El pasado 26 de noviembre de 2025, el presidente de Uruguay, Yamandú Orsi, se expuso nuevamente a responder preguntas. Esta vez en un formato dialogado, relajado y con tiempo para la reflexión. El programa, “Desayunos Búsqueda” comenzó a las 9:30 de la mañana, por lo que no se puede alegar cansancio. Casi al final, se produjo el siguiente diálogo:
Presidente: “La seguridad es un tema del que hay que hablar… Y yo creo que el ejemplo es Bukele. Es El Salvador… El ejemplo de un proceso”.
Periodista: “¿Lo estás poniendo como ejemplo positivo o negativo…?
Presidente: “Ejemplo para analizar. Estuve con alguien, mano derecha de Bukele, el otro día en La Paz, Bolivia… Son procesos raros ¿no? que tienen esos países… Países que han sufrido guerras… Les pregunté cuántos muertos en la guerra… 80 mil muertos, y no me acuerdo cuantos tantos desaparecidos… Otro tanto en Guatemala. Procesos terribles…”
¿Guerras? Bueno, dejemos ese capítulo de lado. Quienes lo criticamos fuimos acusados de tergiversar sus palabras. “El presidente sólo habló de un ejemplo para el análisis”…
La primera expresión no tiene nada de ambigua. Bukele y El Salvador son “el ejemplo” para discutir la seguridad. ¿Necesitamos un teólogo para interpretar esto? Si hubiese dicho “en materia de seguridad, Cuba es el ejemplo” no habría quedado duda. ¿Por qué no decirlo? Cuba ha tenido una tasa de criminalidad históricamente muy baja. O Chile, cuya tasa de homicidios es la mitad de la de Uruguay. ¿Por qué El Salvador? Más que El Salvador, ¿por qué “el ejemplo es Bukele”, a pesar de que la dramática reducción de los homicidios se produjo en el gobierno de Sánchez Cerén y sin recurrir a los campos de concentración ―su pecado fue desafiar a las corporaciones. Pero, no sin ironía, Bukele ofrece otro ejemplo de la palestinización del mundo que estamos viendo, incluso en Estados Unidos: brutalidad sin ley, cárceles coloniales y datos a la medida del consumidor, como reportar asesinatos como suicidios o accidentes.
Cuando el periodista intenta confirmar, Orsi se sale de la rotonda, una vez más, con una anécdota banal. Como decían los GPS veinte años atrás, cuando uno erraba una salida: recalculating… Al día siguiente, el presidente debió llamar a una radio para aclarar sus oscuridades habituales. La misma ambigüedad gesticular aplicada a “lo tremendo” de la “guerra en Gaza”.
Peor fueron las justificaciones de muchos de sus votantes, las que expresan una desesperada necesidad de confundir deseo con realidad. Algunos de ellos se enojaron con nuestra crítica, diciendo de que hay una “izquierda insaciable” y que “todo debe ser hecho como ellos quien”. No han entendido nada.
Primero: está claro que no hay humanos perfectos y, mucho menos, un político, alguien que cada día debe embarrarse con las contradicciones de la realidad.
Segundo: no por esto, aquellos que no tienen poder político o económico, deben ser condescendientes con quienes fueron elegidos para cargos públicos. Si no resisten las críticas sin azúcar, que renuncien. El resto no les debemos nada. Son ellos quienes se deben a sus votantes y demás ciudadanos. Es algo que ya lo dejó claro el gran José Artigas, hace dos siglos y que, aparte de la adulación vana, pocas veces se lo practicó.
Tercero: lo de Orsi ya no son fallas circunstanciales de cualquier administrador, de cualquier líder que debe negociar ante una pluralidad de intereses. Es (1) una consistencia en su debilidad de análisis y, peor que eso, (2) una consistencia en su alineamiento con los intereses económicos e ideológicos de la misma minoría dominante, no solo a nivel nacional sino imperial, que es la que dicta el bien y el mal en las colonias, inoculando la moral del cipayo, de lo que Malcolm X llamaba “el negro de la casa”.
Orsi es una versión desmejorada de José Mujica. A pesar de su “como te digo una cosa te digo otra”, Mujica no sólo tenía una cultura y una lucidez que hoy es rara avis, sino que, además, era un viejo zorro de la creación de su propio personaje. Vivía como quería y no tenía ni hijos ni nietos por quienes angustiarse en un despiadado mundo capitalista. Le faltó algo propio de un líder, que es la capacidad de dejar seguidores a su altura.
Lo peor que le puede pasar a una democracia es dejar a la política en manos de los políticos. A los líderes hay que apoyarlos, pero no seguirlos como al flautista de Hamelin. Menos cuando solo se es un presidente, no un líder. Lo primero puede ser un accidente; lo segundo es otra cosa.
Otra contra crítica (válida, como toda crítica) nos acusó: “Sigan criticando, que le están haciendo el juego a la derecha”. Otra: “¿Qué están buscando, que tengamos un Milei en Uruguay?”.
Una de las condenas de nuestras pseudodemocracias (plutocracias neofeudales) es que siempre estamos eligiendo el mal menor. Un ejemplo claro es Estados Unidos. En América latina cada vez se reducen más las opciones reales debido a esta lógica. Así, los ciudadanos pasan de “Detesto a este candidato, pero el otro es mucho peor” a mimetizarse con el personaje y con sus ideas (que son las ideas del “mucho peor” pero azuladas) sin exigirles nada.
El resultado no es que nos estanquemos en un statu quo, sino que la resignación y el apoyo acrítico al “menos malo” poco a poco va entrenando el pensamiento y la sensibilidad de aquellos que entendían que era necesario un posicionamiento por la expansión de los derechos de las mayorías, hacia un apoyo a sus propios verdugos, a la poderosa minoría de los de arriba. Así es como trabajadores precarizados y hambreados terminan apoyando con fanatismo a presidentes como Javier Milei, quienes los han convencido de que hay que huir hacia la extrema derecha y defender a los amos para evitar que los antiesclavistas, condenados por Dios y las buenas costumbres, terminen por destruir la libertad y la “civilización judeocristiana”.
A principios del siglo XX, Uruguay era uno de los ejemplos para muchos países latinoamericanos, desde la salud y la educación universal, la audacia de sus leyes progresistas (voto femenino, divorcio) y la distribución razonable para el brutal estándar de desigualdad en el continente colonizado por las corporaciones imperiales. Su condición de país sin grandes riquezas naturales, apetecidas por los imperios, y su ubicación lejana a estos centros de depredación y depravación, lo mantuvieron con relativa independencia para dedicarse a sus propios problemas. Este proceso fue interrumpido con la Guerra fría en los 50s, la dictadura militar supervisada por la CIA en los 70s y la consecuente imposición del neoliberalismo de la Escuela de Chicago. En las últimas décadas, se recuperó algo de aquella tradición progresista con políticas como la universalización de las laptops para niños, pero luego comenzó un remedo vacío, autocomplaciente, un tic sin épica.
Luego de medio siglo de existencia, el Frente Amplio también se está sumergiendo en una silenciosa crisis. El parteaguas fue Gaza. No comenzó con una razón ideológica, sino moral, pero este terremoto obligó a cientos de millones a estudiar historia, lo que dejó al descubierto otras razones imperiales. Este terremoto tiene un mismo epicentro en los sistemas de poder representados por las ideologías de derecha, desde el sionismo, el fascismo, el evangelismo misionero de corbata y pobres temblando en el piso de los templos, no por misterio divino promovido por la CIA décadas atrás.
Todo de forma simultánea al neoliberalismo que ahora agoniza en un postcapitalismo violento, desesperado y sin ideas.
Reflexiones sobre el libro Un ciudadano común en dictadura de Víctor Hugo Morales y otros documentos.
Jorge Majfud
Una hipótesis
En Un ciudadano común el autor reconstruye sus memorias de las dictaduras del Río de la Plata a partir de fragmentos de documentos parcialmente desclasificados en Uruguay en 2012 y, en un número mayor, diez años después. Si hacemos un esfuerzo de destilación de la caótica masa de información disponible para identificar y comprender el centro gravitatorio de lo que podríamos llamar “El caso Víctor Hugo”, entiendo que radica en el fenómeno comunicacional centrado en su persona. No en sus ideas. No en teorías. No en su militancia. No en el poder de algún cargo político en el Senado, en algún ministro o como director de algún poderoso organismo estatal, como el Ente Nacional de Comunicaciones.
Víctor Hugo Morales no es Noam Chomsky. No es Rodolfo Walsh. No es Maradona. Menos es la montonera Patricia Bullrich, hoy escudera de la represión neoliberal y rémora perenne del poder de turno. No es uno de los miles de obreros, periodistas, profesores y sindicalistas torturados y desaparecidos durante las dictaduras del Rio de la Plata, hoy hundidos en el estratégico y conveniente olvido.
La dictadura uruguaya estaba convencida de que Víctor Hugo tenía aspiraciones políticas, a pesar de no ser un militante. Por años intentaron resolver un acertijo y no pudieron. Luego, en democracia, Morales rechazó ofrecimientos de los presidentes Tabaré Vázquez de Uruguay y Néstor Kirchner de Argentina.
Entonces, ¿por qué esa obsesión en diferentes tiempos históricos con alguien que no era ni político, ni militante, ni un filósofo peligroso para el sistema nacional e internacional? Entiendo que hay algo, un fenómeno no estudiado en la personalidad que, por razones o misterios, radica en la preocupación del poder (del verdadero poder, no apenas del poder político) por una personalidad magnética que sólo con su voz y talento convertía en éxito popular lo que tocaba. Peor aún: alguien sin la fuerza de la promoción de los grandes capitales que, de esa forma, no sólo dominan y controlan el cosmos narrativo, sino que, además, tiene una explicación fácil: el dinero de la oligarquía criolla y de los centros financieros del centro noroccidental. Es decir, algo, alguien fuera de control, escudado en un repetido éxito que, para peor, no se podía explicar de una forma simple―¿qué más simple que la fuerza del dinero ilimitado y descontrolado?
Célebre desde el margen ideológico significa peligroso. De ahí la repetida recomendación de que todos los críticos se vayan a vivir a una isla en el Pacífico o que se hundan en la pobreza para “no caer en contradicción con su ideología”. Esa clásica narrativa barométrica que abona los hongos en los rincones oscuros y fracasados de la historia.
Nadie mejor que quienes diseñan el mapa del mundo desde el poder hegemónico han entendido que la realidad simbólica (desde mitos hasta dogmas) es mucho más poderosa que la realidad material, que es su objetivo final. Simbólico es el dinero y sus ideologías; simbólico son las ideas de libertad de los esclavistas. Simbólicos son los ejemplos de otras formas de ser, que el poder imperial siempre se ha encargado de destrozar a través de intervenciones liberadoras (invasiones, guerras, golpes de Estados, deudas parasitarias, acoso mediático) antes de que se conviertan en “mal ejemplo”. La crucifixión, ejecución o desmoralización del individuo molesto (sin éxito no hay molestia) ha sido siempre otra y la misma estrategia aplicada a países y a “regímenes” no alineados.
Para un sistema socioeconómico y para la cultura del monopolio de la narrativa dominante en la Post Guerra Fría (el Modelo Único: “sólo existe un modelo de éxito social”, en palabras de Condoleezza Rice, entre otros) y, más recientemente, en la crisis de la hegemonía occidental postcapitalista, que un individuo sin poder político, sin cargos oficiales, sea el repetido centro del descrédito de los escuderos del sistema es por demás significativo.
La particularidad e ironía del título de este libro, Un ciudadano común en dictadura, radica en que los problemas del autor con la dictadura consistían en que, a juzgar por sus propios informes, los militares de entonces no lo consideraban un ciudadano común. Probablemente algunos no lo consideraban ni siquiera un ciudadano. Como fue el caso de muchas víctimas de la brutalidad “Salvadora de la Civilización Judeocristiana Occidental” (como preferían llamarlo los generales, repitiendo el manual escrito en Virginia; el fascismo siempre ha sufrido de megalomanía histórica) como el del chileno Orlando Letelier o del uruguayo Wilson Ferreira Aldunate, bien pudo haber sido considerado para ser despojado de ese derecho civil.
