secreto. La ley protege la anonimidad de los donantes. Todo realizado como es la costumbre del extremismo capitalista en nombre de la libertad. Rick Berman, abogado especializado en relaciones laborales, fundó “Enterprise Freedom Action Committee (Comité de Acción por la Libertad Empresarial)” (EFAC), una organización de derecha, dedicada al astroturf (v(ver capítulo “Relaciones sociales y astroturfing” en Moscas en la telaraña)), es decir, a crear movimientos falsamente populares desde arriba para servir los intereses de los de arriba.[4]
El 30 de octubre de 2014, el New York Times publicó una confesión del poderoso señor Berman, aparentemente debido a un micrófono abierto: “La gente siempre me pregunta: ¿Cómo sé que no seré descubierto, que lo que hago tiene una intencionalidad política? Es que todo lo que hacemos lo hacemos a través de organizaciones sin fines de lucro, las que están protegidas de cualquier obligación de revelar quiénes son sus donantes. Existe un anonimato total. La gente no sabe quién nos apoya”. El mismo experimentado Berman también dejó escapar algunos consejos para manipular la opinión pública: “Se debe usar el humor para desacreditar o marginar a nuestros adversarios”. Como sabemos que el humor ya casi no existe en las redes sociales, a lo que seguramente se refería el nuevo Bernays era a la ridiculización del adversario.“Algunos dicen que somos helicópteros negros… En parte tienen razón. Nuestro trabajo es atacar la capacidad de operación de nuestros adversarios”, reconoció Berman.[iv]
La libertad de presión se llama libertad de expresión y no incluye el derecho a saber.
[1] En la campaña electoral de 2011, el candidato republicano Mitt Romney lo había dicho en una conferencia para empresarios “Corporations are people, my friend (Mi amigo, las corporaciones son personas también”).
[2] La misma lógica legal de facilitar la inmigración a Estados Unidos cuando en el siglo XIX los negros se convirtieron en ciudadanos con derecho a voto y quienes podían inmigrar eran europeos pobres. Otra vez, se aplica la observación de Anatole France sobre la igualdad de las leyes para prohibir algo a pobres y ricos por igual.
[3] En castellano, Lobby se puede traducir como “grupo de presión política”, pero no existe una traducción satisfactoria para lobbyist. Una traducción muy aproximada, aunque incómoda por su verdad implícita, sería “corruptor de políticos” o, más incómoda por su extensión, pero no por su precisión, “mercenario de la clase dirigente en los congresos del pueblo”. El músico David Berman, miembro del grupo Los judíos de plata, se había distanciado de su padre, Rick Berman, por diferencias éticas e ideológicas.
[4] Las “fundaciones populares y sin fines de lucro” de Berman incluyen “Center for Consumer Freedom” (para “ganar mal o perder bien (win ugly or lose pretty)”, “American Beverage Institute” (en favor del consumo de alcohol), “Employment Policy Institute Foundation” (para beneficiar a los obreros), “Center for Union Facts” (para educar a los trabajadores sobre los males antidemocráticos de los sindicatos), entre otras organizaciones gremiales y proletarias.
No siempre pero, por lo general, las discusiones políticas no conducen a nada. Cada vez menos, porque la cultura del disenso civilizado se ha perdido casi completamente (probable efecto de sustituir las tertulias de café, cara a cara, por el barbarismo semianonimo y a distancia de las redes sociales) y la política se ha convertido en una pasión de fútbol, en un acto de fe religioso contra cualquier evidencia. En el hemisferio norte se ha deteriorado aún más rápido que en el sur y ya desde hace tiempo campea el tribalismo. Como todo, o casi todo, aquí siempre ocurre primero y se realiza más rápido. Pera peor, algunos andan a la búsqueda de (¿cómo decirlo?) un “tenis dialéctico” y no sé cómo hacen pero logran meterte en su juego.
Más o menos la cosa fue así:
—¿Vio que Daniel Martínez, el candidato socialista a la presidencia de Uruguay, tiene una hija estudiando aquí en Estados Unidos? —me dijo un visitante de Uruguay.
—No sabía. Pero muchos chinos son comunistas y tienen cientos de miles de hijos estudiando aquí. También nuestros estudiantes estadounidenses van a estudiar a Cuba, aunque el gobierno de aquí no les permite mucho tiempo. Por no hablar de los votantes de Trump que pasan sus vacaciones en Cancún o se jubilan y se van a vivir a Ajijic en México.
—Incoherencias. Como ese Rafael Correa, el expresidente de Ecuador. ¿Lo conoce? Se recibió de economista aquí en Estados Unidos… ¿Sabía?
—Sí, una buena parte de los yanquis dicen lo mismo: las universidades están infestadas de progresistas. Hace años, tal vez dos décadas, copié el artículo “¿Por qué el socialismo?” de Einstein, de cuando daba clases en Princeton University, y lo publiqué en un foro con otro nombre. El texto recibió una lluvia de insultos. “Idiota” y “Retardado mental” fue de lo más amable que escribieron los genios. Tal vez el hombre estaba equivocado, pero retardado mental… Las universidades se caracterizan por reclutar tontos de todas partes del mundo. Hice lo mismo con otro texto del Dr. Martin Luther King, sobre su socialismo y contra la guerra de Vietnam. “Traidor” y “antipatriota” fueron de las acusaciones favoritas…
—¿Es usted socialista?
