Ejemplos exitosos de neocolonialismo financiero

    En base al estudio que desarrollamos en Moscas en la telaraña (2023), podemos ver que la particularidad de los llamados Tigres Asiáticos, incluido el Vietnam comunista (ejemplos recurrentes de la propaganda neoliberal de El Uno y sus escribas) radica en que están en un sistema global financiero. Todas las teorías, los “video en el que te explicamos” y sermones mediáticos que ensalzan el milagro de estos países, omiten el rol que cumple cada parte en el todo, cada individuo, cada país en el actual sistema global―que, como vimos, no se diferencia mucho del sistema heredado de los siglos anteriores.

    Como vimos en capítulos anteriores, el capitalismo global ama los esclavos, sean chattel slaves (esclavos de grilletes), indentures (esclavos a término) o esclavos asalariados (recursos humanos de uso flexible). Los contemporáneos Tigres Asiáticos son apenas cuatro países, dos dedicados a las finanzas debido a sus posiciones geográficas y de tránsito estratégicas y en su ubicación ideal de uso horario para la eterna continuidad de los mercados mundiales (Hong Kong y Singapur); los otros dos son manufactureros (Corea del Sur y Taiwán).

    Los dos primeros son micro repúblicas que, como otras micro repúblicas o repúblicas virtuales, sirven al capitalismo financiero ultraliberal pero tienen gobiernos centrales que participan decisivamente en el proceso económico. Aparte de sus conocidas leyes medievales y de su autoritarismo y fuerte injerencia en el diseño macroeconómico del país, el gobierno de Singapur es dueño del 90 por ciento de las áreas habitables y participa en más de un tercio de las empresas importantes del país.

    Lo mismo los otros dos tigres manufactureros, con la particularidad de que estos últimos, Taiwán y Corea del Sur, son receptáculos de inversiones tecnológicas. Londres y Wall Street necesitan esclavos manufactureros en países sin reservas minerales. Es decir, necesita que esos países tengan una producción obsesiva y esclavizada para la exportación de electrónicos, por ejemplo, al mismo tiempo que una educación superior a la media mundial―por supuesto, una cultura y una educación amoldada al utilitarismo, a la comercialización de la vida y, sobre todo, a los intereses de los centros financieros mundiales.

    La exportación en masa de productos de alta tecnología (posterior a la masiva inversión de capitales y razón de “la prosperidad económica” de estas neocolonias) compensa la importación masiva de esos productos de los centros financieros, es decir, de los países consumidores, como Europa y, sobre todo, Estados Unidos. Si tuviesen materias primas apetecidas por el centro, como es el caso de África y América Latina, su educación sería deprimida tanto como las inversiones: como lo indica la historia, cuanto menos educada la población de países extractivos, más barata la mano de obra, más autoritaria y clasista su sociedad y más obedientes las masas que sufren esta condición en beneficio de las oligarquías criollas y de sus socios, los capitales y corporaciones extranjeras.

    Los principales administradores de las inversiones, de la producción de dinero, de los bancos privados e internacionales, de la trasferencia de superávit de los países productivos al país hegemónico con el mayor déficit de la historia (Estaos Unidos), continúan residiendo en los actuales centros imperiales y, sobre todo, continúan beneficiando, antes que a nadie, a El Uno, a la oligarquía internacional, a ese club minúsculo de hombres que dominan las finanzas y la opinión global―aunque, claro está, nunca de forma absoluta.

    El resto de los países en el Sur Global se dividen en dos tipos de colonias: (1) las economías estratégicamente endeudadas y con materias primas y (2) las fábricas del mundo con superávits, sin riquezas naturales pero con mano de obra abundante, con un nivel alto de educación utilitaria, es decir, igualmente esclava. Para ilustrarlo basta con estudiar las condiciones de vida de los trabajadores en Hong Kong o en Corea del Sur. Ni siquiera el Índice de desarrollo de la ONU es capaz de considerar estos factores cualitativos, concentrándose en factores fácil de cuantificar, como la educación (sin aclarar de qué tipo), la salud y el ingreso per cápita. China, por su particularidad demográfica, ha logrado colocarse en una tercera categoría; ni es una colonia del sistema ni es todavía el centro de un imperio financiero beneficiándose de la vampirización del resto del mundo, como ha sido la historia del capitalismo imperial.

    Antes las industrias estaban en la metrópolis imperiales como Londres y Nueva York. Ahora están en la “industria financiera”, también en Londres y Nueva york. 

    jorge majfud. Del libro Moscas en la telaraña (2023), pp. 570-571.

    La libertad de los de arriba

    En 2017 el diplomático e intelectual indobritánico Shashi Tharoor participó en un panel en Australia. Un asistente cuestionó su posición recordándole la historia oficial: “según usted, Gran Bretaña dejó a India en peores condiciones de las que la había encontrado…¿qué hay de las habilidades en ingeniería, la infraestructura y, sobre todo, la educación que los indios adquirieron gracias a Inglaterra?” La respuesta de Tharoor puede resumirse en pocas frases: “los británicos llegaron a uno de los países más ricos del mundo, cuyo PIB alcanzaba el 27 por ciento de la riqueza global en el siglo XVIII, 23 por ciento en el siglo XIX, y luego de 200 años de saqueos y destrucción, India fue reducida a un país pobre. Cuando los británicos abandonaron India en 1947, el país apenas representaba un tres por ciento del PIB del mundo, con el 90 por ciento de la población bajo el nivel de pobreza, un índice de alfabetización del 17 por ciento y una expectativa de vida de 27 años. Los institutos de tecnología hoy existentes fueron inaugurados en India luego de su independencia (…) India fue el mayor productor de textiles del mundo por dos mil años… La excusa clásica es: ‘oh, no es nuestra culpa que ustedes perdieron el tren de la Revolución Industrial’. Claro que perdimos el tren; fue porque ustedes no tiraron debajo de las ruedas. En el nombre del ‘libre mercado’, los británicos destruyeron a punta de cañón el libre mercado que ya existía en India”.[i]

