“El Partido Demócrata ha demostrado que su función en el sistema bipartidista es servir a la misma agenda imperialista corporativa que los republicanos”.
Carta abierta de Jill Stein
(trdución JM)
La Convención Nacional del Partido Demócrata y Kamala Harris han establecido un nuevo récord de vergüenza y desorientación con su campaña promocionada bajo el lema “Esperanza y alegría” mientras presiden una situación de penurias sin precedentes y un genocidio desenfrenado.
A medida que la Convención Demócrata, cuidadosamente coreografiada, llega a su fin, la campaña de marketing sintética de “esperanza y alegría” parece orwelliana y obscena en comparación con las lágrimas reales y la desesperación de la gente que clama afuera por los derechos humanos básicos y el fin del horrible genocidio respaldado por Estados Unidos en Gaza.
Los delegados que representan al movimiento de “No comprometidos” intentaron traer un poco de realidad a la burbuja de la Convención, pero los demócratas se negaron a escucharlos, rechazando incluso la modesta solicitud de permitir que un orador palestino-estadounidense diera un discurso. Fuera de la convención, los manifestantes leyeron los nombres de los niños palestinos asesinados, pero los delegados demócratas que pasaban se taparon los oídos y pasaron apresuradamente, o incluso se burlaron a los que leían los nombres.
Desde el escenario, destacados demócratas declararon que Harris está “trabajando incansablemente por un alto el fuego”, una afirmación que no solo es falsa, sino que encubre de manera escandalosa el hecho de que la administración Biden-Harris está literalmente enviando armas que alimentan el genocidio en Gaza.
Jorge, los demócratas han demostrado una y otra vez que no están interesados en escucharte. Nosotros estamos escuchando y estamos haciendo todo lo posible para luchar por el pueblo estadounidense y por las víctimas del imperio estadounidense que no tienen derecho a voto.
La farsa sobre “trabajar incansablemente por un alto el fuego” es especialmente descarada y es típica de las palabras vacías de los demócratas. Kamala Harris puede ofrecer apoyo de palabra a algunas políticas que suenan bien, pero ¿dónde han estado durante los últimos tres años y medio? ¿Qué pasó con las promesas de Biden-Harris como aumentar el salario mínimo y crear una opción pública para la atención médica?
Nada: estas promesas vacías se olvidaron tan pronto como pasaron las elecciones.
El descarado engaño continuó con Michelle Obama declarando que los demócratas “no engañan a los demás para salir adelante” y que “no cambian las reglas para que siempre ganemos nosotros”, mientras intentan demandarnos para que no participemos en las elecciones en varios estados, contratan espías e infiltrados para sabotearnos y retienen la financiación pública a la que calificamos hace meses.
En La Convención Nacional del Partido Demócrata se niega a permitir que los votantes tengan una opción incluso dentro de su propio partido, donde las élites del partido eligieron a Harris como sucesora de Biden después de lograr evitar cualquier proceso de primarias real.
El discurso de aceptación de Kamala en la Convención Demócrata fue un desfile predecible de lugares comunes, centristas, salpicados de tonterías patrioteras diseñadas para flanquear a los republicanos por la derecha.
Cuando Kamala gritó que convertiría al ejército estadounidense en la “fuerza de combate más letal del mundo”, la multitud respondió con cánticos de “¡USA, USA!”, y continuó con su repugnante manipulación de Gaza con vagas perogrulladas y lágrimas de cocodrilo mientras ella y Biden suministran las mismas bombas que están destrozando vivos a los niños palestinos.
Las élites de la Convención Demócrata eligieron a Kamala como camaleón político porque ella dirá o hará lo que ellos quieran. Y eso significa, como Biden prometió a sus partidarios de Wall Street en 2020, que “nada cambiará fundamentalmente”.