—Nunca supe qué soy, exactamente, y no creo que sea importante. Cuando era niño los militares me arrastraron de un brazo por no obedecer órdenes y un par de profesores en la secundaria me expulsaron de clase por preguntar qué entendían ellos por democracia y derechos humanos. Pero Rebelde sería un título muy grande. Inconformista, tal vez. Sí, suena menos pretencioso y no llega a ser un insulto.
—Yo no me avergüenzo de decir que yo sí siempre supe quién soy y sé quién es quién cuando lo escucho hablar.
—Bueno, prefiero que no me lo diga. Para eso están los vómitos y comentarios a pie de página. Ahora, si le sirve de consuelo, en Estados Unidos hay más zurdos que en la mayoría de los países del Sur.
—A mí lo que me jode es la inconsistencia. Le repito, esa de Martínez…
—¿No es usted capitalista y neoliberal y vive en Uruguay, “gobernado por quince años por socialistas y tupamaros”, como dice usted mismo? A mí no me parece que eso sea una incoherencia. Sería sospechoso si todos pensaran como Mujica o como Tabaré Vázquez. Más que sospechoso, sería una secta de tres millones de individuos.
—No todos somos…
—Aquí tampoco somos todos… Mucho menos una secta de trescientos millones, aunque es lo que quisieran los autoproclamados patriotas, nacidos aquí o recién llegados, que se creen dueños de todo un país. ¿O también van a proponer una limpieza ideológica, país por país y comarca por comarca?
—Pero si se dicen socialistas deberían por lo menos vivir como Mujica, en una cueva. Al viejo tupamaro no lo trago, pero al menos vive en una cueva.
—Es lo que quisieran, que todos los que piensan diferente vivan en una cueva. Pero de verad no creo que el objetivo del socialismo sea la pobreza sino todo lo contrario. El hombre vive como quiere vivir no porque sea socialista sino porque es un poco hippie, medio Thoreau. Igual eso no lo salva de los insultos. En julio estuve en Uruguay y una señora, que hablaba igualito a Mujica, me quería convencer de “todo lo que se había robado Mujica”. Le faltó decir que por eso vive en un palacio.
—Socialistas ricos como Maradona hay muchos.
—No me interesa la vida privada de Maradona ni la ningún otro ejemplo particular, pero si es una incoherencia ser un socialista rico también lo es, y peor, ser un capitalista pobre, y de éstos no hay solo ejemplos y excepciones. Son la norma.
—Dele todas las vueltas que quiere darle al asunto. Pero al pan, pan y al vino, vino. Si uno es socialista no debería estudiar en Estados Unidos.
—Y todos deberían comer solo McDonald’s, mirar “beisbol” e ir a la iglesia los domingos por la mañana a lavar los trapos sucios…
—No caricaturice.
—¿Usted es capitalista y recurre al maldito Estado dos por tres? ¿Dónde está la coherencia, entonces?
—¿Yo? Yo pago mis impuestos. Es el Estado el que vive de mí.
—Pues muy bien, con toda esa plata que le paga de impuestos al Estado, intente pagar la policía que cuida de sus propiedades; las escuelas, la salud y la jubilación de sus hijos o de sus empleados; las ayuda a los más pobres para que no afeen la ciudad ni el frente de su casa ni las puertas de las iglesias; intente rescatar las grandes empresas capitalistas, generalmente insaciables, que cuando se hunden le van a llorar al gobierno de turno para que las salve… Haga cuentas y luego me dice si le alcanza.
—Si los privados invirtiésemos el dinero de los impuestos en fondos de inversión y nos organizáramos, podríamos hacer todo eso.
La narrativa política que justifica cualquier opción como forma de acabar con la corrupción es tan antigua como la política y como la narrativa. En América Latina es un género clásico y sólo gracias a la poca memoria de los pueblos es posible repetirla, generación tras generación, como si se tratase de una novedad.
Pero esta narrativa, que sólo sirve a la consolidación o a la restauración de una determinada clase en el poder, se centra exclusivamente en la corrupción menor: un político, un senador, un presidente recibe diez mil o medio millón de dólares para favorecer a una gran empresa. Rara vez un pobre ofrece medio millón de dólares a un político para que le otorgue una pensión de quinientos dólares mensuales.
Es corrupto quien le paga un millón de dólares a un político para ampliar los beneficios de sus empresas y es corrupto el pobre diablo que vota por un candidato que le ha comprado las chapas para el techo de su casita en la villa miseria.
Pero es aún más corrupto aquel que no distingue entre la corrupción de la ambición y la corrupción de quien busca, desesperadamente, sobrevivir. Como decía la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz a finales del siglo XVII, antes que el poder del momento la aplastara por insumisa:
¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?