    En 2022, los profesores Jason Hickel y Dylan Sullivan publicaron un detallado análisis titulado “Capitalism and extreme poverty” donde calculan el impacto de las políticas imperiales del capitalismo. Sólo en India, en apenas cuarenta años, el colonialismo británico causó más de 100 millones de muertes y robó al menos 45 billones de dólares en bienes, es decir, más de diez veces la actual economía de todo el Reino Unido. Analizando tres factores cuantitativos básicos (salarios reales, estatura física y mortalidad) los investigadores demolieron la idea de que antes del reinado del capitalismo el 90 por ciento de la población vivía en extrema pobreza y que fue, precisamente el capitalismo, el sistema que creó riqueza global. El prejuicio popular sólo se podría aplicar a los países imperialistas, no al resto del mundo. “El surgimiento del capitalismo provocó un deterioro dramático del bienestar humano. En todas las regiones estudiadas, la incorporación al sistema mundial capitalista se asoció con una disminución de los salarios por debajo del mínimo de subsistencia, un deterioro de la estatura humana y un repunte de la mortalidad prematura. En partes del sur de Asia, África subsahariana y América Latina, los niveles de bienestar aún no se han recuperado. Donde ha habido progreso, mejoras significativas en el bienestar humano comenzaron varios siglos después del surgimiento del capitalismo. En las regiones centrales del noroeste de Europa, el progreso comenzó en la década de 1880, mientras que en la periferia comenzó a mediados del siglo XX, un período caracterizado por el surgimiento de movimientos políticos socialistas y anticoloniales que redistribuyeron los ingresos y establecieron sistemas de abastecimiento público”.[ii] En un artículo publicado en New Internationalist, los mismos autores resumen su estudio anterior de la siguiente forma: en el siglo XX, “la cantidad de alimentos que se podía comprar en América Latina y gran parte del África subsahariana con el salario de un trabajador promedio disminuyó notablemente, alcanzando niveles inferiores a los de los siglos XVII y XVIII”. En referencia a los últimos 50 años, concluyen que, a partir de la reacción contra los movimientos sociales y progresistas en el Norte Global “la política neoliberal fue implementada por gobiernos alineados con las corporaciones, más notoriamente los de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. En el Sur Global, a menudo se hizo a través de golpes y otras intervenciones imperialistas violentas por parte de EE. UU. y sus aliados, incluso en países como Indonesia (1965), Chile (1973), Burkina Faso (1987) e Irak (2003). El FMI y el Banco Mundial impusieron la ideología neoliberal a los países que no estaban sujetos a invasiones y golpes de estado en forma de ‘Programas de Ajuste Estructural’ (SAPs), que requerían que los gobiernos privatizaran los recursos nacionales y los bienes públicos, recortaran las protecciones laborales y medio ambientales, restringir los servicios públicos y, lo que es más importante, eliminaran los programas que buscaban garantizar el acceso universal a los alimentos u otros bienes esenciales. Entre 1981 y 2004, 123 países (el 82 por ciento de la población mundial), se vieron obligados a implementar las SAPs. La política económica para la mayoría de la humanidad llegó a ser determinada por banqueros y tecnócratas en Washington”.[iii] No sobra aclarar de que el llamado “Sur global”, a pesar de que en el mapa mundial aparece dominado por los océanos, en realidad no es sólo el área al sur de la línea ecuatorial, sino que se extiende desde América latina, África y Asia muy al norte hasta representar, por lejos, la mayoría de la población mundial. Pero los bancos internacionales funcionan como cualquier corporación. En el FMI, el 85 por ciento de la población mundial posee solo el 45 por ciento de los votos; como en cualquier directorio de una corporación, cuanto más dinero más votos. En realidad, como cualquier democracia secuestrada. La democracia estadounidense, por ejemplo, también surgió bajo los mismos criterios, condicionada a que las personas comunes (no blancas y sin grandes propiedades) pudiesen tener un real poder de decisión.

    Este tipo de análisis factual y documentado de la historia siempre pasa por exagerada, por radical e, incluso, es condenada y hasta prohibida. Sin embargo, aparte de valiente es correcta. Como ya lo explicó Karl Marx en El Capital, riqueza y capital no son lo mismo, aunque ambos tienden a la acumulación. El capitalismo (el sistema y la cultura entorno al capital) exigía la reinversión de la plusvalía y la maximización de la mano de obra, desprendida (alienada) del objeto producido y, como fue el caso inicial de Inglaterra, desposeída de su tierra para que sus hijos se convirtiesen en trabajadores asalariados. “La separación del trabajo de su producto, la separación de la fuerza del trabajo subjetivo de su condición objetiva, fue el fundamento real y el punto de partida de la producción capitalista. […] El trabajador, por tanto, produce constantemente riqueza material —objetiva— pero bajo la forma de capital, es decir, de un poder ajeno que lo domina y lo explota”.[iv] Más de cien páginas después: “Hoy, la supremacía industrial implica la supremacía comercial. […] La creación de plusvalía se ha convertido en el único objetivo de la humanidad”. Más adelante, como una ironía que resuena hoy en día, Marx observa que “la única parte de la llamada riqueza nacional que realmente forma parte de las posesiones colectivas de los ciudadanos modernos es su deuda nacional”.[v]

    Este frenético proceso europeo interrumpió el desarrollo económico y civilizatorio en otras partes del mundo, desde las Américas hasta Asia. Cabe preguntarse si esta imposición de la nueva cultura luego del feudalismo hubiese sido exitosa sin un fuerte grado de fanatismo. Creo que no, como en cualquier otro momento de la historia. El fanatismo (colectivo) es un componente fundamental de todo éxito geopolítico e histórico, sean las guerras feudales, las guerras imperiales del capitalismo o del comunismo del siglo XX. El vencedor impondrá sus intereses, sus valores, y creará una nueva visión del mundo, es decir, una nueva normalidad, por la cual hasta sus víctimas defenderán con pasión y convicción.

    A mediados del siglo XIX, Marx observaba: “El sistema colonial, con sus deudas públicas, sus pesados impuestos, su proteccionismo y sus guerras comerciales, son el resultado de la revolución manufacturera. Todo lo cual aumenta de forma gigantesca durante la infancia de la industria moderna. Como consecuencia tenemos una gran matanza de inocentes”. Más adelante complementa: “La Guerra Civil estadounidense trajo consigo una deuda nacional colosal y, con ella, una gran presión de impuestos y el ascenso de la vil aristocracia financiera […] En resumen, una concentración más rápida del capital. En otras palabras, la gran república americana, ha dejado de ser la tierra prometida para los trabajadores emigrantes”.[vi]

    jorge majfud. Del libro Moscas en la telaraña (2023).


    [i] Farris, H. (2017). “Shashi Tharoor argues why British Rule destroyed India, North Korea & Liberalism”. http://www.youtube.com/watch?v=jaNotcGak3Y

    [ii] Sullivan, D., & Hickel, J. (2023). Capitalism and extreme poverty: A global analysis of real wages, human height, and mortality since the long 16th century. World Development161, 106026. https://doi.org/10.1016/j.worlddev.2022.106026

    [iii] “16 million and counting: the collateral damage of capital”. (2022, December 22. New Internationalist: https://newint.org/features/2022/12/05/neoliberalism-16-million-and-counting-collateral-damage-capital

    [iv] Marx, Karl. Capital: a critical analysis of capitalist production. Tr. from the 3d German ed., by Samuel Moore and Edward Aveling, and ed. by Frederick Engels. New York: Humboldt pub., 1890, p. 359.

    [v] Marx, Karl. Capital: a critical analysis of capitalist production. New York: Humboldt pub., 1890. 481.

    [vi] Marx, Karl. Capital: a critical analysis of capitalist production. New York: Humboldt pub., 1890, p. 483-494.