Mientras los demócratas han estado actuando con su espectáculo de renovación de marca, yo he estado en las calles de Chicago reuniéndome y escuchando a la gente excluida de la Convención, tal como lo hice en Milwaukee durante la Convención republicana. Marchamos con el Ejército de los Pobres por la atención médica y la vivienda como derechos humanos. Nos manifestamos con Workers Strike Back (“Los trabajadores contraatacan”) por un salario mínimo de 25 dólares la hora. Y nos unimos a las marchas y acciones diarias para detener el genocidio en Gaza y cortar el apoyo de Estados Unidos a Israel hasta que ponga fin a su brutal ocupación y régimen de apartheid.
A diferencia de Kamala Harris y los demócratas, mi compañero de fórmula Butch Ware y yo estamos escuchando a la gente y luchando por el cambio real que necesitamos ahora mismo.
Al igual que esta Convención Nacional, el Partido Demócrata es falso hasta la médula porque trabaja para la clase de donantes de élite, no para los votantes. Los demócratas pueden gastar sus montañas de dinero corporativo en hábiles campañas de renovación de marca para convencer a la gente de que las cosas serán diferentes esta vez, pero lo único que harán será menos que el mínimo indispensable, porque eso es lo máximo que sus donantes permitirán.
En casi cualquier tema (derechos de los trabajadores, atención médica, vivienda, justicia racial, inmigración, cambio climático, derecho al voto, seguridad de las armas, derechos de las mujeres, lo que sea), Kamala Harris y los demócratas harán menos que el mínimo indispensable. Y continuarán las guerras interminables que nos están arrastrando cada vez más cerca del borde de una guerra mundial a la que la humanidad tal vez no sobreviva.
Una y otra vez, el Partido Demócrata ha demostrado que su función en el sistema bipartidista es servir a la misma agenda imperialista corporativa que los republicanos, al tiempo que ocupa el espacio donde deberíamos tener un auténtico partido popular.
Es demasiado. No podemos perder más tiempo esperando un cambio de los mismos políticos que nos han traicionado una y otra vez. La verdadera esperanza solo vendrá de un cambio real, y depende de nosotros que suceda.
Juntos podemos liderar la lucha por una democracia real, el fin de la guerra interminable y el genocidio, una economía que funcione para los trabajadores, un futuro habitable para nuestros hijos y una América y un mundo que funcionen para todos nosotros.
En las publicaciones de diversas redes sociales se suelen leer bellezas destacadas en formato pasacalle como “No hay que enseñarle a los pobres a tener envidia de los ricos. Hay que enseñarles a generar riqueza”. Este ejemplo lo he copiado de una señora de Facebook, quien tiempo atrás ofrecía a su esposo para realizar cualquier tipo de trabajo. No agregó “a cualquier precio” porque hubieses sido demasiada humillación.
Es un cliché y un fetiche popular apuntar a las altas torres de cristal como prueba del mérito de los ricos y de cuánto benefician a las sociedades. No importa si muchas de esas obras son hechas con intervención de los gobiernos y con dinero de los ciudadanos que no recibirán nada a cambio más que esos espejitos nuevos y los viejos espejismos de un futuro próspero. Aun cuando toda la inversión (que aman llamar riesgo) haya procedido de sus arcas de Alí Babá, ninguno de ellos movió nunca un dedo para construir nada. Quienes construyeron, los esclavos asalariados sobrevivientes de los frecuentes y mortales accidentes recibieron una ínfima parte para no morirse de hambre y seguir trabajando con ahínco, estimulados por la necesidad; nunca por la avaricia de hacerse ricos para producir tanta generosa riqueza.