Rara vez las acusaciones de corrupción se refieren a la corrupción legal. Ni importa si, gracias a una democracia orgullosa de respetar las reglas de juego, diez millones de votantes aportan cien millones de dólares a la campaña de un político y dos millonarios aportan sólo diez millones, una propina, al mismo candidato. Cuando ese político gane las elecciones cenará con uno de los dos grupos, y no es necesario ser un genio para adivinar cuál.
No importa si luego esos señores logran que el congreso de sus países apruebe leyes que benefician sus negocios (recortes de impuestos, desregulación de los salarios y de las inversiones, etc.), porque ellos no necesitarán violar ninguna ley, la ley que ellos mismos escribieron, como un maldito ladrón que no le roba a diez millones de honestos e inocentes ciudadanos sino a dos o tres pobres trabajadores que sólo sentirán la ira, la rabia y la humillación por el despojo que ven y no por el que no ven.
Pese a todo, aún podemos observar una corrupción aún mayor, mayor a la corrupción ilegal y mayor a la corrupción legal. Es esa corrupción que vive en el inconsciente del pueblo y que no procede de otro origen sino de la persistente corrupción del poder social que, como una gota, cava la roca a lo largo de los años, de los siglos.
Es la corrupción que vive en el mismo pueblo que la sufre, en ese hombre cansando, de manos curtidas o de títulos universitarios, en esa mujer sufrida, con ojeras, o en esa otra de naricita levantada. Es esa corrupción que se va a la cama y se levanta con cada uno de ellos, cada día, para reproducirse en el resto de su familia, de sus amigos, como la gripe, como el ébola.
No es simplemente la corrupción de unos pocos individuos que aceptan dinero fácil por los misteriosos atajos de la ley.
No, no es la corrupción de quienes están en el poder, sino esa corrupción invisible que vive como un virus de la frustración de quienes buscan acabar con la corrupción con viejos métodos probadamente corruptos.
Porque corrupción no es solo cuando alguien da o recibe dinero ilícito, sino también cuando alguien odia a los pobres porque reciben una limosna del Estado.
Porque la corrupción no es sólo cuando un político le da una canasta de comida a un pobre a cambio de su voto, sino cuando quienes no pasan hambre acusan a esos pobres de corruptos y holgazanes, como si no existieran los holgazanes en las clases privilegiadas.
Porque la corrupción no es sólo cuando un pobre holgazán logra que un político o el Estado le den una limosna para dedicarse a sus miserables vicios (vino barato en lugar de Jameson Irish whiskey), sino también cuando quienes están en el poder se convencen y convencen a los demás que sus privilegios lo ganaron ellos solos y en la más pura, destilada, justa ley, mientras que los pobres (esos que lavan sus baños y compran sus espejitos) viven del intolerable sacrificio de los ricos, algo que sólo un general o un Hombre de Negocios con mano dura puede poner fin.
Porque corrupción es cuando un pobre diablo apoya a un candidato que promete castigar a otros pobres diablos, que son los únicos diablos que el pobre diablo resentido conoce, porque se ha cruzado con ellos en la calle, en los bares, en el trabajo.
Porque corrupción es cuando un mulato como Domingo Sarmiento o Antonio Hamilton Martins Mourão siente vergüenza de los negros de su familia y odio infinito por los negros ajenos.
Porque corrupción es cuando un elegido de Dios, alguien que confunde la interpretación fanática de su pastor con los múltiples textos de una Biblia, alguien que va todos los domingos a la iglesia a rezarle al Dios del Amor y al salir tira unas monedas a los pobres y al día siguiente marcha contra el derecho a los mismos derechos de gente diferente, como los gays, las lesbianas, los trans, y lo hace en nombre de la moral y del hijo de Dios, Jesús, sí, ese mismo que tuvo mil oportunidades de condenar a esa misma gente diferente, inmoral, y nunca lo hizo, sino lo todo contrario.
Porque corrupción es apoyar a candidatos que prometen la violencia como forma de eliminar la violencia.
Porque corrupción es creer y repetir con fanatismo que las dictaduras militares que asolaron América Latina desde el siglo XIX, esas que practicaron todas las variaciones posibles de corrupción, pueden alguna vez ser capaces de terminar con la corrupción.
Porque corrupción es odiar y, al mismo tiempo, acusar al resto de sufrir de odio.
Porque la corrupción está en la cultura y hasta en el corazón de los individuos más honestos de una sociedad.
Porque la peor de las corrupciones no es la que se lleva un millón de dólares, sino aquella otra que no deja ver ni escucha los alaridos de la historia, ni se escucha ni deja que se vea hasta que es demasiado tarde.
Aunque las sociedades están compuestas de una gran diversidad de grupos y de intereses, todavía podemos abstraer su estructura en su clásica pirámide tripartita. De la historia observamos algunas persistencias críticas que podemos formular así para entender el presente y reflexionar sobre el futuro:
Postulado 1: Mientras las clases alta y baja tienden a ser conservadoras, la clase media es más liberal o progresista.
Postulado 2: La clase media le teme más a la clase baja que a la clase alta.
Corolario: La clase media es más propensa a renunciar en cuotas a sus derechos y beneficios durante un largo período que a arriesgar a perder sus privilegios remanentes en una revuelta abrupta.
