(audio: el diálogo es una interpretación independiente del aríticulo publciado aquí)
El Memorial de América Latina, fundación cultural de São Paulo dedicada a la valorización de la diversidad y la integración de los pueblos latinoamericanos, me invitó a contestar en un breve video la pregunta “¿Qué significa ser latino?” Pocas cosas más estimulantes que las preguntas y pocas preguntas más difíciles de contestar que las más simples.
Empezaré por la conclusión: hay que cambiar el concepto de identidad por el de conciencia. Ninguna de las dos palabras tiene ni tendrá una resolución epistemológica definitiva, pero sí un significado social e histórico (y, sobre todo, político) bastante claro.
Esta conciencia no es un realidad metafísica, abstracta y universal, sino específica, concreta y múltiple. Me refiero a la conciencia de situación, de pertenencia y de ser, como la conciencia de clase, la conciencia de género, la conciencia de ser colonia, la conciencia de ser un trabajador asalariado, la conciencia de ser latino, la conciencia de identificarse con una etiqueta impuesta desde el poder…
Por décadas, la búsqueda y confirmación de una identidad fue la Lámpara de Aladino que abriría la liberación de cada colectivo social y de cada individuo en particular. Pero la identidad, como el patriotismo, son emociones colectivas y, por lo tanto, ideales para la manipulación de cualquier poder. Más cuando se trata de una dinámica de la fragmentación. Para sus enemigos y promotores, un proyecto de la distracción.
Los poderes dominantes manipulan las emociones mejor que las ideas. Cuando estas ideas se liberan del ruido de las pasiones y se reflejan en sus propios espejos, no en los espejos del poder que no tienen, comienzan a aproximarse a una conciencia concreta.
La más reciente obsesión por una identidad étnica (y, por extensión, de diferentes grupos marginados o subalternos al poder) fue precedida hace más de un siglo por la obsesión de la identidad nacional. En América latina fue el producto del romanticismo europeo. Sus intelectuales, crearon en el papel (desde las constituciones hasta el periodismo y la literatura) las naciones latinoamericanas. Como la diversidad de repúblicas aparecía caótica y arbitraria, con países creados de la nada a través de divisiones, no de uniones, fue necesaria una idea unificadora. Las religiones y los conceptos raciales no eran tan fuertes como para explicar por qué una región se independizaba de la otra, por lo que la cultura debió crear esos seres artificialmente uniformes. Incluso más tarde, cuando en 1898 el Imperio español terminó su larga decadencia con la pérdida de sus últimas colonias tropicales a manos de Estados Unidos, el país (o, mejor dicho, su intelectualidad) se hundió en la introspección. Los discursos y las publicaciones sobre la identidad de la nación, sobre qué era ser español distrajeron el dolor por la herida abierta. Algo similar a lo que ocurre con Europa hoy, pero sin intelectuales capaces de procesar y crear algo nuevo.
Más allá de la desesperada búsqueda o confirmación de una identidad (como un creyente asiste cada semana a su templo para confirmar algo que, se supone, no está en peligro de perderse), las identidades suelen ser la imposición de un poder externo y, en ocasiones, la reivindicación de quienes lo resisten. África no se llamaba a sí mismo África hasta que los romanos la bautizaron con ese nombre y pusieron en esa cajita a un universo de naciones, culturas, idiomas y filosofías diferentes. Lo mismo Asia: hoy, los chinos, los indios y los árabes separados por océanos, por desiertos y por las montañas más altas del mundo son definidos como asiáticos, mientras los rusos blancos del Este son europeos y los rusos menos caucásicos del centro son asiáticos, sin que los separe un gran accidente geográfico y, menos, una cultura radicalmente diferente. Para los hititas Assuwa era el Oeste de la actual Turquía, pero para los griegos era el diverso y desconocido universo humano al Este de Europa. Lo mismo América, como todo saben.
Por lo general, la identidad es un reflejo de la mirada ajena y ésta, cuando es determinante, procede de la mirada del poder. Más recientemente, el significado de hispano y latino en Estados Unidos (y, por extensión, en el resto del mundo) son inventos de Washington, no sólo como forma de clasificar burocráticamente esa diversa otredad, sino como reacción epidérmica de su propia cultura fundadora: clasificando colores humanos; dividiendo en nombre de la unidad; visibilizando ficciones para ocultar la realidad. Una tradición con una clara funcionalidad política, desde siglos antes.
La política de las identidades tuvo un relativo éxito por dos razones opuestas: expresó las frustraciones de quienes se sentían marginados y atacados―y que, de hecho, lo eran―y, por el otro, fue una antigua estrategia que, de forma consciente, practicaron los gobernadores y esclavistas blancos en las Trece Colonias: promover las divisiones y las fricciones de los grupos sociales sin poder a través del odio mutuo.
Aunque una creación cultural, una creación de la ficción colectiva, la identidad es una realidad, como puede serlo el patriotismo o la afición fanática por una religión o un equipo de fútbol. Una realidad estratégicamente sobreestimada.
Por lo antes anotado, sería preferible volver a hablar de conciencias, como solíamos hacerlo algunas décadas atrás, antes de que nos colonizara la superficialidad. Conciencia de inmigrante, conciencia de perseguidos, conciencia de estereotipados, conciencia de racializados, conciencia de sexualizados, conciencia de colonizados, conciencia de clase, conciencia de esclavo, conciencia de ignorantes―aunque esta última parezca un oxímoron, de joven conocí gente humilde y sabia, quienes habían alcanzado esta conciencia y actuaban y hablaban con una prudencia que no se ve hoy entre aquellos que viven de fiesta en el pico de la gráfica de Dunning-Kruger.
La conciencia de una situación particular no es divisiva ni sectaria, de la misma forma que la diversidad no se opone a la igualdad, sino lo contrario. Es el oro y la pólvora de una sociedad en su camino a cualquier forma de liberación. La identidad, en cambio, es mucho más fácil de ser manipulada. Vale más trabajar por aclarar y elevar la conciencia colectiva e individual, que simplemente adoptar una identidad, como un sentimiento tribal, sectario, por encima de cualquier conciencia colectiva, humana. Claro que lograr una conciencia requiere un trabajo moral e intelectual, a veces complejo y contra eso que en psicología se llama “intolerancia a la ambigüedad”―en 1957, León Festinger lo llamó “disonancia cognitiva”.
Diferente, para adoptar una identidad, basta con descansarse en colores, en banderas, en tatuajes, en símbolos, en juramentos, y en tradiciones adaptadas para el consumidor, superfluas o inventadas por alguien más que terminará por beneficiarse de toda esa división y frustración ajena.
La identidad es una realidad simbólica, estratégicamente sobreestimada. Como el patriotismo, como un dogma religioso o ideológico, una vez fosilizada, es mucho más susceptible de la manipulación ajena. Entonces, se convierte en un saco de fuerza―conservador, ya que impide o limita la creatividad derivada de una conciencia crítica y libre.
Trabajar y alcanzar una conciencia de esa manipulación requiere un esfuerzo mayor. Requiere del control de los instintos más primitivos y destructivos como, por ejemplo, el ego desenfrenado o el odio de un esclavo por sus hermanos y la admiración por sus amos―la afiebrada moral del colonizado.
El gobierno de Arévalo revierte con lentitud los recortes al presupuesto y al personal del AHPN.
El Archivo de Seguridad Nacional llama a la comunidad internacional a apoyar las iniciativas de memoria histórica en América Latina.
Washington, D.C., 20 de agosto de 2025 – Hace veinte años, un grupo de investigadores de derechos humanos en Guatemala se topó con un enorme archivo que contenía millones de registros históricos pertenecientes a la brutal y antigua policía nacional del país. Con el apoyo de la Fiscalía de Derechos Humanos del gobierno, financiación de fundaciones y embajadas extranjeras, y la asistencia de asesores internacionales, incluyendo el Archivo de Seguridad Nacional, el grupo logró rescatar los archivos deteriorados de un almacén abandonado hace mucho tiempo y convertirlos en el mayor repositorio público de registros policiales de Latinoamérica. Desde entonces, el Archivo Histórico de la Policía Nacional (AHPN) ha sido fuente de asombrosas revelaciones sobre el papel de las fuerzas de seguridad guatemaltecas en algunos de los peores abusos contra los derechos humanos documentados durante los 36 años de conflicto interno del país (1960-1996), incluyendo asesinatos políticos, secuestros, tortura y desapariciones forzadas. En el camino, se convirtió en un modelo para los sitios de memoria histórica en todo el mundo gracias a los decididos esfuerzos de los guatemaltecos por apropiarse de su historia y llevar a los responsables ante la justicia. Pero hoy, el célebre archivo policial de Guatemala es solo una sombra de lo que fue: una institución vaciada que opera a niveles drásticamente reducidos y con poco contacto con el público al que se supone debe servir. El auge del autoritarismo que azotó al país durante la última década permitió a ideólogos corruptos de derecha utilizar el sistema judicial como arma contra jueces, fiscales, defensores de derechos humanos, periodistas y activistas ambientales, entre otros. El AHPN, vinculado desde hace tiempo a la lucha por la justicia transicional y la memoria histórica, se convirtió en víctima de la intensa hostilidad gubernamental.
Este informe del Archivo de Seguridad Nacional se basa en dos visitas in situ realizadas en 2023 y 2025, dos décadas después del descubrimiento del AHPN, y se basa en años de experiencia y participación en el archivo policial y las iniciativas de memoria histórica en Guatemala. Los autores concluyen que el deterioro de las condiciones del archivo refleja una tendencia más amplia hacia la eliminación y el descuido de la memoria histórica en toda la región y hacen un llamado a la comunidad internacional para que proteja y apoye a instituciones como el AHPN que trabajan para preservarla.
Hace veinte años
Cuando se descubrió el Archivo Histórico de la Policía Nacional en julio de 2005, Guatemala había transcurrido casi una década desde los acuerdos de paz de 1996 que pusieron fin a más de 30 años de insurgencia armada y violenta represión estatal. En 1999, la Comisión de Esclarecimiento Histórico concluyó que el 93 % de los abusos contra los derechos humanos documentados fueron cometidos por fuerzas militares, policiales o paramilitares guatemaltecas, y que unos 200 000 civiles desarmados fueron asesinados o desaparecieron durante una sostenida campaña gubernamental de contrainsurgencia que derivó en genocidio.[1] Sin embargo, aunque la guerra había terminado, aún quedaba mucho trabajo por hacer para impulsar el reconocimiento y la reconciliación nacional, exigir responsabilidades a los perpetradores y crear un nuevo consenso posconflicto sobre lo sucedido.
Las fuerzas de seguridad del país se habían negado a participar en el proceso de la comisión de la verdad y negaron a los investigadores el acceso a los archivos gubernamentales. Así pues, el descubrimiento, en los terrenos de una base policial en funcionamiento en el centro de Ciudad de Guatemala, de una enorme bodega abandonada que albergaba un siglo de registros policiales representó una oportunidad significativa e inesperada para penetrar en una de las instituciones más opacas del país y contribuir a la justicia para sus numerosas víctimas. Bajo el liderazgo de Gustavo Meoño Brenner, exlíder guerrillero, un equipo de decenas de personas se dedicó a limpiar, organizar y escanear los documentos, convirtiendo los espacios oscuros y descuidados de la base en un hervidero de actividad y promesas. El proyecto procesó y digitalizó millones de registros y abrió sus puertas a los investigadores una vez que una cantidad considerable de ellos estuvo disponible para su consulta varios años después.
Pero la desmesurada visibilidad pública del archivo, así como sus contribuciones a los juicios de derechos humanos, enfureció a los poderosos sectores ultraconservadores de Guatemala, entre ellos militares retirados y adineradas élites empresariales. Tras la victoria presidencial de Jimmy Morales, el candidato favorito de la derecha política, en 2016, el gobierno buscó activamente frenar los avances en la reforma judicial, las iniciativas anticorrupción y la rendición de cuentas en materia de derechos humanos. La principal cómplice de Morales fue su fiscal general, María Consuelo Porras, a quien nombró en mayo de 2018.[2] Desde que asumió el cargo, Porras ha acosado, vigilado, procesado y encarcelado a decenas de defensores de derechos humanos, investigadores anticorrupción, activistas indígenas, abogados, fiscales, jueces y periodistas. Su rol le valió la designación del Departamento de Estado de EE. UU. como «actor corrupto y antidemocrático» en 2021, así como las sanciones impuestas por Estados Unidos y Gran Bretaña en 2025.
Guatemala no es el único país donde los archivos y las labores de documentación de derechos humanos están bajo ataque directo o sufren actos deliberados de negligencia. En todo el continente americano, a medida que las democracias se debilitan y los líderes autoritarios ascienden al poder, ha surgido un nuevo antagonismo hacia las personas y organizaciones que construyen narrativas de la represión y la violencia estatal del pasado. La negación de historias incómodas ha llevado al abandono generalizado de las iniciativas de memoria histórica: mediante el cierre de archivos, la destrucción de documentos, nuevas limitaciones al derecho a la información y la censura de diversas historias. Algunos ejemplos incluyen la decisión del presidente Javier Milei de retirar la financiación de los sitios de memoria que contienen registros de la guerra sucia de Argentina (1976-1983); las amenazas a los archivos de derechos humanos peruanos por parte de políticos de derecha que buscan reescribir la historia del país; La decisión de México de modificar su ley de acceso a la información pública para ampliar la facultad del gobierno de denegar el acceso público a sus registros, y la eliminación de información sobre las luchas por los derechos civiles en los Archivos Nacionales de Estados Unidos (AHPN) de las exhibiciones públicas.
A medida que el gobierno de Guatemala intensificaba sus ataques contra la justicia y los derechos humanos, el archivo policial se convirtió rápidamente en blanco de ataques. En 2018, el director del AHPN, Gustavo Meoño, fue destituido de su cargo. Inmediatamente se exilió; durante años, había sido objeto de denuncias infundadas presentadas por figuras de la derecha y temía por su libertad.[3] Decenas de empleados, desde archivistas hasta investigadores, expertos en informática y personal de acceso público, fueron despedidos y sus contratos no fueron renovados. Se ordenó al PNUD que se retirara de su función administrativa, lo que puso fin a la semiautónomaidad del archivo y lo convirtió en una entidad dependiente del gobierno federal.[4] En 2019, el ministro de Gobernación de Morales, Enrique Degenhart, amenazó con confiscar el AHPN del Ministerio de Cultura y Deportes (MICUDE) y devolver sus fondos a la reconstituida Policía Nacional Civil.
Esto no ocurrió, en gran parte gracias a la presión de organizaciones guatemaltecas de derechos humanos, la sociedad civil y aliados internacionales. En respuesta a una petición legal del fiscal de Derechos Humanos, Jordán Rodas Andrade, para proteger el AHPN, la Corte Suprema de Justicia de Guatemala dictaminó en 2020 que el archivo pertenecía al patrimonio cultural de la nación y debía ser supervisado por el MICUDE, no por el Ministerio de Gobernación. Igualmente importante, la Corte ordenó al MICUDE garantizar que la institución contara con los recursos financieros, administrativos y humanos necesarios para continuar la labor de procesar los archivos, preservarlos, protegerlos y hacerlos accesibles al público.
En cierto sentido, el fallo ratificó el intento del gobierno de «institucionalizar» el archivo policial incorporándolo al sistema nacional de archivos del país, dependiente del Ministerio de Cultura. Y no era ilógico considerar que la transición era natural, pues debería haber ofrecido un modelo más sostenible para el futuro.[5] Pero, en realidad, la pérdida del estatus independiente especial del AHPN lo dejó vulnerable a maquinaciones políticas y burocráticas que muy rápidamente socavaron su capacidad de funcionar al notable nivel que había alcanzado durante 13 años.
El declive del AHPN
Para cuando la Corte Suprema emitió su fallo, un segundo gobierno conservador, bajo la presidencia de Alejandro Giammattei, había asumido el poder en Guatemala. Si bien el Ministerio del Interior abandonó sus esfuerzos por recuperar el archivo policial, su administración practicó una negligencia extrema, permitiendo que el AHPN se marchitara. Siguiendo los pasos de su predecesor, el gobierno de Giammattei continuó recortando el presupuesto del archivo, reduciendo drásticamente su personal a tiempo completo y reduciendo su visibilidad pública. Académicos externos reportaron dificultades para organizar visitas de investigación; como resultado, el número de usuarios anuales se desplomó. En 2023, un grupo de simpatizantes del AHPN realizó un informe sistemático y detallado sobre el impacto de las acciones del gobierno en las funciones del archivo. Integrado por miembros de la Asociación de Amigos de la UNESCO en Guatemala (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), este grupo utilizó la sentencia de la Corte Suprema de 2020 para comparar el AHPN antes de 2018 —año en que el director Meoño fue despedido y el personal cesado— con el archivo de 2023, año en que se emitió el informe.[6]
Prácticamente en todos los casos, los autores encontraron un incumplimiento de las órdenes de la Corte. Su estudio —en inglés, “Archivo Histórico y Sitio de Memoria: Monitoreo del cumplimiento de la sentencia 1281-2019 de la Corte Suprema de Justicia relativa a la protección y el funcionamiento del AHPN”— concluyó que el AHPN tenía dificultades para cumplir con sus obligaciones de procesar los registros y garantizar el acceso público a la colección. Entre los hallazgos más impactantes del informe:
El presupuesto del AHPN pasó de un promedio de $1 millón al año en el período 2016-18, cuando aún se permitía la contribución de donantes internacionales, a un promedio de $124,000 al año en el período 2019-22 tras la toma de posesión del gobierno guatemalteco (págs. 13-14). El gobierno ha despedido a empleados del AHPN a un ritmo constante, dejando cada vez menos personal para realizar las numerosas tareas necesarias para el funcionamiento de la institución. En 2017, había 63 personas trabajando en áreas como coordinación y administración, procesamiento de archivos, investigación e investigaciones, informática y digitalización, mantenimiento y seguridad. En 2020, contaba con 30 empleados y, para 2023, contaba con 21. El equipo de investigaciones, responsable de investigar casos de derechos humanos, entre otros asuntos críticos, fue eliminado por completo. Y el personal dedicado a responder a las solicitudes públicas de información se redujo de 11 personas a dos, entre 2020 y 2022. (pp. 15-17) Según el informe, todas las métricas relacionadas con las funciones archivísticas básicas del AHPN han disminuido en un período de cinco años. Al comparar las tasas de clasificación y descripción de documentos, por ejemplo, los autores del informe encontraron que en 2022 el personal logró completar el 10% de lo logrado en 2017. (p. 24) La digitalización (escaneo de los documentos originales y frágiles) en 2022 fue inferior al 30% de lo que fue en 2017. (p. 25) Finalmente, en cuanto al uso público del AHPN, 5,794 investigadores consultaron las bases de datos del archivo para obtener información en 2017; en 2022, el número de usuarios se redujo a 574. (p. 25)
El Archivo Histórico de la Policía Nacional en el año 2025
En la última sección de esta publicación, la analista senior Kate Doyle, quien durante años se desempeñó como asesora internacional del Archivo Histórico de la Policía Nacional, y su colega analista Claire Dorfman informan sobre las condiciones dentro del AHPN con base en dos visitas in situ realizadas en 2023 y 2025.
En ambos viajes, realizamos un recorrido por las instalaciones, consultamos documentos en la sala de investigación pública y realizamos extensas entrevistas con empleados actuales y anteriores, funcionarios gubernamentales e investigadores de derechos humanos. Para este informe, describimos nuestra visita en marzo de 2025, con el fin de brindar la información más actualizada.
Nuestro primer desafío fue programar una visita. El AHPN ya no cuenta con un sitio web para consultar ni un número de teléfono al que llamar. Tras encontrar la página de Facebook del Archivo General de Centro América (AGCA), escribimos un correo electrónico a la oficina principal (agcasecretaria@yahoo.com) y nos dirigieron a la actual coordinadora del AHPN, Ulda Castillo. Ulda amablemente accedió a mostrarnos el archivo y a permitirnos hablar con el personal sobre su trabajo.
Nuestro segundo reto fue encontrar el edificio.
Kate ha visitado el AHPN innumerables veces desde su descubrimiento en 2005. Sin embargo, recientemente, la entrada se cambió de su antigua ubicación en la Avenida Pedrera, en la Zona 6 de la Ciudad de Guatemala. La nueva entrada sigue estando en la Pedrera, pero no hay dirección oficial, número ni letrero en la avenida que indique adónde ir.
Hay, como descubrimos tras caminar por la avenida durante 10 o 15 minutos, una puerta azul que da a un estacionamiento de tierra lleno de autobuses policiales. Pasamos junto a los autobuses, junto a un perro desaliñado que dormía al sol, hasta llegar a un edificio largo y bajo que pertenece al Departamento de Investigaciones y Desactivación de Armas y Explosivos (DIDAE), que ahora tiene el viejo letrero del AHPN atornillado al techo. El sendero que lleva a la puerta principal del archivo recorre todo el edificio, junto a un colorido mural pintado hace años por artistas de la comunidad, ahora sucio y deteriorado.
Mostramos nuestras identificaciones a un par de policías afuera y luego entramos por la antigua entrada del AHPN, ahora vacía. Es difícil reconciliar el espacio con el archivo policial de antaño: ya no hay bullicio de personal, ocupado atendiendo a visitantes o trabajando en sus escritorios. Ulda nos recibió y nos acompañó a través de la puerta marcada como «Solo personal autorizado» para hablar con los empleados del archivo. Donde antes había docenas de personas trabajando con los documentos, caminamos por pasillos vacíos, pasando por oficinas vacías. Solo 17 personas trabajan aquí ahora, incluyendo a los cuatro guardias de seguridad, un mensajero y una mujer de limpieza, dejando a 11 personas para realizar el verdadero trabajo del archivo policial.