Como los ricos no levantaron un ladrillo ni calcularon las estructuras, deben justificarse sobreestimando su capacidad intelectual y el riesgo que toman ofreciendo sus capitales para beneficio del pueblo. Lo mismo en la industria de alta tecnología. Si fuesen tan geniales y creativos habrían inventado algo o estarían en los equipos científicos, tecnológicos o de investigación social. No, ni eso. Están en los lobbies y sindicatos de millonarios, que son cuevas de Ali Baba, siempre ideando nuevas formas para robarle al resto de la población su esfuerzo y creatividad. Es lo único que saben hacer bien los miembros de la mayor y más brutal dictadura que ha conocido la historia, promotores de guerras, de dogmas internacionales y de odio entre los de abajo: blancos contra negros, gays contra heterosexuales, creyentes contra no creyentes, panaderos contra verduleros, votantes del Partido X contra votantes del Partido Y…
Mientras nosotros estamos tratando de entender el mundo aquí, ellos están conspirando para consolidar su poder de robo sobre el resto de la Humanidad. Robo de capitales y robo de conciencias.
En los 12.000 años de historia de la civilización, ningún hombre rico fue modelo moral ni pasó a la historia como un aporte a la Humanidad. En ningún caso ninguno nunca inventó nada, excepto negocios que les permitieron parasitar la creación, los inventos y la producción ajena. Pero en la anormalidad histórica de nuestro tiempo son héroes, creadores y recreadores de la Humanidad, como Prometeo o Quetzalcóatl. ¿Por qué? Porque tienen el poder de los medios. Porque tienen el dinero suficiente para comprar cuerpos y almas.
Si las personas tienen diferentes intereses y habilidades, ¿por qué, para el poder, solo cuentan aquellos fanáticos por el dinero? Porque el sistema está diseñado y organizado para que una fracción mínima de la humanidad motivada por una única obsesión patológica dicte sobre los demás: es la dictadura de los millonarios.
Pongamos un ejemplo mínimo. En nombre de la “libertad de expresión” todos los días Elon Musk sermonea al mundo desde su nueva casa (Twitter/X). Desde allí, tiene asegurado millones de lecturas de cada tontería que se le ocurre. No está allí por la superioridad de sus argumentos sino de sus dólares. ¿Me equivoco? Lo mimo da inundar la campaña electoral de Donald Trump con 45 millones de dólares mensuales (luego dijo que era mentira, ya que no era para Trump sino para su campaña, a través de la corrupción legalizada de los SuperPACs), o promover su odio contra su propia hija trans y culpar a la “cultura woke” como celebrar los golpes de Estado en el Sur Global justificados por sus recursos naturales (Bolivia, 2019, Venezuela 2024) o intentar desestabilizar el gobierno de Lula en Brasil o promover la candidatura de la oposición venezolana en cada elección. Para estos charlatanes con dinero, Dios siempre castiga a los malos. A ellos los castigan los pobres, los ideologizados por algún hijo gay o por no ser adulados de rodillas, como los dioses celosos que son. Celosos de sus propios egos y furiosos por todo aquello que no puede comprar el dinero, como los argumentos y la dignidad ajena.
Como toda dictadura global y dominante, la dictadura de los millonarios es abstracta, casi invisible como un reflejo lejano en un espejo, y se ejerce a través del miedo, de la fe y de la moral del esclavo. El esclavo feliz es capaz de defender a su amo y odiar a sus hermanos y vecinos para considerarse un buen esclavo y, a veces, en un candidato eterno a la esclavitud privilegiada de algún puesto gerencial o del éxito de un pequeño negocio que luego confundirá con Apple o Amazon y se incluirá en el gremio de los Bezos y los Musk, siempre culpando a los impuestos y a los trabajadores fracasados por los límites impuestos a su natural genialidad y a su bondad social derivada del dogma sobre el valor del egoísmo como motor del progreso, ese dogma perverso atribuido a Adam Smith como agregado de último momento a los Diez mandamientos de Moisés.