Ad Hoc: La motivación de un hecho sociopolítico, intencional o no, debe ser atribuible al grupo que se beneficia de él.
Postulado 1.
Este principio ha sido aún más claro durante los últimos siglos de la Era Moderna. Con abrumadora frecuencia, los esclavos, los desposeídos de la tierra, los campesinos y obreros deshumanizados por su pobreza, por su etnia o por su lenguaje, tardaron décadas y generaciones (apenas interrumpidas por algunas revueltas) hasta que fueron mal o bien conducidos por individuos de la clase media, generalmente gente culta o educada (Gandhi, Guevara, Lumumba, Martin Luther King), a romper con un determinado orden. En la era contemporánea, en la Era de las Post revoluciones, sus votantes se inclinaron, con más frecuencia, por los políticos conservadores que por los progresistas o reformadores. Por otra parte, el recurrente “cambio” propuesto por la clase dominante siempre significó status quo o vuelta atrás.
Postulado 2.
Entre otros periodos y regiones, este fenómeno se observó durante las dictaduras latinoamericanas a lo largo de más de un siglo. Los pequeños comerciantes, empleados y burócratas toleraron y hasta apoyaron de forma activa o pasiva los regímenes militares hasta el extremo de justificar la violencia estatal como respuesta necesaria a la rebelión o subversión de grupos “radicales”. Quienes no lo hicieron de forma voluntaria fueron suprimidos por el aparato represor. En la Era contemporánea, este factor se expresa en la forma de votar a grupos políticos que le ofrecen a la clase media sacrificio a cambio de estabilidad, beneficios inmediatos para las clases altas a cambio de una promesa de prosperidad general a (muy) largo plazo, generalmente bautizada con los ideoléxicos “responsabilidad” y “seguridad”.
Corolario
La traducción política de esta dinámica es similar a la psicología de los seguros. Los conductores más responsables pagan por los menos responsables; los no fumadores por los costos médicos de los fumadores; los países austeros (pobres) pagan por los excesos del consumismo del primer mundo. Si no existieran los segundos, los primeros pagarían mucho menos en cada póliza, porque los costos de las aseguradoras serían menores.
Hay una diferencia. En el caso político, el miedo de quien compra un antivirus es el negocio de quien lo produce, por lo cual, aplicando el ad hoc mencionado arriba, podemos sospechar que policías y ladrones mantienen una relación simbiótica de “antagónico necesario”.
En otras palabras. La brecha económica y social que separa el uno por ciento del restante 99 por ciento siempre tiende a crecer. Un motivo es la dinámica política y económica: cuanto más capital un grupo tiene, más posibilidades tiene de dominar las narrativas sociales a través de los principales medios de prensa. Cuanto más dominio de la narrativa y poder de donación o financiación de campañas políticas, más acceso tiene al congreso, al gobierno y a otros poderes del Estado de su país. Cuanto más poder político en el congreso y en el gobierno, más leyes que protejan sus propios intereses pueden pasar. Hoy en día, el 66 por ciento de los representantes en el Congreso de Estados Unido son millonarios. Es decir, una minoría con dinero representa los intereses de una mayoría sin dinero. La excusa de que esa minoría debe gobernar porque es exitosa reduce no solo el concepto de éxito a la mera acumulación de dinero, sino que no deja posibilidades de igual poder político a aquellos otros que no están interesados en ser millonarios, pero tampoco en ceder derechos democráticos a una plutocracia.
Ad hoc analítico
En 2017 el gobierno de Estados Unidos acusó al gobierno cubano por un extraño ruido que estaba causando problemas de salud en los funcionarios de la embajada estadounidense en La Habana. Todavía no conocemos las razones del fenómeno, pero la primera pregunta de análisis debe ser: ¿a quién beneficia el incidente? Asumimos que el gobierno de Cuba está interesado en avanzar con los acuerdos realizados con el gobierno estadounidense anterior, para recuperar un poderoso mercado, bloqueado desde los años 60. El nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha insistido en su intención de revertir también este “logro” de su predecesor. La pregunta crítica nos deja mirando hacia un solo lado.
Lo mismo debe considerarse en cualquier acción de “bandera falsa” y con respecto a grandes procesos. Cuando cada vez menos familias (ahora son 60) poseen lo mismo que la mitad más pobre del mundo, cuando en las sociedades observamos que las diferencias económicas van aumentando desde hace décadas, debemos hacer la pregunta inicial: ¿a quién beneficia el sistema económico mundial? ¿A quién benefician las leyes? ¿A quién benefician las nuevas tecnologías? Una respuesta funcional (según la premisa del Postulado 2 y el Corolario) salta automáticamente: “si el mundo fuse de otra forma nos hundiríamos en la catástrofe”. “De otra forma, el 99 por ciento no disfrutaría de los beneficios del progreso que disfruta hoy”. Etc.
Pero veamos que el progreso no se debe al uno por ciento sino al 99 por ciento. En todo caso, “de otra forma” el uno por ciento no disfrutaría de ser los dueños del mundo.