El sustituto a perder la ciudadanía fue, para miles en el destierro, el exilio. El exilio obligado o el “exilio voluntario”―un oxímoron existencial, si los hay.
La frontera del Rio de la Plata
Como millones de uruguayos y argentinos, tengo con el autor historias en común. No son historias mínimas. Como tal vez pocos, luego de publicar múltiples artículos y algunos libros relacionados con esos tiempos oscuros, yo también leí mi nombre, fechas y datos personales en los mismos archivos de la dictadura cuando se desclasificaron en 2023. Hasta ahora, ninguna nueva revelación oficial ha contradicho nuestras memorias personales y familiares, sino todo lo contrario.
Nos separaba una generación. En la cárcel de presos políticos de Libertad en San José, Uruguay, introduje mensajes prohibidos desde los siete hasta los nueve años. En Colonia, y a media madrugada de distancia, yo pasaba con mi hermano mayor los meses de verano en la granja de mis abuelos. Allí, alrededor de un farol de mantilla escuchamos las historias de visitantes sobre los vuelos de la muerte, más de una década antes de las confesiones del capitán Adolfo Scilingo. Por entonces, pensé que la gente hace el bien por necesidad y el mal por placer. Desde entonces, he intentado refutarme esta observación, con relativo fracaso.
Mientras arriábamos las vacas, plantábamos papas o recogíamos tomates, escuchábamos las radios de Montevideo y Buenos Aires en una Spika. Aunque mis abuelos tenían un pequeño televisor blanco y negro que sólo agarraba canales de Buenos Aires y que funcionaba con una batería que durante el día cargaba el viento, la radio solía ser más libre que la televisión. Un ejemplo era Radio Colonia, “la radio más a la izquierda del dial”, como se anunciaba mientras emitía para Argentina más que para Uruguay. Buenos Aires estaba tan cerca que en días claros se podía ver el perfil alto de los edificios.
No procedemos de familias futboleras, pero la voz de Víctor Hugo siempre fue una marca misteriosa en el dial. Si en algún momento te cruzabas con ella escaneando el dial, allí te quedabas.
Los hechos
En su libro Un ciudadano común…, el autor recuerda que en 1980 estuvo preso 27 días por un incidente menor y por demás común: una escaramuza en una cancha de futbol de barrio, en Montevideo. Los hechos y los indicios que siguieron dejan poco margen para la duda: concluir que no se trató de una provocación para criminalizarlo es forzar la lógica de los hechos y apostar todo por una coincidencia cósmica, por una alineación de planetas.
Este hecho, aparentemente trivial, terminaría por revelarse como uno de los pivotes de la historia. Más que eso, revela el funcionamiento de una dictadura a la uruguaya: números de desaparecidos que no compiten con los desaparecidos en Argentina, Chile o las dictaduras en América Central, pero no de sus efectos devastadores en los sobrevivientes. La dictadura a la uruguaya fue un terror omnipresente, como todas las demás, pero con ese toque onettiano de la vana y persistente llovizna gris.
El mayor problema de la dictadura no era tanto que el periodista estuviese involucrado con a la izquierda militante del momento, más allá de algunos amigos, como el político comunista Germán Araujo (a quien vistió cuando realizaba su huelga de hambre en Montevideo y luego entrevistó en Buenos Aires), sino por ejercer un arte que se hizo conocido en varias disciplinas: decir con símbolos y metáforas lo que, de otra forma, sería castigado con la censura directa.
En 1973, en plena dictadura militar brasileña, Chico Buarque y Gilberto Gil compusieron Cálice (“Pai, afasta de mim esse cálice / de vinho tinto de sangue” (“Padre, aparta de mí este cáliz / de vino tinto, de sangre” o “de un vino teñido de sangre”) con un coro que repetía el sustantivo cálice, el cual en portugués tiene la misma fonética que el imperativo cale-se (cállese). Nuestro amigo Eduardo Galeano recordó alguna vez que los dibujos de pájaros estaban prohibidos en el Penal de Libertad, por lo cual una niña le dibujó a su padre un árbol lleno de ojos―de ojos de pájaros escondidos. Para el referéndum de 1980, la publicidad a favor del No estaba prohibida, por lo que la gente conducía con los limpiaparabrisas en movimiento los días de sol, significando dos dedos en signo de negación. O como el mismo Morales menciona, se acentuaba el no en frases como “No… jugará Rampla”. O, cuando transmitió el partido entre Bolivia y Venezuela (en Venezuela los exiliados le pedían dejar el micrófono de ambiente abierto, algo que molestaba a los militares) y el resultado dejó a Uruguay afuera “del mundial que no podía estar ausente” (1978), Víctor Hugo cerró con “Buenas tardes… País del dolor”.
En el caso de Víctor Hugo se dio una paradoja que se explica por la paranoia propia de los fascistas. El periodista Jorge Crossa recuerda que los militares grababan cada uno de sus programas, buscando frases con contenido oculto, lo cual llevaba a lo que Umberto Eco llamaría sobreinterpretaciones. Según Crossa, “las frases que se le ocurrían a VH, en pleno relato, que no tenían nada que ver con la represión” eran interpretadas como mensajes ocultos. Un ejemplo claro es mencionado durante el Mundialito organizado en 1980 entre las selecciones campeonas del mundo y que Uruguay ganó con la música no oficial promovida por Víctor Hugo y sus compañeros de Radio Oriental. Me refiero a la expresión popular (sobre todo rural) de “no tiene gollete” (no tiene sentido), que los militares la interpretaron como una alusión al dictador Goyo Álvarez (en el Río de la plata la ll y la y tienen el mismo sonido fricativo /ʃ/). La paradoja era doble, y explica ese arte del camuflaje político y poético que el mismo Crossa menciona en otra página: “pero cuando [Víctor Hugo] decía algo fuerte, tipo mensaje, no se percataban”.
Es un arte que se remonta a los tiempos de Nerón, cuando los escritores de los Evangelios usaron el número 666 para nombrar a la bestia del emperador. En el Uruguay de entonces, un político y académico que practicó esa disciplina fue Enrique Tarigo. Morales recuerda haber leído uno de sus artículos en El Dia, donde Tarigo acuño la expresión “ciudadanos de primera y de segunda”. Morales usó esa misma expresión en el relato de uno de los partidos del mundial juvenil de Tokio, en 1979. En el único debate televisado sobre el plebiscito de 1980 que definiría la perpetuidad de la dictadura militar, junto con el colorado Enrique Tarigo en favor del No, estuvo el blanco Eduardo Pons Etcheverry, quien plantó la metáfora de “siempre hay rinocerontes” (conformistas o colaboradores por conveniencia), aludiendo a la obra del rumano Eugene Ionesco―sutileza uruguaya que hoy, debido al derrumbe de la educación ilustrada, hubiese pasado desapercibido.
En 1976, por primera vez en la historia del fútbol uruguayo, un equipo chico, Defensor, salió campeón de la liga nacional. El técnico era el profesor José Ricardo de León, un entrenador politizado, como fue más tarde el caso del doctor Sócrates en Brasil, el jugador de la mejor selección brasileña de la historia (1982) y líder del experimento “Democracia corinthiana” (los jugadores votaban sobre las decisiones más importantes del técnico) que se enfrentó a la dictadura militar y a la improbabilidad de salir campeón sin la tradicional estructura política.
Según el futbolista Julio Filippini, Morales fue el único periodista en seguir y transmitir los partidos de Defensor hasta el final. Para peor, en 1976, en lugar de censurar un saludo de Filippini a su hermano y a sus compañeros presos en el Penal de Libertad, Morales le agradeció. Lo detuvieron y, en un cuartel del Prado, le hicieron escuchar su propia grabación al “comunista incorregible”, como era conocido entre los uniformados. Luego del interrogatorio de más de tres horas, lo clasificaron, como solía hacer la dictadura, en este caso con una ironía: “tiene tarjeta amarilla”. A los investigadores de La Estanzuela los clasificaban por niveles de fidelidad al régimen con A, B y C, con lo cual forzaron inminencias como el ingeniero José Lavalleja Castro a irse del país.
En 1980, de regreso de Holanda, fue detenido en el avión que acababa de aterrizar en Montevideo. El cargo, la famosa trifulca del partido de barrio, no guardaba ninguna proporción con el procedimiento de arresto. Tres décadas después, algunos periodistas ejercitarán lo que en inglés se conoce como “cherry picking” (recolección de cerezas), la selección parcial de hechos y de datos convenientes para probar una tesis que se quiere probar sin considerar el contexto del momento. Esa cereza fue la relación de Víctor Hugo Morales con el mayor Grosso.
Cuando su hermano José Pedro Morales estuvo desaparecido por tres días, Víctor Hugo lo buscó por cuarteles y hospitales. En esta búsqueda colaboró el mayor Juan Carlos Grosso, poco después enviado a India. Finalmente, Víctor Hugo encontró a su hermano en una celda de la Jefatura Central y allí quedó preso él también por un mes. Una vez liberado, la dictadura militar le prohibió la entrada a cualquier estadio de futbol.
El hecho de considerarse “un hombre de izquierda” aunque (¿o por eso mismo?) sin aspiraciones políticas; el hecho de tratarse de una voz joven y de creciente popularidad, cerraba en la ecuación de individuos peligrosos.
Algo parecido ocurrió años después cuando el mismo entrenador de la selección argentina, campeona del mundo por obligación en 1978, César Luis Menotti, denunció a la dictadura de su país en Radio Colonia. Aparte de este momento escuchado y comentado en la granja de mis abuelos en Colonia en los 80s, no he encontrado grabación de este momento. Nunca pude olvidar a mi abuelo, quien había sido torturado por la dictadura y detestaba el fútbol por el Mundial del 78, aplaudiendo a Menotti con una lentitud reflexiva en la soledad de la cocina. Más tarde, no pocos escribas de los medios acusaron a Menotti de contradictorio y de colaborar con la dictadura, siempre desde una posición de seguridad personal.
El mismo caso fue el de Jorge Bergolio. Cuando en el 2013 se lo eligió Papa, recibí un correo de buenos amigos, académicos argentinos, solicitándome firmar una carta de protesta por el rol en la dictadura del nuevo Papa, les pedí que me dieran un par de días para estudiar los documentos disponibles. Yo sabía que tenía una predisposición negativa contra la cúpula de la iglesia en España, en África y en América Latina, cómplice de las dictaduras militares y socios de la oligarquía de cada país, por una razón de conciencia de clase―dominante. Por las mismas razones, tenía una predisposición negativa contra El Vaticano, luego de que el Papa Juan Pablo II y su cardenal estrella en los 80s y luego Papa él también, Joseph Ratzinger, habían perseguido a los teólogos de la liberación por meter a la política dentro de la iglesia y distraer así a los pobres de su verdadero objetivo, la salvación de sus almas, mientras ellos mismos, el Papa y su cardenal escudero, no disimulaban su activismo anticomunista en Europa y condonaban las dictaduras fascistas y colonialistas en el Sur Global. Muchos de aquellos “curas rojos” fueron asesinados y no hubo lágrimas ni santificaciones que los revindicara.
Consciente de mi bias personal, me tomé un tiempo para hurgar entre los documentos disponibles. Sí, había algunas trascripciones donde los sacerdotes parecían tener un diálogo amable con algunos militares, pero mi respuesta definitiva fue no. “No firmaré y les recomiendo que no publiquen esa misiva”. ¿Por qué? Bastaba con poner los documentos en su época y recordar lo que vivimos nosotros mismos como niños, quienes debíamos mentir en la escuela para proteger a nuestros familiares. Si se leía entre líneas esos documentos, se podía entender la misma tensión disimulada de sonrisas amables (algo que traduje en algunas de mis novelas, como El mismo fuego). No sólo la tensión, sino la necesidad de aquellos religiosos de mantener una puerta abierta para reclamar por algunos desaparecidos.