Comparar nuestro tiempo con los tiempos de la esclavitud no es, para nada, una exageración. Antes que la fiebre anglosajona inventase la esclavitud hereditaria y basada en una raza, por miles de años los esclavos fueron los sirvientes que trabajaban a cambio de su subsistencia. Con frecuencia, eran esclavos debidos a las deudas, desde los antiguos hasta los esclavos blancos llamados indenture en América. ¿Cuál es la diferencia de aquellos esclavos con la realidad actual? La mayoría de los trabajadores también trabaja por la subsistencia, sólo que no se les paga con casa, comida y vestimenta sino con algo más abstracto llamado dinero. De hecho la abolición de la esclavitud de grilletes en América tenía ese incentivo: a partir de entonces los esclavos tenían que trabajar por salarios de miseria (muchas veces por la propina), lo cual le resultó por lejos más económicos a los nuevos entrepreneurs. La única innovación introducida por el fanatismo anglosajón contó en comercializar la existencia convirtiendo a hombres y mujeres de piel oscura en esclavitud de grilletes y a perpetuidad, algo que se heredaba por genética. Eso, en gran medida, terminó en el siglo XIX, porque fue reemplazado por la esclavitud antigua: esclavos por nacer pobres; criados, sirvientes, mantenidos, ocupantes. Esclavos por deudas…
Desde el siglo XX hasta hoy, quienes promueven algún tipo de resistencia a este orden no en nombre de la libertad de los esclavistas sino de la liberación de los oprimidos, son tan cuestionados como los abolicionistas en el siglo XIX. Hay que mirar la historia porque la historia se repite siempre como la misma obra de teatro en diferentes escenarios y diferentes personajes.
Jorge Majfud, julio 2024
No es seceto para los expertos en seguridad del ciberespacio. Estos libros, como las entrevistas y toda actividad que realizamos aquí, han sido «baneadas» (silenciadas, cencusradas) por los algoritmos de las mafias capitalistas. No nos importa. Siempre seguiremos publciando lo que al Poder más osucro le molesta. Una parte de todo eso está en los libros que mencionamos aquí abajo. Hagan como quieran. No se trata de una cuestión comercial, porque no vivimos de esto, sino de una razón profundamente moral. Nunca nos pudieron quitar la dignidad y no soportan esa derrotaabsoluta:
L’anti-Lumières pour le XXIe siècle (II)
La dictature des millionnaires
Dans les publications de divers réseaux sociaux, les beautés exceptionnelles sont généralement lues sous forme de défilé telles que «Nous ne devons pas apprendre aux pauvres à être envieux des riches. Nous devons leur apprendre à générer de la richesse. » J’ai copié cet exemple d’une dame affiliée à Facebook, qui, il y a quelque temps a proposé à son conjoint de faire n’importe quel type de travail. Elle n’a pas ajouté « à n’importe quel prix » car cela aurait été trop humiliant.
C’est un cliché et un fétiche populaire que de montrer les grandes tours de verre comme preuve du mérite des riches et de l’intérêt qu’ils portent à la société. Peu importe que nombre de ces travaux soient réalisés avec l’intervention du gouvernement et l’argent des citoyens qui ne recevront rien d’autre en retour que ces petits miroirs neufs et les vieux mirages d’un avenir prospère. Même si tous les investissements (qu’ils aiment appeler «risques») proviennent de leurs coffres d’Ali Baba, aucun d’entre eux n’a jamais levé le petit doigt pour construire quoi que ce soit. Ceux qui ont construit, les esclaves salariés qui ont survécu aux accidents fréquents et mortels, ont reçu une part minuscule pour ne pas mourir de faim et continuer à travailler dur, poussés par la nécessité ; jamais par l’avidité de s’enrichir pour produire une richesse aussi généreuse.