    Rescatado del olvido. Entrevista de 2010

    Conversación de Ismael Alonso con Jorge Majfud (2010)

    “Una sociedad no se define como desarrollada por la riqueza que tiene sino por la pobreza que no tiene… China será la principal economía de este siglo, pero el optimismo es engañoso también… Significa mucho para los miedos occidentales, para el fin de la ‘pax americana’, que muchas veces de pax ha tenido poco o nada. Significa el probable reemplazo de una democracia imperial, el estilo de la Atenas de Pericles, por un imperio espartano, como lo sería China si tuviese la hegemonía total. Yo creo que más que equilibrio estamos enfrentando una nueva escalada de tensiones edulcoradas con palabras, como las más recientes de Ben Bernanke en nuestra universidad, de que el desarrollo de los emergentes es bueno para los países desarrollados y viceversa. Suena amistoso, es verdad hasta cierto punto según los mercados, pero a la larga no es creíble… Estratégicamente veo una alianza de Estados Unidos con Europa, dos aéreas geográficas y culturales que todavía se ven como rivales, sobre todo por la puja del euro con el dólar. Pero Europa y Estados Unidos comparten algunos valores que se evidenciarán en el sentimiento de su población a medida que China comience a surgir más como una amenaza que como una oportunidad de negocios. Ya dijimos que todavía falta una crisis china, pero de cualquier forma se convertirá en uno de los mayores jugadores en el tablero internacional. Eso nadie ni nada lo va a evitar. Así que, por lo menos, yo veo un progresivo acercamiento entre Estados Unidos y Europa, sobre todo con Inglaterra. A nivel puramente estratégico, las alianzas serán entre el bloque anglosajón, incluyendo Canadá y Australia, con Japón e India”.

    Una sociedad no se define como desarrollada por la riqueza que tiene sino por la pobreza que no tiene

    Por Ismael Alonso para ALAI

    18/11/2010

    IA: Sería repetido comenzar diciendo que el mundo ha cambiado de forma drástica en los últimos años. Pero considerando estos cambios, ¿cómo ve el devenir mundial en las próximas décadas?

    JM: ¿Asumo que te refieres al aspecto económico, no?

    IA: Sí.

    JM: Claro. Hoy en día nadie habla de otra cosa que de economía y de producto bruto interno. Pero voy a tu pregunta. A fines del siglo pasado muchos pensábamos que el próximo siglo debía ser chino, ya que el gigante estaba despertando. Lo que no habían logrado los imperios europeos en el siglo XIX, ni Japón ni el maoísmo en el siglo XX, lo iba a lograr el capitalismo en el siglo XXI. Es cierto que el optimismo de que “el siglo XXI va a ser de América latina” también se había vuelto un lugar común entre aquellos que alertábamos del engaño del exitismo neoliberal de los noventa, su cercano fracaso y el arribo de la gran crisis del sistema de aquel momento. Publicamos mucho sobre eso…

    IA: Resultó que estaban en lo cierto.

    JM: Bueno, toda predicción es en parte engañosa y en parte verdad. No es solo que uno acierta y se equivoca cuando hace predicciones; también la realidad se equivoca con frecuencia.

    IA: Pero es claro que el mundo está cambiando de una forma impensada.

    JM: No hay duda de que China será la principal economía de este siglo, pero el optimismo es engañoso también. Tal vez porque soy por naturaleza contra o desconfiado, prefiero hablar de “exageraciones del momento”. Que China sea la mayor economía del mundo con una población de 1.300 millones no significa mucho para la mayoría de su población. Significa mucho para los miedos occidentales, para el fin de la “pax americana”, que muchas veces de “pax” ha tenido poco, muy poco o nada. Significa el probable reemplazo de una democracia imperial, el estilo de la Atenas de Pericles, por un imperio espartano, como lo sería China si tuviese la hegemonía total. Yo creo que más que equilibrio estamos enfrentando una nueva escalada de tensiones edulcoradas con palabras, como las más recientes de Ben Bernanke en nuestra universidad, de que el desarrollo de los emergentes es bueno para los países desarrollados y viceversa. Suena amistoso, es verdad hasta cierto punto según los mercados, pero a la larga no es creíble si el mundo sigue funcionando como ha funcionado en los últimos treinta mil años. Yo no soy tan optimista. Pero sería saludable que Estados Unidos pierda su hegemonía. Probablemente sería bueno para los norteamericanos y para el resto del mundo también. Además, qué más quieren que el altísimo nivel de vida que tienen aún en plena crisis.

    IA: Hay otros países que van a liderar el mundo…

    JM: Ojalá que ninguno. Hay demasiada fanfarria, un peligroso triunfalismo hoy en día, ¿no?

    IA: ¿Qué es lo que tiene Estados Unidos para ofrecer al mundo hoy?

    JM: El aspecto que define la actual ventaja estratégica de la cultura norteamericana es su poder de innovación. Siempre criticamos las carencias culturales de su clase media, pero hay que reconocerles una gran fortaleza en su cultura de innovación práctica. Desde los Franklin, los Edison, los Wright, los Bill Gates y los Steve Jobs, pasando por el malquerido Ford, las principales innovaciones que han dado forma a nuestro mundo posmoderno han pasado por allí. Inglaterra, Francia y Alemania dominaron el campo de las innovaciones en el siglo XIX, pero el siglo XX fue un siglo americano y aún hoy sigue en vanguardia en ese aspecto, nos guste o no. China ha derramado mares de dólares sobre sus universidades y aun se lamentan de no obtener resultados. Pienso que los resultados llegarán, pero todavía falta mucho en comparación a su omnipresente industria que cada día multiplica el consumo de basura barata en el mundo.

    IA: Internet fue un invento americano.

    JM: Claro, es la revolución más reciente. Pero casi toda la revolución digital, de la que se benefician hoy las economías emergentes, ha surgido en algún garaje o en el dormitorio de un estudiante de algún campus norteamericano. Internet, IBM, Microsoft, Yahoo, Google, Hewlett Packard, youtube, hasta las más envenenantes invenciones que tienen enfermo de narcivoyeurismo a medio mundo, como Facebook y Twitter pasando por proyectos menos lucrativos pero más innovadores y democráticos como Wikipedia, etc. La lista es más larga. ¿Nos fastidia a los de afuera o a los que estamos de paso reconocerlo? A muchos sí, pero eso no cambia la realidad. Hoy en día, con la inundación de capitales que el gobierno chino ha hecho en la educación no ha habido avances. En algunos planos ha habido retrocesos. A eso súmele que China, como Japón y gran parte de Europa, son países envejecidos o en un dramático proceso de envejecimiento. Estados Unidos e India son hoy en día las dos grandes potencias con reservas de juventud. Brasil estaría en un sitio intermedio. Y la demografía es esencial en cualquier futurismo. Fue fundamental en el boom norteamericano de mediados y fines del siglo XX y lo es en China e India hasta ahora, sobre todo en base a la revolución digital nacida de la cultura americana y en parte europea, que ha puesto una importante cuota de poder en manos de cada individuo en el rincón más remoto del planeta. China será la mayor potencia en términos globales solo gracias a ese “despertar virtual” de las masas.

    IA: ¿Es el caso de Brasil?

    JM: Si. Pero su economía todavía es muy pequeña en comparación a China y ni que hablar de Estados Unidos. Por otro lado, su educación, en pleno boom económico, ha decaído en términos relativos. Ya no me refiero a la innovación, sino a la educación tradicional. Imagino que eso tendrá a cambiar, pero por el momento es lo que hay. Muy poco, aunque todo el mundo repite lo contrario. Tal vez con los nuevos petrodólares haya más inversiones para la educación.