Dos personas trabajan en la limpieza y conservación de documentos. Ulda nos contó que recientemente habían terminado de preparar los expedientes policiales del departamento de Huehuetenango y que estaban listos para ser escaneados. Ahora estaban revisando montones de documentos de Baja Verapaz.[7]
Avanzando por el pasillo, pasando por las puertas marcadas como «Restringido», entramos al espacio de trabajo dedicado a las investigaciones, donde solo hay una persona asignada para consultar el sistema de registros en respuesta a las solicitudes de información. Es la última empleada que queda de la época de Gustavo Meoño y la única persona competente para ayudar a los investigadores visitantes a navegar por la anticuada base de datos del AHPN en busca de documentos. En su escritorio había un grueso archivo de cartas del Ministerio Público (MP), cada una con múltiples solicitudes de información. Nos contó que reciben entre 10 y 12 cartas solicitando información del MP cada día y están obligados a responder en un plazo de diez días.[8] Dijo: «Es mucha responsabilidad, tengo que responder a todas las solicitudes». Aunque es la única persona en el archivo plenamente cualificada para realizar investigaciones, a veces otros empleados tienen que dejar de trabajar para ayudarla debido a la grave escasez de personal.
Ulda nos contó: «¡Estamos tan abrumados que incluso Paty, la mujer de la limpieza, ha colaborado para ayudarnos a buscar e investigar y poder responder a estas solicitudes!».
Pasamos al área de escaneo, donde cuatro personas estaban inclinadas sobre cuatro máquinas. El encargado de la digitalización nos hizo una breve demostración de su trabajo; los documentos que estaba escaneando eran cables deteriorados de la década de 1960, muchos devorados por insectos. Nos explicó que normalmente hay cinco personas escaneando todo el día, todos los días, pero que al quinto empleado se le había asignado temporalmente el papel de fotógrafo para nuestra visita y nos acompañaba de sala en sala, tomando fotos que presumiblemente serían enviadas a los superiores como prueba de la actividad continua del AHPN y de sus visitantes.
Otro empleado se encarga de la custodia documental, es decir, de llevar un registro de los archivos originales en papel y de supervisar cuándo salen del área segura donde se almacenan. Nos condujo a las estanterías, donde miles de cajas llenan los estantes metálicos. El suelo de la entrada había sido arrancado, dejando al descubierto un profundo agujero en la tierra y las tuberías que había debajo. Se colocaron tablas de madera desvencijadas sobre partes del agujero para permitir el paso de la gente. «Están arreglando la plomería», explicó Ulda. Al pasar por encima del agujero irregular en el suelo, el custodio nos describió el sistema biométrico y las cámaras de seguridad que habían instalado para proteger los archivos de daños.
Nuestra última parada fue la sala de lectura pública, donde hay una docena de terminales de ordenador instaladas en largas mesas para los investigadores visitantes. Dos investigadores de la Fiscalía de Derechos Humanos estaban sentados frente a las pantallas, consultando la base de datos en busca de registros. Juan Bautista era el encargado. Es un hombre cortés, de hecho, la cara visible del AHPN, que da la bienvenida a los forasteros y explica cómo presentar solicitudes o consultar la antigua base de datos «Total Image», de la que aún depende el archivo policial. La plataforma es tan compleja y poco intuitiva que Bautista a menudo necesita la ayuda del único miembro del personal que queda de antes de 2018 para guiar a los investigadores en su navegación. Por supuesto, cuando acude a la sala de lectura para ayudar a los investigadores, tiene que hacer una pausa para responder a las crecientes solicitudes de información del Ministerio Público, lo que la retrasa aún más.[9]
Bautista nos comentó que ya muy poca gente viene al AHPN a investigar. Recordó haber visto a un par de académicos internacionales en los últimos años: uno mexicano y el otro guatemalteco de Estados Unidos. Pero ningún investigador local viene a menos que sea del gobierno. «A veces vienen expolicías o sus familias a buscar información personal sobre pensiones, ese tipo de cosas». Como hay tan poco que hacer en la sala de investigación, a menudo ayuda a la sección de investigaciones a responder a las solicitudes del Ministerio Público.
Hace años, el archivo policial tenía una sólida presencia en línea a través de su rico sitio web (ahora eliminado), su constante flujo de noticias en Twitter y Facebook, y sus videos ocasionales en YouTube. Al prepararnos para dejar el archivo, le preguntamos a Ulda si existía algún plan para crear una página web o una cuenta en redes sociales para el AHPN. La invisibilidad actual de la institución —su falta de presencia pública en línea y la dificultad incluso para encontrar el edificio— es claramente un enorme obstáculo para los visitantes. ¿Cómo actualiza el AHPN a los investigadores o comparte noticias sobre los avances del archivo? Por ejemplo, ¿cómo difundirían la reciente digitalización del conjunto de archivos de Huehuetenango, un verdadero logro?
Ulda afirmó que el AHPN no tiene permitido crear su propia página web ni comunicarse unilateralmente con el público. Esas decisiones deben ser tomadas por el Ministerio de Cultura y Deportes o por la dirección del archivo nacional. Tampoco existe un procedimiento establecido para compartir actualizaciones sobre los avances del archivo. Los forasteros se enteran de ellos por el boca a boca, por visitantes que publican en sus redes sociales o por algún artículo periodístico ocasional.
A pesar de su puesto como Coordinadora del AHPN, Ulda, junto con el resto de sus colegas del archivo policial, es lo que en Guatemala se conoce como una «029», es decir, una empleada con contrato temporal, en lugar de ocupar un puesto fijo. Los contratos del archivo tienen una duración de solo tres meses y deben renovarse cuatro veces al año. Esa falta de estabilidad, incluso para el personal de mayor jerarquía —esa impermanencia e incertidumbre sobre su futuro—, explica por qué la persona que dirige las funciones diarias del archivo no tiene la autoridad para decidir si lanzar un sitio web, contactar con universidades o difundir los logros del archivo.
Cuando le dijimos a Ulda que íbamos a hablar con un funcionario del MICUDE, hizo un gesto de oración con las manos, como diciendo: «Por favor, busquen ayuda».
La lucha por los archivos, de nuevo
Desafortunadamente, la ayuda no está en camino. Si bien la elección del candidato moderado y prodemocrático Bernardo Arévalo como presidente en 2023 prometía un renovado enfoque en los derechos humanos, Arévalo y su administración han tenido que gobernar bajo el ataque constante de congresistas conservadores y la fiscal general, Consuelo Porras. Entre ambos, han intentado enjuiciar al presidente en 13 ocasiones y diez veces su despojo de inmunidad. La lucha política en curso ha dejado huérfanas las iniciativas de justicia transicional y memoria, entre ellas el archivo policial.
Expresamos nuestra preocupación por el AHPN durante una reunión con la Viceministra de Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura, Laura Cotí Lux, una de las funcionarias clave que supervisa los archivos gubernamentales en Guatemala, incluido el AHPN. Ella coincidió en que el archivo policial necesitaba más recursos para operar eficazmente. Pero el MICUDE no es propietario absoluto de los edificios que albergan el archivo policial ni del terreno que ocupa, añadió, a pesar del fallo de la Suprema Corte de 2020. Estos siguen perteneciendo a la Secretaría de Gobernación.
“Como vieron, las condiciones del edificio no son las ideales. Pero no queremos invertir muchos recursos en mejorar las instalaciones mientras no tengamos la garantía de conservarlas. Cada año, hay más limitaciones en el espacio disponible; el AHPN se ve reducido [por la Policía Nacional Civil (PNC)] a áreas cada vez más pequeñas. Cada año, el territorio de la PNC se expande y nos rodea más”.
Dada la escasez de recursos disponibles para el archivo en el presupuesto federal, dijo Cotí Lux, los donantes internacionales pueden volver a realizar donaciones directamente al AHPN; pero no observamos evidencia de una campaña activa para solicitar fondos, ni hay nadie que lidere dicha iniciativa.[10] El viceministro señaló la falta de archivistas profesionales en Guatemala como una de las razones de la escasa plantilla de trabajadores contratados, a pesar de que la era Meoño dejó un legado de empleados de archivo experimentados y capacitados que fueron quienes rescataron el repositorio abandonado y lo convirtieron en la institución que es hoy. Durante los presidentes Morales y Giammattei, todos menos uno fueron despedidos. Cuando preguntamos por qué el AHPN aún no cuenta con un sitio web ni un programa de divulgación, Cotí Lux nos respondió que es Haroldo Zamora, director del Archivo Nacional (AGCA), quien toma las decisiones sobre la estrategia de comunicación del archivo policial, no el MICUDE.[11]
El Ministerio de Gobernación y el Ministerio de Cultura y Deportes han expresado su disposición a invertir nuevos recursos en el AHPN para mejorar las condiciones del archivo, pero hasta la fecha, esas palabras no se han traducido en acciones concretas. El escaso compromiso del gobierno con la mejora del archivo policial implica que las conclusiones del informe de la Asociación de Amigos de la UNESCO en Guatemala, elaborado al final del gobierno de Giammattei en febrero de 2023, siguen vigentes hoy, 18 meses después del inicio de la presidencia de Arévalo. El AHPN necesita espacio, financiación, personal, tecnología, seguridad y mejoras de infraestructura adecuadas para su correcto funcionamiento. Necesita personal permanente para su estabilidad y continuidad. Y necesita que se le garantice el derecho al terreno donde se asienta y a los edificios que ocupa. (pp. 32-34)
De nuestra propia experiencia visitando el archivo, podemos añadir que la institución necesita urgentemente una dirección física, un número de teléfono y un correo electrónico para que los investigadores externos puedan contactar directamente con el AHPN. Debe contar con una entrada independiente y protegida, plazas de aparcamiento para el personal y los visitantes, y un área dedicada a eventos comunitarios. El Archivo Nacional de Guatemala (AGCA) debería facilitar de inmediato la creación de un nuevo sitio web y reabrir sus cuentas en redes sociales, restaurando así el acceso público a sus publicaciones, fotografías, videos y el historial de sus actividades.
El hecho de que el Archivo Policial haya sobrevivido años de hostilidad por parte de gobiernos anteriores y siga sobreviviendo a la lenta asistencia del actual gobierno es testimonio del activismo sostenido de la sociedad civil guatemalteca y de los simpatizantes internacionales. La solidaridad que la coalición de amigos del AHPN demostró a lo largo de los años al presionar a Guatemala para que preservara el archivo contribuyó a garantizar su continuidad. Pero quizás la acción más importante que los simpatizantes del AHPN pueden realizar hoy sea la más sencilla: programar una visita. Investiguen sus vastos fondos, soliciten copias de documentos, hablen con el personal, compartan su experiencia en redes sociales y exijan al gobierno que aumente los recursos del Archivo Policial.[12]
El AHPN es un tesoro de la historia guatemalteca. Si bien sus circunstancias son únicas, se inscribe en un movimiento más amplio de justicia transicional, que se sustenta en una sociedad civil activa y vocal. Guatemala fue en su día un símbolo de este esfuerzo para países de todo el mundo; puede volver a serlo.
Antes de partir de Guatemala, conversamos con un grupo de extrabajadores del AHPN. Formaron parte de la primera generación de personas contratadas por Gustavo Meoño después de 2005 para ayudar a rescatar los enormes y deteriorados archivos de la Policía Nacional: depurándolos, clasificándolos, digitalizándolos y abriéndolos al público. Ninguno de ellos trabaja allí actualmente. Acordamos no nombrarlos para que pudieran hablar con libertad. Pero la mayoría de sus historias estaban teñidas de nostalgia, no de amargura.
Hablaron del papel que el archivo ha desempeñado en sus vidas y carreras como archivistas e investigadores. También reconocieron la singular experiencia de contribuir al éxito de los juicios de derechos humanos a través de su trabajo en el AHPN. «Trabajar allí fue un privilegio. Cuando los documentos empiezan a hablar…», se le llenaron los ojos de lágrimas al hablar. Todos asintieron.
Notas
[1] Véase el resumen en inglés del informe de la CEH, Guatemala, Memoria del Silencio: Informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, Conclusiones y Recomendaciones (págs. 17 y 20) para obtener estadísticas sobre víctimas y perpetradores de abusos contra los derechos humanos durante el conflicto.
[2] En 2022, Porras fue nombrado para un nuevo mandato de cuatro años por el sucesor de Morales, el presidente Alejandro Giammattei.
[3] Un juez firmó una orden de arresto en su contra en 2023, acusándolo de su presunta participación en un atentado con bomba en 1980 en Ciudad de Guatemala, cuando Meoño era miembro del grupo insurgente Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP).
[4] Cabe destacar que, a partir de 2019, cuando el archivo policial se convirtió en una colección dentro del Archivo Nacional de Guatemala, su nombre se cambió a Fondo Documental del Antiguo Archivo Histórico de la Policía Nacional (FDaAHPN). La torpeza de este nuevo acrónimo explica, sin duda, por qué la mayoría de los guatemaltecos aún se refieren a la colección como el AHPN, y nosotros hacemos lo mismo en esta publicación.
[5] Como consultor del PNUD en 2019, el archivista español Antonio González Quintana concluyó que la institucionalización del AHPN era un paso necesario en su evolución. Escribió que, como «bien patrimonial cultural de interés para el país, debe ser protegido por las instituciones públicas, que deben velar por su salvaguardia y uso». https://nsarchive.gwu.edu/document/19327-plan-estrate-gico-ahpn (p. 17)
[6] Los autores del informe fueron Lucía Pellecer, Luisa Rivas, Daniel Barczay, Rodolfo Kepfer y Juan Muñoz.
[7] El AHPN no solo contiene millones de páginas de archivos de la sede central de la antigua Policía Nacional en Ciudad de Guatemala, sino también archivos históricos que han sido trasladados al archivo desde muchos de los 22 departamentos del país.
[8] El AHPN, como todos los archivos gubernamentales, debe proporcionar registros para las investigaciones judiciales en curso. Dar seguimiento a la gran cantidad de solicitudes es un desafío significativo en las condiciones actuales.
[9] Cuando visitamos el AHPN en 2023, probamos el sistema nosotros mismos. Descubrimos que, con la ayuda del empleado de investigaciones, pudimos consultar la base de datos sobre temas de nuestro interés (como ciertos casos de derechos humanos, nombres de lugares, nombres de víctimas o exfuncionarios guatemaltecos) e identificar los registros relevantes. Solicitamos copias de los registros y Bautista nos envió versiones digitales por correo electrónico en una semana.
[10] El primer director del AHPN, Gustavo Meoño, recaudó millones de dólares para el archivo a lo largo de los años, hasta que fue acusado por funcionarios del gobierno de Morales de canalizar ilegalmente dinero extranjero a la institución. Por lo tanto, el incentivo para reanudar tales gestiones no está claro de inmediato.
[11] Hoy en día, el único lugar donde se pueden encontrar los informes sumamente útiles e informativos que el personal del AHPN elaboró describiendo la riqueza del archivo es un sitio web alojado por la Universidad de Texas en Austin, que contiene una copia de los 20 millones de registros escaneados antes del despido de Meoño en 2018. Para encontrar los diez informes, vaya a la página «Acerca de» y desplácese hacia abajo hasta «Recursos relacionados».
[12] Como para subrayar la precaria situación del AHPN, poco después de nuestra salida de Guatemala a finales de marzo, la base de datos del archivo policial sufrió un grave problema técnico, lo que obligó al personal a suspender por completo el acceso público a los registros. A finales de agosto, el problema persistía, aunque la coordinadora Ulda Castillo nos aseguró en un mensaje de WhatsApp que «se han tomado medidas para resolver el problema con prontitud y, una vez concluido, se restablecerá el servicio». El Archivo de Seguridad Nacional seguirá supervisando el restablecimiento de la base de datos.
Como cada atardecer en Colonia del Sacramento, estaba sentado bajo los olivos de los abuelos, descansando de una larga jornada en la recogida de tomates en la granja, con mi por entonces amada Historia Universal del Arte de José Ráfols en las rodillas. Alguien (creo que uno de mis tíos, pero no pude ver su rostro) se acercó y me dijo que no estaba sabiendo explicar el problema porque no me estaba haciendo la pregunta correcta.
Me desperté inquieto y pensando en el mismo problema que me había agotado el día anterior. Supe a qué se refería aquel tío desconocido, tal vez el tío muerto en un misterioso accidente hace cuarenta años. En principio era un problema irrelevante: el mismo circo global producido en una casa de gobierno de un poderoso país. Pero la pregunta ausente iba acompañada de una respuesta trágica.
Intentaré explicarme.
La pregunta ausente
Las discusiones sobre las políticas del gobierno de Trump giran en torno a las posibles consecuencias de sus medidas arancelarias que han revuelto medio mundo: las bolsas de valores, la inflación, la reindustrialización, “una prosperidad nunca vista antes”. Todas parten de los decretos y declaraciones de intención del presidente.
Hay algo que está ausente en los medios dominantes en los análisis académicos, y no son las consecuencias ni las intenciones declaradas, sino el origen de todo. No es un origen histórico, sino su opuesto. Es un origen teleológico, un origen y una causa que está (de forma precaria) en el futuro.
Al proceder de esta forma, no sólo encontraremos consistencia de la orgía de aranceles con otras políticas del mismo gobierno, como la guerra contra la inmigración y las universidades, sino también una conclusión dramática.
Antes, resumiré las (significativas) contradicciones de estas políticas y narrativas.
Traifas
Estados Unidos tiene déficit comercial y un endeudamiento real, aunque no tan grave como Japón. Los genios de los negocios siempre han basado su éxito, a punta de cañón, en la irresponsabilidad propia y las obligaciones ajenas. Es algo muy viejo, pero, como toda crisis, es usada como cortina de humo para el ajuste de los de abajo.
En teoría, los aranceles tendrían el objetivo de equilibrar la balanza financiera, pero las medidas reales revelan algo difícil de etiquetar como ignorancia. Como bien saben los economistas, todos tenemos déficit con nuestro supermercado y superávit con nuestro empleador. Sin embargo, la idea anunciada en abril de 2025 (“El día de la liberación”) consistió en una tabla rasa de aranceles a prácticamente todo el mundo.
En 1890 McKinley produjo la mayor recesión del siglo con una política arancelaria. En 1930, el presidente Hoover agravó la crisis con más políticas arancelarias, produciendo la gran Depresión de los años treinta que obligó al país a socializarse para salir de la catástrofe. Un factor central de esa crisis anunciada por Marx e iniciada en 1929 con el hundimiento de Wall Street, se debió a la sobreproducción de productos industriales que no se podían vender porque los obreros no tenían capacidad de compra.
Ahora, traigamos estas lecciones históricas al presente e imaginemos que se produce un milagro y Estados Unidos se reindustrializa con salarios que nadie aceptaría hoy. ¿A quién le vamos a vender los productos industriales que nuestra clase media no podrá comprar y tampoco el 96 por ciento del mundo debido a las barreras arancelarias?
Ahorro
El Objetivo Real necesita esa clase obrera, servil e incondicional, en situación de necesidad perpetua. Para eso se debe radicalizar su pérdida de derechos políticos (como la libertad de expresión) y sus beneficios sociales, creados por Roosevelt en los 30s y Johnson en los 60s, luego reducidos por la ola neoliberal y libertaria a partir de la Era Reagan-Thatcher, como la educación pública y los programas de salud estatales, como el Medicare y el Medicaid.
¿Qué mejor, para una población sufriente y embrutecida con la propaganda políticoreligiosa que más circo? La motosierra de Elon Musk es uno de los artilugios de bufón que para nada inventó el presidente argentino Javier Milei; ya lo había usado en los 90s otro neoliberal en Uruguay, el presidente Lacalle Herrera. Esta motosierra (DOGE) ya ha destrozado cientos de miles de puestos de trabajo sin alcanzar sus objetivos. Por el contrario, su maquinaria destructora ahorró 150 mil millones de dólares y, por su propia burocracia, produjo un gasto muerto de 130 mil millones, además de erosionar la producción y el consumo.
No hay que olvidar que, aparte del fanatismo anglosajón escondido detrás de excusas patrióticas, estas políticas están escritas por un gobierno de los ricos, por los ricos y para los ricos. El uno por ciento de la población estadounidense posee 50 billones de dólares, es decir, el doble del PIB de Estados Unidos.
Pero hay que ahorrar quitándole la asistencia médica a los jubilados pobres. Ellos no son productivos ni lucharán ninguna guerra.
Inmigración
Las políticas de deportación indiscriminada y las declaraciones racistas de Trump, son un agregado personal y cultural de este país. Son parte del circo y de la clásica incitación fascista, pero también coinciden con el Objetivo Real. Se podría legalizar a esos millones de trabajadores (y consumidores) altamente necesarios y productivos, como hizo Ronald Reagan en 1986, pero, para el Objetivo Real, no se confía en la sumisión incondicional de extranjeros no caucásicos. (Recordemos que más allá de los billones de dólares invertidos por las superpotencias en análisis de Inteligencia, todo se reduce a la escasa inteligencia de un pequeño grupo de psicópatas con un coeficiente intelectual más bien mediocre. Alguien con conexiones un poco más arriba me ha dicho que me odian por esta “arrogancia” y, honestamente, me importa un carajo.)
El propósito declarado no es que son negros y mestizos, sino la reducción de la criminalidad, al tiempo que se crean empleos en el sector manufacturero para los ciudadanos. Un contrasentido por donde se lo mire. Actualmente, en el sector industrial existe medio millón de puestos eternamente vacantes, y ese número va en aumento. Como no se puede decir que los hispanos son improductivos, se los acusa de asesinos y violadores, a pesar de que la tasa de criminalidad en este grupo es, por lejos, inferior a la de los nacionales.