Por otra parte, la aparente estabilidad (olvidémonos de quienes en este mundo feliz pasan hambre, de los que no tienen trabajo y de quienes sí lo tienen y trabajan como esclavos para sobrevivir) es una estabilidad inestable. Excepto las crisis económicas controlables (esas que sirven para que quienes tienen grandes capitales lo multiplican comprando por nada las propiedades y valores de quienes apenas trabajan para sobrevivir) la lógica que sostiene la Paradoja tarde o temprano se rompe en una crisis mayor que no beneficia ni al uno ni al restante 99 por ciento.
Si en ciencias esto se llama, como lo definió T.S. Kuhn, un “Cambio de paradigma”, en términos de sociedad y civilización se llama suicidio colectivo.
Aunque las religiones y los partidos políticos poseen múltiples dimensiones existenciales, una de ellas es el impulso tribal que está más desnudo en las competencias deportivas, sobre todo en las más populares, es decir, aquellas donde dos tribus, casi siempre representadas por un tótem (la mascota) se enfrentan en una batalla simbólica por el territorio y por la presa (el balón), como lo es el fútbol, tanto en su versión estadounidense como en su versión más civilizada que aquí llaman soccer o fútbol de mujeres y que el resto del mundo llama fútbol.
Este impulso primitivo, que estructura la vida contemporánea, básicamente se podría resumir en dos: (1) la necesidad de pertenecer a un grupo y (2) la complementaria necesidad de atacar al grupo adversario. La dinámica defensa-y-ataque resulta en una cultura de Partidos (partidos en dos) donde hasta la más radical pluralidad de ideas y practicas terminan, tarde o temprano, reagrupándose en dos grupos antagónicos. Si esos grupos son partidos políticos participando en elecciones, generalmente se repartirán los votos de forma más o menos equilibrada. Si uno de ellos saca un diez o veinte por ciento de ventaja en una elección en un sistema tradicional de democracia liberal, en la próxima, invariablemente, la ventaja se reducirá o se invertirá.
Algo tan simple se sublima en nuestra civilización de diferentes maneras: los programas televisivos con contenido político pueden luchar por cierta objetividad, pero de una forma o de otra (a veces de forma explícita e intencional, como Fox and Friends o Democracy Now!) van a reforzar los intereses ideológicos, narrativos de un determinado grupo atacando al otro sin que haya necesariamente un interés real y concreto (económico, por ejemplo) que sería la primera explicación del pensamiento marxista. Dimensión que no está excluida, sino que interactúa y se superpone al impulso tribal. Ello explica la pasión de los militantes y votantes aun cuando su partido o su religión lo están perjudicando psicológica y materialmente. Así, la lanza y el garrote fueron reemplazados por la narrativa proselitista, por lo menos desde las primeras religiones que prescribían el celo teológico y tribal en beneficio de unos pocos.
Tarde o temprano, las disputas sociales tienden a dividirse en dos posiciones antagónicas. Hay tesis y antítesis, pero no síntesis.
El pensamiento corporativo tiene sus efectos en la propia dinámica tribal. Por lo general es una corporación ideológica donde los beneficiados no son la mayoría o aquellos grupos que la defienden con pasión –y en ocasiones con sus vidas, como es el caso de las guerras y de los conflictos civiles.
Esta dinámica puede tener, en el mejor de los casos, una justificación en la acción: si los poderes están desbalanceados, si el objetivo de mi grupo es destronar o erosionar el poder del adversario, podría suceder que pretender aparecer como neutral criticando a unos y a otros por igual, resulte artificial y en favor del más fuerte. Lo que a veces se ve como traición bien puede ser una forma razonable de pragmatismo. Sólo resta saber si es justo o injusto y queda por determinar de qué lado estamos, si le quitamos poder al débil o al poderoso.
Veamos un ejemplo concreto e ilustrativo. La derecha conservadora de Estados Unidos, antes representada en el partido Demócrata del Sur, desde hace varias décadas se ha reagrupado e identificado con el partido Republicano. ¿Cuál sería el perfil razonable de un conservador estadounidense? En primer lugar, sería un hombre o mujer religiosa, un cristiano protestante, para ser más exactos. Pero como los conservadores han estado de una forma u otra en el poder político, hay otros actores: las grandes corporaciones (como las compañías cuyo primer y normalmente único objetivo son las ganancias a cualquier coste) y los lobbies poderosos como la Asociación Nacional del Rifle. (Dejemos de lado las hipócritas y lacrimógenas donaciones de estas corporaciones, como McDonald’s, la Coca-Cola o las tabacaleras.)