    IA: ¿Pero es mejor el mundo de hoy?

    JM: El Brasil de hoy es mejor porque ha sacado a millones de personas de la pobreza. Lo mismo India. Pero por otro lado estamos pagando el precio de la americanización de culturas no americanas. Hoy hasta los peces hablan de PIBs y todo el éxito gira en torno a esa simplificación de la existencia humana.

    IA: ¿Podemos decir que el BRIC es el nuevo bloque desarrollado del mundo?

    JM: Solo mientras sirva como propaganda y no surjan los inevitables conflictos de intereses. Además, una sociedad no se define como desarrollada por la riqueza que tiene sino por la pobreza que no tiene. Y en esto los BRICs tienen un camino de varias décadas por delante. La teoría de Deng Xiaoping (la trickle-down theory), base del milagro económico de China en los últimos treinta años, no se diferencia mucho de la de Ronald Reagan y Margaret Thatcher: los pobres se benefician cuando la riqueza desborda hacia los de abajo. Tiene razón Eduardo Galeano cuando dice que China hoy es la combinación de lo peor del comunismo y los peor del capitalismo. Luego debemos analizar más en profundidad qué entendemos por desarrollo. Dentro del marco actual, en el mejor de los casos desarrollo significa “sociedad de consumo y bienestar”. Desde un punto de vista más amplio, desarrollo para mí significa el avance de las libertades humanas, lo que, en el fondo, como lo entendía un marxista indio, Manabendra Roy, creo que en 1959, “freedom is real only as individual freedom”, es decir, al fin de cuentas la libertad es pura abstracción si no se traduce en libertad individual. Si el individuo no es libre cualquier otra libertad, por ejemplo la libertad de los pueblos, es una abstracción. Y una libertad que no sea concreta es como un perfume sin olor. Pero como toda libertad está siempre condicionada por factores externos e internos al individuo, sólo podemos aspirar a la mayor expansión de una “libertad relativa”. Relativa al medio, relativa a otro individuo, relativa a otra sociedad. Y esta libertad es el resultado de factores materiales, psicológicos y espirituales. Hoy en día no se habla de otra cosa que de la libertad material, en el mejor de los casos, ya que no es algo menor. En la mayoría de los casos es simplemente un desborde de testosterona, es decir, la libertad de vencer, de emerger, de sumergir, de sentirme superior al resto que deseo se hunda en términos relativos para satisfacer mi ego. Obviamente eso no es libertad ni para el vencedor. Eso es una perfecta prisión, una ilusión de nuestros tiempos, como la ilusión de estar comunicados por Facebook o alguna otra droga cultural que nos arrastra a la deshumanización en nombre de la libertad o la liberación.

    IA: ¿Qué será de Europa y Estados Unidos cuando China domine la economía mundial en pocos años?

    JM: Por muchas décadas Estados Unidos seguirá siendo una de las mayores potencias mundiales y por mucho más una de las naciones más desarrolladas en términos económicos. Estratégicamente veo una alianza de Estados Unidos con Europa, dos aéreas geográficas y culturales que todavía se ven como rivales, sobre todo por la puja del euro con el dólar. Pero Europa y Estados unidos comparten algunos valores que se evidenciarán en el sentimiento de su población a medida que China comience a surgir más como una amenaza que como una oportunidad de negocios. Ya dijimos que todavía falta una crisis china, pero de cualquier forma se convertirá en uno de los mayores jugadores en el tablero internacional. Eso nadie ni nada lo va a evitar. Así que, por lo menos, yo veo un progresivo acercamiento entre Estados Unidos y Europa, sobre todo con Inglaterra. A nivel puramente estratégico, las alianzas serán entre el bloque anglosajón, incluyendo Canadá y Australia, con Japón e India. Pero, claro, siempre hay que tener en cuenta que cada vez que el mundo llega a un consenso sobre el futuro de algo, un día el presente se encarga de mostrar lo contrario. No hay sorpresas en la historia pero el futro está lleno de imprevistos. Y los imprevistos sobre todo son importantes porque son imprevistos.

    Ismael Alonso

    Escritor

    México, DF.

    https://www.alainet.org/es/articulo/145576?language=en

    https://web.archive.org/web/20241127151438/https://www.alainet.org/es/articulo/145576?language=en

    Externalidades: la crítica diferencia entre un estadista y un hombre de negocios

    English : Externalities and the critical difference between a statesman and a businessman

    En 2012 se disputaron la presidencia de Estados Unidos Barack Obama y Mitt Romney. Por entonces, en varios medios de prensa, enfaticé la simple idea de que ser un exitoso hombre de negocios es un mérito pero no hace a nadie un buen gobernante, ya que un país no es una empresa. Hace un par de años debimos soportar en nuestra universidad un pobrísimo discurso de Mitt Romney sobre el éxito, lleno de lugares comunes e ideas vacías, lo que demuestra cuán mediocre y arrogante puede ser un exitoso hombre de negocios, aunque no tan exitoso ni tan mediocre como el actual presidente Donald Trump.

    Más o menos por aquella época, Noam Chomsky me envió varios artículos y comentarios esclarecedores sobre la realidad clave de las externalidades. En pocas palabras: las externalidades son todos aquellos efectos que no entran en la ecuación de un buen negocio. Dos partes pueden hacer un excelente negocio, pero eso no significa que los resultados a largo plazo y en un contexto mayor vayan a beneficiar al resto ni a ellos mismos, como indica la base del liberalismo económico: perseguir el interés individual necesariamente conduce al beneficio del resto de la sociedad.

    Por ejemplo (recuerdo brevemente dos ejemplos del mismo Chomsky): un excelente negocio entre dos empresas o dos a pises pueden conducir a una catástrofe internacional o ecológica. Bajar los impuestos tiene un efecto inmediato en los negocios: los individuos pueden ver los efectos en sus ahorros y pueden iniciar negocios en principio más convenientes. Sin embargo, según estudios cuantitativos, cuando el Estado invierte menos en reparar las carreteras, los usuarios terminan llevando sus autos con más frecuencia al mecánico. Todos se quejan de los impuestos que cobra el gobierno y todos quieren pagar menos, pero nadie se queja de lo que debe gastar en reparar sus autos. Generalmente ocurre lo contrario, porque todos agradecemos un buen trabajo de nuestro mecánico. En otras palabras, la destrucción del medio ambiente y la destrucción de los bienes como autos, vidrios, techos, etc., tiene un efecto positivo en la economía pero a largo plazo no genera más riqueza ni es necesariamente responsable con la realidad que nos rodea, como el medio ambiente, el equilibrio social y la economía a largo plazo.

    Un exitoso hombre de negocios no debe preocuparse por la educación previa ni por la suerte posterior de sus empleados cuando pierden su trabajo. En gran medida, de eso se encarga el maldito Estado, por no hablar de otros aspectos, como la represión policial de la violencia causada por los obscenos desequilibrios sociales causados por el éxito de unos pocos. Estado al que se acusa de desangrar a los exitosos empresarios con injustos impuestos que impiden que los exitosos sean más exitosos.