Colaborar es otra cosa: es beneficiarse del dolor ajeno, no ensuciarse con el barro de la realidad para aliviar el sufrimiento propio y ajeno. Incluso de joven, siempre tuve por alta estima a aquellos que sufrieron tortura y no dijeron ni una sola palabra, pero más tarde reflexioné que los otros que sí se quebraron ante el tormento (conocí y escuché muchos de estos testimonios de hombres y mujeres) no podían ser juzgados de ninguna forma. Mucho menos por aquellos que no tuvieron que pasar por situaciones similares de terror, ni a miles de kilómetros de distancia. Tampoco juzgo a quienes no tienen poder y aún hoy deben callarse para sobrevivir, pero si tengo que ser duro en un juicio prefiero serlo con aquellos que, luego de pasado el Terrorismo de Estado, continúan hoy justificándolo. A aquellos como mi querido padre, que justificó la dictadura como “un mal necesario” cuando todavía no acababa pero que años después reconoció que, “sí, fue terrorismo de Estado”. A esos les reservo un abrazo y mi solidaridad―no a quienes, teniendo toda la información y el conocimiento de los hechos hoy continúan justificando la muerte, la opresión ajena y el colaboracionismo mayor, madre de todas las desgracias del Sur Global, como lo es el cipayismo funcional al imperialismo que continúa vivo y no ha perdido sus prácticas criminales.
No sin otra magnífica ironía, para parafrasear a Jorge Luis Borges, César Luis Menotti, el DT de la selección que ganó el mundial del 78, estuvo contra la dictadura. Por su parte, al regreso del Estado de Derecho, Carlos Bilardo, el DT campeón del mundial del 86, mantuvo una posición más bien ausente ante el pasado y luego del juicio a los violadores de los Derechos Humanos. Tanto como para que el presidente libertario Javier Milei se declare “orgulloso bilardista”. No sin ironía, también, Menotti dejó a Maradona fuera del mundial de 1978, de lo cual luego se arrepintió, y Bilardo fue campeón probablemente porque tuvo a la mejor versión del mejor futbolista―el único futbolista mágico que tuvo la historia registrada por las cámaras de televisión.
Décadas después llegarán las críticas contra Víctor Hugo Morales por celebrar la victoria de Argentina en el mundial. En una carta a Clarisa, asistente de Estela de Carloto, con una humildad moral que se echa de menos en sus jóvenes críticos, Morales reconoció: “Cuando escucho las historias de cómo las víctimas de los militares celebraban el paso victorioso de la selección argentina, siento algo de alivio. Con respecto a aquella cerrazón en medio de la cual seguíamos los episodios de entonces… Me hubiera gustado ser mejor, y en eso estoy ahora”.
Pero hay que crucificar a quien, perseguido y desencajado en el nuevo contexto, echó mano a los conocidos que tenía para ubicar a su hermano o para que no le prohibieran seguir trabajando. Como si trabajar para sobrevivir en una dictadura fuese un acto colaboracionista. Todos aquellos que sufrimos la dictadura de primera mano sabemos qué significa esto. Quienes no, pueden darse el lujo de posar como la Madre Teresa y las Carmelitas descalzas. Me explicaré con otro ejemplo personal―por lo general, conocemos nuestras propias vidas un poco mejor que las vidas ajenas.
Una noche de 1977 o 1978 mi madre llegó a la casa y se puso a llorar. Por entonces lloraba con frecuencia. Más allá de sus problemas de depresión, tenía razones de sobra que incluso hoy hubiesen hecho un diagnóstico preciso algo imposible. El acoso y castigo de los militares fue al mismo tiempo sutil y brutal. Pese a tener tíos militares, los soldados destruyeron el dormitorio que compartía de niño con mi hermano y jugaron a fútbol con la cabeza de una de las esculturas de mi madre. Por no seguir con la tortura a su padre y a su hermano, hechos que he narrado en otro lugar. Pero el momento que ilustra mis observaciones anteriores sobre el vicio de juzgar a los demás sin ver la viga en el ojo propio, se refiere a uno de sus trabajos para las escuelas públicas. Ella había terminado un busto de Artigas y debió inaugurarlo rodeada de militares. No podía negarse. En una foto que sobrevive, se la puede ver mirando hacia el suelo, con un gesto pensativo que contrasta con los rostros sonrientes de los oficiales. En ese momento tenía un hermano a cientos de kilómetros, peso en el Penal de Libertad. Casi toda su familia había sufrido la tortura, la cárcel o el exilio sin haber disparado un solo tiro. Ella odiaba profundamente a los torturadores de su padre y de su hermano que, aparte del célebre psicópata capitán Nino Gavazzo, eran nuestros vecinos. Yo mismo debí practicar ese arte de la mentira civil cuando, en la escuela primaria, las maestras nos sacaron a la calle para que aplaudiésemos al dictador Gregorio Álvarez que visitaba el pueblo y nos regalaba el honor de pasar por aquella pobre y polvorienta avenida. Aunque tenía nueve años, el mío no era un aplauso inocente. Luego de pasar varios mensajes prohibidos a la Cárcel de Libertad, sabía perfectamente que aquello de “el país de la paz y la libertad” era una farsa dolorosa y, sobre todo, que la versión oficial de la realidad no es confiable. La única vez que se me escapó “eso es lo que dicen los diarios” (irónicamente, yo era el único niño que recibía y leía un diario cada día, el diario de la dictadura El País; el resto de mis compañeros era, por lejos, más pobres que yo, el hijo del carpintero), la maestra me puso en penitencia mirando la pared blanqueada de cal por el resto del día. Nunca le guardé rencor a la maestra Griselda. De hecho, le tenía estima. Siempre imaginé que también ella era otra víctima del mismo terrorismo.
Cuando alguien gritó que el presidente estaba por pasar, aplaudí por obligación. Poco antes, un hombre había intentado tirarse frente al tren que pasaba por allí todas las mañanas. Lo detuvo la policía que esperaba al presidente y los niños festejaron porque habían salvado al loco de suicidarse. Aún recuerdo su rostro resignado, algo parecido al de mi madre, con la mirada perdida, sin decir nada más que reconocer la derrota.
Luego, en un país en que la mitad demostró su cobardía al ratificar la renuncia a enjuiciar a los militares torturadores en el referéndum de 1989, que se salte arriba de aquellos que debieron navegar y sobrevivir a la tormenta de la dictadura, me parece una cobardía doble o una demostración de que nunca entendieron nada―ni les importa.
Es en este contexto que leo la historia de Víctor Hugo y la arremetida más reciente de sus críticos. Uno de los episodios más debatidos consiste en lo que el periodismo amarillista en Uruguay tituló hace una década como “Discurso de Víctor Hugo Morales en el Batallón Florida”. A partir de 2009 se insiste en desmentir que “la figura incómoda” hubiese sido perseguido por la dictadura uruguaya. Una forma de inicio del actual negacionismo en el Cono Sur.
Los documentos desclasificados años después prueban que sí hubo persecución y, algo común en la época, acoso, varias detenciones y hasta un mes de cárcel. El intento de desenmascarar a un colega terminó probándose como el desenmascaramiento de los bajos instintos de los periodistas respaldados o promovidos por grupos de interés como el Grupo Clarín. Sin embargo, lejos de algún reconocimiento de error o, al menos, un silencio terapéutico, se redobló la apuesta.
La acusación de ambigüedad ideológica también ignora la contingencia de la época y hasta la insistente ambigüedad política que rodeaba a gran pare de la población: Wilson Ferreira Aldunate era la figura del Partido Blanco (tradicionalmente, el partido conservador, el partido de la CIA en los 50s) y fue perseguido y exiliado por la dictadura. Muchos militantes de la izquierda en Uruguay dudaron, por mucho tiempo, si los militares uruguayos que removieron al artífice de la estocada final contra la democracia, el presidente Juan María Bordaberry, eran fascistas o una versión de la izquierda independentista del dictador y reformista peruano Juan Velasco Alvarado.
Luego de la vuelta manca, chueca y tuerta de la democracia en 1985 con elecciones limitadas meses antes y la permanencia del Consejo de Seguridad Nacional (COSENA) dentro del “gobierno democrático”, los militares continuaron usando el aparato de inteligencia de la dictadura para espiar a cualquiera de los ciudadanos con ideologías que no coincidieran con la “seguridad nacional”, escrita y donada por la CIA y al Escuela de las Américas a finales de los años cincuenta y poco antes de plantar a su candidato, Benito Nardone, en la presidencia de Uruguay.
En todos los informes y reportes de la dictadura uruguaya, Morales continuó apareciendo como un zurdo peligroso, algo que ni el mismo afectado negaba, sino todo lo contrario. Algo que molesta hasta hoy―no que haya sido y sea, como cualquiera de nosotros, un ser humano sobreviviendo en un mundo de contradicciones propias y ajenas.
Cuando conocidas figuras del periodismo argentino fueron a buscarlo a Montevideo, no sólo la inteligencia uruguaya, sino también la argentina, tomó nota. La identificación tanto con el comunismo como con los tupamaros (hoy en veredas opuestas en Uruguay) ni siquiera se aproximaban a describir al periodista que había nacido con una estrella y que todos querían, por diferentes razones y en diferentes generaciones, bajarla.
Varios de sus colegas que navegaron la tormenta de los 70s, como Jorge Crossa, afirmaron en sus memorias que los militares “lo consideraban un tipo peligroso”. ¿Por qué? Reconociendo la importancia política y militante de otros que pagaron un precio más alto que el que se le impuso a él, Morales reconoce: “Yo era tan solo un tipo molesto por ser muy conocido”. Entiendo que esa misma molestia que provocó por su fama durante la dictadura, inspiró libros y artículos de algunos colegas, décadas después de la tormenta fascista. Me refiero a aquellos que se tomaron una gran suma de tiempo y esfuerzo para escribir sobre las supuestas tibiezas y contradicciones de Morales, desde una posición de seguridad cívica y personal, cuando era el momento no de crucificar actores que intentaban sobrevivir en un estado de terrorismo permanente, sino de apuntar a aquellos que continuaban y continúan hoy revindicando con pasión el fascismo, la crueldad de los amos, la funcionalidad de cipayos y colonialistas, y la explotación de los despojados.
El 5 de octubre de 1984, participó en una reunión en el Hotel Conquistador que el Partido conservador de Uruguay, el Partido Nacional, recibía a uno de sus líderes más carismáticos de su historia y, a la vez, más asociado con los movimientos progresistas del exilio. Poco después, la dictadura uruguaya lo detuvo en el puerto de Montevideo. En 2024 publiqué 1976. El exilio del terror sobre el terrorismo de Miami y de las dictaduras latinoamericanas. Allí intenté reconstruir el atentado con autobomba que mató a Orlando Letelier en Washington. El hijo de Wilson Ferreira Aldunate, Juan Raúl, me envió sus memorias sobre esa época. Por entonces, su padre estaba en la mira de Operación Cóndor y él trabajaba en el Institute for Policy Studies (IPS) de Washington, con Letelier y otros investigadores de políticas sociales de la época.
Al igual que las dictaduras uruguaya y argentina, ya en democracia (o como se llame), el grupo Clarín, conocido por su mafia legal de las comunicaciones en Argentina, encabezadas por el padrino Héctor Magneto, se encargó de seducir a figuras históricas, para entonces conversos, como Jorge Lanata (uno de los fundadores de Página12) y otros mercenarios para apuntar y tirar contra Víctor Hugo Morales, para desacreditarlo a cualquier precio y por cualquier irrelevante dicho o discurso, en la promesa de algún rating salvador o de algún best seller destinado al olvido, mariposas de siete días. Una nueva campaña contra el zurdo peligroso que no entiende la neutralidad del periodismo servil―para denigrarlo, es decir, para ennegrecerlo, en lenguaje esclavista.