Por razones de intereses tenemos, por lo menos, tres grupos: las Iglesias dueñas de Dios, los grandes negocios y lobbies como la ANR. Considerando el espíritu de partido (o impulso tribal) esos grupos y cualquier otro grupo que se integre por compartir intereses económicos y de poder comenzarán a defenderse unos a otros y, poco a poco, irán compartiendo sus principales causas. De esa forma, se llega al aparente absurdo de que cuánto más religiosa es una persona en Estados Unidos, cuanto más seguidor de un líder espiritual llamado Jesús (profesor del Amor democrático hasta para los enemigos, que cuestionó las riquezas del rico, se rodeó de pobres y marginados de todo tipo, perdonó adúlteras y le reprochó a sus discípulos el uso de la violencia en lugar de ofrecer la otra mejilla, condenado a la pena máxima por subversión contra el Imperio de la época y sus acomodaticios alcahuetes) terminan siendo los más fervientes amantes de las armas, de la riqueza de los más ricos y poderosos, de la pena de muerte y del desprecio de los pobres como síntomas del pecado o, mejor dicho, como prueba del desprecio de Dios a su propia creación y de su propio espíritu tribal. De la misma forma, la actitud de conservación de la naturaleza, en contradicción con los intereses económicos de las petroleras y otros grandes grupos económicos, terminarán siendo atacadas por igual por todos aquellos integrantes tribales sin importar que se trate de cristianos compasivos, espirituales y anti materialistas.
Cada grupo terminará mimetizándose ideológicamente, aunque las raíces morales e históricas de sus clubes sean estrictamente las contrarias. De esa forma, un miembro pobre de la tribu es capaz de defender con dientes y uñas la necesidad de recortar los impuestos a los ricos y eliminar sus propios beneficios de salud al tiempo que sale con carteles y con insultos racistas (en el mejor de los casos) a manifestarse contra otros pobres de otras tribus, como los inmigrantes mexicanos sin papeles.
Claro, se dirá que el mismo análisis se puede hacer con los grupos de izquierda, y que no lo he hecho porque me simpatizan más éstos que aquellos. Sin duda el mismo análisis se puede hacer sobre cualquier otro grupo y, sí, puede ser que elegí a los conservadores de Estados Unidos porque son mis antagónicos. Puede ser, eso no es problema ni invalida el ejemplo ni el análisis. Ahora, es precisamente aquí cuando pasamos al resto de a realidad.
Las divisiones de izquierda y derecha son parte de esta naturaleza. El error, creo, radica en que sugieren una relación horizontal de poder social, “igualitaria”, casi neutral, donde todo se reduce a una cuestión de opiniones tribales que los individuos atribuyen a su propia libertad individual.
Pero la realidad humana no es un simple partido de futbol, aunque sea prisionera de su dinámica. Hay otras razones, otras realidades más profundas que se aprovechan de ese primitivo impulso que es más poderoso que el sexo en la vida social. La realidad también existe y si hubiese que resumirla en una palabra tal vez esa sería “intereses”. Intereses económicos, intereses de poder.
Teniendo en cuenta estas dos dimensiones hasta aquí resumidas, quizás una clasificación ideológica más objetiva sería, en lugar de izquierda yderecha, una visualización de arriba y abajo, los ricos y pobres, poderosos y sin poder, los narradores del poder y los consumidores de narraciones, todo presentado por la distorsión del antiguo y casi invencible antagonismo de Nosotros, los buenos, y Ellos, los malos, independientemente de la objetiva realidad de los privilegiados y los desposeídos, los opresores y los oprimidos (¿Acaso no hay santos y criminales unidos por la bandera del Real Madrid?).
Sobre esta visualización de la realidad queda por determinar lo que es justo y lo que no lo es, sobre lo cual cada uno tiene su propio juicio.
Al día siguiente de las elecciones parlamentarias en Estados Unidos un estudiante me preguntó qué cambios importantes veía en el país a partir del histórico triunfo del partido republicano. «Ninguno», dije. «Sí veo cambios, pero ninguno importante». Es parte de un patrón histórico.
Para empezar, el amplio triunfo del partido opositor en el segundo mandato del presidente no es ninguna novedad. Como todos saben, la política es un asunto de intereses para unos pocos, de ideas para unos más y de puras emociones para los demás. Sobre todo en una campaña electoral, lo que triunfa es el «espíritu de partido», que es una forma elegante de decir «el espíritu futbolístico»: una vez que alguien toma posición, la verdad pasa a ser apenas un legitimador; lo que importa es vencer. Por otra parte, ¿quién puede confiar plenamente en un político? Muchos de ellos hacen trabajos muy nobles, altruistas y sacrificados, pero por la lógica interna de la democracia representativa, poco o nada pueden hacer si pierden las elecciones. Y para ganarlas deben, antes que nada, seducir a un electorado. En otras palabras, deben adularlo, deben decirle lo que quiere escuchar, no lo contrario. Conozco pocos políticos que se dedican a desafiar al electorado. Obviamente, ninguno de ellos ha ganado la presidencia. En Estados Unidos, uno de esos casos es el viejo lobo Ron Paul, del partido republicano.