    Por ponerlo en un par de figuras: que un jugador de fútbol sea un excelente pateador de penales no lo hace un excelente director técnico. Un hombre de negocios es un hábil jugador de ajedrez cuando su mano está dando jaque mate a la reina adversaria (acosando al adversario antes de cerrar un excelente trato), pero eso no lo hace un gran jugador de ajedrez que debe planificar la jugada desde el inicio.

    Más gráfico: esa naturaleza del exitoso hombre de negocios ya se está observando en la primera semana del gobierno de Donald Trump. Sus tempestuosas y erráticas medidas y decretos revelan la mano del hombre de negocios: presión, intimidación a corto plazo para cortar el árbol sin considerar el bosque. La idea de castigar a México con un veinte por ciento de aranceles a sus exportaciones a Estados Unidos no considera que todas esas exportaciones, según las reglas del mundo capitalista que el Sr. Trump presume representar, no se producen por una arbitrariedad fantástica sino por las viejas reglas de la oferta y la demanda. Un colapso de las relaciones comerciales entre México y Estados Unidos, dos grandes socios comerciales, significara un castigo a la misma economía estadounidense. Aparte de las consecuencias geopolíticas, como sería un México buscando alianzas con China, por ejemplo.

    Si observamos cada decisión tomada por el presidente Trump, cada una está basada en la misma superstición de cómo funciona el mundo, como si las externalidades no existieran, como si todo se redujese a una puja entre dos poderosos hombres de negocios: la aprobación del oleoducto de Dakota sin considerar sus posible efectos ecológicos; el bloqueo de refugiados de países víctimas de la globalización, como si no existiesen los derechos humanos de los niños de la guerra y no existiesen resentimientos de posibles aliados; el inicio del acoso a México, su tercer socio económico más importante, como si la economía estadounidense fuse una isla o respondiese al contexto mercantil del planeta Júpiter; y un largo etcétera.

    La sola idea que Trump supo vender muy bien a sus votantes, de devolver los puestos de trabajo de la industria a los estadounidenses presionando e intimidando a las empresas estadunidenses puede ser un gol de penal, pero a largo plazo significa varios goles en contra. Otra vez, según la lógica del capitalismo, no es posible producir los mismos autos y las mismas sillas con obreros que en China ganan unos pocos miles de dólares al año con unos obreros que en Estados Unidos ganan cuarenta o sesenta mil dólares.

    La causa y consecuencia la hemos venido repitiendo desde hace años: la solución que encontraran las empresas ante ese desbalance entre costos y precios finales es una aún más rápida automatización: en la industria automovilística es una tendencia que tiene décadas, pero hay otros sectores donde los robots seguirán expandiéndose y las malditas universidades seguirán aportando cada vez más valor agregado en detrimento de los tradicionales puestos de trabajo: en la agricultura, en los servicios e, incluso, en el trasporte. Hoy en día, en muchos de los viejos estados industriales del norte centro de Estados Unidos (inesperados votantes de Trump) la profesión de conductores de camiones es una de la principales debido a la expansión de la economía. Sin embargo, la realidad de los autos, autobuses y camiones que no requerirán conductores irá en aumento.

    Es una realidad inevitable, al menos que se invente una guerra civil o internacional y volvamos a etapas anteriores del capitalismo industrial.

    Por supuesto que un exitoso hombre de negocios puede ser un gran estadista, como puede serlo un sindicalista, un militar o un profesor. Pero ninguno de ellos sería un buen estadista, ni siquiera un buen presidente, si creyera que aplicando sus exitosos métodos sindicalistas, militares o pedagógicos sería la clave para gobernar un país. Eso es miopía y tarde o temprano la realidad nos pasa por encima cuando la ignoramos a fuerza de narraciones autocomplacientes.

    Mucho más si estamos hablando de un ego enceguecido por su propia luz. Entonces lo único que podemos esperar son crisis de todo tipo: económicas en el mejor caso; sociales y hasta bélicas en el peor.

    jorge majfud

    El estado y las corporaciones

    La double bonne affaire du chômage (French)

    El doble negocio de la desocupación

     

     

    Sugar, Sugar

    Los pobres desempleados e improductivos que viven de la ayuda del Estado en realidad no son un mal negocio para las grandes empresas. No sólo ayudan a mantener los sueldos deprimidos, según ya se sabía en el siglo XVIII, sino que, además, en nuestra civilización de las cosas son consumidores perfectos. La ayuda que estos pobres desempleados reciben del Estado va destinada completamente al consumo de bienes básicos o de diversion y dis-track-tion, lo que significa que las megaempresas aún así continúan haciendo un gran negocio con el dinero de los contribuyentes. Por supuesto, todo tiene su arte y su línea de naufragio.

    Por otro lado, esta realidad sirve para una crítica o un discurso en principio aceptable y enquistado en la conciencia popular del mundo rico, producto del bombardeo mediático: mientras las grandes compañías producen (en varios sentidos de la palabra) y generan puestos de trabajo, los holgazanes se benefician de ellas a través del Estado. Las grandes compañías son las vacas sagradas del progreso capitalista y el Estado con sus holgazanes son las lacras que impiden la aceleración de la economía nacional.

    En primera instancia es verdad. Este mecanismo no sólo mantiene una cultura de la pereza en las clases más bajas esperando esa ayuda del Estado (cuando existe un sistema de seguro social como en Estados Unidos) sino que además alimenta el odio de las clases trabajadoras que deben resignarse a seguir pagando sus impuestos para mantener a ese margen de desocupados que básicamente significan una carga y también una permanente amenaza de mayor criminalidad y más gastos en prisiones. Lo cual también es cierto, ya que es más probable que un desocupado profesional se dedique a alguna actividad criminal que un trabajador activo.

    Este odio de clases mantiene el status quo y, por ende, el dinero sigue fluctuando de la clase trabajadora a la clase ejecutiva, entre otros medios, vía holgazanes-desocupados. Si esos desocupados estuviesen en el circuito de trabajo, probablemente consumirían menos y exigirían mejores salarios y educación. Estarían mejor organizados, no tendrían tanto resentimiento por aquellos que se levantan temprano para ir a sus trabajos, serían menos víctimas de la demagogia de los políticos populistas y de las sectas empresariales que son, en definitiva, las dueñas del capital y, sobre todo, del know-how social –los know-why y los know-what son irrelevantes.

    Para alguien que debe vender un mínimo anual de toneladas de azúcar a la industria de la alimentación, por decirlo de alguna forma, un trabajador nunca será una mejor opción que un desocupado mantenido por el Estado. Para los empresarios de la salud, tampoco. Algunos estudios recientes indican que el consumo de azúcar en las gaseosas es tan perjudicial para el hígado como el consumo de alcohol, ya que el hígado de cualquier forma debe metabolizar el azúcar (glucólisis), por lo cual tomar una soda, en última instancia y sin considerar las alteraciones de la conducta, es lo mismo que beber whisky (Nature, Dr. Robert Lustig, Univ. of California). Una Coca-Cola ni siquiera tiene las ventaja que tiene el vino para la salud. Sin embargo, en los últimos años la proporción de azúcar en las bebidas y la cantidad que consume cada individuo ha ido aumentando en el mundo entero, a pesar que nuestro organismo sólo tuvo tiempo de evolucionar para tolerar el azúcar de las frutas, una temporada al año. Los especialistas consideran que ese aumento del consumo se debe a la presión política de las compañías que están involucradas en la comercialización del azúcar. Como consecuencia, en Estados Unidos y en muchos otros países tenemos poblaciones cada vez más obesas y más enfermas, lo que de paso significa mayores ganancias para la industria de la salud y los laboratorios farmacéuticos.