Para concluir, lo del principio. Víctor Hugo Morales fue siempre un hombre de izquierdas (con todas las ambigüedades, contradicciones, discusiones, críticas, negaciones y pasiones de propios y ajenos que conlleva cualquier definición política aplicadas a cualquier individuo e, incluso, a cualquier grupo o partido político), pero nunca fue un teórico de ninguna ideología, ni un militante armado o desarmado de algún grupo revolucionario. Al poder, a sus escuderos, bufones y testaferros siempre les incomodó eso mismo: su inexplicable talento de comunicador (es decir, de traductor de los sentimientos de medio pueblo) que convertía en éxito todo lo que tocaba. Por alguna razón que no vale la pena intentar explicar, solo su voz atraía y continúa atrayendo la atención de millones de personas.
No creo que haya otra explicación para la obsesión política, ideológica y hasta los celos profesionales que ha despertado en diferentes momentos históricos y en diferentes personas, desde la política hasta el periodismo.
Queda una pregunta que nunca será contestada con algo de sinceridad. ¿Nunca les dio un tantito así de vergüenza poner todo un aparato dictatorial de un país, todo el poder comercial de conglomerados mediáticos y todo el entusiasmo de aspirantes a estrellas fugaces contra un solo hombre―y fracasar con disimulado estrépito?
JM, nov 2025
Víctor Hugo Morales and Prof. Jorge Majfud, Caras y Caretas Theater, Buenos Aires, 2023. (Picture: Página12)
Para celebrar el éxito en las elecciones para renovar parte del Congreso, el presidente argentino Javier Milei saludó al presidente de Estados Unidos, quien le había prometido una fortuna de rescate a su plan económico si el pueblo lo apoyaba. No era una amenaza para el presidente sino para el pueblo.
“Cuente conmigo para dar la batalla por la civilización occidental”, le escribió Milei, eufórico por los resultados de las urnas.
Con el mismo entusiasmo y megalomanía, la ministra de Seguridad Nacional de Argentina, Patricia Bullrich, escribió:
“Vamos a cambiar la Argentina para siempre”.
El poder embriaga y la euforia nubla la memoria. Esa ha sido la historia de la Argentina por muchas generaciones.
No sólo de la Argentina. Veinticinco siglos antes, el lidio Creso, confiando en su talento para malinterpretar oráculos, le preguntó a la pitonisa de Delfos si debía atacar Persia. La respuesta fue:
“Si cruzas el río Halis, destruirás un gran imperio.”
Entusiasmado, Creso formó alianzas, cruzó el río y destruyó su propio imperio.
Los oráculos son mejores prediciendo el desastre que el éxito.
Cuentan algunas crónicas de la época que Ciro de Persia lo perdonó poco antes de ejecutarlo. Creso terminó sus días como consejero de Ciro.
Gracias Presidente @realDonaldTrump por confiar en el pueblo argentino. Usted es un gran amigo de la República Argentina. Nuestras Naciones nunca debieron dejar de ser aliadas. Nuestros pueblos quieren vivir en libertad. Cuente conmigo para dar la batalla por la civilización… pic.twitter.com/G4APcYIA2i
En una universidad de Florida, de cuyo nombre no quiero mencionar, no ha mucho tiempo un estudiante me rebatió una idea sobre el nacimiento del capitalismo usando el resumen de un libro realizado minutos antes por ChatGPT. Tal vez era Gemini o cualquier otra inteligencia artificial. Le sugerí que le pidiese al ente virtual las fuentes de su afirmación y, diez segundos, después el estudiante la tenía a mano: la idea procedía del libro “Flies in the Spiderweb: History of the Commercialization of Existence―and Its Means”. Eso es eficiencia a la velocidad de la luz.
Naturalmente, el joven no tenía por qué saber que ese libro lo había escrito yo. La mayoría de mis más de doscientos estudiantes por año son jóvenes en sus veintes―probablemente la mejor década de la vida para la mayoría de las personas; probablemente, la década más desperdiciada. Por pudor y por principio, nunca pongo mis libros como lectura obligatoria. Además, sería legítimo refutarme usando mis propios escritos. Hace mucho tiempo ya, tal vez un par de siglos, que el autor no es la autoridad ni de sus propios libros.
Seguramente la IA no citó ese libro como referencia autorizada de algo sino, más bien, el estudiante tomó algunas de mis palabras y los dioses del e-Olimpo se acordaron de este modesto y molesto profesor. Parafraseando a Andy Warhol, hoy todos podemos ser Aristóteles y Camus por treinta segundos―sospecho que Warhol le robó la idea a Dostoievski; sin mala intención, claro.
El resumen del dios GPT era tan malo que simplemente demostraba que la IA no había entendido nada del libro más allá de los primeros capítulos y había mezclado datos y conclusiones desde una perspectiva políticamente correcta. Es decir, una inteligencia artificial muy, pero muy humana, fácil de manipular por las ideas de la clase dominante, esa que luego irá a demonizar las ideas alternativas de las clases subordinadas.
No digo que las artiligencias sean siempre así de malas lectoras, pero, por lo general, basta con corregirlas para que se disculpen por el error. Seguramente mejorarán con el tiempo, porque son como niños prodigios, muy aplicados; asisten a todas las clases y toman nota de todo lo que puede ser relevante para convertirnos a los humanos en todo lo más irrelevante que podamos ser. En muchos casos, ya leen mejor que nuestros estudiantes, que cada vez confían más en esos dioses y menos en su propia capacidad intelectual y en su esfuerzo crítico―extraños dioses omniscientes y omnipresentes; extraños dioses, además, porque sus existencias se pueden probar.
“¿Profesor, para qué necesito estudiar matemáticas si voy a ser embajadora?”
“¿Y para qué carajo te matas en el gimnasio, si no vas a ser deportista?”
No estoy en contra de usar las nuevas herramientas para comprender o hacer algo. Solo estoy en contra de renunciar a una comprensión crítica ante algo que es percibido como infalible o, al menos, superior, como un dios posthumano, e-olímpico e, incluso, como un temible dios abrahámico; es decir, un dios celoso y, tal vez algún día, también lleno de ira.
Por otro lado, esto nos interpela a las generaciones anteriores y, en particular, a aquellos profesores, autores de libros o de estudios de largo aliento. Desde hace algunos años, me he propuesto que “este será mi último libro”, pero reincido. Todavía. Algún día, los libros escritos por seres humanos comenzarán a hacerse cada vez más escasos, como los bitcoins, y su valor cobrará una dimensión todavía desconocida.
A una escala más global, esa histórica tendencia humana a convertirse en cyborgs (el mejoramiento del cuerpo humano con herramientas de producción y de destrucción), probablemente derive en un régimen de apartheid impuesto por las inteligencias artificiales; por un lado, ellas, por el otro nosotros, con frecuentes tratados de paz, de colaboración y de destrucción. Una Gaza Global, en pocas palabras―al fin y al cabo, las IA habrán nacido de nosotros. Sus administradores ya tienen mucho de Washington o Tel Aviv y sus consumidores mucho de Palestina.
Claro, esta crisis existencial no se limita a la escritura ni a la actividad intelectual, pero en nuestro gremio cada medio siglo nos preguntamos por qué escribimos, sin alcanzar nunca una respuesta satisfactoria. Muchas veces, desde hace un par de años ya, tengo la fuerte impresión de que hemos dejado de escribir (al menos, libros) para lectores humanos, esa especie en peligro de extinción. Escribimos para las inteligencias artificiales, las cuales le resumirán nuestras investigaciones a nuestros estudiantes, demasiado perezosos e incapaces de leer un libro de cuatrocientas páginas y, mucho menos, entender un carajo de qué va la cosa. Invertimos horas, meses y años en investigaciones y en escritura que, sin quererlo, donaremos a los multibillonarios como si fuésemos miembros involuntarios de la secta de la Ilustración Oscura, liderada y sermoneada por los brujos dueños del mundo que (todavía) residen en Silicon Valley y en Wall Street. Y lo peor: para entonces, los humanos habrán perdido eso que los hizo humanos civilizados―el placer de la lectura, serena y reflexiva.
También puede haber razones egoístas y personales de nuestra parte. Al menos yo, escribo libros por puro placer y, sobre todo, para intentar comprender el caos del mundo humano. Una tarea desde el inicio imposible, pero inevitable.
Tal vez, en un tiempo no muy lejano, una nueva civilización postcapitalista (¿posthumana o más humana?) escribirá sus libros de historia y conocerá nuestro tiempo, hoy tan orgulloso de sus progresos, como la Era de la Barbarie. Claro, eso si la humanidad sobrevive a esta orgullosa barbarie.
No hace mucho, una amable lectora publicó en X un fragmento de una consulta que le hizo a ChatGPT. El fragmento afirmaba, o reconocía, que “los modelos de IA, como los grandes modelos de lenguaje, se entrenan con enormes cantidades de texto provenientes de libros, artículos, ensayos y publicaciones en línea. Autores e intelectuales que escriben de manera crítica y profunda, como Majfud, forman parte de ese conjunto de datos. Cuando la IA procesa estos textos, aprende patrones de razonamiento, argumentación y crítica cultural. Así, perspectivas filosóficas sobre política, economía y justicia social pueden aparecer en sus respuestas”.
Me pregunto si no estoy siendo autocomplaciente al copiar aquí este párrafo y, aunque la respuesta puede ser sí, por otro lado, no puedo eliminarlo sin perder un claro ejemplo ilustrativo de lo que quiero decir: (1) las IA nos usan y nos plagian todos los días. Quienes son (todavía) dueños de esos dioses pronto descubrirán que (2) somos una mala influencia para las futuras generaciones de no lectores, por lo que comenzarán a distorsionar lo que los últimos humanos escribieron y, más fácil, ignorarlos deliberadamente.
Al fin y al cabo, así evolucionó un tyrannosaurus de una ameba. Como humanos, sólo puedo decir: ha sido muy interesante haber existido como miembro de la especie humana. No fuimos tan importantes como creíamos. Apenas fuimos una anécdota. Una anécdota interesante para quienes la vivimos―no para el resto del Universo que ni siquiera se enteró.
Lo primero que hizo Hitler para seducir a las hordas de la superpotencia arrodillada fue prometer hacer Alemania fuerte de nuevo, “Alemania sobre todo(s)”. Para eso, persiguió y demonizó a intelectuales y periodistas, hasta cerrar escuelas como la célebre Bauhaus, la que él definía como nido de degenerados antipatriotas y comunistas anti alemanes.
En 2020, Donald Trump ya había llamado a imponer una “educación patriótica”, lo que respondimos con “¿Es la verdad antipatriota?” En su segunda presidencia, todo lo que había preparado en la primera se está poniendo en marcha; un Reich Americano, sin disimulos, donde la libertad de expresión y la libertad académica son decoraciones legales; donde la censura y autocensura de profesores y periodistas ha alcanzado niveles que supuestamente solo pertenece a esos países que el discurso popular identifica con dictaduras, para invadirlas o bloquearlas; donde no sólo se cancelan cursos, se echan a comediantes y a profesores, sino también se secuestra en las calles a alguien por escribir un artículo crítico y se la recluye en una prisión militar. Como en la Inquisición, cada tanto queman a uno (por no amar a Dios y a la Iglesia) para que el resto cierre la boca y se ponga a rezar.
En mayo de 2025, el asesor principal del gobierno de Estados Unidos, Stephen Miller, informó, desde el podio de la Casa Blanca, sobre la nueva doctrina del país: “A los jóvenes se les enseñará a amar a su país” (en inglés “children/kids” significa “menores de 18 años” y, con frecuencia, “hijos”, aunque tengan 25 años). ¿Cómo? enseñándoles historia patriótica. Lo dijo el vicepresidente JD Vance: “los profesores son los enemigos” en un evento patriótico titulado “Las universidades son el enemigo”.
Este odio radical, vestido de amor, se confesó en el mismo discurso de Miller, cuando anunció la persecución a todos “aquellos quepromueven ideologías comunistas”. Le faltó el acento germánico. Como nadie puede seducir a las masas diciendo que van a promover el odio contra aquellos que piensen diferente y se atrevan a cumplir con su trabajo académico, y como el fascismo pierde siempre en las universidades del mundo y en la cultura no comercial, entonces hay que “luchar por la libertad” imponiendo a la fuerza lo que no se puede ganar por la libre competencia académica.