Si comparamos en términos estándar, Estados Unidos se encuentra de lejos mejor de lo que estaba al terminar la presidencia de George Bush. Hoy en día el país tiene (según el método de medición tradicional) una tasa de desempleo del 5,8%. En los últimos años se han creado mensualmente un promedio de 220.000 puestos de trabajo. Casi todas las industrias, como las automotoras que habían quebrado en el 2009, han recobrado los primeros lugares en la producción mundial y tienen billonarios superávits. El mercado inmobiliario se ha reactivado con una borrachera de inversiones extranjeras y otras nacionales que retornaron. Hace meses que el combustible baja cada día, no solo por los problemas económicos en otras partes del mundo sino por el exceso de producción de petróleo nacional (en gran parte debido a las nuevas y cuestionables tecnologías de extracción), lo cual ha llevado al país a exportar este producto, algo impensable diez años atrás. La economía ha crecido cada año desde 2010. Para este año se prevé un crecimiento similar a los anteriores, alrededor del 2% que, comparado con el 0,5% de Brasil y algo similar en la Eurozona, no es un numero pequeño, aún más considerando que se trata de la primera economía mundial. Wall Street sigue rompiendo récords, a pesar de atendibles advertencias de un nuevo estallido de las bolsas.
No es menos cierto que, mientras los ricos y las corporaciones han multiplicado sus beneficios (en todos los países las crisis son excelentes negocios para quienes tienen dinero), la clase media apenas ha visto una mínima parte de esa bonanza. Pero esta tendencia no es nueva. Tiene, por lo menos, cuatro décadas. Tampoco es nueva la poca memoria histórica del pueblo, por la cual cada cuatro años expresa su «frustración por el rumbo que ha tomado el país», como si todo se tratase de la obra de un individuo que ocupa la presidencia. En parte es una característica de la cultura protestante: como en las tapas de las revistas Time, se ven rostros, individuos concretos, no realidades abstractas, no cambios o permanencias históricas. En parte, es la lógica del sistema representativo.
Esos individuos se sienten frustrados y, en cada elección (como en cualquier otro país donde existe este sistema, nunca suficiente pero necesario en cualquier democracia representativa), luchan desesperadamente para que su partido gane con la ilusión de un cambio. Porque de eso se trata básicamente: mantener la ilusión de que, si el partido opositor gana las elecciones, las cosas van a cambiar.
Demócratas y republicanos son más o menos el mismo partido. Puede ser que con uno haya alguna que otra guerra más o menos, alguna clase social se beneficie de algún que otro plan: los conservadores republicanos, que hace dos o tres generaciones eran los liberales, probablemente insistan en recortar impuestos a las clases mas adineradas; los liberales demócratas, que hace dos o tres generaciones eran los conservadores, probablemente insistan en extender el seguro de desempleo o las ayudas familiares. Pero básicamente, todas son variaciones de un mismo partido conservador.
La idea de que los partidos políticos han hecho los cambios en un país normalmente es una ilusión. En Estados Unidos, por ejemplo, esos mismos partidos que en cada elección insisten con la palabra «cambio» han sido, irónicamente, los que han impedido o retrasados esos mismos cambios fundamentales.
Echemos una mirada al siglo XX, por lo menos desde la Segunda Guerra hasta hoy. Por la misma naturaleza de la democracia representativa que mencionaba antes, los políticos parten y terminan en el discurso correcto, es decir, evitan hasta donde sea posible desafiar el status quo, que es donde surge la narrativa social. Ahora veamos todos los ejemplos de verdaderos cambios sociales en este país, desde la lucha por los derechos civiles de los negros, simbolizada y simplificada en la figura de Martin Luther King; la lucha de los trabajadores hispanos que también fue una lucha protoecologista, liderada por Cesar Chávez en el oeste; los movimientos antibélicos de los sesenta; las revisiones de la historia colonialista, imperialista e intervencionista de las potencias noroccidentales, generalmente realizada por malditos intelectuales; la lucha por los derechos de las mujeres, de los homosexuales, y un largo etcétera.
Dichos cambios sociales, grandes o pequeños, fueron impulsados por movimientos sociales de resistencia que, paradójicamente significaron progreso social. Todos esos logros fueron posibles, no por los partidos políticos, sino a pesar de ellos.
Entonces, ¿quiénes representan el cambio y quienes la reacción? ¿Quiénes son los verdaderos motores y salvaguardas de la democracia? ¿Los partidos políticos o los movimientos sociales que lucharon contra esas fuerzas reaccionarias? Como siempre, y por la misma lógica, cuando alguna de esas luchas, luego de años de resistencia feroz, lograba imponerse en cierta minoría significativa (como hace 1.700 años Constantino comprendió que tenía más que perder si no reconocía y oficializaba a los cristianos perseguidos), el poder político sube al poder (es decir, se mantiene en él) secuestrando el discurso de los nuevos valores que antes combatía para presentarlos como una reivindicación propia con un discurso de cambio.
Y la gente vuelve a pensar que algún partido puede hacer una gran diferencia, cuando su misión es precisamente la contraria: resistir los cambios hasta donde sea posible. Y, cuando estos verdaderos cambios se hacen imparables, entonces sí, se presentan como los campeones del progreso.
Los lobbies políticos no son tan estúpidos como parecen. Ponen los candidatos adecuados que sean capaces de recoger el dinero de la gente inteligente y los votos de gente que carece de ambas cosas.
Political lobbies are not as stupid as they seem. They put the right candidates who will be able to collect money from intelligent people and the votes of people who lack both.