    Pero así funciona la lógica del capitalismo tardío, que es la lógica global hoy en día: si no hay consumo no hay producción y sin ésta no hay ganancias. Sería mucho más saludable para los consumidores si los vendedores de alimentos a base de sabrosos shocks de sal-azúcar, asaltaran a cada consumidor antes de entrar a un supermercado. Pero esto, como el incremento de impuestos, es políticamente incorrecto y demasiado fácil de visualizar por parte de los consumidores. Siempre me llamó la atención el hecho universal de que los drogadictos roban y matan a personas honestas para comprar drogas y no roban ni asaltan a los mismos vendedores de drogas, lo cual sería un camino más directo e inmediato para una persona desesperada. Pero la respuesta es obvia: siempre es más fácil asaltar a un trabajador honesto que a un delincuente que conoce el rubro. Por lo general, esto último es casi imposible, al menos para un consumidor común.

    El objetivo primario de cualquier empresa son las ganancias y todo lo demás son discursos que intentan legitimar algo que no puede ser cambiado dentro de la lógica puramente capitalista. Cuando esta lógica funciona sin trabas, se llama progreso. Las compañías progresan y como consecuencia progresan los individuos –hacia la destrucción propia y ajena.

    Recientemente la ciudad de Nueva York prohibió la venta de las botellas gigantes de soda alegando que estimulaban el excesivo consumo de azúcar. Este tipo de medidas nunca sería tomada, ni siquiera propuesta, por una empresa privada cuyo objetivo es vender, al menos que venda agua mineral. Pero en este caso la prohibición explícita de una empresa sobre otra iría contra las leyes del mercado, razón por la cual esta lucha normalmente se produce según las leyes de Darwin, donde los más fuertes devoran a los más débiles.

    Estos límites a la “mano invisible del mercado” sólo pueden establecerlos los gobiernos. Lo mismo ocurrió con la lucha contra el tabaquismo. Los gobiernos suelen estar infestados, inoculados por los lobbies de las grandes corporaciones y suelen responder a sus intereses, pero no son monolitos y cada tanto recuerdan su razón de ser según los preceptos modernos. Entonces se acuerdan de que existen para la población, y no al revés, y actúan en consecuencia reemplazando las ganancias por la salud colectiva.

    Las libertades no han progresado por las corporaciones empresariales y financieras sino a pesar de estas. Han progresado a lo largo de la historia por aquellos que se han opuesto a los poderes hegemónicos o dominantes del momento. Siglos atrás esos poderes eran las iglesias o los Estados totalitarios, como los antiguos reyes y sus aristocracias, como en la Unión Soviética y sus satélites. Desde hace varios siglos hasta hoy, cada vez más, esos poderes radican en las corporaciones que son las que poseen el poder en forma de capitales. Cualquier verdad que salga de los grandes medios estará controlada de forma directa o de forma sutil –por ejemplo, a través de la autocensura– por estas grandes firmas, que son las que mantienen los medios a través de los anuncios publicitaros. Los medios ya no sobreviven, como en el siglo XIX y gran parte del siglo XX, de la venta de ejemplares. Es decir, los grandes medios cada vez dependen menos y, por lo tanto, cada vez se deben menos a la clase media y trabajadora. La Era digital podrá un día revertir este proceso, pero por el momento los individuos aislados se limitan a reproducir noticias y narrativas sociales prefabricadas por los grandes medios que básicamente viven de los anuncios publicitarios de las grandes empresas y corporaciones. Es decir, los superyós sociales. El control es indirecto, sutil e implacable. Cualquier cosa que vaya contra los intereses de los anunciantes significará la retirada de capitales y, por ende, la decadencia y el fin de esos medios, que dejarán lugar a otros para cumplir su rol de marionetas.

    Con algunas excepciones, ni los pobres ni los trabajadores pueden hacer lobbies en los parlamentos. En tiempos de elecciones, son los las corporaciones quienes pondrán miles de millones para elegir un candidato o el otro. Ninguno de los candidatos cuestionará la realidad básica que sostiene la existencia de esta lógica pero cualquiera de ellos que sea elegido y luego electo –o viceversa– estará hipotecado en sus promesas cuando asuma el poder y deberá responder en consecuencia: ninguna empresa, ningún lobby pone millones de dólares en algún lugar sin considerar eso como una inversión. Si lo ponen para combatir el hambre en África será una inversión moral, “lo que les sobra”, como dijera Jesús refiriéndose a las limosnas de los ricos. Si lo ponen en un candidato presidencial será, obviamente, una inversión de otro tipo.

    El poder desproporcionado de estas corporaciones, muchas secretas o discretas son el peor atentado contra la democracia en el mundo. Pero pocos podrán decirlo sin ser etiquetados de idiotas. O aparecerán en algunos grandes medios voceros del establishment, porque cualquier medio que se precie de democrático deberá pagar un impuesto a su hegemonía permitiendo que se filtren algunas opiniones verdaderamente críticas. Estas, claro, son excepciones, y entrarán en conflicto con un público acostumbrado al sermón diario que sostiene el punto de vista contrario. Es decir, serán entendidas como productos infantiles de aquellos que no saben “cómo funciona el mundo” y defienden a los holgazanes desocupados que viven del Estado, mientras éste vive de y castiga a las grandes empresas más exitosas. Sobre todo en tiempos de crisis, el Estado las castiga con rebajas de impuestos, préstamos sin plazo y rescates sin límites.

    Desde la última gran crisis económica de 2008 en Estados Unidos, por ejemplo, las grandes empresas y corporaciones no han parado de aumentar sus ganancias mientras la reducción del empleo ha sido débil y un caballito de batalla para la oposición al gobierno. Los economistas más consultados por los grandes medios llaman a esto “aumento de la productividad”. Es decir, con menos trabajadores se obtienen mayores beneficios. Los trabajadores que sobran como consecuencia del aumento de productividad son derivados a la esfera del maldito Estado que debe asegurar que –aunque desmoralizados o por eso mismo– sigan consumiendo con el dinero de la clase media para aumentar aún más las ganancias de los mercaderes de las elites dominantes que, sin pagar esos salarios pero sin dejar de venderles las mismas baratijas y las mismas sodas azucaradas y las mismas chips saladas, verán aumentadas aún más la efectividad, la productividad y las ganancias de sus admirablemente exitosas empresas.

    Nosotros podemos llamar a todo este mecanismo perverso “el doble negocio de la desocupación” o “los milagros de las crisis financieras”.