Comme les riches n’ont pas construit une brique ou calculé les structures, ils doivent se justifier en surestimant leurs capacités intellectuelles et le risque qu’ils prennent en offrant leur capital au profit du peuple. Il en va de même dans l’industrie de la haute technologie. S’ils avaient été si grands et créatifs, ils auraient inventé quelque chose ou ils auraient fait partie d’équipes de recherche scientifique, technologique ou sociale. Non, même pas cela. Ils sont dans les halls et les syndicats de millionnaires, qui sont les cavernes d’Ali Baba, inventant toujours de nouvelles façons de voler au reste de la population leur effort et leur créativité. C’est la seule chose que les membres de la dictature la plus grande et la plus brutale que l’histoire ait connue, promoteurs de guerres, de dogmes internationaux et de haine parmi ceux d’en bas, savent bien faire : les Blancs contre les Noirs, les gays contre les hétérosexuels, les croyants contre les non-croyants, les boulangers contre les marchands de légumes, les électeurs du Parti X contre les électeurs du Parti Y…
Alors que nous essayons de comprendre le monde ici, ils complotent pour consolider leur pouvoir de vol sur le reste de l’humanité. Vol de capitaux et vol de consciences.
En 12 000 ans d’histoire de la civilisation, aucun riche n’a jamais été un modèle moral ni n’est entré dans l’histoire comme une contribution à l’humanité. Aucun d’entre eux n’a jamais inventé quoi que ce soit, si ce n’est des entreprises qui leur ont permis de parasiter la création, les inventions et la production d’autrui. Mais dans l’anormalité historique de notre époque, ils sont des héros, des créateurs et des recréateurs de l’humanité, comme Prométhée ou Quetzalcoatl. Pourquoi ? Parce qu’ils ont le pouvoir des médias. Parce qu’ils ont assez d’argent pour acheter des corps et des âmes.
Si les gens ont des intérêts et des capacités différents, comment se fait-il que, pour le pouvoir, seuls ceux qui sont fanatiques de l’argent comptent ? Parce que le système est conçu et organisé de manière à ce qu’une infime fraction de l’humanité, motivée par une seule obsession pathologique, domine le reste : c’est la dictature des millionnaires.
Prenons un exemple minimal. Au nom de la «liberté d’expression», Elon Musk fait chaque jour la leçon au monde entier depuis sa nouvelle maison (Twitter/X). De là, il est assuré d’être lu des millions de fois pour toutes les inepties auxquelles il peut penser. Il n’est pas là pour la supériorité de ses arguments, mais pour ses dollars. Je me trompe ? Il en va de même pour l’inondation de la campagne électorale de Donald Trump avec 45 millions de dollars par mois (il a plus tard déclaré que c’était un mensonge, car ce n’était pas pour Trump mais pour sa campagne, par le biais de la corruption légalisée des SuperPAC), ou pour la promotion de sa haine contre sa propre fille transgenre et le dénigrement de la «culture woke» , ou encore la célébration de coups d’État dans le Sud mondial justifiés par leurs ressources naturelles (Bolivie, 2019, Venezuela 2024) ou la tentative de déstabilisation du gouvernement de Lula au Brésil ou la promotion de la candidature de l’opposition vénézuélienne à chaque élection. Pour ces charlatans de l’argent, Dieu punit toujours les mauvais. Ils sont punis par les pauvres, les idéologisés pour un fils gay ou pour ne pas avoir été flattés à genoux, comme les dieux jaloux qu’ils sont. Jaloux de leur propre ego et furieux de tout ce que l’argent ne peut acheter, comme les arguments et la dignité des autres.
Comme toutes les dictatures globales et dominantes, la dictature des millionnaires est abstraite, presque invisible comme un reflet lointain dans un miroir, et s’exerce par la peur, la foi et la morale de l’esclave.
L’esclave heureux est capable de défendre son maître et de haïr ses frères et ses voisins pour se considérer comme un bon esclave et, parfois, comme un candidat éternel à l’esclavage privilégié d’un poste de direction ou à la réussite d’une petite entreprise qu’il confondra plus tard avec Apple ou Amazon et rejoindra la guilde des Bezos et des Musk, en reprochant toujours aux impôts et aux travailleurs ratés les limites imposées à leur génie naturel et à la bonté sociale dérivée du dogme de la valeur de l’égoïsme comme moteur du progrès, ce dogme pervers attribué à Adam Smith comme un ajout de dernière minute aux dix commandements de Moïse.