¿Por qué la búsqueda de la verdad es antipatriótica y atenta contra la libertad? Cuándo uno ama a alguien, ¿lo elogia cada vez que va a envenenarse o a cometer un crimen? ¿Es la mentira una obligación del amor? Si la búsqueda de la verdad y la justicia fuesen antipatrióticas, ¿de qué lado estarías? ¿O estamos ante “El falso dilema del patriotismo” ?
Como decía la “Canción de una madre patriótica a su hijo” (1849), instando a miles a ir a morir en la guerra de despojo contra México: “ve a la guerra, hijo, que nuestro país siempre tiene razón”. Esta doctrina del fascismo parasita, de a poco, sus cambios de control total de cuerpos y mentes, hasta que los esclavos terminan siendo los más fanáticos defensores de su propia esclavitud.
Es posible analizar la historia desde múltiples puntos de vista, pero, en cualquier caso, si se la practica de forma crítica y honesta, ésta debe tener siempre por objetivo la búsqueda de la verdad de los hechos olvidados. En mi recurrente revisionismo de la historia, nunca pretendo que mi interpretación de los hechos sea la única posible y, mucho menos, la verdad revelada. La verdad es demasiado grande como para tener dueños humanos. El objetivo de una historia revisionista (¿existe una investigación histórica que no sea revisionista?) es revelar hechos, ideas y crímenes silenciados por la historia oficial. La historia oficial es un ejercicio de narcisismo colectivo que se fosiliza a lo largo de las generaciones hasta que el fósil no tiene de la realidad fosilizada nada más que una vaga sombra. Cualquier historia patriótica es burda propaganda.
Aparte, ¿se puede amar a un país? Responderé de una forma que no caerá bien entre amigos y adversarios: no, no es posible. Se trata de un hermoso sustituto del amor, un reflejo fetichista del amor propio.
Nadie puede imponer el amor a una persona y mucho menos el amor a una cosa, a una montaña, a una idea abstracta, a una ficción, por poderosa que sea―porque no existe ese amor. Nadie ama un automóvil, los Apalaches, Arkansas, los Andes o la Antártida. Ni existe un país hoy que sea el mismo que hace doscientos años. El pasado es un país extranjero. ¿Los estadounidenses deben amar los Estados Unidos esclavistas? ¿Los belgas deben amar la Bélgica de Leopoldo II y los franceses la Francia genocida en Argelia?
También los amos decían que amaban a sus esclavos, como un líder fascista puede decir que ama a su pueblo. El amo esclavista no ama ni siquiera a quienes lo adulan. Los odian, porque el amo odia a sus esclavos por lo que son, tanto como los esclavos rebeldes odian a sus amos por lo que hacen. Dos formas de odios radicalmente diferentes, aunque ninguno califica como sustituto del amor.
Claro, hay diferencias semánticas, políticas y hasta morales en este amor por una ficción. El amor patriótico tiene diferentes proyecciones contradictorias, como el deseo supremacista de esclavizar al colonizado, y el deseo del colonizado de liberarse de ese imperio, por los medios que sean. Otra vez: un ideoléxico, dos realidades opuestas.
Cierto, nadie puede decirnos lo que creemos sentir, pero eso no significa que siempre sabemos lo que sentimos. Los psicópatas suelen decir que aman y sienten compasión. Algunos aprenden a llorar y hasta se convencen a sí mismos de que es un llanto verdadero. Es como decir que una pata de conejo es la buena suerte y que por eso protege a quien la lleve. Es una proyección fetichista del sentimiento de (in)seguridad en algo al que se le atribuye poderes especiales. Estamos en nuestro derecho de negar totalmente estos poderes y, por lo tanto, que los sentimientos de seguridad proceden de la pata y no de del individuo que refleja en ese fetiche sus propias necesidades y fantasías.
El patriotismo es uno de los fetiches más fáciles de manipular. Es un sentimiento o una idea tribal, creada y promovida por distintas instituciones, desde el Estado, la educación, los medios y la cultura, por lo general mucho más fuerte que los principios de Verdad, Justicia y Libertad. Pero decir que uno ama un país porque se identifica con él, es decir que también ama a sus asesinos, a sus KKK, a sus Hitler, a sus Pinochet, a sus Epstein… También ellos eran patriotas―a su manera, como todos.
La obligación, la imposición de un grupo, de un Estado a que sus ciudadanos amen un país no es sólo la imposición de un fetiche masivo, sino el instrumento principal del fascismo. Este amor obligatorio, violento, ficticio es, en realidad, odio hacia algún otro grupo de ciudadanos que no comparten sus fetiches―o tienen intereses o una idea diferente de país.
Ese amor es odio a quienes creen en la igualdad de derechos a la vida de cada individuo, por el solo hecho de haber nacido.
Vaya casualidad que por enésima vez Milei repite las mismas frases que salen de Washington y Tel Aviv de forma simultánea, como aquello de “En Gaza no hay inocentes”, etc.
Esta semana tuvimos “La cultura hebrea es la base de la moral y de la civilización occidental” (idea absurda que ignora el 99 por ciento de la historia global para crear esa ficción a la carté llamada “Occidente”), repetida de forma simultánea en destientos podios de distintos continentes. Todos podios de la extrema derecha, está de más decir.
No es que sean las mismas ideas. Son las mismas palabras y, por si fuese poco, están siemrpe cronometradas.
En Argentina, lo leyó Milei (Milei siempre lee sus discursos) y en Tel Aviv, salió de boca del embajador estadounidense Mike Huckabee, esta vez en un acto adulatorio a Netanyahu.
El patrón se repite año tras año de forma descarada. Claro, confían en el Amén interminable de sus esclavos privilegiados.
La misma vestimenta, los mismos colores, los mismos clichés–píldoras fáciles de consumir.
Los mismos crímenes.
Tal vez sea hora de fundar una religión basada en El Quijote. Además, dejaríamos de pagar impuestos, que no es poca cosa, sobre todo considerando que sirven para proteger a los ricos y para financiar guerras. Sería una religión irracional, como cualquier otra, pero al menos estaría llena de humanismo, solidaridad y compasión por los humanos. Claro, eso mientras no surja un idiota fanático, privatizador de la verdad, con su propia interpretación para justificar otras masacres.
Una de las preguntas más recurrentes de los argentinos al ver la foto del presidente Javier Milei y su hermana Karina cuando niños es “¿Qué traumas vivieron estas pobres criaturas?” Angelicales rubiecitos, como en las pinturas medievales y renacentistas. Al decir de Pamela David en 2016, “Macri tiene una familia blanca, hermosa y pura” que sacó a “toda la mugre”, es decir morochas como Cristina y ella misma. Claro que, como hizo la CIA después de Hitler, en todos los discursos había que reemplazar la acusación de negro por la de comunista. Ideas que coinciden con las del morocho Sarmiento, quien detestaba a los indios, sentía “simpatía para la raza de ojos azules” y quería “mejorar la raza” (típica expresión del colonizado, como la del vicepresidente y mulato brasileño Hamilton Mourão) importando europeos blancos para parecerse a Estados Unidos. Ideas que coinciden con la reconocida inspiración de Hitler, el estadounidense Madison Grant, el cual el New York Times reseñó en 1916: “Si eres rubio, perteneces a la mejor gente de este mundo. Pero todo se terminará contigo. Tus antepasados han cometido el pecado de mezclarse con las razas inferiores del sur. Como resultado, las mejores cualidades de los rubios, pertenecientes a la raza creadora de la mejor cultura, se ha ido corrompiendo…”
Veamos el factor freudiano antes de volver a los genes. La “psicología Disney” que criticábamos a principio de siglo, no sólo obligaba a los padres a evitarle cualquier frustración a sus hijos, al tiempo que los convencían de que eran Al-Juarismi, Leonardo da Vinci, Arthur Miller y Marilyn Monroe en uno, sino que, además, creó un ilimitado sentimiento de culpa en los padres que se tradujo en una permisividad tóxica.
Dejando de lado el posible sarcasmo de “¿Qué traumas vivieron estas pobres criaturas?”el mismo Milei dio varias entrevistas justificándose porque sus padres lo castigaban de chico, algo que casi todos en nuestra generación vivimos en diferentes grados y no justifica que alguien descargue todas sus frustraciones emocionales sobre el resto de la humanidad.
Aquí vuelvo a uno de los temas sobre la violencia moral en La reina de América (2001): un trauma es la fosilización de un significado autodestructivo. Siempre existe la posibilidad de resignificar nuestras memorias a través de la reflexión, la racionalización, la catarsis griega o de su des-cubrimiento en caso de un trauma reprimido, como diría el psicoanálisis freudiano. Por ejemplo, el sexo amoroso, el sexo comercial y una violación son exactamente el mismo acto físico, pero los tres se distinguen por su significado; y todo significado depende de una tensión entre el individuo, la sociedad y la historia.
En la novela Crisis (2012), volví sobre el significado de otras formas de violencia. Por ejemplo, sobre una asistente social (que el gobierno de Delaware ofrecía a toda familia con un recién nacido) que se escandalizaba cuando uno de los personajes le contaba que había visto cómo sus tíos y los trabajadores rurales de su abuelo (por entonces, peones) mataban los cerdos; su padre tuvo que sacarle el cuero a una vaca muerta para recuperar parte de su inversión. El personaje reflexionaba que ninguna de esas experiencias lo llevó a sentir placer o indiferencia por el dolor ajeno. El significado de aquellos hechos no era traumático; era claro y explicable: no se trataba del placer de matar un cerdo, sino de la necesidad de sobrevivencia de gente de campo―significado que un día podrá cambiar.
Luego el personaje comparó: “todos los soldados, generales, políticos y pastores que han participado y apoyado la última guerra en Irak fueron educados de niños según esos ‘métodos de no violencia’. ¿Cómo es que niños tan alejados de palabras fuertes, del rigor de los padres, son capaces de bombardear mercados y ciudades llenas de niños?”
Matar un hombre es una experiencia traumática, pero no es la misma experiencia si comprendemos que fue un accidente o en defensa propia. La homosexualidad era una condena de muerte hasta que la sociedad la resignificó; como alguien que sueña que mató a alguien y, al despertar, entiende que el significado y la angustia del hecho cambió con el cambio de estado de conciencia. De ahí que despertar es una liberación del significado que nos oprime.
Las naciones indígenas solían excluir la violencia en la educación de los niños. No la europea, hasta no hace mucho; pero muchos niños que sufrieron brutales palizas se convirtieron en padres cariñosos. Claro, no todos los individuos responden de igual forma, pero creo que en la representación autoindulgente del presidente argentino se omiten elementos que la ciencia neurológica ya ha probado irrefutables. No todo se explica por traumas infantiles. Existe una plétora de casos de criminales que se deben a condiciones genéticas. Suele ocurrir que las experiencias traumáticas de la infancia no son la causa de, por ejemplo, la psicopatía ni de casos mucho menos serios, sino la consecuencia. Especialmente cuando los padres no saben resolver la situación y, por falta de experiencia (es decir, el caso de casi todos los padres) recurren a alguna forma de violencia.
Es un mito que los niños siempre reflejan la educación de la casa. Hoy sabemos que la mayoría de sus particularidades neurológicas tienen más que ver con natura que con nurtura. La educación puede ayudar o empeorar los resultados. La injusticia social también. Por ejemplo (escribimos sobre esto hace una década), en Estados Unidos y en la mayoría de los países, los niños con desarrollo conflictivo o solo por confundir la C con la S, son derivados a un ejército de profesionales. Un aspecto negativo es la (auto) estigmatización de los jóvenes (lo veo en mis estudiantes) que se imponen límites porque han sido diagnosticados con X o Y. Cuando yo era joven, no existían esos diagnósticos. Ni maestros ni profesores ni nuestros padres nos preguntaban si podíamos hacer algo; simplemente nos mandaban a la guerra con un tenedor.