La excusa tradicional siempre fue “No estamos contra la inmigración, sino contra la inmigración ilegal” (ver “El racismo no necesita racistas”). Ahora, como estos argumentos racistas y xenófobos no son suficientes para el Objetivo Real, se continúa por criminalizar a los inmigrantes legales: profesores y estudiantes extranjeros, todos legales, usando dos excusas anticonstitucionales: (1) expulsar, desmoralizar, desacreditar o silenciar a los críticos de Israel acusándolos de antisemitas; (2) los chinos son comunistas por nacimiento y, por lo tanto, son un peligro para Estados Unidos. ¿Y los Nazis? Bueno, bienvenidos, como siempre.
Universidades
Es el mismo problema de la base laboral, pero en la cúspide de la pirámide: cualquier reindustrialización, aparte de difícil por los salarios nacionales, será doblemente imposible por las mismas medidas tomadas: para una reindustrialización se necesitan universidades, ciencia, tecnología. Pero, para el Objetivo Real, en palabras del vicepresidente Vance, “Los profesores son el enemigo” y para el Proyecto 2025, “Las universidades son el enemigo”. Cuando Eugene Debs y otros estadounidenses antimperialistas comenzaron a dar discursos contra el ingreso a la Primera Guerra Mundial, fueron encarcelados por cometer el “delito de opinión”. Ahora, un siglo después, como lo expliqué en P = d.t, cuando el poder tiembla, la tolerancia a la diversidad-disidencia-democracia disminuye de forma proporcional.
A pesar de que la retórica se centra en “solo los estadounidenses importan”, los mismos estudiantes estadounidenses no quieren ir a universidades sin estudiantes internacionales. ¿Por qué? Por la ahora peligrosa diversidad. Porque no son estúpidos. Los estudiantes saben que en la diversidad de experiencias y perspectivas radica el progreso científico y académico en todas las áreas. Por otra parte, también saben que si quieren hacer una carrera más allá de la mera sobrevivencia animal deben relacionarse con gente de todas partes del mundo, aunque ni siquiera se tomen la molestia de viajar a otro país.
Hace unos años estuve en el MIT invitado por Noam Chomsky para una conversación y, recorriendo sus edificios, encontré una abrumadora mayoría de estudiantes y profesores hablando una diversidad de idiomas o hablando inglés con acento extranjero. Lo mismo Harvard y casi cualquier otra universidad que se precie de algo. Desde hace muchas décadas, la mayoría de las patentes en Estados Unidos es creada por extranjeros. Pues, justo esa ventaja que sobrevive en este país es la que los propulsores del Proyecto 2025 y de el Objetivo Real quieren destruir.
El Objetivo Real
La obsesión de Trump de una imposible reindustrialización con obreros con salarios de los 60s, esconde un problema global y una advertencia oscura: la idea es hacer a Estados Unidos autosuficiente en previsión de una guerra global.
¿Por qué deberíamos llegar a este extremo? Por la explicación que hemos desarrollado por años: porque, diferente a otras culturas y continentes, Noroccidente sólo se desarrolló por la brutalidad imperial y la fuerza de eliminar la prosperidad ajena con el discurso contrario. En particular, el mundo protestante y anglosajón no puede ver a nada ni a nadie sin clasificarlo como ángel o demonio. Obviamente, los demonios (los salvajes, los terroristas) son siempre los otros, y es urgente eliminarlos antes de que se les ocurra la misma idea a ellos.
Este Objetivo Real (seguro que en este momento está sobre una mesa de roble y caoba con un nombre más poético) está previendo y promoviendo la Tercera Guerra Mundial en base a datos concretos recogidos de los actuales campos de batalla. Sería abusar de la inocencia de los pueblos si descartamos esta hipótesis que, entiendo, es el mayor problema desde el año 850.000 AC, cuando solo sobrevivieron 1200 humanos en todo el planeta por una razón que los científicos todavía intentan aclarar.
La Segunda Guerra mundial no solo desarrolló la industria en Estados Unidos, sino que fue el factor que extendió la hegemonía anglosajona ante la decadencia del Reino Unido. La posguerra (la Guerra fría) demostró la eficacia del imperio Noroccidental (la OTAN) basado en la agresión y el acoso, no en la negociación o la convivencia.
Estos son dos de los principales escenarios de estudio, ahora en las mesas de roble y caoba:
I
Rusia es el ejemplo más temido y más deseado. Las notas y discusiones sobre Rusia deben ser selváticas en este momento, ya que son una prueba sorpresiva e irrefutable de un país mediano que logró atravesar un largo conflicto bélico, bajo el bloqueo y acoso unánime de la OTAN, sin destruir su economía sino todo lo contrario. La clave no ha sido solo su poderío tecnológico, que no es superior al de Estados Unidos, sino su autosuficiencia industrial y agrícola.
Karoline Leavitt, la vocera de la Casa Blanca declaró: “Necesitamos más plomeros y menos graduados en estudios culturales”. Estas ideas repetidas no sólo apelan al manual fascista creando falsas dicotomías para mantener a los de abajo en un permanente conflicto, sino que tienen un propósito doble: Si un plomero no escucha las criticas al sistema que lo mantiene en estado de necesidad, no sólo continuará en estado de obediencia sino que culpará a los críticos de su situación y (2) para el Objetivo Real, los esclavos funcionales serán cruciales, ya que no habría cárceles para tantos críticos saboteadores como Eugene Debs.
II
Gaza es el otro laboratorio donde esta mentalidad anglo-sionista, psicópata a extremos impensables, estudia cómo reacciona la población mundial ante repetidas matanzas surreales y cómo se controlan la indignación, las protestas y la opinión pública.
Sobre este tema, enorme, hemos escrito libros. No tengo espacio aquí para volver sobre los detalles, pero creo que la explicación sobre esta oscuridad ha sido bastante clara.
O bilionário CEO da Palantir, Alex Karp, espetou um clássico do século XIX: «Não acho que todas as culturas sejam iguais… O que estou dizendo é que esta nação [os Estados Unidos] é incrivelmente especial e não devemos vê-la como igual, mas como superior.»
Por Jorge Majfud.
Em 4 de março de 2025, em um discurso na Universidade de Austin, o bilionário CEO da Palantir, Alex Karp, espetou um clássico do século XIX: “Não acho que todas as culturas sejam iguais… O que estou dizendo é que esta nação [os Estados Unidos] é incrivelmente especial e não devemos vê-la como igual, mas como superior.” Como detalhamos no livro Plutocracia: tiranossauros do Antropoceno (2024) e em vários programas de televisão (2, etc.), Karp é membro da seita do Vale do Silício que, com o apoio da CIA e da corpoligarquia de Wall Street, promove a substituição da democracia liberal ineficiente por uma monarquia corporativa.
Agora, nossa nação, nossa cultura, é superior em quê? Em eficiência para invadir, escravizar, oprimir outros povos? Superior em fanatismo e arrogância? Superior na psicopatologia histórica das tribos que acreditam que são escolhidas por seus próprios deuses (que coincidência) e, longe de ser uma responsabilidade em solidariedade com “os povos inferiores”, torna-se automaticamente uma licença para matar, roubar e exterminar o resto? A história da colonização anglo-saxônica da Ásia, África e Américas não é a história da expropriação de terras, bens e exploração obsessiva de seres humanos (índios, africanos, mestiços, brancos pobres) que eram vistos como instrumentos de capitalização e não como seres humanos? De que estamos falando quando falamos de “cultura superior” como essa, com aquelas afirmações indiscriminadas e com um conteúdo religioso místico oculto, mas forte, como foi o Destino Manifesto?
Não apenas respondemos a isso nos jornais há um quarto de século, mas naquela época alertamos sobre o fascismo que iria matar aquele orgulhoso Ocidente que agora reclama que seus inimigos estão cometendo suicídio, como Elon Musk disse dias antes. Um desses extensos ensaios, escrito em 2002 e publicado pelo jornal La República do Uruguai em janeiro de 2003 e pela Monthly Review de Nova York em 2006, foi intitulado “O lento suicídio do Ocidente”.
Essa ideologia do egoísmo e do indivíduo alienado como ideais superiores, promovida desde Adam Smith no século XVIII e radicalizada por escritores como Ayn Rand e presidentes de potências mundiais como Donald Trump e fantoches neocoloniais como Javier Milei, revelou-se pelo que é: supremacia pura e dura, patologia canibal pura e dura. Tanto o racismo quanto o patriotismo imperialista são expressões da egomania tribal, ocultas em seus opostos: o amor e a necessidade de sobrevivência da espécie.
Para dar um verniz de justificativa intelectual, os ideólogos da direita fascista do século 21 recorrem a metáforas zoológicas como a do Macho Alfa. Esta imagem é baseada na matilha de lobos das estepes, onde uma pequena alcateia segue um macho que os salvará do frio e da fome. Uma imagem épica que seduz milionários que nunca sofreram de fome ou frio. Para os demais que não são milionários, mas representados como ameaçados por aqueles que estão na base (ver “O paradoxo das classes sociais“), o Macho Alfa é a tradução ideológica de uma catarse do historicamente privilegiado que vê que seus direitos especiais perdem o adjetivo especial e se tornam apenas direitos, um substantivo nu. Ou seja, reagem furiosamente à possível perda de direitos especiais de gênero, classe, raça, cidadania, cultura, hegemonia. Todos os direitos especiais justificados como no século XIX: “temos o direito de escravizar os negros e saquear nossas colônias porque somos uma raça superior, uma cultura superior e, por isso mesmo, Deus nos ama e odeia nossos inimigos, a quem devemos exterminar antes que eles tenham a mesma ideia, mas sem nossos bons argumentos.”
Ironicamente, a ideia de ser “escolhido por Deus” ou pela natureza não impele os fanáticos a cuidar de “humanos inferiores”, como cuidam de seus animais de estimação, mas muito pelo contrário: o destino dos inferiores e fracos deve ser escravidão, obediência ou extermínio. Se eles se defendem, são terroristas.
A versão mais recente desses supremacismos que cometem genocídio na Palestina ou no Congo com orgulho e convicção fanática e demonizam as mulheres nos Estados Unidos que exigem direitos iguais, mais recentemente encontrou sua metáfora explicativa na imagem do Macho Alfa do Lobo da Estepe. No entanto, se prestarmos atenção ao comportamento desses animais e de outras espécies, veremos uma realidade muito mais complexa e contraditória.
O professor da Universidade Emory, Frans de Waal, por décadas um dos mais renomados especialistas no estudo de chimpanzés, assumiu a responsabilidade de demolir essa fantasia. A ideia do macho alfa vem dos estudos dos lobos na década de 40, mas, não sem ironia, o próprio de Waal lamentou que um político americano (o ultraconservador e presidente da Câmara dos Representantes, Newt Gingrich) popularizou seu livro Chimpanzee Politics (1982) e o conceito de macho alfa, pelos motivos errados.
Os machos alfa não são valentões, mas líderes conciliadores. “Os machos alfa entre os chimpanzés são populares se mantiverem a paz e trouxerem harmonia ao grupo.” Quando um verdadeiro líder adoece (o caso mencionado pelo chimpanzé Amós), ele não é sacrificado, mas o grupo assume seus cuidados.
De acordo com de Wall, “devemos distinguir entre domínio e liderança. Existem machos que podem ser a força dominante, mas esses machos terminam mal no sentido de que são expulsos ou mortos… Depois, há os homens que têm qualidades de liderança, que separam brigas, defendem os oprimidos, confortam os que sofrem. Se ele tem esse tipo de macho alfa, então o grupo se junta a ele e permite que ele permaneça no poder por um longo tempo.” Esse tempo é geralmente de quatro anos, embora haja registros de machos alfa que foram líderes por 12 anos, que costumavam distribuir alimentos e manter uma aliança política com outros líderes mais jovens. De acordo com de Waal, o líder macho alfa será julgado por sua capacidade de resolver conflitos e estabelecer uma ordem pacífica para sua sociedade.
Em um conflito, os líderes alfa “não tomam partido de seu melhor amigo; eles evitam ou resolvem brigas e, em geral, defendem os mais azarões. Isso os torna extremamente populares no grupo porque fornecem segurança para membros de baixo escalão.”
O macho alfa é o líder porque tem o apoio da maioria das fêmeas e de alguns machos, mas outros machos jovens sempre usarão a mesma estratégia para destroná-lo e se impor como dominantes: primeiro eles começam com provocações indiretas e distantes para testar a reação do líder. Se não houver reação, o jovem mais forte tentará conquistar outros jovens do sexo masculino para aumentar suas provocações que estão ganhando terreno e se tornando mais violentas. Então ele conquista aliados, com alguns favores. Embora o candidato alfa não se importe com bebês, mas com poder, ele tenta ser afetuoso com os filhos de diferentes mulheres, exatamente como os políticos fazem na campanha eleitoral.
Março de 2025
Jorge Majfud é escritor e professor de Literatura Latino-americana na Universidade de Jacksonville, Flórida.
“¿Por qué cada vez que veo a Curtis, siempre está rodeado de incels?” le preguntó Amanda Milius al periodista James Pogue en la Convención Naional de Conservadores de Orlando, una noche de 2021.
Amanda es la hija de John Milius, el director de Apocalypse Now, y asistente del presidente Donald Trump mientras estuvo en la Casa Blanca. Curtis es Curtis Yarvin, también llamado “El profeta” por los multimillonarios zares de las tecnologías de Silicon Valley, como sus amigos Peter Thiel, Alex Karp, Elon Musk o el candidato J.D. Vance quienes, en cada entrevista, no pueden articular tres ideas seguidas sin perderse.
Nieto de comunistas, el mogul de la extrema derecha estadounidense es el fundador del influyente movimiento ideológico contra los principios del Iluminismo, como la igualdad y la democracia en cualquiera de sus formas, conocido en otros círculos como la Ilustración Oscura.
También se siente cómodo definiéndose como neorreaccionario, más allá de Ronald Reagan, recuperando obsesiones del siglo XIX, como la que sostiene que los blancos tienen coeficientes intelectuales más altos que los negros. Algo que gente como el Premio Nobel James Watson vienen repitiendo desde hace cincuenta años, sin mencionar que las diferencias de test de coeficientes se ha reducido de forma significativa por la mera influencia de una mejor alimentación de los negros.
Aparte de esta controversia, se pierde la perspectiva al asumir que los idiotas de la razas superiores tienen “derechos especiales” sobre el resto de la Humanidad, algo que (a propósito de las conclusiones de Charles Murray y Richard Herrnstein en The Bell Curve, 1994) ya analizamos en el libro Crítica de la pasión pura, en 1997: “Ahora, supongamos que un día se demuestra que hay razas menos inteligente (y que se defina lo que quiere decir eso de inteligencia, sin recaer en una explicación zoológica). En ese caso, las creaturas deberán estar mejor preparadas para la verdad. Esto quiere decir que debemos esperar que las razas se traten entre sí como si no estuviesen unas por encima de otras sino en la misma superficie redonda de Gea. Es decir, que no se traten como ahora se tratan, suponiendo una inteligencia racial uniforme”. Por algún misterio, ningún miembro de la raza superior está a favor de someterse a los asiáticos, cuyos tests de CI arrojan promedios superiores al europeo.
Curtis ha rechazado la afirmación de que está a favor de la esclavitud de grilletes, aunque afirma que, como el Arthur Schopenhauer más íntimo, algunas razas son más aptas que otras para la esclavitud. Todas estas nuevas ideas tienen algo en común con los viejos supremacismos y la vieja arrogancia de considerarse elegidos de Dios por el útero de donde se cayeron.
Yarvin también fue uno de los primeros en poner de moda la metáfora de la Píldora azul y la Píldora roja tomada de The Matrix. La primera, es la que toman los conformistas y quienes repiten lo recibido de los medios. La segunda, la roja, la que toman los que deciden pensar diferente y se atreven a la realidad, lo políticamente incorrecto (la Nueva Derecha). Esta simplificación ignora un peligro mayor y más frecuente: la píldora dorada.
Pese a la simplicidad de la “nueva filosofía”, Yarvin no es un tonto con pocas lecturas. Sus seguidores sí, ya que su filosofía no les demanda demasiado esfuerzo intelectual. Muchos de ellos, incluidos Yarvin, se han vuelto admiradores de Xi Jinping y Nayib Bukele y culpan a las democracias de todos los problemas, pero nunca mencionan el marco general que hizo de las democracias un ritual vacío: el capitalismo.
¿Parece un poco ecléctico? Para un incel es simple, efectivo y atractivo. De ahí viene la palabra, cuya traducción más precisa en castellano es virgo, ya instalada en la discusión pública en países del Sur. En octubre de 2024, una periodista de la televisión argentina invió a un influencer. El joven dijo, con convicción, que “hay que ir con todo contra el comunismo”. Cuando le preguntaron qué era el comunismo, echó mano a su teclado; “Querés que te lo busque en Wikipedia? Pará…”
Los incels, los virgos son una metáfora sexual coincidente con la realidad intelectual de los influencers políticos. Son neofascistas puritanos contra la liberación sexual de los 60s y habitantes de los sitios pornos de internet. La misma palabra incels surgió en 1997 de “in-voluntary cel-ibates” y desde entonces ha representado al grupo de jóvenes (blancos, según las estadísticas) que tienen dificultades para relacionarse con mujeres y las culpan, a ellas y al feminismo, por esta frustración. Todo lo cual coincide con la psico-ideo-patología de la Nueva Derecha en Occidente que proclama el derecho especial de los hombres sobre las mujeres y la necesidad de que los lideres sean “machos alfa”, metáfora zoológica derivada de las manadas de lobos.
A su vez, son productos coloniales de las cofradías de Silicón Valley y Wall Street que ahora se creen quienes ofrecen la Píldora roja para curar de ignorancia al resto del mundo mientras repiten clichés imperialistas del siglo XIX. Esta ideología de baja sofisticación y alto nivel de propaganda (es decir, la asociación de dos cosas sin relación lógica entre ellas) logra sustituir una idea por su opuesta como si fuesen la misma cosa. La nueva cultura de los influencers digitales, peces en una pecera administrada por un puñado de poderosas corporaciones como Palantir, cuyos principales clientes son la CIA, la NSA y el Pentágono, no sólo tienen un poder de atención más breve que un pez dorado (ocho segundos, según varios estudios) sino que se creen libres y autores de sus propias ideas, como un eslavo del siglo XIX se creía libre al defender a muerte el sistema esclavista contra otros peligrosos negros.
Todos estos millonarios despotrican contra los gobiernos mientras reciben millonarios contratos de los gobiernos para espiar e inocular a propios y ajenos. Se presentan como “genios de las tecnologías” cuando nunca inventaron nada, aparte de secuestrar toda la creatividad ajena. Se presentan como ejemplos del “self-made man” que asciende desde la pobreza hasta el Olimpo de la riqueza por méritos propios, mientras los vagos trabajadores los odian por su éxito.
Esta idea del “Hombre que se hace a sí mismo”, nacida en los tiempos de Benjamin Franklin y catapultada por Frederick Douglas, es un mito tan poderoso que impide ver lo más obvio: “hacerse a sí mismo” es un mérito del individuo, no del sistema.
El sistema (capitalista y postcapitalista) reduce la definición de éxito a la acumulación de capitales y a este puñado de exitosos les confiere casi todo el poder político, social y hasta cultural. Éstos elegidos, se venden a sí mismos como los genios creadores de todo lo bueno de nuestro mundo, invisibilizando la catástrofe ambiental y la polución de guerras infinitas. Basta con abrir cualquier gran medio, como el New York Times, el WSJ, Time, y sus repetidoras de las colonias para fácilmente encontrarse con la alabanza y promoción de algún entrepreneur pequeño contando cómo dejó de plantar tomates en El Salvador para cotizar por un día en Wall Street o a mogules más reconocidos como Bill Gates, Elon Musk o cualquier otro psicópata del club exclusivo recomendando libros, obras de teatro, teorías científicas, dando consejos sexuales, políticos y espirituales a pesar que están allí no por ser hombres sabios sino por su única habilidad de acumular dinero como Rico McPato.
El mérito del sistema que decide entre el bien y el mal, entre el éxito y el fracaso radica en su habilidad de vender. Vender excepciones como la regla, vender sueños como realidades. Producir virgos y hacerles creer que son influencers y no influenceeds. Que son especiales, originales, creativos, rebeldes porque se tragaron la pastilla ―la roja.
A once minutos de despegar, explotó la primera bomba debajo del asiento de una niña de nueve años.
―We have an explosion aboard… ―informó el capitán―. We have fire on board!
Pérez Pérez logró controlar la nave que comenzaba a perder presión. Con un solo motor, la dirigió de vuelta al aeropuerto de Barbados, mientras la cabina se llenaba de humo. Los pasajeros, en pánico, no lo supieron, pero el capitán estuvo a minutos de resolver el problema.
Una segunda bomba explotó en un baño arrancándole la cola al avión. La nave apuntó hacia el cielo y ascendió de forma vertical. La torre de control le gritó al piloto que eso era una mala idea, sin saber que el piloto ya había perdido el control. Algunos pasajeros cayeron al mar. Luego la nave se precipitó como una flecha.
En Cuba, el padre de una de las atletas, apenas supo de la noticia se fue a la montaña y allí pasó toda la noche. Otro permaneció en el aeropuerto de La Habana por una semana, convencido de que en cualquier momento iba a aparecer su hijo. La novia de uno de los campeones subió a su cuarto y no volvió a bajar por diez años. En Guyana, el padre de uno de los jóvenes que iban a estudiar medicina en Cuba, se recluyó en su biblioteca y no salió por una semana.
Minutos después de las explosiones, Freddy Lugo llamó a Orlando Bosch para reportar sobe el éxito de la operación:
―Se cayó la buseta con todos los perros adentro ―dijo.
La policía de Trinidad arrestó a Herman Ricardo y Freddy Lugo.
―Hablaban de algo importante y se reían con ganas ―recordó el taxista que pudo ver sus rostros en el espejo retrovisor.