Il n’est pas exagéré de comparer notre époque à celle de l’esclavage. Avant que la fièvre anglo-saxonne n’invente l’esclavage héréditaire et racial, les esclaves ont été pendant des milliers d’années des serviteurs qui travaillaient en échange de leur subsistance. En quoi ces esclaves sont-ils différents de la réalité d’aujourd’hui ? La plupart des travailleurs travaillent également pour assurer leur subsistance, sauf qu’ils sont payés non pas avec une maison, de la nourriture et des vêtements, mais avec quelque chose de plus abstrait, l’argent. En fait, l’abolition de l’esclavage au carcan en Amérique a eu cet effet incitatif : les esclaves devaient désormais travailler pour des salaires de misère (souvent pour des pourboires), ce qui était de loin moins cher pour les nouveaux entrepreneurs. La seule innovation introduite par la bigoterie anglo-saxonne a été de commercialiser l’existence en transformant les hommes et les femmes à la peau foncée en esclaves perpétuels et enchaînés, ce qui était hérité de la génétique. Cette pratique s’est largement arrêtée au XIXe siècle, car elle a été remplacée par l’esclavage à l’ancienne : esclaves pour être nés pauvres ; serviteurs, serviteurs, serviteurs, occupants. Les esclaves pour dettes…
Du Xxe siècle à nos jours, ceux qui promeuvent une sorte de résistance à cet ordre, non pas au nom de la liberté des esclavagistes mais de la libération des opprimés, sont interpellés de la même manière que les abolitionnistes du XIXe siècle. Il faut regarder l’histoire parce que l’histoire se répète toujours comme la même pièce dans différents scénarios et différents personnages.
Los pobres desempleados e improductivos que viven de la ayuda del Estado en realidad no son un mal negocio para las grandes empresas. No sólo ayudan a mantener los sueldos deprimidos, según ya se sabía en el siglo XVIII, sino que, además, en nuestra civilización de las cosas son consumidores perfectos. La ayuda que estos pobres desempleados reciben del Estado va destinada completamente al consumo de bienes básicos o de diversion y dis-track-tion, lo que significa que las megaempresas aún así continúan haciendo un gran negocio con el dinero de los contribuyentes. Por supuesto, todo tiene su arte y su línea de naufragio.
Por otro lado, esta realidad sirve para una crítica o un discurso en principio aceptable y enquistado en la conciencia popular del mundo rico, producto del bombardeo mediático: mientras las grandes compañías producen (en varios sentidos de la palabra) y generan puestos de trabajo, los holgazanes se benefician de ellas a través del Estado. Las grandes compañías son las vacas sagradas del progreso capitalista y el Estado con sus holgazanes son las lacras que impiden la aceleración de la economía nacional.
En primera instancia es verdad. Este mecanismo no sólo mantiene una cultura de la pereza en las clases más bajas esperando esa ayuda del Estado (cuando existe un sistema de seguro social como en Estados Unidos) sino que además alimenta el odio de las clases trabajadoras que deben resignarse a seguir pagando sus impuestos para mantener a ese margen de desocupados que básicamente significan una carga y también una permanente amenaza de mayor criminalidad y más gastos en prisiones. Lo cual también es cierto, ya que es más probable que un desocupado profesional se dedique a alguna actividad criminal que un trabajador activo.
Este odio de clases mantiene el status quo y, por ende, el dinero sigue fluctuando de la clase trabajadora a la clase ejecutiva, entre otros medios, vía holgazanes-desocupados. Si esos desocupados estuviesen en el circuito de trabajo, probablemente consumirían menos y exigirían mejores salarios y educación. Estarían mejor organizados, no tendrían tanto resentimiento por aquellos que se levantan temprano para ir a sus trabajos, serían menos víctimas de la demagogia de los políticos populistas y de las sectas empresariales que son, en definitiva, las dueñas del capital y, sobre todo, del know-how social –los know-why y los know-what son irrelevantes.