     

    Jorge Majfud

    Jacksonville University

    majfud.org

    La Epoca (Bolivia)

    Milenio I (Mexico)

    Milenio II Nac, Mny (Mexico)

    Bitacora / La Republica (Uruguay)

    La Republica II (Uruguay)

    El poder de las ficciones globales

    No hay que confundir riqueza con desarrollo, ni economía con cultura. Porque si la economía de una sociedad son las hojas de un árbol, la cultura son sus raíces.

     

     

    BRICS summit participants: Prime Minister of I...

    BRICS: El poder de las ficciones globales

     

     

    Analia Gómez Vidal (*): Según el artículo que escribió usted en 2009, «BRIC, la comunidad fantasma», la principal crítica que le hacía a este producto de marketing financiero era, precisamente, ser sólo un producto de marketing financiero sin sustento real en la geopolítica contemporánea, ni tener un correlato en otras variables de corte social, como la justicia, la distribución del ingreso, o incluso factores culturales de identificación entre sí.  Sin embargo, y si bien su génesis fue puramente financiera, parece evidente en estos pocos años que sus países miembros han tomado la posta en esta situación y han extendido este concepto financiero hacia la realidad política actual. ¿Cuál es su opinión al respecto?¿Se considera en la misma posición que años atrás?

     

    Jorge Majfud: Modestamente, sigo creyendo que hay un error radical (es decir, de raíz), producto del pensamiento financista que domina nuestro mundo. No es coincidencia que en Estados Unidos, el epicentro ideológico y cultural de esa mentalidad, ahora los especialistas en educación universitaria estén comenzando a alertar sobre los errores básicos de que las escuelas de negocios se estén expandiendo dramáticamente sobre las humanidades. Si se hace una lectura general de todas estas investigaciones, la recomendación es muy clara: las School of Business deben acercarse más a las humanidades (“liberal arts” en general, según la tradición norteamericana) y no al revés. Básicamente por dos razones: primero porque un ser humano es más que una profesionalización especifica. Segundo, porque las humanidades en general son indispensables para cualquier pensamiento crítico y para cualquier habilidad innovadora y creadora, aun en el mundo de los negocios.

    En el caso concreto de los BRIC, aparte de ser un invento de Goldman Sachs que inspiró a los mismos líderes políticos de esos países, es una asociación con características e intereses muy estrechos: sólo comparten un mismo interés económico, geopolítico y simbólico. Hasta cierto punto comparten la misma relación amor-odio que mantienen con Estados Unidos, ese deseo de medir sus éxitos según la imagen de éxito formada por la cultura americana (producir más, consumir más, tener edificios más altos, etc.). Sus sistemas sociales y políticos difieren radicalmente unos con otros. Sus culturas son antípodas en cualquiera de los casos que se comparen.

    Hay otro punto. Podemos afirmar (lo hemos hecho décadas atrás) que el poder económico mundo se moverá hacia Asia y algo, aunque relativamente poco, hacia América latina. Los cambios sociales han sido muy lentos y si se puede hablar que ha habido progreso en las clases bajas y media, creo que básicamente se debe a la prosperidad económica del momento, pero no a un claro desarrollo. Hay un consenso en que “el mundo ha cambiado” radicalmente y yo no lo creo. Claro que han cambiado las situaciones socio económica y financieras de muchas regiones geográficas, pero los países y las sociedades no cambian de la misma forma ni al mismo ritmo. Primero se necesita un cambio cultural, cosa que no veo por ninguna parte.

    El éxito de China ¿es el éxito del comunismo o del capitalismo y de la cultura americana? ¿Qué nuevo modelo político, social o cultural ha surgido de Brasil, de Rusia, de India o de China que está marcando el rumbo de la civilización global? Ninguno. ¿Se ha cambiado el paradigma aristocrático, monárquico y teocrático de siglos, como lo hizo la revolución americana? No. ¿Se ha cambiado el paradigma capitalista y liberal, como por mucho tiempo lo hizo la revolución rusa o la revolución cubana? Tampoco. Todo es más del mismo paradigma americano en cinco centros dispersos de países que en sus discursos atacan lo que copian. Los líderes de los BRICS van a Estados Unidos a copiar los modelos de sus universidades, o implantan proyectos como “one laptop per child” surgidos de esos centros de estudios, por mencionar sólo unos pocos ejemplos.

    El fenómeno económico de los BRICS tampoco se podría explicar sin la revolución digital, básicamente iniciada (y hasta ahora desarrollada) en Estados Unidos.

    Esto también ha propiciado que, afortunadamente, los poderes económicos y financieros ahora estén mucho más dispersos, menos centralizados en Nueva York y Londres.

    Los BRICS han sido siempre China más tres o cuatro países. Es parte de una propaganda y parte de una realidad; es un ejemplo de realidad auto creada por una creencia. Pero es poco más que una asociación de países gigantes en un muy buen momento económico con la expectativa que dure hasta mediados del siglo (no se computan las futuras e inevitables crisis economicas y ecologicas ni las innovaciones tecnologicas ni los cambios culturales, claro), con algunos toques sociales para legitimarla ante los ojos del pueblo. Por otra parte es comprensible: cada país, cada líder echa mano a lo que tiene más cerca, y esa “comunidad fantasma” es muy útil en muchos aspectos.

    Cuando los números y los intereses entren en conflicto, los BRIC terminarán de expoliar África como antes lo hicieron los Noroccidentales. Suponiendo que no se cumplan nuestras viejas predicciones de un declive de la maquinaria China y que Brasil sea capaz de mantener el mismo ritmo de crecimiento económico por lo menos por treinta años más, lo cual es imposible, entre otras cosas por su demografia que pronto estará en declive, aparte del aumento de su poblacion anciana.

    Aparte de BRIC y de BRICS se pueden inventar una decena de otros acrónimos, incorporando a Turquía, Indonesia y México y, con el tiempo, a otros países europeos. ¿Pero qué significa todo esto desde un punto de vista histórico? Significa una voluntad, un síntoma y una realidad: el fin de un mundo unipolar. Pero poco, muy poco más en lo que se refiere a una posible revolución o fenómeno paradigmático promovido por el grupo en sí mismo.

    El Merco Sur tenía una base más solida y, sin embargo, después de fantásticos discursos fundadores y latinoamericanistas, hoy en día es una asociación de hermanos que con frecuencia practican el canibalismo cuando los intereses de unos rozan los del otro.

    No veo el fenómeno ni veo al mundo tan diferente a lo que era diez años atrás, como tanto se insiste en los medios. Muchas personas han salido de la miseria en Brasil, sí, eso es un avance importante. Irónicamente los titulares no lo mencionan tanto como el hecho de que Brasil sea la sexta economía del mundo, como si esto importase gran cosa, más allá de satisfacer a aquellos que tienen serios complejos con el tamaño. Que en unos años China sea la primera economía del mundo tampoco es un hecho absoluto. Se dice “eso es la realidad”. ¿Pero la realidad para quién? ¿Para los ricos hombres de negocios, que son los primeros y los últimos en beneficiarse de los booms económicos? ¿Para los políticos? ¿Para los periodistas? ¿Para los ideólogos (reducidos ahora al análisis de los números de PIBs). No para aquellos que deben sufrir una criminalidad cada vez mayor. No para aquellos que siguen viviendo en las favelas de Brasil, al lado de grandes mansiones pero separados por altos muros; no para aquellos que son esclavos en las fábricas de China o en los tugurios de India. No para aquellos que han copiado todo lo peor del consumismo de algunos sectores de la sociedad estadounidense y no han aprendido algunas reglas básicas del desarrollo.