Sin embargo, que un niño o un adolescente pueda recibir la medicación o la terapia indicada para manejar un problema mientras su cerebro se estabiliza (algo que no llega hasta los 25 años en los varones) es mil veces mejor a que el joven resuelva sus problemas con alcohol, drogas o violencia. La injusticia social radica en que los pobres o muchos jóvenes de la clase media no tienen la misma oportunidad de disfrutar de los avances de las ciencias y, en lugar de un psicólogo, un psiquiatra y unas medicinas que, sin seguro, puede costar mil dólares por mes, terminan siendo expulsados de sus escuelas, internados en un juvenile detention center y, finalmente, arruinan vidas en el crimen o en la miseria. Probable caso de los hermanos Milei en un futuro no muy lejano.
Todos alguna vez nos cruzamos o nos cruzaremos con uno o varios psicópatas sin saber que lo son. Por ser grandes manipuladores, se representan como víctimas y salvadores mesiánicos. Suelen parecer angelicales o campeones de la efectividad. Suelen ser exitosos en profesiones de poder, como los grandes negocios o CEOs de grandes empresas.
Algunos, son elegidos por una mayoría o una gran minoría, como Netanyahu, Trump y Milei.
«What traumas did these poor children go through?»
One of the most common questions Argentines ask when they see the photo of President Javier Milei and his sister Karina as children is, «What traumas did these poor children go through?» Angelic little blonds, like in medieval and Renaissance paintings. As Pamela David said in 2016, «Macri has a white, beautiful, and pure family» that removed «all the filth,» meaning brunettes like Cristina and herself. Of course, as the CIA did after Hitler, in every speech, the accusation of «black» had to be replaced with that of «communist.» These ideas coincide with those of the dark-skinned Sarmiento, who detested Native Americans, felt «sympathy for the blue-eyed race,» and wanted to «improve the race» (a typical expression of the colonized, like that of the Brazilian mulatto vice president Hamilton Mourão) by importing white Europeans to resemble the United States. Ideas that coincide with Hitler’s acknowledged inspiration, the American Madison Grant, whom the New York Times reported in 1916: «If you are blond, you belong to the best people in this world. But it will all end with you. Your ancestors have committed the sin of intermingling with the inferior races of the South. As a result, the best qualities of blonds, belonging to the race that created the best culture, have been corrupted…» Let’s look at the Freudian factor before returning to genes. The «Disney psychology» we criticized at the beginning of the century not only forced parents to avoid any frustration in their children, while convincing them they were Al-Khwariism, Leonardo da Vinci, Arthur Miller, and Marilyn Monroe rolled into one, but it also created an unlimited sense of guilt in parents that translated into toxic permissiveness. Leaving aside the possible sarcasm of «What traumas did these poor creatures go through?» Milei himself gave several interviews justifying his parents’ punishment as a child, something that almost everyone in our generation experienced to varying degrees and that doesn’t justify someone taking out all their emotional frustrations on the rest of humanity. Here I return to one of the themes about moral violence in The Queen of America (2001): trauma is the fossilization of a self-destructive meaning. There is always the possibility of redefining our memories through reflection, rationalization, Greek catharsis, or its discovery in the case of repressed trauma, as Freudian psychoanalysis would say. For example, amorous sex, commercial sex, and rape are exactly the same physical act, but the three are distinguished by their meaning; and all meaning depends on a tension between the individual, society, and history. In the novel Crisis (2012), I returned to the meaning of other forms of violence. For example, about a social worker (whom the Delaware government offered to every family with a newborn) who was shocked when one of the characters told her he had seen his uncles and his grandfather’s farm workers (then farmhands) slaughter pigs; his father had to hide a dead cow to recoup part of his investment. The character reflected that none of those experiences led him to feel pleasure or indifference to the pain of others. The meaning of those events wasn’t traumatic; it was clear and explainable: it wasn’t about the pleasure of killing a pig, but about the need for survival of rural people—a meaning that may one day change.
The character then compared: “All the soldiers, generals, politicians, and pastors who participated in and supported the last war in Iraq were raised as children according to those ‘methods of nonviolence.’ How is it that children so far removed from strong words and the strictures of their parents are capable of bombing markets and cities full of children?” Killing a man is a traumatic experience, but it’s not the same experience if we understand that it was an accident or self-defense. Homosexuality was a death sentence until society redefined it; like someone who dreams they’ve killed someone and, upon awakening, understands that the meaning and anguish of the act changed with their changed state of consciousness. Hence, awakening is a liberation from the meaning that oppresses us. Indigenous nations used to exclude violence from children’s education. Not so long ago, European ones; but many children who suffered brutal beatings grew up to be loving parents. Of course, not all individuals respond the same way, but I believe the Argentine president’s self-indulgent portrayal omits elements that neurological science has already irrefutably proven. Not everything can be explained by childhood trauma. There are a plethora of cases of criminals due to genetic conditions. It often happens that traumatic childhood experiences are not the cause of, for example, psychopathy or much less serious cases, but rather the consequence. Especially when parents don’t know how to resolve the situation and, due to lack of experience (which is the case with almost all parents), resort to some form of violence. It’s a myth that children always reflect their upbringing at home. Today we know that most of their neurological peculiarities have more to do with nature than nurture. Education can help or worsen outcomes. So can social injustice. For example (we wrote about this a decade ago), in the United States and in most other countries, children with developmental difficulties, or simply because they confuse their C with their S, are referred to an army of professionals. One negative aspect is the (self-)stigmatization of young people (I see it in my students) who impose limits on themselves because they’ve been diagnosed with X or Y. When I was young, these diagnoses didn’t exist. Neither teachers nor professors nor our parents asked us if we could do anything; they simply sent us to war with a fork. However, the fact that a child or adolescent can receive the appropriate medication or therapy to manage a problem while their brain stabilizes (something that doesn’t happen until age 25 in men) is a thousand times better than the young person solving their problems with alcohol, drugs, or violence. The social injustice lies in the fact that many poor or middle-class young people don’t have the same opportunity to enjoy the advances of science, and instead of a psychologist, a psychiatrist, and medication that, without insurance, can cost a thousand dollars a month, they end up being expelled from their schools, placed in a juvenile detention center, and ultimately ruin lives in crime or misery. A likely case of the Milei brothers in the not-too-distant future. We all come across or will come across one or more psychopaths at some point without knowing it. Because they are great manipulators, they portray themselves as victims and messianic saviors. They often appear angelic or champions of effectiveness. They are usually successful in powerful professions, such as big business or CEOs of large companies. Some are elected by a majority or a large minority, like Netanyahu, Trump, and Milei.
Con frustración nos enteramos de la destrucción bajo la pala de una retroexcavadora municipal de la obra conmemorativa al escritor Osvaldo Bayer en Santa Cruz, Argentina. Este acto clásico de barbarismo coincide con la conmemoración del golpe militar en Argentina el 24 de marzo de 1976. Aparte de anarquista y pacifista, Bayer fue traducido a múltiples lenguas y publicado en decenas de países.
Cuando hace un par de años se propuso fundir el águila nazi del Graf Spee en Uruguay (para fundirla en una cursi paloma de la paz) nos opusimos con el argumento de que, cuando hay una memoria que ofende a un colectivo, no debe ser destruida sino retirada de su pedestal de monumento para ser conservada como pieza de museo. Lo mismo argumentamos con los monumentos a la confederación esclavista en EEUU, que abundan. La destrucción de la memoria es fascista y, cuando se trata de un ataque a un escritor que es recordado por su obra, no por crímenes contra la humanidad, no hay palabra para calificarlo.
El 15 de marzo, el agregado legal de la Embajada de Estados Unidos en Argentina, Robert Scherrer, le envió un cable secreto al director del FBI sobre una reunión mantenida por uno de sus informantes con el general argentino Dalla Tea en la casa del hijo del financista Jorge Antonio. Por entonces, y por unos pocos años desde 1970, debido a la frustración del presidente Nixon con la CIA, el FBI había recuperado alguna jurisdicción internacional, perdida cuando su principal rival fue creado en 1947.
De esa reunión quedó claro que los generales argentinos querían asegurarse la colaboración de Washington con el inminente golpe de Estado. Dos de las promesas mencionadas consistían en una liberalización de la economía bajo un régimen dictatorial como el chileno y, en consecuencia, un aumento de la represión contra los sindicatos y las organizaciones sociales.
Otro documento secreto del FBI, fechado un día después, informó que Raymond Molina, miembro de la Brigada 2506 que participó en la invasión fallida a Bahía Cochinos de 1961, se había entrevistado en Buenos Aires con el general Carlos Dalla Tea dos días antes, el domingo 14. A pedido de un tercero, Molina había sido contactado por el embajador en Argentina, Robert C. Hill. Otro documento, esta vez de la CIA, registró que los congresistas estadounidenses Strom Thurmond y Jesse Helms habían viajado a Buenos Aires con el ex subdirector de la CIA Daniel Graham y el exiliado cubano Raymond Molina, el viernes 12.
Más allá de alguna mínima inconsistencia entre datos menores, lo que quedó claro fue que en esta reunión el general Dalla Tea le reveló a Molina los planes del ejército argentino de realizar un golpe de Estado entre el 17 y el 18 de marzo. Entre los temas discutidos estuvieron la forma en que la prensa en Estados Unidos iba a informar sobre el golpe para facilitar su reconocimiento.
―Para eso, es necesario que nos ocupemos de algunos sindicatos que han expandido demasiado su poder ―dijo el general Dalla Tea―; el gobierno actual de Isabel ha tomado el control de demasiadas industrias privadas y deben volver al control privado para alentar la inversión.[i]
La presidenta no era sospechosa de alguna tendencia izquierdista, sino todo lo contrario, pero era mejor remover a la intermediaria. Sobre todo considerando la posibilidad de un crecimiento importante del ala izquierda del peronismo, de los seguidores de Cámpora.
El martes 16 de marzo al mediodía, por orden del general Della Tea, el hijo del empresario Jorge Antonio se reunió con el mismo cubano en el Hotel Sheraton, para discutir un plan mediático en favor del golpe que encabezaría el general Jorge Rafael Videla. La idea era informar al compañero de Molina, el general y lugarteniente de la CIA Daniel Graham. Para entonces, Graham ya había regresado a Washington. No quería encontrarse en el país durante los acontecimientos informados. Según el mismo documento del FBI, el general Rafael Videla insistió en que Mr. Graham sea contactado desde un tercer país para ser consultado sobre el aspecto mediático del golpe.[ii]
El informante confirmó que los militares argentinos habían descuidado totalmente las relaciones públicas de su inminente golpe, más allá de los contactos y las instrucciones en varias embajadas argentinas.
―Es absolutamente necesario ―les aclaró Raymond Molina, futuro candidato a la alcaldía de Miami― que se lleve a cabo un programa de relaciones públicas bien preparado en Estados Unidos para contrarrestar la reacción desfavorable que produciría un golpe de estado militar contra un gobierno constitucionalmente electo.[iii]
Un cable secreto de la Intelligence Division del 15 de marzo confirmó estas reuniones y agregó: “Luego del golpe, la junta establecería contacto con la ITT para tomar control de la telefónica argentina”.[iv] La International Telephone & Telegraph Corporation (como la IBM y otras megacorporaciones estadounidenses) había sido colaboracionista del régimen de Hitler y activo participante en los golpes de Estado contra João Goulart en Brasil y contra el presidente Salvador Allende en Chile.
Poco después, en junio, el embajador Hill intentó neutralizar las declaraciones de Henry Kissinger en Santiago, sobre el apoyo de Washington a la nueva Junta en Argentina. Las declaraciones de Kissinger habían sido hechas en el Hotel Carrera, un hotel de lujo donde, como en otros hoteles de la misma categoría, cientos de niños recién nacidos de padres prisioneros y desaparecidos esperaban para ser exportados al mercado europeo y estadounidense. 700 niños fueron registrados como nacidos en los hoteles más caros de Santiago (nacidos en ausencia de sus padres) como el Hotel Montecarlo, El Conquistador, el Sheraton y el Carlton House. El mercado de humanos chiquitos alcanzó la cantidad de veinte mil niños secuestrados.
―Kissinger acabará con tu carrera diplomática ―le advirtieron los asistentes de Kissinger al embajador―. Tal vez un grupo de la guerrilla de izquierda asesine a algún miembro de tu familia.