Para alguien que debe vender un mínimo anual de toneladas de azúcar a la industria de la alimentación, por decirlo de alguna forma, un trabajador nunca será una mejor opción que un desocupado mantenido por el Estado. Para los empresarios de la salud, tampoco. Algunos estudios recientes indican que el consumo de azúcar en las gaseosas es tan perjudicial para el hígado como el consumo de alcohol, ya que el hígado de cualquier forma debe metabolizar el azúcar (glucólisis), por lo cual tomar una soda, en última instancia y sin considerar las alteraciones de la conducta, es lo mismo que beber whisky (Nature, Dr. Robert Lustig, Univ. of California). Una Coca-Cola ni siquiera tiene las ventaja que tiene el vino para la salud. Sin embargo, en los últimos años la proporción de azúcar en las bebidas y la cantidad que consume cada individuo ha ido aumentando en el mundo entero, a pesar que nuestro organismo sólo tuvo tiempo de evolucionar para tolerar el azúcar de las frutas, una temporada al año. Los especialistas consideran que ese aumento del consumo se debe a la presión política de las compañías que están involucradas en la comercialización del azúcar. Como consecuencia, en Estados Unidos y en muchos otros países tenemos poblaciones cada vez más obesas y más enfermas, lo que de paso significa mayores ganancias para la industria de la salud y los laboratorios farmacéuticos.
Pero así funciona la lógica del capitalismo tardío, que es la lógica global hoy en día: si no hay consumo no hay producción y sin ésta no hay ganancias. Sería mucho más saludable para los consumidores si los vendedores de alimentos a base de sabrosos shocks de sal-azúcar, asaltaran a cada consumidor antes de entrar a un supermercado. Pero esto, como el incremento de impuestos, es políticamente incorrecto y demasiado fácil de visualizar por parte de los consumidores. Siempre me llamó la atención el hecho universal de que los drogadictos roban y matan a personas honestas para comprar drogas y no roban ni asaltan a los mismos vendedores de drogas, lo cual sería un camino más directo e inmediato para una persona desesperada. Pero la respuesta es obvia: siempre es más fácil asaltar a un trabajador honesto que a un delincuente que conoce el rubro. Por lo general, esto último es casi imposible, al menos para un consumidor común.
El objetivo primario de cualquier empresa son las ganancias y todo lo demás son discursos que intentan legitimar algo que no puede ser cambiado dentro de la lógica puramente capitalista. Cuando esta lógica funciona sin trabas, se llama progreso. Las compañías progresan y como consecuencia progresan los individuos –hacia la destrucción propia y ajena.
Recientemente la ciudad de Nueva York prohibió la venta de las botellas gigantes de soda alegando que estimulaban el excesivo consumo de azúcar. Este tipo de medidas nunca sería tomada, ni siquiera propuesta, por una empresa privada cuyo objetivo es vender, al menos que venda agua mineral. Pero en este caso la prohibición explícita de una empresa sobre otra iría contra las leyes del mercado, razón por la cual esta lucha normalmente se produce según las leyes de Darwin, donde los más fuertes devoran a los más débiles.
Estos límites a la “mano invisible del mercado” sólo pueden establecerlos los gobiernos. Lo mismo ocurrió con la lucha contra el tabaquismo. Los gobiernos suelen estar infestados, inoculados por los lobbies de las grandes corporaciones y suelen responder a sus intereses, pero no son monolitos y cada tanto recuerdan su razón de ser según los preceptos modernos. Entonces se acuerdan de que existen para la población, y no al revés, y actúan en consecuencia reemplazando las ganancias por la salud colectiva.