Ricardo, empleado de la agencia de seguridad de Posada en Venezuela, admitió que él y Lugo habían colocado las dos bombas en el avión. También reconoció que Luis Posada y Orlando Bosch habían planeado el atentado.
El 15 de octubre, un millón de personas llenaron la Plaza de la Revolución en La Habana. En su discurso, Fidel Castro recordó que, desde 1959, 51 vuelos de Cubana habían sido saboteados o secuestrados.
―No podemos decir que el dolor se comparte ―dijo―. El dolor se multiplica.
―El terrorista es él ―dijo Posada Carriles, mirando las imágenes que llegaban de La Habana.
Orlando García, jefe de seguridad del presidente Andrés Pérez, y Ricardo Morales (ambos exiliados cubanos), habían asistido al coctel de bienvenida de Bosch a Caracas. Según recogió un documento de la CIA, tanto García como Morles mencionaron que, en la cena de recaudación, Orlando Bosch se había atribuido el atentado de Washington contra Letelier, algo de lo cual no se cansaría de negar en público.
―Fue un acto heroico ―declaró Bosch ante un tribunal de Caracas, sobre el derribo del avión.
―Los combatientes cubanos hicieron un acto revolucionario ―declaró Ricardo Lozano frente a las cámaras de televisión.
―Fue una acción heroica ―insistió Bosch, sacudiendo su índice derecho con ansiedad, rodeado de periodistas―. Como usted sabe, la guerra es una competencia de crueldades.
Bosch se negará cada vez que sea interrogado sobre el incidente, “porque eso es ilegal en Estados Unidos” y lo justificará siempre, por tratarse de “una acción contra combatientes, porque todos son combatientes”.
―Guillermo e Ignacio Novo lo hicieron― dirá en la entrevista con el periodista Blake Fleetwood en la cárcel de Caracas― Todo fue planeado por la DINA de Chile.
Fleetwood llamó desde Caracas al fiscal Eugene Propper, a cargo de la investigación del FBI. Propper no era muy optimista. Rara vez un atentado con bomba se resolvía. Luego de unas horas, llamó al periodista de nuevo:
―La CIA ya le había informado de todo a la policía secreta de Venezuela… Creo que están detrás de ti. Estás en peligro.
―Entonces, ¿qué hago? ―preguntó Fleetwood, con seis horas de grabaciones con Bosch y Posada Carriles en la mano―. ¿Debo ir a la embajada de Estados Unidos…?
―No, al contrario ―dijo el agente del FBI―. Tendrás que resolverte solo y ver una forma de salir de ahí.
A la policía venezolana no le costó mucho localizar a Bosch y Posada Carriles. Lo difícil era arrestarlos, pero desde la entrega de su camarada Bosch en febrero, Posada Carriles no había recuperado su puesto en la CIA. Lo había intentado una vez más el mes anterior, informando a la misma agencia de un inminente atentado contra un vuelo de Cubana por parte de un grupo de exiliados cubanos, pero tampoco lo había logrado. La CIA no actuó con la celeridad necesaria, sino con calculada torpeza, como suele hacer.
Sin la invaluable protección de la CIA, Bosch y Posada Carriles recurrieron a la red de servicios secretos de Chile y Venezuela, pero esta complicidad tenía grietas. El jueves 14, la policía venezolana los arrestó a los dos.
El viernes, interrogaron a Posada Carriles:
―Yo no tuve nada que ver, chico ―dijo.
―¿Usted condena el atentado?
―Yo no condeno nada.
―¿Aunque mueran inocentes?
―A veces pagan inocentes por estar en el lugar equivocado.
Orlando Bosch repitió casi las mismas palabras.
―Soy inocente, pero no condeno nada que conduzca a la caída del régimen de Cuba. Los terroristas son ellos.
―Usted no se considera un terrorista…
―De ninguna manera, chico. Soy un combatiente.
―Los combatientes se enfrentan a otros combatientes…
―En una guerra total, no hay civiles.
―¿Considera a los pasajeros del vuelo 455 combatientes?
―Todos son combatientes.
Cuando el presidente Andrés Pérez se enteró de la temeraria entrevista de Fleetwood en la cárcel de Caracas, ordenó su detención, pero la DISIP no alcanzó a impedir que tomase el próximo vuelo a Estados Unidos. Lo estaba esperando el fiscal Propper, quien le pidió una copia de sus grabaciones. El presidente Pérez acusó a Fleetwood de ser un agente de la CIA.
En Miami, la iglesia católica organizó vigilias y oraciones por la liberación de Orlando Bosch. Bosch admitió ante los investigadores venezolanos que él había participado en el atentado contra el avión cubano, pero el gobierno trasladó su juicio a un tribunal militar y fue declarado inocente, excepto de falsificar pasaportes.
El vuelo de Cubana 455 fue el primero de la historia de la aviación civil derribado por un atentado terrorista y el que más vidas costó en el hemisferio, hasta el 2001.
En Miami, el propietario del semanario Réplica, el cubano Max Lesnik, fue uno de los pocos que se atrevió a denunciar el acto terrorista contra el vuelo Cubana 455.
―Posada Carriles y Bosch lo planearon todo ―dijo Lesnik―. Denuncié este acto terrorista mientras la extrema derecha de Miami lo aplaudía.
El semanario Réplica sufrió siete atentados con bomba hasta que fue obligado a cerrar definitivamente en 2005. Nadie fue detenido por estos actos a pesar de que un agente del FBI reportó que, sin que Lesnik lo supiera, lo había rescatado muchas veces de ser asesinado.
Todo en nombre de la libertad de prensa que no existe en Cuba.
Cubana 455, 48 years of the major terrorist attack in the hemisphere
Eleven minutes into takeoff, the first bomb exploded under the seat of a nine-year-old girl.
“We have an explosion aboard…” the captain reported. “We have fire on board!”
Pérez Pérez managed to control the plane that was beginning to lose pressure. He directed it back to the Barbados airport with only one engine, while the cabin filled with smoke. The panicked passengers did not know, but the captain was minutes away from solving the problem.
A second bomb exploded in a bathroom, tearing off the tail of the plane. The plane pointed toward the sky and ascended vertically. The control tower shouted to the pilot that it was a bad idea, not knowing that the pilot had already lost control. Some passengers fell into the sea. Then, the plane plummeted like an arrow.
In Cuba, the father of one of the athletes went to the mountains and spent the whole night there as soon as he heard the news. Another remained in the Havana airport for a week, convinced that his son would appear at any moment. The girlfriend of one of the champions went up to her room and did not come down for ten years. In Guyana, the father of one of the young men who was going to study medicine in Cuba locked himself in his library and did not come out for a week.
Minutes after the explosions, Freddy Lugo called Orlando Bosch to report on the success of the operation:
“The bus fell with all the dogs inside,” he said.
The Trinidad police arrested Herman Ricardo and Freddy Lugo.
“They were talking about something important and laughing heartily,” recalled the taxi driver, who could see their faces in the rearview mirror.
Ricardo, an employee of Posada’s security agency in Venezuela, admitted that he and Lugo had placed the two bombs on the plane. He also acknowledged that Luis Posada and Orlando Bosch had planned the attack.
On October 15, 1976, a million people filled Havana’s Plaza de la Revolución. In his speech, Fidel Castro recalled that since 1959, 51 Cubana flights had been sabotaged or hijacked.
“We cannot say that the pain is shared,” he said. “The pain is multiplied.”
“He is the terrorist,” said Posada Carriles, watching the images from Havana.
Orlando García, head of security for Venezuela’s President Andrés Pérez, and Ricardo Morales (both Cuban exiles) had attended Bosch’s welcome cocktail in Caracas. According to a CIA document, both García and Morles mentioned that, at the fundraising dinner, Orlando Bosch had claimed responsibility for Washington’s bomb attack on Orlando Letelier, something he would never tire of denying in public.
“It was a heroic act,” Bosch declared before a Caracas court about the downing of the plane.
“The Cuban fighters carried out a revolutionary act,” declared Ricardo Lozano in front of the television cameras.
“It was a heroic action,” Bosch insisted, shaking his right index finger anxiously, surrounded by journalists. “As you know, war is a competition of cruelties.”
Bosch will refuse every time he is questioned about the incident “because that is illegal in the United States” and will always justify it because it was “an action against combatants because they are all combatants.”
“Guillermo and Ignacio Novo did it,” he will say in the interview with journalist Blake Fleetwood in the Caracas jail. “It was all planned by the DINA of Chile.”
Fleetwood called from Caracas to the prosecutor Eugene Propper, who was in charge of the FBI investigation. Propper was not very optimistic. Bomb attacks were rarely solved. After a few hours, he called the journalist again:
“The CIA had already informed the Venezuelan secret police of everything… I think they are after you. You are in danger.”
“So, what do I do?” asked Fleetwood, with six hours of recordings with Bosch and Posada Carriles in hand. “Should I go to the US embassy?”
“No, on the contrary,” said the FBI agent. “You must figure it out yourself and find a way out of there.”
It was not difficult for the Venezuelan police to locate Bosch and Posada Carriles. The problematic part was arresting them, but since the surrender of his comrade Bosch in February, Posada Carriles had not regained his position in the CIA. He had tried once more the previous month, informing the same agency of an imminent attack against a Cubana flight by a group of Cuban exiles, but he had not succeeded either. The CIA did not act with the necessary speed but with calculated clumsiness, as it usually does.
Without the invaluable protection of the CIA, Bosch, and Posada Carriles resorted to the network of secret services in Chile and Venezuela, but this complicity had cracks. On Thursday, the 14th, the Venezuelan police arrested them both.
On Friday, they interrogated Posada Carriles:
“I had nothing to do with it, chico,” he said.
“Do you condemn the attack?
“I don’t condemn anything.”
“Even if innocent people die?”
“Sometimes innocent people pay for being in the wrong place.”
Orlando Bosch repeated almost the exact words.
“I am innocent, but I do not condemn anything that leads to the fall of the Cuban regime. They are the terrorists.”
“So, you do not consider yourself a terrorist…”
“Not at all, chico. I am a combatant.”
“Combatants face other combatants…”
“In a total war, there are no civilians.”
“Do you consider the passengers of flight 455 combatants?”
“Sure, they are all combatants.”
When President Andrés Pérez learned of Fleetwood’s reckless interview in the Caracas jail, he ordered his arrest. Still, the DISIP (Venezuelan’s Secret Police) could not prevent him from taking the next flight to the United States. Prosecutor Propper was waiting for him and asked him for a copy of his recordings. President Andrés Pérez accused Fleetwood of being a CIA agent.
In Miami, the Catholic Church organized vigils and prayers for the release of Orlando Bosch. Bosch admitted to Venezuelan investigators that he had participated in the attack on the Cuban plane. Still, the government moved his trial to a military court, and he was declared innocent, except for falsifying passports.
Cubana Flight 455 was the first in the history of civil aviation to be shot down by a terrorist attack and the one that cost the most lives in the hemisphere until 2001.
In Miami, the owner of the weekly magazine Réplica, Cuban Max Lesnik, was one of the few who dared to denounce the terrorist act against Cubana Flight 455.
“Posada Carriles and Bosch planned it all,” said Lesnik. “I denounced this terrorist act while the extreme right in Miami applauded it.”
The magazine Réplica suffered seven bomb attacks until it was forced to close permanently in 2005. No one was arrested for these acts even though an FBI agent reported that unbeknownst to Lesnik, he had rescued him from being killed many times.
All in the name of freedom of the press, which does not exist in Cuba.
Cubana 455, 48 anos do maior atentado terrorista do hemisfério
O capítulo de 1976 em português
Onze minutos após a decolagem, a primeira bomba explodiu sob o assento de uma menina de nove anos.
—We have an explosion aboard… informou o capitão. ? We have fire on board!
Pérez Pérez conseguiu controlar a aeronave, que estava começando a perder pressão. Com um único motor, ele a conduziu de volta ao aeroporto de Barbados, enquanto a cabine se enchia de fumaça. Os passageiros em pânico não sabiam, mas o capitão estava a minutos de resolver o problems.
Uma segunda bomba explodiu em um banheiro, arrancando a cauda do avião. A aeronave apontou para o céu e subiu verticalmente. A torre de controle gritou para o piloto que isso era uma má ideia, sem saber que o piloto já havia perdido o controle. Alguns passageiros caíram no mar. Em seguida, a aeronave mergulhou como uma flecha.
Em Cuba, o pai de um dos atletas, assim que soube da notícia, foi para as montanhas e passou a noite lá. Outro ficou no aeroporto de Havana por uma semana, convencido de que seu filho apareceria a qualquer momento. A namorada de um dos campeões subiu para o quarto dele e não desceu por dez anos. Na Guiana, o pai de um dos jovens que ia estudar medicina em Cuba se trancou em sua biblioteca e não saiu por uma semana.
Minutos após as explosões, Freddy Lugo ligou para Orlando Bosch para informar sobre o sucesso da operação:
— O ônibus tombou com todos os cães dentro? disse ele.
A polícia de Trinidad prendeu Herman Ricardo e Freddy Lugo.
— Eles conversavam sobre algo importante e rindo muito, lembrou o motorista de táxi que podia ver seus rostos pelo espelho retrovisor.
Ricardo, funcionário da agência de segurança de Posada na Venezuela, admitiu que ele e Lugo haviam colocado as duas bombas no avião. Ele também admitiu que Luis Posada e Orlando Bosch haviam planejado o atentado.
Em 15 de outubro, um milhão de pessoas lotaram a Plaza de la Revolución, em Havana. Em seu discurso, Fidel Castro lembrou que, desde 1959, 51 voos da Cubana haviam sido sabotados ou sequestrados.
— Não podemos dizer que a dor é compartilhada, disse ele. A dor é multiplicada.
— Ele é o terrorista? disse Posada Carriles, olhando para as imagens que vinham de Havana.
Orlando García, chefe de segurança do presidente Andrés Pérez, e Ricardo Morales (ambos exilados cubanos), compareceram ao coquetel de boas-vindas de Bosch em Caracas. Conforme um documento da CIA, tanto García quanto Morales mencionaram que, no jantar de arrecadação de fundos, Orlando Bosch havia assumido o crédito pelo atentado contra Letelier em Washington, algo que ele não se cansava de negar em público.
— Foi um ato heroico? disse Bosch em um tribunal de Caracas sobre a queda do avião.
— Os combatentes cubanos fizeram um ato revolucionário? declarou Ricardo Lozano diante das câmeras de televisão.
— Foi um ato heroico? insistiu Bosch, sacudindo ansiosamente o dedo indicador direito, cercado de jornalistas. Como você sabe, a guerra é uma competição de crueldades.
Bosch se recusará toda vez que for questionado sobre o incidente, “porque é ilegal nos Estados Unidos” e sempre o justificará como “uma ação contra combatentes, porque todos eles são combatentes”.
— Foram o Guillermo e o Ignacio Novo que fizeram isso? dirá ele na entrevista com o jornalista Blake Fleetwood na prisão de Caracas. ? Tudo foi planejado pela DINA chilena.
Fleetwood ligou de Caracas para o promotor Eugene Propper, encarregado da investigação do FBI. Propper não estava muito otimista. Raramente um atentado a bomba era solucionado. Depois de algumas horas, ele ligou de volta para o jornalista:
— A CIA já havia relatado tudo à polícia secreta venezuelana… Acho que eles estão atrás de você. Você está em perigo.
— Então, o que devo fazer?? perguntou Fleetwood, com seis horas de fitas com Bosch e Posada Carriles nas mãos. ? Devo ir à embaixada dos EUA…?
— Não, pelo contrário”, disse o agente do FBI. Você terá que resolver isso por conta própria e encontrar uma maneira de sair de lá.
A polícia venezuelana não teve muita dificuldade em localizar Bosch e Posada Carriles. A parte difícil foi prendê-los, mas desde a rendição de seu companheiro Bosch em fevereiro, Posada Carriles não havia recuperado seu posto na CIA. Ele havia tentado novamente no mês anterior, informando a mesma agência sobre um ataque iminente a um voo da Cubana por um grupo de exilados cubanos, mas também não teve sucesso. A CIA não agiu com a celeridade necessária, mas sim com uma imperícia calculada, como geralmente faz.
Sem a inestimável proteção da CIA, Bosch e Posada Carriles recorreram à rede de serviços secretos do Chile e da Venezuela, mas essa cumplicidade tinha rachaduras. Na quinta-feira, 14, a polícia venezuelana prendeu os dois.
Na sexta-feira, Posada Carriles foi interrogado:
— Não tive nada a ver com isso, meu rapaz? disse ele.
— O senhor condena o ataque?
— Não condeno nada.
— Mesmo que morram pessoas inocentes?
— Às vezes, pessoas inocentes pagam por estarem no lugar errado.
Orlando Bosch repetiu quase as mesmas palavras.
— Sou inocente, mas não condeno nada que possa levar à queda do regime em Cuba. Eles são os terroristas.
— Você não se considera um terrorista?
— De jeito nenhum, garoto. Sou um combatente.
— Combatentes lutam contra outros combatentes…
— Em uma guerra total, não há civis.
— Você considera os passageiros do voo 455 como combatentes? Todos eles são combatentes?
— Todos eles são combatentes.
Quando o presidente Andrés Pérez soube da entrevista imprudente de Fleetwood na prisão de Caracas, ele ordenou sua prisão, mas a DISIP não conseguiu impedi-lo de pegar o próximo voo para os Estados Unidos. Esperando por ele estava o promotor Propper, que lhe pediu uma cópia de suas gravações. O presidente Pérez acusou Fleetwood de ser um agente da CIA.
Em Miami, a Igreja católica organizou vigílias e orações para a libertação de Orlando Bosch. Bosch admitiu aos investigadores venezuelanos que havia participado do bombardeio do avião cubano, mas o governo transferiu seu julgamento para um tribunal militar e ele foi considerado inocente, exceto pela falsificação de passaportes.
O voo 455 da Cubana foi o primeiro na história da aviação civil a ser derrubado por um ataque terrorista e o que custou mais vidas no hemisfério, até 2001.
Em Miami, o proprietário do semanário Réplica, o cubano Max Lesnik, foi um dos poucos que se atreveu a denunciar o ato terrorista contra o voo 455 da Cubana.
— Posada Carriles e Bosch planejaram tudo? disse Lesnik. Eu denunciei esse ato terrorista enquanto a extrema-direita de Miami o aplaudia.
O semanário Réplica sofreu sete atentados a bomba até ser forçado a fechar definitivamente em 2005. Ninguém jamais foi preso por esses atos, embora um agente do FBI tenha relatado que, sem o conhecimento de Lesnik, ele o salvou várias vezes de um assassinato.
Tudo em nome da liberdade de imprensa, que não existe em Cuba.
Do livro 1976. O Exílio do Terror (2024) na Página 12.
Eleven minutes into takeoff, the first bomb exploded under the seat of a nine-year-old girl.
“We have an explosion aboard…” the captain reported. “We have fire on board!”
Pérez Pérez managed to control the plane that was beginning to lose pressure. He directed it back to the Barbados airport with only one engine, while the cabin filled with smoke. The panicked passengers did not know, but the captain was minutes away from solving the problem.
A second bomb exploded in a bathroom, tearing off the tail of the plane. The plane pointed toward the sky and ascended vertically. The control tower shouted to the pilot that it was a bad idea, not knowing that the pilot had already lost control. Some passengers fell into the sea. Then, the plane plummeted like an arrow.
In Cuba, the father of one of the athletes went to the mountains and spent the whole night there as soon as he heard the news. Another remained in the Havana airport for a week, convinced that his son would appear at any moment. The girlfriend of one of the champions went up to her room and did not come down for ten years. In Guyana, the father of one of the young men who was going to study medicine in Cuba locked himself in his library and did not come out for a week.
Minutes after the explosions, Freddy Lugo called Orlando Bosch to report on the success of the operation:
“The bus fell with all the dogs inside,” he said.
The Trinidad police arrested Herman Ricardo and Freddy Lugo.
“They were talking about something important and laughing heartily,” recalled the taxi driver, who could see their faces in the rearview mirror.
Ricardo, an employee of Posada’s security agency in Venezuela, admitted that he and Lugo had placed the two bombs on the plane. He also acknowledged that Luis Posada and Orlando Bosch had planned the attack.
On October 15, 1976, a million people filled Havana’s Plaza de la Revolución. In his speech, Fidel Castro recalled that since 1959, 51 Cubana flights had been sabotaged or hijacked.
“We cannot say that the pain is shared,” he said. “The pain is multiplied.”
“He is the terrorist,” said Posada Carriles, watching the images from Havana.
Orlando García, head of security for Venezuela’s President Andrés Pérez, and Ricardo Morales (both Cuban exiles) had attended Bosch’s welcome cocktail in Caracas. According to a CIA document, both García and Morles mentioned that, at the fundraising dinner, Orlando Bosch had claimed responsibility for Washington’s bomb attack on Orlando Letelier, something he would never tire of denying in public.
“It was a heroic act,” Bosch declared before a Caracas court about the downing of the plane.
“The Cuban fighters carried out a revolutionary act,” declared Ricardo Lozano in front of the television cameras.
“It was a heroic action,” Bosch insisted, shaking his right index finger anxiously, surrounded by journalists. “As you know, war is a competition of cruelties.”
Bosch will refuse every time he is questioned about the incident “because that is illegal in the United States” and will always justify it because it was “an action against combatants because they are all combatants.”
“Guillermo and Ignacio Novo did it,” he will say in the interview with journalist Blake Fleetwood in the Caracas jail. “It was all planned by the DINA of Chile.”
Fleetwood called from Caracas to the prosecutor Eugene Propper, who was in charge of the FBI investigation. Propper was not very optimistic. Bomb attacks were rarely solved. After a few hours, he called the journalist again:
“The CIA had already informed the Venezuelan secret police of everything… I think they are after you. You are in danger.”