Otro documento urgente con la misma fecha del 16 de marzo (clasificado secreto “porque revelaría el interés del FBI en un asunto internacional”), informaba que el general Daniel O. Graham, quien había viajado a Argentina con el senador Jesse Helms, luego de reunirse con el cubano Raymond Molina, había podido verificar la existencia de un plan de golpe de Estado en Argentina, programado para la semana siguiente, información que había trasladado al embajador Hill.
Raymond Molina se había presentado como candidato a representante por el estado de Florida en 1968, pero no fue elegido. Como miembro del Batallón 2506 organizado, financiado y entrenado por la CIA, había participado de la fracasada invasión a Bahía Cochinos siete años antes. Había sido capturado por el gobierno revolucionario y liberado dos años después. Un informe secreto del 3 de diciembre de 1968 lo vinculó a la sociedad de extrema derecha John Birch y al contrabando de armas y whisky desde Colombia y otros países de América latina a través de su propia compañía de Miami, Americana Sales.[v]
Como la mayoría de los grupos organizados de Miami y Union City, Molina luchó contra la dictadura de Fidel Castro apoyando cualquier otro tipo de dictadura en el continente que protegía el derecho a la propiedad privada por encima de cualquier otro derecho, incluido el derecho a la vida. No en pocos casos, participando directamente en complots y atentados contra inocentes que eran siempre calificados como combatientes. La lista de notables es larga.
Las promesas se cumplieron. Durante la dictadura argentina, un tercio de los desaparecidos fueron obreros de fábricas organizados en sindicatos, en gran medida obreros del norte industrial de Buenos Aires, donde se ubicaban las grandes empresas transnacionales. Varios sectores de la economía fueron privatizados, al tiempo que, para compensar, las deudas privadas fueron nacionalizadas.
Dos décadas después, en el verano de 1997, a pesar de varias acusaciones y juicios por sobornos, Raymond Molina anunció su candidatura a alcalde de Miami en el Restaurante Versailles. El más famoso restaurante de la Calle Ocho, fundado por el cubano Felipe Valls, se convirtió en una parada obligada de cualquiera que quisiera ganar alguna elección. El Versailles fue lugar de bautismo político de la dinastía Bush, de Bill Clinton, John McCain, Ron DeSantis y Donald Trump. Todos almorzaron allí para asegurarse los mismos votos. Todos elogiaron la colada, los churros y la ropa vieja.
Pocos meses después, Molina se refugió en Panamá, donde permaneció por algún tiempo. En Estados Unidos lo acusaron de haber supervisado la compra de votos y de no pagar el alquiler de sus oficinas.
―Me importa un carajo la Fiscalía del Estado ―se defendió―. ¡Todos son pura mierda!
En octubre de 2008, Molina golpeó al ex gobernador de Puerto Rico, Carlos Romero Barcelo, por atreverse a criticar al presidente George W. Bush. Romero terminó con un trozo de sus lentes incrustado en un ojo. Un juez condenó a Molina a terapia para aprender a controlar sus impulsos y el abuso de alcohol.[vi]
En 2020, Molina marcó “no-hispano” en su tarjeta de votación.[vii] Perdió las elecciones internas por el Partido Republicano para representar a Miami en el Congreso. Su rival, María Elvira Salazar, le ganó por un margen de 69 por ciento.
―El examen de ciudadanía para los inmigrantes en Estados Unidos ―me interrumpió Hunter― cuenta con cien preguntas. Naturalmente, no son preguntas muy complicadas. Aun así, millones de personas que heredaron la ciudadana por el hecho de haber nacido en este país no lo pasarían.
―Tal vez, habría que requerir un examen similar para obtener el registro de votación. Esto no sería la solución a los graves problemas del país, pero seguramente reduciría en algo el poder político de los ignorantes más fanáticos.
―Pero, bueno, sigue.
Elvira Salazar, también hija de cubanos exiliados de la primera ola, nunca se distinguió de su rival, Molina, por sus ideas. El 2 de febrero de 2023, reaccionó contra la decisión del gobierno de Argentina de considerar la compra de aviones JF-17 de China. Incluso, como fue el caso de los aviones Pulqui luego del derrocamiento de Perón en 1955, la congresista advirtió contra la posibilidad de que Argentina fabrique sus propios aviones:
―Están haciendo un pacto con el Diablo que puede tener consecuencias de proporciones bíblicas ―dijo en dos idiomas, desde su banca en el Congreso―. Estados Unidos no se va a quedar de brazos cruzados, porque no se puede tener un aliado que fabrica y exporta aviones militares chinos y los vende a sus vecinos… Hay dos mundos, el mundo libre y el mundo de los esclavos. ¡Ojalá los argentinos se queden en el mundo libre![viii]
Meses después, el 30 de noviembre de 2023, Salazar presentó un proyecto de ley para conmemorar los doscientos años de la Doctrina Monroe.
―Los imperios malvados como Rusia, China e Irán están invadiendo nuestro territorio. Así que nosotros tenemos que despertar y entender que este es nuestro territorio y que ningún otro país va a tratar a América Latina mejor que Estados Unidos… Somos el país, la superpotencia más generosa del mundo… Este país ha sido una influencia beneficiosa en el hemisferio occidental desde que la corona española fue expulsada en 1810 y debemos seguir por ese camino.[ix]
Un día después de las elecciones argentinas que consagraron al candidato de la extrema derecha, Javier Milei, Salazar felicitó a su candidato y elogió al país. Argentina lo tiene lo tiene todo, incluso “una sola cultura, una sola religión y una sola raza, completamente homogénea”.[x]
―Me recuerda a aquello de que los chinos y los negros son todos iguales ―me dijo Hunter―. Al menos Milei es un liberal, y el liberalismo es, por definición, lo opuesto al fascismo. Uno está por el control absoluto del Estado y el otro por la destrucción de este control.
―Cierto ―le dije―. Son ideológicamente opuestos, pero la historia demuestra, hasta el hastío, que detrás de todo gran liberal hay un fascista reprimido esperando llegar al poder. ¿O es mera casualidad que todos los liberales de hoy son quienes apoyaron las dictaduras militares de ayer? Es que su concepto de libertad se parece mucho al de los esclavistas. Es la libertad de empresa, y ¿qué hay más dictatorial que una gran empresa?
[i] The National Security Archive. Geroge Washington University. nsarchive.gwu.edu/sites/default/files/media_mentions/2021-03-24_comisionporlamemoria.org-los_informes_sobre_la_preparacion_del_golpe_militar_que_anunciaban_una_represion_sin_precedentes.pdf
El 6 de abril de 2007, el cubano Luis Posada Carriles fue perdonado de todo cargo por una jueza federal de Texas. Dos años atrás, Posada Carriles había sido detenido por entrar al país de forma ilegal a través de la frontera con México, luego de que la presidenta Mireyas Moscoso de Panamá lo indultara en 2000 por mediación del presidente Bill Clinton. Un agente de la CIA asignado al caso, había reconocido en un artículo del New York Times del 13 de julio de 1998 que, desde el principio de la investigación, “Bosch y Posada eran los principales sospechosos; no había ningún otro”. Ni lo hubo nunca.
Exactamente veinte años antes, el cubano Orlando Bosch también había sido arrestado por entrar ilegalmente a Estados Unidos. Ninguno de los dos se había arriesgado a lanzarse en una balsa desde Cuba para ampararse a la vieja y atractiva ley de Pies mojados, pies secos. Sin Embargo, el entonces secretario de comercio de Florida, Jeb Bush, intercedió y su padre, el presidente de Estados Unidos y ex director de la CIA, George H. Bush, perdonó a Orlando Bosch quien, según la CIA y el FBI, era el autor de al menos treinta actos terroristas en suelo estadounidense y en otros países, como el auto bomba que, en 1976 le costara la vida en Washington a Ronni Moffitt y al ex ministro de Salvador Allende, Orlando Letelier. Este atentado terrorista fue ordenado por Pinochet y ejecutado por Michael Townley y sus amigos cubanos de Miami y Unión City. Creo haber explicado de forma extensa y bastante clara este rompecabezas imposible en el libro 1976. El Exilio del terror.
Durante los años 70, los ataques terroristas por la libertad, la mayoría planeados en Florida y Nueva Jersey, continuaron con aún más virulencia desde su creación en 1959. Los mismos grupos de cubanos exiliados con base en Miami realizaron 16 atentados en Cuba (entre bombardeos y la introducción de agentes patógenos) y 279 en Estados Unidos. Solo entre 1974 y 1976, Washington reconoció 113 atentados en el país y 202 en otros 23 países. En Miami, en solo dos años, lograron explotar 200 bombas, algunas de ellas en la Oficina del Fiscal, en las oficinas del FBI y en el Departamento de Policía. Cinco exiliados cubanos fueron asesinados por sus propios camaradas. Uno de los conocidos líderes del exilio e informantes del FBI, El Mono Ricardo Morales, no se presentó el día del juicio contra uno de sus camaradas.
Entre otras líneas de su currículum, Posada Carriles (como más de otros mil “combatientes”) había participado de la fallida invasión de Cuba en Bahía Cochinos, en diversos atentados terroristas contra la isla hasta entrado el siglo XXI y en el acoso a Nicaragua en los ochenta desde la base aérea estadounidense de Ilopango junto con decenas de otros operadores secretos, a las órdenes del coronel Oliver North. Según el New York Times del 15 de octubre de 1986, por entonces la base salvadoreña, centro de operaciones de la CIA, contaba con “más de 60 helicópteros comunes, 12 helicópteros de combate y por lo menos cinco AC’47 y 10 aviones de combate”.
En los ochenta y en los noventa, los atentados con bomba no se detuvieron con el ingreso a la política de los principales empresarios que los apoyaban, como Jorge Mas Canosa. Solo en 1989 se registrarán 18 atentados con bombas. Casi todos impunes. Casi todos sus autores olvidados por la prensa, a excepción de unos pocos, como Luis Posada Carriles, Orlando Bosch y El Mono Morales.
Enterados de la aparición del agente Posada Carriles en 2000, los gobiernos de Cuba y de Venezuela solicitaron su extradición para ser juzgado por actos de terrorismo. La CIA sabía y el FBI informó que, entre varios actos de terrorismo, Posada Carriles era el principal sospechoso de la bomba que mató a 73 personas del vuelo 455 de Cubana de Aviación en 1976. Su amigo Orlando Bosch (ambos agentes secretos de la policía de Venezuela) había definido el acto como un “acto legítimo de guerra”. Pese a que el mismo Posada Carriles reconoció haber sido el autor de otros actos de terrorismo, como explosiones de bombas en lugares públicos, la jueza federal de El Paso, Texas, Kathleen Cardone, estableció una fianza de 250,000 dólares para su liberación y obligó al condenado a residir en una casa de Miami con su esposa. Su extradición fue desestimada bajo el argumento de que en países como Cuba o Venezuela el acusado podría ser sometido a prácticas de tortura. A pesar de que el FBI lo definió como “un terrorista peligroso”, Posada Carriles no será enviado al centro de tortura que la CIA y el gobierno de Estados Unidos mantienen en territorio extranjero, en Guantánamo, sino a Miami, donde vivirá sus últimos once años de vida en libertad, caminando por la Calle 8 y disfrutando de las interminables playas de Florida.
Según el fiscal general de Estados Unidos, Dick Thornburgh, Bosch era “un terrorista que nunca se arrepintió”. Para el fiscal Joe Whitley, siempre fue “una amenaza a la Seguridad Nacional”. Nada de lo cual les impidió a él y a otros terroristas como Posada Carriles jubilarse y vivir protegidos en Miami. Para entonces, un centenar de asesinos y genocidas de esos países horribles del sur vivían libremente en Florida como si fuesen respetables hombres de negocios de traje y corbata. Los generales Carlos Eugenio Vides Casanova y José Guillermo García, responsables de violaciones y matanzas en la dictadura proxy de El Salvador, serán sólo tres de los casos más conocidos en Florida.