Las libertades no han progresado por las corporaciones empresariales y financieras sino a pesar de estas. Han progresado a lo largo de la historia por aquellos que se han opuesto a los poderes hegemónicos o dominantes del momento. Siglos atrás esos poderes eran las iglesias o los Estados totalitarios, como los antiguos reyes y sus aristocracias, como en la Unión Soviética y sus satélites. Desde hace varios siglos hasta hoy, cada vez más, esos poderes radican en las corporaciones que son las que poseen el poder en forma de capitales. Cualquier verdad que salga de los grandes medios estará controlada de forma directa o de forma sutil –por ejemplo, a través de la autocensura– por estas grandes firmas, que son las que mantienen los medios a través de los anuncios publicitaros. Los medios ya no sobreviven, como en el siglo XIX y gran parte del siglo XX, de la venta de ejemplares. Es decir, los grandes medios cada vez dependen menos y, por lo tanto, cada vez se deben menos a la clase media y trabajadora. La Era digital podrá un día revertir este proceso, pero por el momento los individuos aislados se limitan a reproducir noticias y narrativas sociales prefabricadas por los grandes medios que básicamente viven de los anuncios publicitarios de las grandes empresas y corporaciones. Es decir, los superyós sociales. El control es indirecto, sutil e implacable. Cualquier cosa que vaya contra los intereses de los anunciantes significará la retirada de capitales y, por ende, la decadencia y el fin de esos medios, que dejarán lugar a otros para cumplir su rol de marionetas.
Con algunas excepciones, ni los pobres ni los trabajadores pueden hacer lobbies en los parlamentos. En tiempos de elecciones, son los las corporaciones quienes pondrán miles de millones para elegir un candidato o el otro. Ninguno de los candidatos cuestionará la realidad básica que sostiene la existencia de esta lógica pero cualquiera de ellos que sea elegido y luego electo –o viceversa– estará hipotecado en sus promesas cuando asuma el poder y deberá responder en consecuencia: ninguna empresa, ningún lobby pone millones de dólares en algún lugar sin considerar eso como una inversión. Si lo ponen para combatir el hambre en África será una inversión moral, “lo que les sobra”, como dijera Jesús refiriéndose a las limosnas de los ricos. Si lo ponen en un candidato presidencial será, obviamente, una inversión de otro tipo.
El poder desproporcionado de estas corporaciones, muchas secretas o discretas son el peor atentado contra la democracia en el mundo. Pero pocos podrán decirlo sin ser etiquetados de idiotas. O aparecerán en algunos grandes medios voceros del establishment, porque cualquier medio que se precie de democrático deberá pagar un impuesto a su hegemonía permitiendo que se filtren algunas opiniones verdaderamente críticas. Estas, claro, son excepciones, y entrarán en conflicto con un público acostumbrado al sermón diario que sostiene el punto de vista contrario. Es decir, serán entendidas como productos infantiles de aquellos que no saben “cómo funciona el mundo” y defienden a los holgazanes desocupados que viven del Estado, mientras éste vive de y castiga a las grandes empresas más exitosas. Sobre todo en tiempos de crisis, el Estado las castiga con rebajas de impuestos, préstamos sin plazo y rescates sin límites.
Desde la última gran crisis económica de 2008 en Estados Unidos, por ejemplo, las grandes empresas y corporaciones no han parado de aumentar sus ganancias mientras la reducción del empleo ha sido débil y un caballito de batalla para la oposición al gobierno. Los economistas más consultados por los grandes medios llaman a esto “aumento de la productividad”. Es decir, con menos trabajadores se obtienen mayores beneficios. Los trabajadores que sobran como consecuencia del aumento de productividad son derivados a la esfera del maldito Estado que debe asegurar que –aunque desmoralizados o por eso mismo– sigan consumiendo con el dinero de la clase media para aumentar aún más las ganancias de los mercaderes de las elites dominantes que, sin pagar esos salarios pero sin dejar de venderles las mismas baratijas y las mismas sodas azucaradas y las mismas chips saladas, verán aumentadas aún más la efectividad, la productividad y las ganancias de sus admirablemente exitosas empresas.
Nosotros podemos llamar a todo este mecanismo perverso “el doble negocio de la desocupación” o “los milagros de las crisis financieras”.
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