Luego del triunfo del partido los Hermanos Musulmanes en Egipto no faltaron las expresiones de preocupación en la prensa occidental. Algunos artículos de opinión y una plétora de comentarios anónimos al pié incluso los calificaron de terroristas-listos-para-invadirnos, lo que probablemente podría justificar alguna nueva intervención diplomática, económica o militar en el área—esas mismas que siempre se toman su tiempo, se quedan en los discursos o miran hacia otro lado ante verdaderas tragedias humanitarias.
En cualquier caso, aún sin ninguna de esas respuestas internacionales, al menos la gran prensa —la prensa cautiva que cautiva— cumple con su tradicional rol de inflamar los tribalismos de siempre.
Para aquellos que estamos a favor de un progreso de la historia en la línea de los derechos de las mayorías y de las minorías, de las libertades individuales y colectivas que preceden a cualquier jerarquía política y social, las reacciones de los islamistas más conservadores no representan ninguna promesa de avance en tal sentido sino todo lo contrario. Menos los fanáticos puristas como los talibán que se creen dueños de toda la moral de este Universo y con derecho a imponérsela a los demás; o los dictadores, religiosos o seculares al viejo estilo de Al-Assad en Siria que apenas ven amenazado su trono fusilan a inocentes de su propio pueblo. Pero tampoco son menos agresivas y arbitrarias las reacciones basadas en cualquier otra tradición religiosa, no por lo que tienen de religión sino por lo que tienen de intereses bien materiales. Como en las cartas de Cristóbal Colón y las crónicas de todos sus sucesores, mientras leemos el nombre de Dios repetidas veces en cada página, vamos observando cómo sus acciones conducen siempre al maldito oro de los pueblos salvajes.
La acusación de terrorismo ha facilitado en las últimas décadas ya no sólo la abolición de la máxima de Jesús sobre poner la otra mejilla al agresor —lo cual es comprensible—, sino que ha introducido una prescripción muy audaz y creativa: debemos agredir a alguien que podría llegar a agredirnos algún día. A eso llamamos autodefensa preventiva. Cualquier ley de cualquier Código civil, antiguo o moderno, lo condenaría como un crimen absurdo o paranoico. No las leyes internacionales que todavía viven en la Edad Media y no se basan en el derecho sino en el interés y la fuerza. Hasta la regla moral más antigua de la que registra la historia civilizada y que repitieron los sabios desde China hasta Nueva Inglaterra y Extremo Occidente —“no hagas a los demás lo que no quisieras que los demás haga contigo” — es violada cada día en nombre del derecho a la defensa propia.
Si fuésemos ingenuos encontraríamos curioso que nosotros, los demócratas occidentales, hayamos apoyado dictaduras como la de Mubarak en Egipto y cuando el pueblo elige a alguien según el sistema electoral por el cual hemos invadido varios países, los llamamos terroristas sólo porque no nos gusta el ganador o representa la cultura y la religión “del enemigo”. La democracia es buena para nosotros que somos civilizados y sabemos elegir, pero es mala para ellos, porque son barbaros y no saben lo que quieren. De igual forma, nuestro nacionalismo es patriotismo del bueno; el nacionalismo ajeno es peligroso terrorismo.
Es curioso que los occidentales llamemos “terroristas-listos-para-invadirnos” a los egipcios o a alguno de sus gobiernos del cual debemos protegernos —y prevenirnos— cuando Egipto, como la cualquier otro país periférico, nunca ha invadido ningún país occidental. Occidente, en cambio, posee un largo historial de invasiones y destrucciones de ese país que van desde las invasiones militares de Francia e Inglaterra hasta las económicas, como la que se refiere a su historia del algodón, por ejemplo. Las potencias occidentales han saqueado y destruido ese país con cierta regularidad. Una parte mínima y simbólica de ese saqueo podemos verlo en los museos del mundo rico que ellos llaman “generosas donaciones” —típicas donaciones de países colonizados o bajo control extranjero.
No por buenos sino por no poseer ejércitos tan heroicos, probablemente, los egipcios nunca han hecho lo mismo con ninguna potencia occidental. Pero nosotros continuamos repitiendo lo que la gran prensa —el brazo derecho de los poderes sectarios, la continuación de la política por otros medios— inocula cada día en la mente y los corazones de los demócratas, racionales y compasivos.
Antes los mapas europeos llamaban Barbaria la región norte de África. Ahora la gran prensa los representa como terroristas o fanáticos que quieren tomar control del mundo. Ambas son dos formas de perpetuar el miedo en Occidente y las futuras agresiones a Oriente. Como la gran prensa del otro lado no es muy diferente, en lugar de un Dialogo de culturas y de civilizaciones tenemos una extensa Guerra de Sordos que sirve, como toda guerra, a los intereses de unos pocos en nombre de unos muchos.
Por supuesto que hay muchos lectores inteligentes que no se compran este discurso. Probablemente éstos sean un número cada vez mayor y esas estadísticas están poniendo más nerviosos y más agresivos a quienes hoy controlan el poder del mundo. Pero por el momento, mientras planean alguna nueva revolución democrática, continúan aplicando el viejo método: miente, asusta, que algo quedará.
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