“So, what do I do?” asked Fleetwood, with six hours of recordings with Bosch and Posada Carriles in hand. “Should I go to the US embassy?”
“No, on the contrary,” said the FBI agent. “You must figure it out yourself and find a way out of there.”
It was not difficult for the Venezuelan police to locate Bosch and Posada Carriles. The problematic part was arresting them, but since the surrender of his comrade Bosch in February, Posada Carriles had not regained his position in the CIA. He had tried once more the previous month, informing the same agency of an imminent attack against a Cubana flight by a group of Cuban exiles, but he had not succeeded either. The CIA did not act with the necessary speed but with calculated clumsiness, as it usually does.
Without the invaluable protection of the CIA, Bosch, and Posada Carriles resorted to the network of secret services in Chile and Venezuela, but this complicity had cracks. On Thursday, the 14th, the Venezuelan police arrested them both.
On Friday, they interrogated Posada Carriles:
“I had nothing to do with it, chico,” he said.
“Do you condemn the attack?
“I don’t condemn anything.”
“Even if innocent people die?”
“Sometimes innocent people pay for being in the wrong place.”
Orlando Bosch repeated almost the exact words.
“I am innocent, but I do not condemn anything that leads to the fall of the Cuban regime. They are the terrorists.”
“So, you do not consider yourself a terrorist…”
“Not at all, chico. I am a combatant.”
“Combatants face other combatants…”
“In a total war, there are no civilians.”
“Do you consider the passengers of flight 455 combatants?”
“Sure, they are all combatants.”
When President Andrés Pérez learned of Fleetwood’s reckless interview in the Caracas jail, he ordered his arrest. Still, the DISIP (Venezuelan’s Secret Police) could not prevent him from taking the next flight to the United States. Prosecutor Propper was waiting for him and asked him for a copy of his recordings. President Andrés Pérez accused Fleetwood of being a CIA agent.
In Miami, the Catholic Church organized vigils and prayers for the release of Orlando Bosch. Bosch admitted to Venezuelan investigators that he had participated in the attack on the Cuban plane. Still, the government moved his trial to a military court, and he was declared innocent, except for falsifying passports.
Cubana Flight 455 was the first in the history of civil aviation to be shot down by a terrorist attack and the one that cost the most lives in the hemisphere until 2001.
In Miami, the owner of the weekly magazine Réplica, Cuban Max Lesnik, was one of the few who dared to denounce the terrorist act against Cubana Flight 455.
“Posada Carriles and Bosch planned it all,” said Lesnik. “I denounced this terrorist act while the extreme right in Miami applauded it.”
The magazine Réplica suffered seven bomb attacks until it was forced to close permanently in 2005. No one was arrested for these acts even though an FBI agent reported that unbeknownst to Lesnik, he had rescued him from being killed many times.
All in the name of freedom of the press, which does not exist in Cuba.
Cubana 455, 48 anos do maior atentado terrorista do hemisfério
O capítulo de 1976 em português
Onze minutos após a decolagem, a primeira bomba explodiu sob o assento de uma menina de nove anos.
—We have an explosion aboard… informou o capitão. ? We have fire on board!
Pérez Pérez conseguiu controlar a aeronave, que estava começando a perder pressão. Com um único motor, ele a conduziu de volta ao aeroporto de Barbados, enquanto a cabine se enchia de fumaça. Os passageiros em pânico não sabiam, mas o capitão estava a minutos de resolver o problems.
Uma segunda bomba explodiu em um banheiro, arrancando a cauda do avião. A aeronave apontou para o céu e subiu verticalmente. A torre de controle gritou para o piloto que isso era uma má ideia, sem saber que o piloto já havia perdido o controle. Alguns passageiros caíram no mar. Em seguida, a aeronave mergulhou como uma flecha.
Em Cuba, o pai de um dos atletas, assim que soube da notícia, foi para as montanhas e passou a noite lá. Outro ficou no aeroporto de Havana por uma semana, convencido de que seu filho apareceria a qualquer momento. A namorada de um dos campeões subiu para o quarto dele e não desceu por dez anos. Na Guiana, o pai de um dos jovens que ia estudar medicina em Cuba se trancou em sua biblioteca e não saiu por uma semana.
Minutos após as explosões, Freddy Lugo ligou para Orlando Bosch para informar sobre o sucesso da operação:
— O ônibus tombou com todos os cães dentro? disse ele.
A polícia de Trinidad prendeu Herman Ricardo e Freddy Lugo.
— Eles conversavam sobre algo importante e rindo muito, lembrou o motorista de táxi que podia ver seus rostos pelo espelho retrovisor.
Ricardo, funcionário da agência de segurança de Posada na Venezuela, admitiu que ele e Lugo haviam colocado as duas bombas no avião. Ele também admitiu que Luis Posada e Orlando Bosch haviam planejado o atentado.
Em 15 de outubro, um milhão de pessoas lotaram a Plaza de la Revolución, em Havana. Em seu discurso, Fidel Castro lembrou que, desde 1959, 51 voos da Cubana haviam sido sabotados ou sequestrados.
— Não podemos dizer que a dor é compartilhada, disse ele. A dor é multiplicada.
— Ele é o terrorista? disse Posada Carriles, olhando para as imagens que vinham de Havana.
Orlando García, chefe de segurança do presidente Andrés Pérez, e Ricardo Morales (ambos exilados cubanos), compareceram ao coquetel de boas-vindas de Bosch em Caracas. Conforme um documento da CIA, tanto García quanto Morales mencionaram que, no jantar de arrecadação de fundos, Orlando Bosch havia assumido o crédito pelo atentado contra Letelier em Washington, algo que ele não se cansava de negar em público.
— Foi um ato heroico? disse Bosch em um tribunal de Caracas sobre a queda do avião.
— Os combatentes cubanos fizeram um ato revolucionário? declarou Ricardo Lozano diante das câmeras de televisão.
— Foi um ato heroico? insistiu Bosch, sacudindo ansiosamente o dedo indicador direito, cercado de jornalistas. Como você sabe, a guerra é uma competição de crueldades.
Bosch se recusará toda vez que for questionado sobre o incidente, “porque é ilegal nos Estados Unidos” e sempre o justificará como “uma ação contra combatentes, porque todos eles são combatentes”.
— Foram o Guillermo e o Ignacio Novo que fizeram isso? dirá ele na entrevista com o jornalista Blake Fleetwood na prisão de Caracas. ? Tudo foi planejado pela DINA chilena.
Fleetwood ligou de Caracas para o promotor Eugene Propper, encarregado da investigação do FBI. Propper não estava muito otimista. Raramente um atentado a bomba era solucionado. Depois de algumas horas, ele ligou de volta para o jornalista:
— A CIA já havia relatado tudo à polícia secreta venezuelana… Acho que eles estão atrás de você. Você está em perigo.
— Então, o que devo fazer?? perguntou Fleetwood, com seis horas de fitas com Bosch e Posada Carriles nas mãos. ? Devo ir à embaixada dos EUA…?
— Não, pelo contrário”, disse o agente do FBI. Você terá que resolver isso por conta própria e encontrar uma maneira de sair de lá.
A polícia venezuelana não teve muita dificuldade em localizar Bosch e Posada Carriles. A parte difícil foi prendê-los, mas desde a rendição de seu companheiro Bosch em fevereiro, Posada Carriles não havia recuperado seu posto na CIA. Ele havia tentado novamente no mês anterior, informando a mesma agência sobre um ataque iminente a um voo da Cubana por um grupo de exilados cubanos, mas também não teve sucesso. A CIA não agiu com a celeridade necessária, mas sim com uma imperícia calculada, como geralmente faz.
Sem a inestimável proteção da CIA, Bosch e Posada Carriles recorreram à rede de serviços secretos do Chile e da Venezuela, mas essa cumplicidade tinha rachaduras. Na quinta-feira, 14, a polícia venezuelana prendeu os dois.
Na sexta-feira, Posada Carriles foi interrogado:
— Não tive nada a ver com isso, meu rapaz? disse ele.
— O senhor condena o ataque?
— Não condeno nada.
— Mesmo que morram pessoas inocentes?
— Às vezes, pessoas inocentes pagam por estarem no lugar errado.
Orlando Bosch repetiu quase as mesmas palavras.
— Sou inocente, mas não condeno nada que possa levar à queda do regime em Cuba. Eles são os terroristas.
— Você não se considera um terrorista?
— De jeito nenhum, garoto. Sou um combatente.
— Combatentes lutam contra outros combatentes…
— Em uma guerra total, não há civis.
— Você considera os passageiros do voo 455 como combatentes? Todos eles são combatentes?
— Todos eles são combatentes.
Quando o presidente Andrés Pérez soube da entrevista imprudente de Fleetwood na prisão de Caracas, ele ordenou sua prisão, mas a DISIP não conseguiu impedi-lo de pegar o próximo voo para os Estados Unidos. Esperando por ele estava o promotor Propper, que lhe pediu uma cópia de suas gravações. O presidente Pérez acusou Fleetwood de ser um agente da CIA.
Em Miami, a Igreja católica organizou vigílias e orações para a libertação de Orlando Bosch. Bosch admitiu aos investigadores venezuelanos que havia participado do bombardeio do avião cubano, mas o governo transferiu seu julgamento para um tribunal militar e ele foi considerado inocente, exceto pela falsificação de passaportes.
O voo 455 da Cubana foi o primeiro na história da aviação civil a ser derrubado por um ataque terrorista e o que custou mais vidas no hemisfério, até 2001.
Em Miami, o proprietário do semanário Réplica, o cubano Max Lesnik, foi um dos poucos que se atreveu a denunciar o ato terrorista contra o voo 455 da Cubana.
— Posada Carriles e Bosch planejaram tudo? disse Lesnik. Eu denunciei esse ato terrorista enquanto a extrema-direita de Miami o aplaudia.
O semanário Réplica sofreu sete atentados a bomba até ser forçado a fechar definitivamente em 2005. Ninguém jamais foi preso por esses atos, embora um agente do FBI tenha relatado que, sem o conhecimento de Lesnik, ele o salvou várias vezes de um assassinato.
Tudo em nome da liberdade de imprensa, que não existe em Cuba.
Do livro 1976. O Exílio do Terror (2024) na Página 12.
El arte y la cultura han cumplido un rol crucial en la existencia y en la sobrevivencia de la especie humana desde hace por lo menos 75.000 años. Es lo que nos ha hecho humanos. No pocas veces, la cultura ha estado expuesta a la destrucción de la barbarie, como el incendio de bibliotecas en la antigüedad, la quema de libros durante el fascismo moderno o la prohibición de libros o la censura del mismo David desnudo como hoy en Estados Unidos.
Sin embargo, cuando hablamos de cultura solemos cometer el error de asumir que se trata de algo neutral o positivo. Por ejemplo, los seguidores de la Confederación que luchó por mantener la esclavitud alegan que su defensa es la defensa al derecho de su propia cultura, sin mencionar que se trata de la cultura del esclavismo. Muchos españoles defienden la tortura de toros por tratarse de un arte y de una cultura tradicional. También el placer o la indiferencia por el dolor ajeno es parte constituyente de una cultura fascista y exactamente lo contrario a lo que entendemos nosotros por arte y cultura.
Entendemos que el arte es una expresión radical de libertad. No hay creación sin libertad y, como expresión (presión desde dentro), los artistas como individuos interpretan, interpelan, cuestionan, adelantan o dan forma a los miedos y a los sueños colectivos, como los sueños dan forma a nuestras necesidades más profundas. El arte comercial, el antiarte, anestesia. Su función es la distracción (apartar, desviar, alejar), es decir, el burdel antes de volver al mismo camino de esclavitud asalariada de los hombres y mujeres deshumanizados. El arte, sin condiciones ni adjetivos, despierta, incomoda, emociona, se niega al olvido, mueve y conmueve. El arte nos hace más libres. El arte nos completa, nos humaniza. El arte, como vanguardia exploradora de la cultura, no solo refleja sino, sobre todo, crea. Crea sentidos, crea realidades, crea historia.
Ahora, aunque podamos explicar qué es el arte para nosotros, siempre será una tarea incompleta, porque el arte se termina por definir por ese “algo más” que solo existe en sus obras concretas. Basta con echar una mirada a los miles de años que la humanidad ha conservado de sus obras de arte para entender que el arte no es mercado, no es política, no es religión, no es moral, pero tampoco es indiferente a ninguna de esas dimensiones humanas. De hecho, sin ellas, es muy poco o no es nada.
Si bien, por un lado, el arte sin adjetivos es demasiado rebelde para seguir órdenes superiores, fórmulas estrictas, compromisos de cualquier tipo, por otro lado los artistas, como integrantes sensibles de una sociedad, no son indiferentes al compromiso: compromiso con la necesidad humana de crear un mundo nuevo cada día, con la lucha contra el dolor de la barbarie y de la indiferencia; compromiso con la reivindicación del derecho al placer y a la felicidad, con el derecho a intentar volar más allá de las necesidades y las condiciones que limitan la libertad, sean económicas, sociales, ideológicas o existenciales.
El arte, la cultura en general como la forma más profunda de conocimiento y diálogo entre pueblos y generaciones, no son lujos sino necesidades. Mucho más en un mundo que, por primera vez en su historia, ha puesto la existencia de la especie humana en cuestionamiento. En este sentido, la cultura, más allá del estrecho y simplificador consumismo, no sólo es crucial para el rescate de las sociedades y de los individuos deshumanizados, unidimensionales, vaciados y rellenados como embutidos con chatarra comercial. También es esencial para la sobrevivencia de la misma biosfera, de la cual los humanos somos solo una parte. Una parte pequeña, pero letal.
Para la cultura no comercial, al igual que para los grandes movimientos espirituales a lo largo de la historia y a lo ancho de todos los continentes, la solidaridad, el altruismo y el diálogo abierto con el otro han sido centrales, fundacionales. Sólo en las últimas generaciones, marcadas y heridas por la ideología del exitismo individualista más salvaje, una idea como el egoísmo se pudo convertir en “un valor moral superior” y el altruismo terminó siendo definido como el enemigo de la humanidad, según Ayn Rand, idea ahora repetida por mesías y mensajeros del capital como única moneda moral. Esta degeneración histórica confundió individuo con individualismo, olvidando que no existe el individuo sin una sociedad. Es ésta la que le da todos su sentido, incluso para aquellos enfermos por la patología de la riqueza, la acumulación y la ficción del éxito individual.
El arte ha sobrevivido gracias a los artistas que apenas sobreviven fuera de los circuitos comerciales, de los poderosos monopolios mediáticos, editoriales y promocionales. Esta tarea ha sido y sigue siendo histórica. Es la última frontera de la resistencia contra la barbarie que lo simplifica todo para venderlo más rápido. Todo en nombre de la “libertad de elección”, como lo promete el menú de McDonald’s.
Pero esta tarea se convierte en imposible cuando los artistas dejan de sobrevivir o abandonan su más profunda vocación para darle de comer a sus hijos o, simplemente, son derrotados por el desánimo de la barbarie dominante, que no es ningún gobierno en concreto sino la tiranía global de los capitales concentrados en un rincón oscuro en alguna parte lejana del mundo. Capitales virtuales que se crean de la nada, tan ficticios como un cuento de Borges, pero sin la honestidad de reconocerlo.
Razón por la cual las sociedades deben, primero, tomar conciencia para protegerse contra los discursos que justifican su propia esclavitud y, segundo tomar acción. La acción más urgente y más efectiva ha sido siempre la unión. No por casualidad, la ideología hegemónica ataca todo tipo de unión organizada y promueve el individualismo bajo promesas de salvación, mientras la destrucción se va acumulando al borde del camino sin que los individuos alienados alcancen a percibirlo.
Para ver, para escuchar los efectos de la barbarie ha estado siempre el arte y la cultura. El poder lo sabe. Por eso siemrpe ha intentado comprarlos, corromperos con dinero o, directamente, eliminarlos a través del descrédito, de la burla, de la demonización y de la ruina económica de los verdaderos artistas.
Pocas veces, como ahora, ha sido la agonía del arte y la cultura tan coincidente con el particular momento que vive nuestra especie, amenazada de extinción por primera vez desde que tenemos registros históricos y prehistóricos, no por una amenaza exterior sino por nuestro propio sistema hegemónico que diviniza las ganancias individuales por sobre cualquier reclamo colectivo.
Amenazada por la cultura de la muerte. A la muerte en vida y a su cultura se la combate con la cultura de la libertad, con el compromiso de los artistas con la Humanidad, empezando por el rescate de esa pobre palabra, libertad, secuestrada y abusada por la cultura de la muerte que se vende como la única opción de felicidad, la felicidad del consumo, del consumo de drogas como el placer o la indiferencia por el sufrimiento ajeno.
Jorge Majfud. 18 de setiembre de 2024.
Culture pour la liberté
(Manifeste face à la barbarie néo-libertaire)
L’art et la culture ont joué un rôle crucial dans l’existence et la survie de l’espèce humaine depuis au moins 75 000 ans. C’est ce qui a fait de nous des êtres humains. Il n’est pas rare que la culture ait été exposée à la destruction de la barbarie, comme l’incendie des bibliothèques dans les temps anciens, l’incendie des livres pendant le fascisme moderne ou l’interdiction des livres ou la censure de David lui-même nu comme aujourd’hui aux États-Unis.
Cependant, lorsque nous parlons de culture, nous avons tendance à faire l’erreur de supposer qu’il s’agit de quelque chose de neutre ou de positif. Par exemple, les adeptes de la Confédération qui se sont battus pour maintenir l’esclavage prétendent que leur défense est la défense du droit de leur propre culture, sans parler du fait qu’il s’agit de la culture de l’esclavage. De nombreux Espagnols défendent la torture des taureaux parce qu’il s’agit d’un art et d’une culture traditionnels. Le plaisir ou l’indifférence à la douleur d’autrui est également une partie constitutive d’une culture fasciste et exactement le contraire de ce que nous entendons par art et culture.
Nous considérons l’art comme une expression radicale de la liberté. Il n’y a pas de création sans liberté et, en tant qu’expression (pression de l’intérieur), les artistes, en tant qu’individus, interprètent, défient, questionnent, font avancer ou façonnent les peurs et les rêves collectifs, comme les rêves façonnent nos besoins les plus profonds. L’art commercial, l’anti-art, anesthésie. Sa fonction est de distraire (détourner, détourner, éloigner), c’est-à-dire le bordel avant de reprendre le même chemin de l’esclavage salarié d’hommes et de femmes déshumanisés. L’art, sans condition ni adjectif, réveille, dérange, excite, refuse l’oubli, émeut. L’art nous rend plus libres. L’art nous complète, nous humanise. L’art, en tant qu’explorateur avant-gardiste de la culture, ne se contente pas de refléter, mais surtout de créer. Il crée des sens, crée des réalités, crée l’histoire.
Or, même si nous pouvons expliquer ce qu’est l’art pour nous, ce sera toujours une tâche incomplète, car l’art finit par se définir par ce «quelque chose d’autre» qui n’existe que dans ses œuvres concrètes. Il suffit de regarder les milliers d’années que l’humanité a conservées de ses œuvres d’art pour comprendre que l’art n’est pas un marché, il n’est pas politique, il n’est pas religieux, il n’est pas moral, mais il n’est pas non plus indifférent à l’une ou l’autre de ces dimensions humaines. En fait, sans elles, il n’est rien ou presque.
Si, d’une part, l’art sans adjectifs est trop rebelle pour suivre des ordres supérieurs, des formules strictes, des engagements de toute nature, d’autre part, les artistes, en tant que membres sensibles d’une société, ne sont pas indifférents à l’engagement : engagement à la nécessité humaine de créer chaque jour un monde nouveau, à la lutte contre la douleur de la barbarie et de l’indifférence ; Engagement pour la revendication du droit au plaisir et au bonheur, pour le droit d’essayer de voler au-delà des besoins et des conditions qui limitent la liberté, qu’elles soient économiques, sociales, idéologiques ou existentielles.
L’art, la culture en général, en tant que forme la plus profonde de connaissance et de dialogue entre les peuples et les générations, ne sont pas un luxe mais une nécessité. D’autant plus dans un monde qui, pour la première fois de son histoire, a remis en question l’existence de l’espèce humaine. En ce sens, la culture, au-delà du consumérisme étroit et simplificateur, n’est pas seulement cruciale pour le sauvetage de sociétés et d’individus déshumanisés et unidimensionnels, vidés et farcis comme des saucisses de ferraille commerciale. Elle est également essentielle à la survie de la biosphère elle-même, dont l’homme n’est qu’une partie. Un petit rôle, mais mortel.
Pour la culture non commerciale, comme pour les grands mouvements spirituels à travers l’histoire et sur tous les continents, la solidarité, l’altruisme et le dialogue ouvert avec l’autre ont été centraux, fondateurs. Ce n’est que dans les dernières générations, marquées et blessées par l’idéologie de l’exotisme individualiste le plus sauvage, qu’une idée comme l’égoïsme a pu devenir «une valeur morale supérieure» et que l’altruisme a fini par être défini comme l’ennemi de l’humanité, selon Ayn Rand, une idée aujourd’hui répétée par les messies et les messagers du capital comme la seule monnaie morale. Cette dégénérescence historique a confondu l’individu avec l’individualisme, oubliant que l’individu n’existe pas sans la société. C’est la société qui lui donne tout son sens, même pour ceux qui sont malades de la pathologie de la richesse, de l’accumulation et de la fiction de la réussite individuelle.
L’art a survécu grâce à des artistes qui survivent difficilement en dehors des circuits commerciaux, en dehors des puissants monopoles médiatiques, éditoriaux et promotionnels. Cette tâche a été et reste historique. C’est la dernière frontière de résistance contre la barbarie qui simplifie tout pour vendre plus vite. Tout cela au nom de la «liberté de choix», comme le promet le menu de McDonald’s.