    Permíteme insistir: no hay que confundir riqueza con desarrollo, ni economía con cultura. Porque si la economía de una sociedad son las hojas de un árbol, la cultura de esa sociedad son sus raíces. Con esta metafora no niego completamente el materialismo dialéctico; lo cuestiono como concepción absoluta. Por otro lado, una cosa es el éxito de una economia basado en modelos antiguos (como lo son las economías de los BRIC) y otra es una economia producto de una revolución más profunda, como lo fue la Revolución agricola, la Revolución burguesa o la Revolución industrial. En nuestro tiempo, la Revolución digital, que ha beneficiado a países como China, ha sido un producto importado de Europa y Estados Unidos. Tampoco en esto China está impulsando un cambio de paradigma más allá del cambio geopolitico tradicional.

    Jorge Majfud, 2011

     

    majfud.org 

    (*) Analia Gómez Vidal es economista argentina y columnista de El Economista.

    Milenio (Mexico)

     

    https://web.archive.org/web/20120507013308/http://monterrey.milenio.com/cdb/doc/impreso/9146004

    El realismo mágico de la macroeconomía

    c. 1868

    Image via Wikipedia

    El realismo mágico de la macroeconomía

    Mi padre, además de carpintero y profesor de secundaria, tenía una modesta farmacia de pueblo a la que llegaban curiosos personajes de día y de noche. De adolescente trabajé allí con mi hermano repartiendo pedidos en bicicleta, cobrando en la caja, atendiendo al público o lavando de mala gana la vereda. Mucho antes, cuando niño, cada vez que decíamos que estábamos aburridos mi padre nos daba una escoba. Cómo odiábamos esta sabia solución…

    Con frecuencia teníamos que descifrar el lenguaje por señas de algún trabajador rural que nos llamaba hacia un rincón del local porque quería comprar condones y no sabía cómo decirlo sin que nadie se enterase.  Y porque la picaresca formaba parte también de nuestra juventud, nos hacíamos los tontos y le pasábamos el pedido en voz alta a alguna empleada de forma que el gaucho se escondía debajo del sombrero. Con frecuencia los chistosos hacían pedidos por teléfono y nos mandaban por calles oscuras y a veces bajo lluvia a direcciones inexistentes o a casas de familia que luego resultaban prostíbulos.

    Recuerdo una larga lista de casos extraños: una señora que se enojaba con mi padre porque no quería venderle antibióticos para su niño, a pesar de que por entonces eran de venta libre; un señor que compraba supositorios a toda hora; el frecuente timbre de la casa a las dos de la madrugada porque alguien necesitaba de urgencia algún remedio y no tenía dinero para comprarlo en otro lado; la clásica frase “don Majfud siempre da a los pobres”; parejas a las cuatro de la mañana llamando histéricos para pedir por favor que le abran la farmacia abajo porque necesitaban de urgencia la pastilla del día después, ella llorando y él riéndose como si fuese algo gracioso.

    Pero estos breves recuerdos vienen por otra razón. Solo espero que en mi próximo viaje a Uruguay no me crucifiquen por la infidencia. No daré nombres. Tampoco importa, porque el punto central se refiere a un problema más abstracto.

    En el pueblo había un señor, muy conocido de la casa, que se quejaba de impotencia sexual. Mi padre, como era la norma, le dijo:

    “Vaya con el doctor Alejandro. Dígale que va de mi parte. No le va a cobrar”.

    El doctor Alejandro era muy popular en el pueblo. Tenía la costumbre de no cobrarle a la gente más pobre hasta que quebró y la gente empezó a decir: “el turco Alejandro se volvió loco; le está cobrando a todo el mundo”. Murió poco después de su ruina.

    “Ya fui a todos los médicos habidos y por haber y sigo con el mismo problema”, más o menos fue la respuesta de don X.

    “Vamos a probar con un nuevo medicamento que todavía está en fase de experimentación, si estás de acuerdo”, dijo mi padre

    Por entonces no existía nada parecido como el Viagra. Mi padre le dio unas pastillitas y don X se fue con la seria intención de probar el producto.

    Al poco tiempo volvió con una sonrisa de oreja a oreja.

    “Ese producto es milagroso -dijo don X-; necesito más”.

    Así, don X volvió por varios meses, maravillado de los progresos de la ciencia.

    Un día, don X volvió a deshora buscando sus pastillitas mágicas y mi padre le dijo:

    “Mirá, es hora de que sepas la verdad. Vos tenés un problema psicológico. Las pastillitas que has estado tomando no son más que azúcar. No tienen nada más”.

    No sé el resto de la historia y no importa.

    Cada vez que leo y escucho sobre la inyección de dólares a la economía para que se recupere me acuerdo de esta anécdota del vecino impotente que pudo tener erecciones gracias a una superstición científica.

    Si el dinero ha sido siempre una abstracción, un juego de símbolos, hoy en día lo es en una forma dramática. La lógica clásica dice que aumentando la liquidez se aumenta la inflación y se disminuye el valor internacional de la moneda, dos factores necesarios, por ejemplo, para la economía de Estados Unidos que debe competir con la devaluación de la moneda china y con los riesgos domésticos de deflación.

    Pero aun cuando no existían estos riesgos, muchos años atrás se había comenzado a aplicar el curioso recurso de regalarle a la gente dinero para que lo gaste. Como casi todos los productos manufacturados son importados, ese dinero se iba en autos japoneses o en baratijas chinas. Como en Estados Unidos la FED mantiene las tasas de interés en casi cero, y en países como Brasil con cierto riesgo de inflación las han subido, los inversores siguen enviando esos “capitales” al exterior.

    Pero en primera y última instancia, el efecto principal de estimular la economía aumentando la masa de símbolos (monetarios) es psicológico. Si los inversores tienen miedo, si están desconfiados, no invierten, los precios bajan, las ganancias también, los consumidores se abstienen (el ahorro es la base de la recesión) y los precios siguen cayendo junto con la producción y el empleo. Etc.

    La actual fase del capitalismo global es sobre todo una guerra de símbolos y estímulos. Una guerra más psicológica que ideológica. Como en tiempos de los últimos neandertales, del Genghis Khan o de Hernán Cortés, la fuerza estará del lado de quien delire más, del lado del menos realista. No habrá cura ni salvación para quien no tenga fe en el sistema.

    Yo no creo en el realismo. Primero, porque los realistas fantasean con la realidad. Segundo, porque la realidad nunca fue muy realista. Por el contrario, ha sido siempre el producto del delirio colectivo cuando no del delirio de algún fuhrer, dictador o salvador de turno.

    Caminar sonámbulo tiene sus riesgos. Pero más riesgoso, parece ser, despertar abruptamente un día. Razón por la cual los médicos y los hechiceros no recomiendan despertar a un sonámbulo ni contradecir a un loco.

    Jorge Majfud

    Noviembre 2010

    Jacksonville University

    majfud.org