Mais cette tâche devient impossible lorsque les artistes cessent de survivre ou abandonnent leur vocation profonde pour nourrir leurs enfants ou sont simplement vaincus par le découragement de la barbarie dominante, qui n’est pas un gouvernement particulier mais la tyrannie globale des capitaux concentrés dans un coin sombre d’une partie éloignée du monde. Des capitaux virtuels créés de toutes pièces, aussi fictifs qu’un conte de Borges, mais sans l’honnêteté de le reconnaître.
C’est pourquoi les sociétés doivent, d’une part, prendre conscience de se prémunir contre les discours qui justifient leur propre esclavage et, d’autre part, agir. L’action la plus urgente et la plus efficace a toujours été l’union. Ce n’est pas une coïncidence si l’idéologie hégémonique attaque toutes sortes de syndicats organisés et promeut l’individualisme sous des promesses de salut, tandis que la destruction s’accumule sur le bord de la route sans que les individus aliénés puissent la percevoir.
L’art et la culture ont toujours été là pour voir et entendre les effets de la barbarie. Le pouvoir le sait. C’est pourquoi il a toujours essayé de les acheter, de les corrompre par l’argent ou, directement, de les éliminer en discréditant, en moquant, en diabolisant et en ruinant économiquement les vrais artistes.
Rarement, comme aujourd’hui, l’agonie de l’art et de la culture n’a autant coïncidé avec le moment particulier que traverse notre espèce, menacée d’extinction pour la première fois depuis que nous avons des archives historiques et préhistoriques, non pas par une menace extérieure, mais par notre propre système hégémonique qui déifie les gains individuels au détriment de toute revendication collective.
Menacée par la culture de la mort. La mort dans la vie et sa culture est combattue par la culture de la liberté, par l’engagement des artistes envers l’humanité, en commençant par le sauvetage de ce pauvre mot, liberté, kidnappé et abusé par la culture de la mort qui est vendue comme la seule option pour le bonheur, le bonheur de la consommation, de la consommation de drogues comme plaisir ou de l’indifférence à la souffrance d’autrui.
En Estados Unidos se inventó el impersonal Labor Day (Día del Trabajo) como forma de olvidar el 1 de mayo de Chicago, el cual es recordado en el resto del mundo como el Día de los Trabajadores.
En los últimos tiempos, no pocos grupos conservadores en América Latina comenzaron a saludar el 1 de mayo como el “Día del trabajador”. Este detalle ha pasado inadvertido, pero no es un detalle mínimo y mucho menos inocente.
El singular desmoviliza, aleja el peligro de la palabra trabajadores en plural, que suena tan temeraria, tan roja.
Este peligro fue resuelto a partir de la Gran Depresión por Hollywood, Disney y el resto de la Industria cultural con una cuidadosa limpieza semiótica al extremo de que en las inocentes historietas para niños, en las aventuras para jóvenes y hasta en las películas para adultos casi no quedó alguno de esos seres indeseables sino confiables ricos y famosos. Aparte de los pobres buenos de siempre que consideran orgía cualquier cosa que sea dicha en plural.
Gracias Pia Castro @piamariacastro por hacerme conocer el restaurante de David Bowie (y de A. Merkel, según su exótico dueño) en Berlin. Gracias tmb a tu cálido equipo de Deutsche Welle y #AquiEstoyDW por hacer que lo complicado parezca simple. Seguimos en el camino un año más…
Resumen de la conferencia inaugural del Salón Internacional del Libro Africano en Santa Cruz de Tenerife, setiembre 2015.
El problema con las palabras es que con demasiada frecuencia piensan por nosotros y de esa forma somos medios de un pensamiento y de unos valores transmitidos por las palabras: repetimos apriorismos enquistados en el lenguaje, en la cultura popular. Este problema es mayor aun cuando carecemos de una conciencia metalingüística.
Una de esas trampas consiste en usar palabras que encierran una diversidad insospechada donde generalmente uno de sus posibles significados domina y excluye a los otros. Algunas de esas palabras son, por mencionar solo unas pocas, patriota, libertad,igualdad, radical, cultura, y todos aquellos nombres de países, de religiones y de otras buenas intenciones.
En cualquier debate, en cualquier política sobre cultura es necesario aclarar a qué cultura nos estamos refiriendo. En una clasificación básica, existe lo que alguna vez se llamó durante el siglo pasado “alta cultura”; muy próxima, dentro y fuera de ésta, está la “cultura radical”. La cultura radical es aquella que eleva la conciencia de los individuos y de los pueblos, la que no se conforma con reproducir estándares y estereotipos y que, por consecuencia y consistencia, está siempre empujando los límites del pensamiento y de la sensibilidad. Es aquella que nos hace más humanos.
Por otro lado tenemos la “cultura popular” y dentro de ésta dos formas radicalmente opuestas: primero, la cultura que es generada por un pueblo (es decir, aquella que surge desde abajo hacia arriba) y, por otro lado, la cultura que es producida por la industria cultural (la que se dicta desde arriba hacia abajo). El primer tipo de cultura popular ha sido, por siglos, la dominante. Hoy en día se la puede encontrar en regiones como en la África alejada de los circuitos turísticos (que todo lo vulgariza y lo vacía de contenido), con su arte plástico, sus canciones y sus leyendas.
El siglo XX, en cambio, vio cómo los pueblos básicamente consumían cultura popular producida en las industrias especializadas como la industria del cine, cuyo paradigma fue y todavía es Hollywood, y los grandes medios de comunicación. Así, los pueblos adoptaron formas y valores de los cuales eran ajenos ejercitando un único rol: consumir.
Ante los críticos, el mercado se defendía (aún lo hace) con el inocente pero siempre efectivo argumento de que el éxito de las ventas se debe a el acierto de ofrecer lo que el público demanda. Si aceptásemos semejante teoría, deberíamos conceder que los lectores de novelas son responsables de las campañas millonarias de las grandes casas editoras y que cada año los niños del mundo se ponen de acuerdo para exigir que las compañías internacionales produzcan todos esos dibujitos y muñequitos surrealistas (como los más recientes Minecraft o Minions). Así, los niños unidos del mundo cada año ejercen su poder sobre las pobres compañías productoras que no tienen más opción que satisfacer una demanda tan arbitraria, propia de personas inmaduras, basada en dos o tres personajes básicos.
La libertad es una utopía y es un mito en el peor caso, ya que sólo existen formas de liberaciones pero nunca libertad a pesar de ser esta la palabra más recurrente de las narrativas nacionalistas. Sin cultura radical no hay democracia, no hay individuo pleno. Sin embargo, la cultura radical no se ha beneficiado en la misma proporción que el mercado y que la cultura popular de alguno de los nuevos hábitos de nuestro tiempo, como lo son, por ejemplo, las redes sociales. Basta con observar que las diferencias culturales e intelectuales entre los individuos que comparten un mismo espacio no está dada por las redes sociales sino por alguna otra forma de educación que han recibido, ya sea la educación formal y tradicional como de la educación del entorno familiar. Las redes sociales no han aportado nada a la cultura radical sino, quizás, lo contrario: aquellos consumidores de cultura popular prefabricada simplemente se limitan a eso: a consumir y a reproducir valores que no son solo previsibles y monótonos sino que también son funcionales a grupos en el poder económico a los cuales no pertenecen los pobres consumidores.
Entonces se da una paradoja de la resistencia, que es a la que le debemos todo el progreso ético y social de la historia moderna: la cultura vende, pero los gestores y creadores de la cultura radical no viven de la cultura como sí lo hacen los productores y reproductores de la cultura popular estandarizada. Es gracias a ese minoritario ejército de artistas, atores, científicos, editores de pequeña participación en el mercado, por lo cual la cultura radical sobrevive y, de esa forma, la democracia se salva de la dictadura planetaria y los individuos se salvan de la deshumanización del mero consumo y la estandarización.
Así como escribir más allá del micro fragmento es un acto radical del pensamiento y de la sensibilidad, leer un libro es también una expresión de rebeldía propio de la cultura radical, porque un libro, sea digital o en papel, es un ser subversivo solo por su formato, por su resistencia a la fragmentación del individuo. También lo son los eventos culturales que los gobiernos apoyan tímidamente como si se tratase de un despilfarro superfluo; son ejercicios de la cultura radical, ejercicios de liberación, de levitación de la conciencia humana que en su estado natural (es decir, no embrutecido por la propaganda y la ideología) siempre aspira a la liberación de sus condicionantes, de su propia deshumanización en curso; la liberación de su apropias potencias.
Un pueblo sin cultura (sin cultura radical) es un pueblo dócil, un esclavo que se cree feliz como un drogadicto que se cree libre por el solo hecho de tener acceso a la droga.
Ahora, aunque no estemos a favor de la injerencia de los gobiernos en la cultura y en la mayor parte de la vida de los individuos, sería ingenuo esperar del otro gran actor, el mercado, algo mejor. Dejar a la cultura en las manos de las leyes del mercado sería como dejar a la agricultura en las manos de las leyes de la meteorología y de la microbiología. Nadie puede decir que el exceso de lluvias, que las sequías, que las invasiones de langostas y gusanos, de pestes y parásitos son fenómenos menos naturales que la siempre sospechosa mano inasible del mercado. Si dejásemos a la agricultura librada a su suerte pereceríamos de hambre. De la misma forma es necesario entender que si dejamos a la cultura en manos de las leyes del mercado, pereceríamos de barbarie.
No hacía muchas horas que Colón había pisado el Nuevo Mundo cuando se encontró con sus primeros habitantes. En sus diarios de viaje anotó lo primero que le llamó la atención: aquellas personas eran pacíficas e ingenuas, desconocían el arte de la guerra y sus instrumentos de violencia eran ridículamente primitivos. “No traen armas ni la conocen —anotó el almirante—, porque les mostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia”. Este momento no debió ser muy diferente al que ilustró Walt Disney en el personaje de Rico McPato: sus ojos centellaron con un símbolo de dinero ante una tribu de ingenuos primitivos que desconocían el correcto uso de lo que poseían. Si para recibir la verdadera religión esta ingenuidad valía oro, para desprenderse del prometido oro también. Tan ingenuos eran aquellos americanos, que se creyeron la historia de que los españoles comían oro, y de ahí el inexplicable hambre por ese metal. Más tarde, en tiempos de la Conquista, la “idiotez” de los nativos sirvió de justificación de los insaciables conquistadores. El teólogo Ginés de Sepúlveda no fue el único que justificó la esclavitud basándose en una Biblia que parecía condenar a los idiotas. Según E. Hostos (1873), fue “una guerra de exterminio hecha por los bárbaros de la civilización a los bárbaros de la naturaleza” en nombre de la paz y el derecho.
Actualmente la acusación de “idiota” no sólo se ha popularizado en la tesis central de libros como Manual del perfecto idiota (1996) o El regreso del perfecto idiota latinoamericano (2007), sino además ya es costumbre de un mismo discurso repetido en talks shows y best sellers: es el regreso del método medieval donde el caballero probaba su verdad atacando al adversario y acrecentando su honor mediante la brutalidad. “Stupid liberal (progresista)” en Estados Unidos, “gilipollas” o “progresista maricón” en España, etc. Todo dicho a viva voz y con gran excitación, como si la antigua persuasión ensayística se redujera ahora al contagio del telepastor. No en vano nuestra época está marcada por el triunfo de los sofistas sobre los socráticos: el lenguaje, los símbolos son la realidad y todo lo demás es ficción (incluido el hambre, la tortura y la muerte).
Tan exitoso comienza a ser este antiguo método que intelectuales como el premio Nóbel José Saramago han decidido usarlo en público. En una reciente conferencia, para expresar su disconformidad o impotencia con el estado actual de cosas, nuestro respetado amigo declaró: “Antes nos gustaba decir que la derecha era estúpida, pero hoy día no conozco nada más estúpido que la izquierda”. Lo único que nos puede quedar claro es que esta facultad mental no es propiedad de ninguna tendencia ideológica sino del agotamiento de la energía intelectual en un mundo huracanado que busca desesperadamente un indicio de su nueva era.
En varios escritos, tanto Hostos como González Prada observaron, hace más de un siglo, la estratégica actitud científica de Europa al definir a los habitantes hispanoamericanos como una raza enferma. Incluso más acá del continente idiota: “crímenes y vicios de ingleses o norteamericanos son cosas inherentes a la especie humana y no denuncian la decadencia de un pueblo; en cambio, crímenes y vicios de franceses o italianos son anomalías y acusan degeneración de raza”. (G. Prada, Nuestros indios, 1908),
No hace mucho, el Diccionario de psiquiatría de Antoine Porot (1977) definió una enfermedad como “psicopatología de los negros” referida a las incapacidades intelectuales de los indígenas de África. Después de enumerar diferentes síndromes, que yo imaginaba cualidades culturales (como el onirismo), “soma-psicosomáticos” (como la depresión, el alcoholismo) y económicos (como el parasitismo intestinal y la sífilis), el especialista recomendó la repatriación de los negros enfermos. Todo a pesar de que años antes, en su célebre Peau noire, masques blancs (1952) el doctor Frantz Fanon había desenmascarado esa vieja estrategia de definir razas y esencias ajenas en lugar de considerar la dinámica psico-ideológica del colonizado y del colonizador. En pocas palabras lo resumió así: “el blanco [colonizador] me niega todo valor, toda originalidad, me dice que soy un parásito del mundo.” Aunque el negro se convierta en blanco para que su humanidad sea reconocida, le dirán: “tu no puedes, porque existe en lo profundo de tu ser un complejo de dependencia —le ‘complexe de Prospéro’—. [Por el contrario] el blanco obedece a un complejo de autoridad, a un complejo de jefe” (traducción nuestra) Establecido este orden, “tut le monde est satisfait”.
En la misma dirección, otro hito del pensamiento mundial lo marcó Orientalism (1978) del palestino-americano Edward Said. Allí, Said hizo un “inventario de trazas” sobre el sujeto representado (el oriental, el otro), en la cual los intereses del colonizador se revelan como la fuerza primaria de la representación del otro y ésta, como un instrumento de la misma colonización política y cultural. Por ejemplo, nos recuerda que, para Renan, “un semita era un rabioso monoteísta incapaz de producir mitología, arte, comercio, civilización […] todo lo cual representa una combinación inferior de la naturaleza humana’”. Y luego: “Ya en 1810 teníamos europeos como Cromer que afirmaban que los orientales necesitaban ser conquistados, y que esta conquista no era para dominar sino para liberar”. (traducción nuestra)
Si aún asumiésemos que todos estos críticos estaban equivocados —por no decir que eran “idiotas”, como lo afirman los autores del Manual para idiotas—, les queda la virtud incontestable de haber abierto brechas en la muralla del status quo, desafiado la violencia de las arbitrariedades de todo tipo: morales, políticas, culturales; la violencia de los mismos perfectos de siempre, de los exitosos, de los césares de turno y de los bufones del rey. Les queda la virtud de haber dinamizado el pensamiento y desafiado la historia, actitud siempre inconveniente a los principales intereses del poder bruto del momento, ese que no sólo ha colonizado el mundo sino que también pretende colonizar la crítica haciéndonos reconocer que le debemos el pan, la vida y todo lo que somos a un sistema del cual no podemos escapar sin caer en la marginalidad. ¿Por qué deberían irse los críticos a una isla en el Pacífico y no los dueños del mundo, con sus clérigos y bufones?
Si echamos una mirada a los horrores de la historia, podemos pensar que el capitalismo no es el peor de los sistemas que ha producido la humanidad. Lo peor que ha producido —después de la violencia de la explotación ajena— es la justificación de sus propios crímenes como necesarios y hasta como virtudes humanas. O como virtudes bíblicas: “El egoísmo capitalista resulta, pues, tan solidario que parece el que predica la Biblia” (Manual… Mendoza, Montaner y Vargas Llosa Jr.) Ni siquiera han podido aportar una sola idea nueva a la historia. Aunque su recurso principal es burlarse de los grandes del pensamiento, no hay una sola línea en tan extensos libros donde aparezca otra cosa que pálidos reciclajes (como cualquier junk food) de las repetidas y anacrónicas supersticiones del siglo XIX. Y eso que son tres, además de papá D’Artagnan que sólo aporta la fama de su nombre.
Jorge Majfud
The University of Georgia
Junio 2007
¿Cómo definimos la idiotez ideológica y quiénes pueden hacerlo?
1. La importancia de llamarse idiota
Hace unos días un señor me recomendaba leer un nuevo libro sobre la idiotez. Creo que se llamaba El regreso del idiota, Regresa el idiota, o algo así. Le dije que había leído un libro semejante hace diez años, titulado Manual del perfecto idiota latinoamericano.
—Qué le pareció? —me preguntó el hombre entrecerrando los ojos, como escrutando mi reacción, como midiendo el tiempo que tardaba en responder. Siempre me tomo unos segundos para responder. Me gusta también observar las cosas que me rodean, tomar saludable distancia, manejar la tentación de ejercer mi libertad y, amablemente, irme al carajo.
—¿Qué me pareció? Divertido. Un famoso escritor que usa los puños contra sus colegas como principal arma dialéctica cuando los tiene a su alcance, dijo que era un libro con mucho humor, edificante… Yo no diría tanto. Divertido es suficiente. Claro que hay mejores.
—Sí, ese fue el padre de uno de los autores, el Nóbel Vargas Llosa.
—Mario, todavía se llama Mario.
—Bueno, pero ¿qué le pareció el libro? —insistió con ansiedad.
Tal vez no le importaba mi opinión sino la suya.
—Alguien me hizo la misma pregunta hace diez años —recordé—. Me pareció que merecía ser un best seller.
—Eso, es lo que yo decía. Y lo fue, lo fue; efectivamente, fue un best seller. Usted se dio cuenta bien rápido, como yo.
—No era tan difícil. En primer lugar, estaba escrito por especialistas en el tema.
—Sin duda —interrumpió, con contagioso entusiasmo.
—¿Quiénes más indicados para escribir sobre la idiotez, si no? Segundo, los autores son acérrimos defensores del mercado, por sobre cualquier otra cosa. Vendo, consumo, ergo soy. ¿Qué otro mérito pueden tener sino convertir un libro en un éxito de ventas? Si fuese un excelente libro con pocas ventas sería una contradicción. Supongo que para la editorial tampoco es una contradicción que se hayan vendido tantos libros en el Continente Idiota, no? En los países inteligentes y exitosos no tuvo la misma recepción.
Por alguna razón el hombre de la corbata roja advirtió algunas dudas de mi parte sobre las virtudes de sus libros preferidos. Eso significaba, para él, una declaración de guerra o algo por el estilo. Hice un amague amistoso para despedirme, pero no permitió que apoyara mi mano sobre su hombro.
—Usted debe ser de esos que defiende esas ideas idiotas de las que hablan estos libros. Es increíble que un hombre culto y educado como usted sostenga esas estupideces.
—¿Será que estudiar e investigar demasiado hacen mal? —pregunté.
—No, estudiar no hace mal, claro que no. El problema es que usted está separado de la realidad, no sabe lo que es vivir como obrero de la construcción o gerente de empresa, como nosotros.
—Sin embargo hay obreros de la construcción y gerentes de empresas que piensan radicalmente diferente a usted. ¿No será que hay otro factor? Es decir, por ejemplo, ¿no será que aquellos que tienen ideas como las suyas son más inteligentes?
—Ah, sí, eso debe ser…
Su euforia había alcanzado el climax. Iba a dejarlo con esa pequeña vanidad, pero no me contuve. Pensé en voz alta:
—No deja de ser extraño. La gente inteligente no necesita de idiotas como yo para darse cuenta de esas cosas tan obvias, no?
—Negativo, señor, negativo.
2. El Che ante una democracia imperfecta
Pocos meses atrás, una de las más serias revistas conservadoras a nivel mundial, The Economist (9 de diciembre 2006), reprodujo y amplió un estudio hecho por Latinobarómetro de Chile. Mostrando gráficas precisas, el estudio revela que en América Latina, la población del país que mayor confianza tiene en la democracia es Uruguay; la que menos confianza tiene en este ideal es Paraguay y varios países centroamericanos, a excepción de Costa Rica. Al mismo tiempo, la población que más se define “de izquierda” es Uruguay, mientras que la población que más se define “de derecha” se encuentra en los mismos países que menos confianza tienen en la democracia.
Según estos datos, y si vamos a seguir los criterios de las clásicas listas sobre idiotas latinoamericanos, habría que poner al Uruguay y algún otro país a la cabeza, de donde se deduce que tener confianza en la democracia es propio de retrasados mentales.
Estos retrasados mentales —los uruguayos, por ejemplo— tuvieron a fines del siglo XIX y principios del siglo XX un sistema lleno de injusticias y de imperfecciones, como cualquier sistema social, pero fue uno de los países con menor tasa de analfabetismo del mundo, el país con la legislación más progresista e igualitaria de la historia latinoamericana. Este pueblo concretó gran parte de lo que ahora es maldecido como “Estado de bienestar”; bajo ese estado de deficiencia mental, la mujer ganó varios derechos políticos y legales que le fueron negados en otras países del continente hasta hace pocos años; su economía estaba por encima de la de muchos países de Europa y su ingreso per capita (mayor que el argentino, el doble que el brasileño, seis veces el colombiano o el mexicano) no tenía nada que envidiarle al de Estados Unidos —si es que vamos a medir el nivel de vida por un simple parámetro económico. No fue casualidad, por ejemplo, que durante medio siglo aquel pequeño país casi monopolizara la conquista de los diversos torneos mundiales de fútbol.
Si ese país entró en decadencia (económica y deportiva) a partir de la segunda mitad del siglo XX, no fue por radicalizar su espíritu progresista sino, precisamente, por lo contrario: por quedar atrapado en una nostalgia conservadora, por dejar de ser un país construido por inmigrantes obreros y devolver todo el poder político y social a las viejas y nuevas oligarquías, empapadas de demagogia conservadora y patriotera, de un autoritarismo de derecha que se agravó a fines de los ’60 y se militarizó con la dictadura de los ’70.
El mismo Ernesto Che Guevara, en su momento de mayor radicalización ideológica y después de enfrentarse a lo que él llamaba imperialismo en la reunión de la “Alianza para el Progreso” de Punta del Este, dio un discurso en el paraninfo de la Universidad de la República del Uruguay ante una masa de estudiantes que esperaban oír palabras aún más combativas. En aquel momento (17 de agosto de 1961), Guevara, el Che, dijo:
“nosotros iniciamos [en Cuba] el camino de la lucha armada, un camino muy triste, muy doloroso, que sembró de muertos todo el territorio nacional, cuando no se pudo hacer otra cosa. Tengo las pretensiones personales de decir que conozco a América, y que cada uno de sus países, en alguna forma, los he visitado, y puedo asegurarles que en nuestra América, en las condiciones actuales, no se da un país donde, como en el Uruguay, se permitan las manifestaciones de las ideas. Se tendrá una manera de pensar u otra, y es lógico; y yo sé que los miembros del Gobierno del Uruguay no están de acuerdo con nuestras ideas. Sin embargo, nos permiten la expresión de estas ideas aquí en la Universidad y en el territorio del país que está bajo el gobierno uruguayo. De tal forma que eso es algo que no se logra ni mucho menos, en los países de América”.
El representante mítico de la revolución armada en América Latina daba la cara ante sus propios admiradores para confirmar y reconocer, sin ambigüedades, algunas radicales virtudes de aquella democracia:
“Ustedes tienen algo que hay que cuidar, que es, precisamente, la posibilidad de expresar sus ideas; la posibilidad de avanzar por cauces democráticos hasta donde se pueda ir; la posibilidad, en fin, de ir creando esas condiciones que todos esperamos algún día se logren en América, para que podamos ser todos hermanos, para que no haya la explotación del hombre por el hombre, ni siga la explotación del hombre por el hombre, lo que no en todos los casos sucederá lo mismo, sin derramar sangre, sin que se produzca nada de lo que se produjo en Cuba, que es que cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último”. (Ernesto Guevara. Obra completa. Vol. II. Buenos Aires: Ediciones del plata, 1967, pág. 158)
El mismo Che, en otro discurso señaló que el pueblo norteamericano “también es víctima inocente de la ira de todos los pueblos del mundo, que confunden a veces un sistema social con un pueblo” (Congreso latinoamericano de juventudes, 1960, idem Vol. IV, pág. 74).
Un latinoamericano podría sorprenderse de la existencia de “izquierdistas” (aceptemos provisoriamente esta eterna simplificación) en Estados Unidos, porque la simplificación y la exclusión es requisito de todo nacionalismo. De la misma forma, los británicos vendieron la idea existista del libre mercado cuando ellos mismos se habían consolidado como una de las economías más proteccionistas de la Revolución industrial. La imagen de Estados Unidos como un país (económicamente) exitoso donde sólo existe el pensamiento capitalista es una falacia y fue creada artificialmente por las mismas elites conservadoras que monopolizaron los medios de comunicación y promovieron una agresiva política proselitista. Y, sobre todo en América Latina, por las clases conservadoras, enquistadas en el poder político, económico y moralista de nuestros pueblos desgastados.
Tampoco existe ninguna razón sólida para descartar la fuerza interventora de las superpotencias del mundo en la formación de nuestras realidades. Sí, seguramente América Latina es responsable de sus fracasos, de sus derrotas (no reconocer sus propias virtudes es uno de sus peores fracasos). Pero que nuestros pueblos sean responsables de sus propios errores no quita que además han sido invadidos, pisoteados y humillados repetidas veces. Quizás la primera sea una verdad incontestable, pero los pecados propios no justifican ni lavan los pecados ajenos.
Jorge Majfud
The University of Georgia
Marzo 2007
The Privatization of God
Custom-made for the consumer
In the 17th century, the mathematics genius Blaise Pascal wrote that men never do evil with greater pleasure than when they do it with religious conviction. This idea – from a deeply religious man – has taken a variety of different forms since. During the last century, the greatest crimes against humanity were promoted, with pride and passion, in the name of Progress, of Justice and of Freedom. In the name of Love, Puritans and moralists organized hatred, oppression and humiliation; in the name of Life, leaders and prophets spilled death over vast regions of the planet. Presently, God has come to be the main excuse for excercises in hate and death, hiding political ambitions, earthly and infernal interests behind sacred invocations. In this way, by reducing each tragedy on the planet to the millenarian and simplified tradition of the struggle between Good and Evil, of God against the Devil, hatred, violence and death are legitimated. There is no other way to explain how men and women are inclined to pray with fanatical pride and hypocritical humility, as if they were pure angels, models of morality, all the while hiding gunpowder in their clothing, or a check made out to death. And if the leaders are aware of the fraud, their subjects are no less responsible for being stupid, no less culpable for their criminal metaphysical convictions, in the name of God and Morality – when not in the name of a race, of a culture – and from a long tradition, recently on exhibit, custom-fit to the latest in hatred and ambition.
Empire of the simplifications
Yes, we can believe in the people. We can believe that they are capable of the most astounding creations – as will be one day their own liberation – and also of incommensurable stupidities, these latter always concealed by a complacent and self-interested discourse that manages to nullify criticism and any challenge to bad conscience. But, how did we come to such criminal negligence? Where does so much pride come from in a world where violence grows daily and more and more people claim to have heard the voice of God?
Political history demonstrates that a simplification is more powerful and better received by the vast majority of a society than is a problematization. For a politician or for a spiritual leader, for example, it is a show of weakness to admit that reality is complex. If one’s adversary expunges from a problem all of its contradictions and presents it to the public as a struggle between Good and Evil, the adversary undoubtedly is more likely to triumph. In the final analysis, the primary lesson of our time is grounded in commercial advertising or in permissive submission: we elect and we buy that which solves our problems for us, quickly and cheaply, even though the problem might be created by the solution, and even though the problem might continue to be real while the solution is never more than virtual. Nonetheless, a simplification does not eliminate the complexity of the problem in question, but rather, on the contrary, produces greater problems, and sometimes tragic consequences. Denying a disease does not cure it; it makes it worse.
Why don’t we talk about why?
Let’s try now to problematize some social phenomenon. Undoubtedly, we will not plumb the full depths of its complexity, but we can get an idea of the degree of simplification with which it is treated on a daily basis, and not always innocently.
Let’s start with a brief example. Consider the case of a man who rapes and kills a young girl. I take this example not only because it is, along with torture, one of the most abhorrent crimes imaginable, but because it represents a common criminal practice in all societies, even those that boast of their special moral virtues.
First of all, we have a crime. Beyond the semantics of “crime” and “punishment,” we can evaluate the act on its own merits, without, that is, needing to recur to a genealogy of the criminal and of his victim, or needing to research the origins of the criminal’s conduct. Both the rape and the murder should be punished by the law, and by the rest of society. And period. On this view, there is no room for discussion.
Very well. Now let’s imagine that in a given country the number of rapes and murders doubles in a particular year and then doubles again the year after that. A simplification would be to reduce the new phenomenon to the criminal deed described above. That is to say, a simplification would be to understand that the solution to the problem would be to not let a single one of these crimes go unpunished. Stated in a third way, a simplification would be to not recognize the social realities behind the individual criminal act. A more in-depth analysis of the first case could reveal to us a painful childhood, marked by the sexual abuse of the future abuser, of the future criminal. This observation would not in any way overturn the criminality of the deed itself, just as evaluated above, but it would allow us to begin to see the complexity of a problem that a simplification threatens to perpetuate. Starting from this psychological analysis of the individual, we could certainly continue on to observe other kinds of implications arising from the same criminal’s circumstances, such as, for example, the economic conditions of a specific social underclass, its exploitation and moral stigmatization by the rest of society, the moral violence and humiliation of its misery, its scales of moral value constructed in accordance with an apparatus of production, reproduction and contradictory consumption, by social institutions like a public education system that helps the poor less than it humiliates them, certain religious organizations that have created sin for the poor while using the latter to earn Paradise for themselves, the mass media, advertising, labor contradictions… and so on.
We can understand terrorism in our time in the same way. The criminality of an act of terrorism is not open to discussion (or it shouldn’t be). Killing is always a disgrace, a historical curse. But killing innocents and on a grand scale can have no justification or pardon of any kind. Therefore, to renounce punishment for those who promote terrorism is an act of cowardice and a flagrant concession to impunity.
Nevertheless, we should also remember here our initial caveat. Understanding a social and historical phenomenon as a consequence of the existence of “bad guys” on Earth is an extremely naive simplification or, to the contrary, an ideologically astute simplification that, by avoiding integrated analysis – historical, economic, political – exempts the administrators of the meaning of “bad”: the good guys.
We will not even begin to analyze, in these brief reflections, how one comes to identify one particular group and not others with the qualifier “terrorist.” For that let it suffice to recommend a reading of Roland Barthes – to mention just one classic source. We will assume the restricted meaning of the term, which is the one assumed by the press and the mainstream political narratives.
Even so, if we resort to the idea that terrorism exists because criminals exist in the world, we would have to think that in recent times there has been an especially abundant harvest of wicked people. (An idea explicitly present in the official discourse of all the governments of countries affected by the phenomenon.) But if it were true that in our world today there are more bad people than before, surely it isn’t by the grace of God but via historical developments that such a phenomenon has come to be. No historical circumstance is produced by chance, and therefore, to believe that killing terrorists will eliminate terrorism from the world is not only a foolish simplification but, by denying a historical origin for the problem, by presenting it as ahistorical, as purely a product of Evil, even as a struggle between two theological “essences” removed from any social, economic and political context, provokes a tragic worsening of the situation. It is a way of not confronting the problem, of not attacking its deep roots.
On many occasions violence is unavoidable. For example, if someone attacks us it would seem legitimate to defend ourselves with an equal degree of violence. Certainly a true Christian would offer the other cheek before instigating a violent reaction; however, if he were to respond violently to an act of aggression no one could deny him the right, even though he might be contradicting one of the commandments of Christ. But if a person or a government tells us that violence will be diminished by unleashing violence against the bad guys – affecting the innocent in the process – not only does this deny the search for a cause for the violence, it also will serve to strengthen it, or at least legitimate it, in the eyes of those who suffer the consequences.
Punishing those responsible for the violence is an act of justice. Claiming that violence exists only because violent people exist is an act of ignorance or of ideological manipulation.
If one continues to simplify the problem, insisting that it consists of a conflict produced by the “incompatibility” of two religious views – as if one of them had not been present for centuries – as if it were a matter of a simple kind of war where victory is achieved only with the total defeat of the enemy, one will drag the entire world into an intercontinental war. If one genuinely seeks the social origin and motivation of the problem – the “why” – and acts to eliminate and attenuate it, we will most assuredly witness a relaxing of the tension that is currently escalating. We will not see the end of violence and injustice in the world, but at least misfortune of unimaginable proportions will be avoided.
The analysis of the “origin of violence” would be useless if it were produced and consumed only within a university. It should be a problem for the headlines, a problem to be discussed dispassionately in the bars and in the streets. At the same time, we will have to recognize, once again, that we need a genuine dialogue. Not a return to the diplomatic farce, but a dialogue between peoples who have begun dangerously to see one another as enemies, as threats – a disagreement, really, based on a profound and crushing ignorance of the other and of oneself. What is urgent is a painful but courageous dialogue, where each one of us might recognize our prejudice and our self-centeredness. A dialogue that dispenses with the religious fanaticism – both Muslim and Christian – so in vogue these days, with its messianic and moralizing pretensions. A dialogue, in short, to spite the deaf who refuse to hear.
The True God
According to the true believers and the true religion, there can be only one true God, God. Some claim that the true God is One and he is Three at the same time, but judging by the evidence, God is One and Many more. The true God is unique but with different politics according to the interests of the true believers. Each one is the true God, each one moves the faithful against the faithful of other gods, which are always false gods even though each one is someone’s true God. Each true God organizes the virtue of each virtuous people on the basis of true customs and the true Morality. There is only one Morality based on the true God, but since there is more than one true God there is also more than one true Morality, only one of which is truly true.
But, how do we know which one is the true truth? The proper methods for proof are disputable; what is not disputed is the current practice: scorn, threats, oppression and, when in doubt, death. True death is always the final and inevitable recourse of the true truth, which comes from the true God, in order to save the true Morality and, above all, the true believers.
Yes, at times I have my doubts about what is true, and I know that doubt has been condemned by all religions, by all theologies, and by all political discourses. At times I have my doubts, but it is likely that God does not hold my doubt in contempt. He must be very busy concerning himself with so much certainty, so much pride, so much morality, behind so many ministers who have taken control of his word, holding Him hostage in a building somewhere so as to be able to conduct their business in public without obstacles.
Dr. Jorge Majfud
Translated by Dr. Bruce Campbell.
Jorge Majfud is a Uruguayan writer. His most recent novel is La Reina de América (Baile de Sol, 2002).
En setiembre del 2006, en Lewisburg, Tennessee, un grupo de vecinos protestó porque la dirección de la biblioteca pública estaba invirtiendo recursos en la compra de libros en español. De los sesenta mil volúmenes, sólo mil pertenecen a alguna lengua diferente al inglés. El presupuesto del presente año, calculado en trece mil dólares, destina la cantidad de ciento treinta para la compra de libros en español. El despilfarro del uno por ciento enardeció a algunos ciudadanos de Tennessee, por lo que decidieron llevar el caso a las autoridades, entendiendo que un servicio público, sostenido por los impuestos que se le cobran al pueblo norteamericano, no debe promover algo que pueda beneficiar a trabajadores ilegales.
Así, la novedosa concepción de la cultura supera aquel precepto antiguo de la biblioteca de Alejandría en el siglo II. Sus atrasados administradores tenían la costumbre de enviar periódicamente a investigadores por todo el mundo para conseguir copias de textos de las culturas más alejadas. Entre sus volúmenes había copias de textos griegos, persas, indios, hebreos y africanos. Casi todo ese esfuerzo de décadas acabó de un golpe, gracias a un incendio provocado por las salvadoras naves del emperador Julio César. Casi mil años después, otro incendio deliberado destruyó la también célebre biblioteca de Córdoba, fundada por el califa Al-Hakam II (creador de la Universidad y de la educación gratuita), donde la pasión por el conocimiento reunía a judíos, cristianos y árabes con textos de las más diversas culturas conocidas en la época. También en esta época, los califas españoles enviaban buscadores por todo el mundo para acrecentar la colección de libros extranjeros. También esta biblioteca fue destruida por otro fanático, al-Mansur, en nombre del Islam, según su propia interpretación del bien y de la moral superior.
La anécdota de Tennessee representa a una minoría en un país vasto y heterogéneo. Pero no deja de ser significativa e inquietante, como un estornudo en el vagón de un tren. También lo es significativa la idea asentada de que el idioma español es una foreign language (lengua extranjera), cuando cualquier persona medianamente culta sabe que antes que el inglés se hablaba español en lo que hoy es Estados Unidos; que el español ha estado ahí, en muchos estados desde hace más de cuatrocientos años; que el español y la cultura latina no son extranjeros ni son una minoría insignificante: más de cuarenta millones de “hispanos” en Estados Unidos y casi la misma cantidad que habla español como primera o segunda lengua suman una población semejante a la de España. Si quienes se ponen nerviosos por la presencia de esa “nueva cultura” tuvieran una mínima conciencia histórica, no se pondrían nerviosos ni considerarían a sus vecinos peligrosos extranjeros. Lo único que siempre ha sido peligroso en la historia es la ignorancia, por lo que su promoción difícilmente sea sinónimo de seguridad y de progreso —al menos que se insista con el método propagandístico, que consiste en asociar automóviles con mujeres, tomates con derechos civiles, el éxito de la fuerza con la prueba de la Verdad o un millón de dólares con el Paraíso.
In September of 2006, in Lewisburg, Tennessee, a neighborhood group protested because the public library was investing resources in the purchase of books in Spanish. Of the sixty thousand volumes, only one thousand were published in a language other than English. The annual budget, totalling thirteen thousand dollars, dedicates the sum of one hundred and thirty dollars to the purchase of books in Spanish. The buying spree representing one percent of the budget enraged some of the citizens of Tennessee, causing them to take the issue to the authorities, arguing that a public service, sustained through taxes charged to the U.S. populace, should not promote something that might benefit illegal workers.
Thus, the new conception of culture surpasses that distant precept of the ancient library of Alexandria. That now almost completely forgotten library achieved the height of its development in second century Egypt. Its backward administrators had the custom of periodically sending investigators throughout the world in order to acquire copies of texts from the most distant cultures. Among its volumes there were copies of Greek, Persian, Indian, Hebrew and African texts. Almost all of those decades-long efforts were abruptly brought to an end, thanks to a fire caused by the enlightene ships of the emperor Julius Caesar. Nearly a thousand years later, another deliberately-set fire destroyed the similarly celebrated library of Córdoba, founded by the caliph Al-Hakam (creator of the University and of free education), where the passion for knowledge brought together Jews, Christians and Arabs with texts from the most diverse cultures known in the period. Also in this period, the Spanish caliphs were in the habit of dispatching seekers throughout the world in order to expand the library’s collection of foreign books. This library was also destroyed by a fanatic, al-Mansur, in the name of Islam, according to his own interpretation of the common good and superior morality.
The Tennessee anecdote represents a minority in a vast and heterogeneous country. But it remains significant and concerning, like a sneeze on a passenger train. Also significant is the idea, assumed there, that the Spanish language is a foreign language, when any half-way educated person knows that before English it was Spanish that was spoken in what today is the United States; that Spanish has been there, in many states of the Union for more than four hundred years; that Spanish and Latino culture are neither foreign nor an insignificant minority: more than forty million “Hispanics” live in the United States and the number of Spanish-speakers in the country is roughly equivalent to the number of Spanish speakers living in Spain. If those who become nervous because of the presence of that “new culture” had the slightest historical awareness, they would neither be nervous nor consider their neighbors to be dangerous foreigners. The only thing that historically has always been dangerous is ignorance, which is why the promotion of ignorance can hardly be considered synonymous with security and progress – even by association, as with the reigning method of propaganda, which consists of associating cars with women, tomatoes with civil rights, the victory of force with proof of the Truth or a million dollars with Paradise.
Bruce Campbell is an Associate Professor of Hispanic Studies at St. John’s University in Collegeville, MN, where he is chair of the Latino/Latin American Studies program. He is the author of Mexican Murals in Times of Crisis (University of Arizona, 2003); his scholarship centers on art, culture and politics in Latin America, and his work has appeared in publications such as the Journal of Latin American Cultural Studies and XCP: Cross-cultural Poetics. He serves as translator/editor for the «Southern Voices» project at http://www.americas.org, through which Spanish- and Portuguese-language opinion essays by Latin American authors are made available in English for the first time.
Esos estúpidos intelectuales
Una vez un estudiante me preguntó: “Si América Latina ha tenido siempre tantos buenos escritores, ¿por qué es tan pobre”? La respuesta es múltiple. Primero habría que problematizar algo que parece obvio: ¿de qué hablamos cuando hablamos de pobreza? ¿De qué hablamos cuando hablamos de éxito? Estoy seguro que el concepto asumido en ambos es el mismo que entiende el Pato Donald y su tío: como observó Ariel Dorfman, para los personajes de Disney sólo hay dos posibles formas de éxito: el dinero y la fama. Los personajes de Disney no trabajan ni aman: conquistan —si son machos— o seducen —si son hembras. Razón por la cual nunca encontramos allí obreros ni padres ni madres ni más amor que seducción. Lo que nos recuerda que nuestra cultura del consumo estimula el deseo y castiga el placer. Y lo que me recuerda, especialmente, lo que me dijera un viejo budista en Nepal, hace ya muchos años: “ustedes los occidentales nunca podrán ser felices; porque la cultura del deseo sólo conduce a la insatisfacción”. Si aún vive aquel sabio sin zapatos, seguramente hoy se estará tirando de las barbas al ver cómo esa cultura del deseo comienza a vencer en la India hindú.
Ahora, por otro lado, a la pregunta original tenemos que responder con una pregunta retórica: “Bueno, ¿y cuándo en América Latina las estructuras de poder, los gobiernos y las empresas privadas que dirigieron la suerte de millones de personas, le hicieron algún caso a los intelectuales?”. Sí, en el siglo XIX hubo presidentes intelectuales, cuando no militares. En la siguiente centuria escasearon los primeros y abundaron los segundos. Aunque pienso que sería mejor escuchar un poco a alguien que ha dedicado su vida al estudio en lugar de tantas opiniones sobre política, economía y cultura de futbolistas y estrellas de la farándula, no creo que los intelectuales deberían tener una voz gravitante en la sociedad —como en algún momento pudieron tenerla Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, por ejemplo— y menos en las decisiones de su destino. Sólo son otra voz, poco escuchada, pero otra voz. Quizás no peor que la voz de una gran parte de los políticos profesionales que, atrapados en su mismo “espíritu de partido”, deformados por la práctica de la defensa de posiciones comprometidas, de intereses estratégicos, de pasiones personales y electorales, están paradójicamente negados al ejercicio del ideal de cualquier “estadista”, o “educador”.
En el siglo XX los intelectuales fueron sistemáticamente ninguneados o expulsados por las estructuras de poder. Tal vez este tipo de marginaciones sea saludable para ambos. No lo es, creo, cuando la marginación es política y social. Observaba el Nobel argentino César Milstein, que cuando los militares en Argentina tomaron el poder civil en los ‘60 decretaron que nuestros países se arreglarían apenas expulsaran a todos los intelectuales que molestaban por aquellas latitudes. Brillante idea que llevaron a la práctica, para que tiempo después no hubiese tantos preguntando por ahí por qué fracasamos como países y como sociedades. En Brasil, el educador Paulo Freire fue expulsado por ignorante, según los golpistas del momento. Por citar sólo dos ejemplos autóctonos.
Pero este desdén que surge de un poder instalado en las instituciones sociales y del frecuente complejo de inferioridad de sus actores, no es propio sólo de países subdesarrollados. Poco tiempo atrás, cuando le preguntaron a la esposa del presidente de Estados Unidos cómo había conocido a su marido, confesó: de una forma muy extraña. Ella trabajaba en una biblioteca. Lo conoció allí, por milagro, porque su esposo no visita ese tipo de recintos. Paradojas de un país que fue fundado por intelectuales.
Tampoco en Estados Unidos escuchan a sus intelectuales aunque, paradójicamente, ha sido este país, en casi toda su historia, el refugio de disidentes, casi siempre de izquierdas, como Albert Einstein, Érico Veríssimo, Edward Wadie Said o Ariel Dorfman —por citar a los más moderados. Quizás por esa misma razón: porque no son escuchados, a no ser por otros intelectuales. Es más, siempre son los intelectuales, los escritores o los artistas críticos quienes encabezan las listas de los diez estúpidos más estúpidos del país. Entre los preferidos de estas listas han estado siempre críticos como Noam Chomsky y Susan Sontag. Las universidades son respetadas al mismo tiempo que sus profesores son burlados en los canales de radio y televisión como estúpidos izquierdistas porque se atreven a opinar de política, área que parece reservada a los talk shows. Esta actitud recuerda a la crítica del teólogo peruano Gustavo Gutiérrez a su propia iglesia: “la no intervención en materia política vale para ciertos actos que comprometen la autoridad eclesiástica, pero no para otros. Es decir que ese principio no es aplicado cuando se trata de mantener el statu quo, pero es esgrimido cuando, por ejemplo, un movimiento de apostolado laico o un grupo sacerdotal toma una actitud considerada subversiva frente al orden establecido”. (Teología de la liberación, 1973).
Algo semejante podemos ver en la realidad universitaria de hoy en casi todo el mundo. Si se asume que la academia universitaria debe responder a un determinado interés político, religioso o ideológico, o a un determinado “proyecto” de sociedad, estamos anulando su principal fundamento. Incluso si advertimos que los académicos tienen una tendencia A o B no podríamos nunca legislar para cambiar esa tendencia —en teoría, producto de la misma libertad intelectual— con la excusa de buscar un “equilibrio”. Un “equilibrio” que siempre es planteado por el poder político cuando advierte que está representado por una minoría en algún sector de la sociedad. Por ejemplo, en Estados Unidos se ha propuesto muchas veces una ley para “equilibrar” el desproporcionado número de profesores liberales, es decir, de “izquierdistas” —tendencia que se repite en la mayoría de las universidades de Occidente. (En algún momento podríamos pensar que la idea de promover semejante equilibrio, aunque no sea un resultado espontáneo, es excelente: las universidades con más empresarios conservadores y las grandes compañías que controlan los países con más intelectuales de izquierda…)
Los intelectuales son estúpidos, y quienes hacen estas listas, ¿quiénes son? Los mismos de siempre: orgullosos hombres y mujeres con “sentido común”, como si esta falsificación del realismo no estuviera cargada de fantasías y de ideologías al servicio del poder del momento. “Sentido común” tenían los hombres y mujeres del pueblo que afirmaban que la Tierra era plana como una mesa; un hombre de “sentido común” fue Calvino, quien mandó quemar vivo a Miguel de Servet cuando se cansó de discutir por correspondencia con su adversario, sobre algunas ideas teológicas. Hombres de “sentido común” fueron aquellos que obligaron a Galileo Galilei a retractarse y cerrar su estúpida boca, o aquellos otros que se burlaban de las pretensiones de un carpintero llamado Jesús de Nazaret —asesinado por razones políticas y no religiosas.
Un personaje de la novela Incidente em Antares, de Érico Veríssimo, reflexionaba: “Durante a era hitlerista os humanistas alemães emigraram. Os tecnocratas ficaram com as mãos e as patas livres”. Y más adelante: “Quando o presidente Truman e os generais do Pentágono se reuniram, no maior sigilo, para decidir si lançavam ou não a primeira bomba atômica sobre uma cidade japonesa aberta… imaginas que eles convidaram para essa reunião algum humanista, artista, cientista, escritor ou sacerdote?”.
Otro brasileño, Paulo Freire, nos recordó: “existe, en cierto momento de la experiencia existencial de los oprimidos una atracción irresistible por el opresor. Por sus patrones de vida” (Pedagogía del oprimido, 1971). Aunque provista de una incipiente y precoz consciencia historicista, la monja rebelde, la mexicana sor Juana Inés de la Cruz ya había advertido otro factor ahistórico que completa la respuesta: “no puede estar sin púas que la puncen quién está en lo alto […] Cualquiera eminencia, ya sea de dignidad, ya sea de nobleza, ya de riqueza, ya de hermosura, ya de ciencia padece esta pensión; pero la que con más rigor la experimenta es la del entendimiento: lo primero porque es el más indefenso, pues la riqueza y el poder castigan a quien se les atreve; y el entendimiento no, pues mientras es mayor, es más modesto y sufrido, y se defiende menos” (Respuesta a sor Filotea, 1691).
Estas últimas observaciones nos llevan a recordar —no debería ser necesario, pero nunca se debe subestimar la ignorancia del poder— que la división no radica en intelectuales y obreros, entre “cultos” e “incultos”, sino entre aquellos que respetan y defienden la cultura y el pensamiento y aquellos otros que la atacan o la ningunean. Ejemplos hay de sobra de doctores que, llegados al poder, liquidaron las universidades y la educación del pueblo mientras otros líderes sin educación formal pero con una conciencia más sensible la defendieron a ultranza —tal vez porque reconocieron en ella el camino más sólido de liberación de la pobreza y de la opresión social que divorcia brillantes discursos con las opacas realidades que promueven.
En nuestro tiempo y en los tiempos por venir, la misión del intelectual ya no será aquella escolástica mala costumbre de desplegar una erudición sin resultados concretos sino, por el contrario, la de poder realizar diferentes síntesis conceptuales, refinar y expurgar del mar de datos, ideas y divagaciones que la futura sociedad producirá, las ideas fundamentales, los pensamientos generatrices, los peligros del entusiasmo, de la propaganda y de las narraciones ideológicas; como un médico que busca detrás de los síntomas los desórdenes funcionales. Esta tarea será como ha sido siempre crítica. Como toda verdadera crítica, deberá apuntar al menos contra dos factores: el poder y la autocomplacencia. El primero —ya lo supo Descartes—, porque todo pensamiento antes de producirse como tal debe romper primero las cadenas invisibles que lo aprisionan con ideas prefabricadas, “políticamente correctas”, “moralistas”, al servicio de un determinado interés de clase, de género, de raza, etc. La segunda, porque la autocomplacencia es, en cierta forma, una consecuencia de la opresión del poder que reproduce el mismo oprimido para evitar el segundo paso que, tradicionalmente, han estado en deuda los intelectuales: la creación. Creación de caminos, de proyectos sociales y culturales, de una nueva forma de ser que tanto reclamaron Juan Bautista Alberdi, José Martí y José E. Rodó. Tal vez este déficit se haya debido a que la tarea es gigantesca para una simple elite intelectual o porque, especialmente en América Latina, la necesaria crítica, que nunca ha sido suficiente, ha absorbido todas sus energías. Pero el desafío sigue en pié y esperando.
Los intelectuales seguirán siendo una elite, como a su manera son una elite los electricistas y los calculistas. La virtud será que estas elites dejen de representarse y ser vistas en un orden vertical y comiencen a conformar una unidad más armónica y orgánica al servicio de las sociedades y no de algunas elites entronadas en el poder social. Me dirán que los intelectuales se han equivocado feo a lo largo de la historia; y tendré que darles la razón. Pero también se equivocan los electricistas, los médicos y los calculistas. Con la diferencia que, si bien cualquiera de estos errores pueden tener consecuencias trágicas en la sociedad, el trabajo del intelectual, por su naturaleza creativa sobre lo desconocido, sobre la nada, es mucho más difícil que la tarea del calculista, por ejemplo —y lo digo por experiencia personal: calcular la estructura de un edificio en altura implica una gran responsabilidad, pero su proceso no involucra, normalmente, ninguna duda fundamental.
Ernesto Che Guevara escribió en El socialismo y el hombre: “Los revolucionarios carecemos, muchas veces, de los conocimientos y la audacia intelectual necesarios para encarar la tarea del desarrollo de un hombre nuevo por métodos distintos a los convencionales; y los métodos convencionales sufren la influencia de la sociedad que los creó”.
Yo no sería tan extremista: tampoco los intelectuales tienen la fórmula de la creación de ese “hombre nuevo”, reclamado por Europa en el siglo XIX. Pero sin duda podrán ser agentes estimulantes en su creación o en su desarrollo —si no se los aplasta antes, con la persecución o el ninguneo; si ellos mismos no se precipitan antes, desde esas inútiles alturas que suelen escalar, enceguecidos por sus propios —por nuestros propios egos.
Jorge Majfud
The University of Georgia, 14 de octubre de 2006.
El pensamiento y la política
La crisis de la transición y el Nuevo Orden por venir.
Entiendo que una de las traiciones más graves al pensamiento es su manipulación por parte de una ideología. Otra es la demagogia o la complacencia, lo que en textos antiguos se acusa como “adulación”, y tanto da adular al rey como al pueblo, cuando de éste recibimos el sustento. Pero sálveme Dios de andar por ahí moralizando sobre los demás.
Si entendemos por ideología a un sistema de ideas que pretende explicar el vasto universo de los seres humanos, debemos reconocer que todos, de una forma u otra, poseemos una determinada ideología. El problema surge cuando nuestra actitud ante este hecho es de sumisión, de lealtad o de conveniencia y no de rebeldía. Si no estamos dispuestos a desafiar nuestras propias convicciones entonces dejamos de pensar para adoptar una actitud de combate. Es decir, nos convertimos en soldados y convertimos el pensamiento en ideología, en trinchera, en retórica; es decir, en un instrumento de algún interés político o de alguna supersticiosa lealtad. Es en este preciso momento cuando nos convertimos en obediente rebaño detrás de la ilusoria consigna de una supuesta “rebeldía”. Los beneficiados no sólo son los arengadores de un bando sino, sobre todo, los del bando contrario.
Durante casi toda la historia moderna, esta prescripción —el individuo anulado en el soldado, en la imitación de sus movimientos de mecano— ha sido construida según los códigos de honor del momento: en la Edad Media, por ejemplo, los “soldados de Dios” se caracterizaban por su obediencia absoluta al Papa o al rey. Si era mujer además debía obediencia a su marido. El mártir recibía la promesa del Paraíso o los laureles del honor, inmortalizados en las crónicas reales del momento o en los cantos populares que alababan el sacrificio del individuo en beneficio del reino, es decir, de las clases en el poder. Sin embargo, y no sin paradoja, siempre han sido las clases altas las que más han moralizado sobre la lealtad del patriota al mismo tiempo que han sido éstas las primeras en entregar sus reinos al extranjero. Así ocurrió cuando los musulmanes invadieron España en el siglo VIII o cuando los españoles invadieron el Nuevo Mundo en el XVI: en ambos casos, las elites de nobles y caudillos se entendieron rápidamente con el invasor para mantener sus privilegios de clase o de género.
Desde los primeros humanistas del siglo XVI, la lucha de clase significó una conciencia nueva, la rebelión del “villano” contra el “noble”, del lector contra la autoridad del clero. Casi simultáneamente, el pensamiento puso el dedo en otras opresiones ocultas: la opresión de género (Christine de Pisan, Erasmo, Poulain de la Barre, Sor Juana, Olimpia de Gouges, Marx y Engels) y de raza (Montesinos, de las Casas, etc.). Siglos más tarde, se consolidaron los movimientos sindicales, la crítica post-colonialista y diferentes feminismos. Con excepciones (Nietzsche), la lucha del pensamiento ha sido hasta ahora contra el Poder. A veces contra un poder concreto y no pocas veces contra un Poder abstracto.
Muchos de los logros contra la verticalidad se han realizado con un precio doble: el sacrificio del mártir y el sacrificio del individuo. La sangre de los mártires libertadores (no vamos a problematizar este punto ahora) no es despreciable; sus heroísmos, su frecuente altruismo tampoco. El problema surge cuando ese mártir es elogiado como soldado y no como individuo, no como conciencia. Y si es reconocido como conciencia se espera que sus seguidores sólo continúen la obra anulando su individualidad por razones estratégicas que se asumen provisorias y se convierten en permanentes.
Desde el poder tradicional, la lógica es la misma. Como escribió Sábato en 1951, la Tumba al Soldado Desconocido es la tumba del “Hombre-cosa”. Los Estados normalmente honran a los soldados caídos porque es una forma de moralizar sobre el virtuoso sacrificio a la obediencia. Desde niños se nos impone en las secundarias el deber de jurar por “nuestra bandera”, prometiendo morir en su defensa. Si bien todos estamos inclinados a poner en riesgo nuestras vidas por alguien más, el hecho de exigirnos un cheque en blanco firmado es la pretensión de anularnos como individuos en nombre de “la patria”, sin importar las razones para oponernos a las decisiones de los gobiernos de turno. Claro que ante esta observación siempre habrá “patriotas” dispuestos a justificar aquello que no necesitaría ser justificado si no tuviese algún sentido implícito, como lo es la construcción del soldado a través de la subliminal moralización del individuo. El proceso no es muy diferente al que es sometido un futuro suicida “religioso”: antes que nada se procede a anular al individuo a través de una moralización utilitaria y con un discurso trascendente que le promete la gloria o el paraíso.
Ahora, alguien podría decir que, según mi perspectiva, el “revolucionario” es el modelo perfecto de individuo. A esto hay que responder con una pregunta básica: “¿qué es eso de revolucionario?”. Porque si hay una costumbre en el pensamiento de segunda mano es dar por asumido los términos centrales. Si por revolucionario entendernos aquel que sale a la calle a romper vidrieras, enardecido por un discurso redentor, mi respuesta sería no. O aquel otro que, atrapado en las viejas dicotomías maniqueístas, ha aceptado como propia la división del mundo entre ángeles y demonios, entre “ellos los malos” y “nosotros los buenos”. Ese es el perfecto soldado. Dudar de que nosotros somos los ángeles y ellos son los demonios es una forma grave de traición a la patria o a la causa, al partido o a la santa religión. Durante los tiempos de la Guerra Fría —que para América Latina fueron los tiempos de la Guerra Caliente— era común justificar el asesinato de un obrero o de un cura porque era “marxista”, siendo que los soldados que cumplían apasionadamente con su deber jamás habían leído un libro de Marx ni habían escuchado las ideas de sus víctimas. Otro tanto hacían los falsos revolucionarios, tirando bombas en un ómnibus lleno de campesinos “traidores a la causa” o de “cipayos vendidos al imperio”, en nombre de un marxismo que desconocían. Y otro tanto hacen hoy en día los Mesías de turno, confundiendo el espíritu de comunidad con el espíritu de masa. Pero ¿cómo se puede ser revolucionario repitiendo los mismos discursos y las mismas estrategias políticas del siglo XIX? ¿Por qué subestiman así al pueblo latinoamericano? ¿Por qué necesitamos tirar piedritas al Imperio de turno para definirnos o para ocuparnos de nuestras propias vidas, tanto como el Imperio necesita de la demonización de la periferia para cometer sus atrocidades (también en masa)? ¿Cuándo aportaremos a la humanidad la creación de una forma de vivir nueva y propia, de la que tanto reclamaba el cubano José Martí, y no esos viejos resabios del colonialismo hispánico que Andrés Bello equivocadamente creyó muy pronto serían superados, allá a principios del siglo XIX?
La historia está llena de conservadores fortalecidos por supuestos rivales revolucionarios. En América Latina podemos observar ciclos de diez años que van de un discurso extremo al otro y a largo plazo volvemos siempre al mismo punto de partida. Porque la obra siempre es llevada a cabo por caudillos y el último siempre es presentado como el tan esperado Salvador. Pero no sólo las viejas dictaduras latinoamericanas se alimentaron siempre de este “peligroso desorden”, sino también las grandes potencias conservadoras explotaron sabiamente los peligros del margen desestabilizador para radicalizar sus imposiciones, un (viejo) orden en peligro. Así, Orden y Desorden resultaron igualmente peligrosos. La dialéctica del poder, aún en eso que por alguna razón histórica se llama “democracia”, sería imposible sin su antítesis. Por lo general existen dos partidos, dos rivales que luchan por el poder y, de esa forma, promueven la ilusión de un posible cambio. La política tradicional no cambiará nada, como no fue la política de los papas y de los emperadores que cambiaron el mundo en el Renacimiento. Suponer lo contrario sería como igualar la historia a una telenovela, donde los malos y los buenos son tan visibles que nadie cuestiona el subyacente orden social e ideológico que es reproducido con el triunfo del bueno y el fracaso del malo.
Lo que la política puede hacer es retrasar o acelerar un proceso; sus grandes obras casi siempre son retrocesos a la barbarie. Un tirano puede inventar un genocidio en pocos meses, pero nunca avanzará la humanidad a la siguiente etapa de su destino. La Reforma luterana nace en la misma conciencia crítica de los católicos humanistas del siglo XV y XVI; el mismo feminismo le debe más al Renacimiento —regreso al “hombre” después de una tradición religiosa y patriarcal— que a las actuales “soldados” que creen que la mujer es hoy más libre gracias a una acción de confrontación con el sexo tirano y no a una larga historia de cambios y evoluciones, gracias a la apasionada mediocridad de una Oriana Fallaci en el siglo XXI y no a una crítica que tiene siglos trabajando desde diferentes culturas. O como tantos otros grupos ideológicos que se levantan un día, orgullosos, creyéndose los inventores de la pólvora.
Entonces, ¿qué paso es necesario para una verdadera revolución? (Advirtamos que nunca se cuestiona la necesidad de un cambio radical; porque la realidad es siempre insatisfactoria o porque esa es nuestra tradición política.) El primer paso —según mi modesto juicio, está de más decirlo— es una negación: el pueblo latinoamericano debe romper con el antiguo círculo, negándole autoridad al caudillo, sea este de izquierda o de derecha, si es que todavía podemos dividir la política de forma tan simple. Nuestro presente no es el presente de Bolívar, de Sarmiento, de Getúlio Vargas o de Eva Perón, aunque una narrativa de la continuidad siempre es atractiva, aunque encontramos Perones por todas partes cada quince años, luchando entre sí para mantener a la masa en la misma plaza, en el mismo estado de alienación, renovando la ilusión de la novedad, que es renovar el olvido. En México dominó durante décadas un llamado “Partido Revolucionario Institucional”; ahora en Argentina hay “Piqueteros Oficiales”. Semejante oxímoron es una afrenta a la inteligencia del pueblo y una muestra de la efectividad de la masificación ideológica, casi tan perfecta como la masificación de consumo. Lo único que permanece son las pasiones y las promesas de redención, pero el mundo y hasta América Latina son otros. No inventemos la pólvora otra vez. El nuestro es el tiempo del individuo amenazado doblemente por la alienación del consumo y de la vieja política, el individuo que ha sido disuelto en la masa y en el individualismo. Seamos desobedientes a las guerras que otros inventan para sostener un sistema anacrónico, como lo es la democracia representativa —representativa de las clases dominantes o de los demagogos de turno—, sostenida no sólo por un discurso conservador sino por la supuesta amenaza de los caudillos de antaño. No hay Salvadores. Cada vez que América Latina cree descubrir al Mesías termina donde comenzó.
El segundo paso, como ya lo hemos señalado y definido hace años, es la desobediencia. El pueblo, en lugar de andar peleándose enardecidamente por un candidato o por otro, debería exigir las reformas estructurales que lleven a la participación directa en la gestión de las sociedades. Los Estados deben estar penetrados por el control ciudadano, su gestión debe ser más susceptible de cambios según los individuos y no según los burócratas de turno. Una forma nueva de referéndum deberá ser un instrumento habitual, procesado a través de los nuevos sistemas electrónicos, no como una forma excepcional para enmendar abusos del poder tradicional, sino como instrumento central de gestión y control ciudadano. En una palabra, sacar a la abusada “democracia” del prostíbulo, de un estado de aletargamiento y devolverle su principal característica: la progresiva devolución del poder a aquellos de donde proviene; el pueblo. Las decisiones sobre la producción deben residir en la creatividad de los individuos, de los grupos comunitarios antes que en los Estados o las grandes compañías monopolizadoras. La victimización del oprimido debe ser reemplazada por una rebeldía radical, una toma de acción directa del individuo, aunque sea mínima, y no una renuncia de su poder en los “padres del pueblo”, en esa eterna y confortable promesa llamada “buen gobierno”.
Yo tengo para mí que cada vez que veo, en Estados Unidos o en América Latina, una encuesta que varía dramáticamente luego de un discurso presidencial, reconozco que la desobediencia del individuo aún se encuentra lejos. El individuo aún es material e ideológicamente dependiente de la propaganda, de las decisiones y las estrategias políticas que se toman en un salón lleno de “gente importante”. Cada vez que un publicista se jacta de haber llevado a un hombre a la presidencia de un país, está insultando la inteligencia de todo un pueblo. Pero este insulto es recibido como el acto heroico de un individuo admirable. Cuando este síntoma desaparezca, podemos decir que la humanidad ha dado un nuevo paso. Un paso más hacia la desobediencia, que es como decir un paso más hacia su madurez social e individual.
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