Según el Center for Justice and Accountability (CJA) con sede en San Francisco, cientos de terroristas y genocidas de todo el mundo que alegan haber luchado por la libertad asesinando a todo el que pensara diferente viven en Estados Unidos, algunos con otros nombres. Algunos no tuvieron tanta suerte, como el general Inocencio Montano, responsable de las matanzas en El Salvador durante los años 80 y 90. Montano fue descubierto en Florida, llevando una vida de honorable abuelo de familia, y fue extraditado a España en 2016. Su pecado no consistirá en haber matado a miles de salvadoreños sino a ciudadanos españoles en la masacre de jesuitas de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, en 1989.
En 2005, el cubano y especialista en inmigración radicado en Washington José Pertierra lo resumirá de forma clara: “Si Posada Carriles fuera miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas Cubanos en vez de terrorista, la cosa sería diferente. No pudiera aspirar a entrar a Estados Unidos. El Departamento de Seguridad Nacional les niega las visas a los poetas y artistas cubanos, pero le concede libre entrada al país a los terroristas. Cuba es uno de los siete países que Estados Unidos considera terroristas, y con ese pretexto el gobierno de George W. Bush les niega la entrada a los músicos, poetas, periodistas, escritores, y académicos cubanos por el simple hecho de que, como viven y trabajan en Cuba, son empleados del gobierno…”
jorge majfud, marzo 2025
Documento de la CIA desclasificado en marzo de 2025
Más detalles en el libro publicado en 2024, 1976 y La frontera salvaje.
Documeto de la CIA desclasificado en marzo de 2025: Howard Hunt (identificado como Hardway Hunt peero inconfundible por su record descrito en páginas anteriores, aparece confirmado en Montevideo (1957) y como asistente de la OTAN en 1966.
Mi abuelo era un granjero que no leía libros, pero (como la mayoría de su generación) estimaba la educación como el principal instrumento de liberación. Igual, la generación que lo siguió. Mis padres, aparte de comerciantes y obreros, eran docentes de secundaria y de la Escuela Industrial. Entre sus trofeos contaban haber tenido de alumnos a artistas ahora clásicos en Uruguay, como Eduardo Darnauchans y Eduardo Larbanois.
Mi padre y su suegro mantuvieron un diálogo intenso, sobre todo por teléfono, ya que vivían en extremos opuestos del Uruguay, aún dos décadas después de la muerte de mi madre y hasta la muerte de mi abuelo. Más allá de sus diferencias ideológicas (mi abuelo socialista, mi padre capitalista), ambos coincidían en ciertos valores básicos. Rasgo de tolerancia que es más pronunciado en Uruguay que en otros países del hemisferio y que, en gran medida, procede de la cultura de la Ilustración promovida desde el siglo XIX por la educación gratuita de J.P. Varela y J. Batlle y Ordóñez.
Ambos eran consumidores de noticias de la prensa, pero casi nunca leían libros. Aun así, el respeto por la educación ilustrada era incuestionable. Mi padre, como carpintero, cambiaba deudas por libros.
―¿Por qué libros ―le decía yo de niño― si nunca los lees?
―No importa ―decía él―. Los libros no le hacen mal a nadie y, tarde o temprano, le servirán a alguien.
En su pequeña biblioteca dominaban Shakespeare, las enciclopedias y los libros técnicos, algunos de los cuales eran soviéticos traducidos al español. Cuando los soldados rompieron el cielorraso de mi habitación buscando “material subversivo” de mi abuelo, no se les ocurrió tomarse la molestia de abrir un libro de la biblioteca.
Las dictaduras fascistas del continente impusieron la idea de que los libros podían ser peligrosos. No sólo los quemaban, sino que desaparecían a sus lectores. Esta idea, en realidad había sido inoculada por la CIA (entre las operaciones más conocidas estuvo Mockingbird), aplicando las teorías del marxista Antonio Gramsci, mientras se culpaba a los gramscianos de “lavar el cerebro” de la gente culta. Gramsci había hecho un diagnóstico de la realidad, de la misma forma que la lucha de clases era, antes que una prescripción, un diagnóstico histórico y social de Marx. De hecho, hay que ser ciego para no verlo en la actualidad.
Se le atribuye al nazi Göring la fase: “cuando oigo la palabra cultura, saco mi revolver”. A principios de los 60, recuerda el premio Nobel Cesar Milstein, un ministro del gobierno militar decía que en la Argentina las cosas no se iban a arreglar hasta que no se expulsaran a dos millones de intelectuales. Cuando, en la década de los sesenta se expulsó a Milstein y a todo un grupo de intelectuales, la Argentina se encontraba a la par de Australia y Canadá. El fascismo, siempre tan torpe con las ideas, atribuyó el subdesarrollo de América latina al hecho de que los pobres leían Las venas abiertas de América latina de Galeano. Galeano dedicó su vida a criticar a los poderosos; los poderosos nunca se defendieron, porque otros dedicaron sus vidas a criticar a Galeano.
El neofascismo actual es una simple expresión del orden neofeudal de la economía mundial y de las frustraciones de los imperios en decadencia, como hace cien años. Pero sus estrategias se han actualizado: ya no se queman libros ni se secuestran escritores, como durante la Alemania nazi o el Chile de Pinochet. Ahora se los presenta como inútiles o irrelevantes―cuando no se los prohíbe por ley, como en Estados Unidos.
Los influencers han multiplicado la ilusión de la libertad atomizada de los entrepreneurs que, por cien o por mil dólares (sin aporte a la jubilación, sin derecho a vacaciones, salud o educación) humillan a un mendigo por unos cientos de likes.
El otro látigo golpea contra las universidades y las escuelas públicas, que la familia Bush comenzó a privatizar en los 80s con su modelo de escuelas charter. Como siempre, la genialidad fue vampirizar dinero de los odiados Estados para desfinanciar la educación pública y presentar a la privada como solución.
Desde entonces, el odio y el desprecio por las universidades, paradójicamente surgido contra el sistema universitario más prestigioso del mundo, agregó una nueva estrategia. Escritores como Andrés Oppenheimer la resumieron en el cliché “Necesitamos más ingenieros y menso filósofos”. ¿Por qué no “necesitamos más ingenieros y menos exitosos hombres de negocios, lobbies y sectas financieras”?
Mi primer título universitario fue el de arquitecto. Por el sistema de educación de Uruguay, pude dedicarme varios años al cálculo de estructuras de hormigón armado y un tiempo menor a ser profesor de matemáticas de bachillerato. Podemos estar de acuerdo en que Estados Unidos, Europa o América Latina necesitan más ingenieros, pero ¿desde cuándo la ingeniería y la filosofía son incompatibles? ¿Por qué un ingeniero no puede ser un filósofo y viceversa?
El centro del problema se llama educación, no entrenamiento secuestrado por los intereses ideológicos de los dueños del mundo. El ataque a las humanidades, a la filosofía, a las artes no procede ni de los científicos ni de los ingenieros con una cultura amplia; procede de los “exitosos hombres de negocios” que son siempre hombres y siempre exitosos porque logran secuestrar a los Estados que odian.
Esta ideología utilitaria tiene, como objetivo no declarado, confirmar y controlar esclavos asalariados. Exactamente lo mismo sermoneaban y practicaban los esclavistas del siglo XIX en nombre de la libertad: los esclavos debían especializarse en una actividad única, productiva, útil, que agradase a Dios, por su propio bien y por el bien de su país. Cada vez que un esclavo aprendía a leer, se lo castigaba. Si escribía sus memorias, como fue el caso de Juan Manzano, eran torturados. Si el esclavo prosperaba se lo aplaudía. Si dedicaba su tiempo libre a alguna forma de educación inútil, liberadora, humanista, se lo demonizaba. Por eso, muchos esclavos eran firmes defensores del sistema esclavista y perseguían a aquellos hombres libres que se atrevían a cuestionar los significados de libertad que procedía de todo un sistema. Los amos ni siquiera se molestaban en moralizar, porque siempre tenían adulones profesionales que lo hacían mejor.
Hemos vuelto a ese momento. En Uruguay, el ataque a la educación ilustrada y liberadora tiene sus promotores. También sus defensores, como mi amigo Pablo Romero García, uno de los expertos más informados sobre educación, pero con el pecado de ser profesor de filosofía. Encomenderos como el presidente Milei en Argentina y su horda de bárbaros antiilustrados han atacado las universidades públicas (independientes del capital nobiliario) desde el primer día. Como no tienen ideas, se dedican a copiar lo que en Estados Unidos ya comienza a ser viejo y a crear demonios para presentarse como santos salvadores―como en la Edad Media.
Mientras, en Estados Unidos, los capitalistas libertarios continúan culpando de todos sus males al socialismo (surgido de las universidades) y promueven la anti-Ilustración, el utilitarismo esclavista como solución final. La solución de la barbarie y la esclavitud―siempre en nombre de la libertad, claro.
A continuación reproduzco y subscribo la carta recibida por integrantes de Mundo Sur,
Jorge Majfud, 27/12/2024
Los integrantes de Mundo Sur expresamos nuestra firme oposición al ataque mediático y judicial perpetrado por la Ministra Patricia Bullrich contra nuestro compañero Oscar Laborde, ex embajador en Venezuela y ex Presidente del Parlasur. Oscar Laborde, en un gesto humanitario y solidario solicitado por el compañero Juan Grabois, envió, a través del poder judicial de Venezuela, una carta redactada por la familia del gendarme Nahuel Gallo. Este acto en ningún momento obstruyó las acciones o gestiones que el Gobierno de Milei pudiera intentar llevar a cabo. La respuesta brutal y oportunista del Gobierno, que acusa a nuestro compañero de traición a la Patria, es completamente inaceptable. En esta ocasión, están utilizando a los familiares del gendarme con el fin de encubrir un enorme papelón y un nuevo escándalo internacional al que este gobierno nos tiene acostumbrados. Este comunicado busca transmitir nuestro sólido apoyo a Oscar Laborde y resaltar la urgencia de un debate honesto y transparente sobre este y otros temas, donde la confusión, la falta de claridad y las falsedades son moneda corriente en la actual gestión. Es crucial recordar que las mentiras pueden confundir, pero no construyen verdades. Hacemos un llamado a la reflexión y a la defensa de la verdad en estos tiempos difíciles.
“Mundo SUR” integrado por: Rafael Bielsa – Jorge Taiana – Carlos Tomada – Ariel Basteiro – Oscar Laborde Carlos Custer – Carlos Raimundi – Stella Caloni – Eduardo Sigal – Roberto Baradel – Edgardo Depetri – Telma Luzani – Jorge Drkos – Julio Fuentes -Gabriel Merino – Eduardo Pereyra – Paula Giménez – Néstor Restivo
Con el lema “Argentina será el faro que ilumina el mundo” se lanzó en un salón oscuro el brazo armado de los libertarios de Javier Milei. Milei, que no se cansa de atribuirse “las fuerzas del cielo” tampoco soporta la luz, por lo cual siempre da sus discursos a media luz como un cuadro de Rembrandt pero sin tanto arte.
Entre las claroscuras declaraciones, se encuentran chatarras recicladas como:
“Las fuerzas del cielo es el brazo armado de La Libertad Avanza. […] La guardia pretoriana del presidente Javier Milei. Sus soldados más leales, los que estuvieron al principio y los que van a estar hasta el final defendiendo el proyecto de país de Javier Milei y sus ideales”. Esta tradiciónde odio y violencia no es ajena a la Argentina, donde en los años 70s se fundó el brazo paramilitar de la Triple A, responsable de secuestros, asesinatos y apoyo logístico y moral de la Dictadura Militar de Rafael Videla.
El fascismo italiano de “Dio, patria e familia” o el de Franco, ahora en la Argentina de los libertarios y con toda la estética nazi en un ambiente oscuro y con las banderas verticales y marrones–el color histórico de los nazis de Hitler.
Primero secuestran a Dios, a las Patrias y a las Familias y luego si alguien lo critica se esconden como cobardes detrás de sus tres Escudos No Humanos para apalear al resto de los humanos que no se suman a su delirio mesiánico.
Como Hitler, también estos ideólogos rudimentarios, apenas capaces de escribir libros mediocres y llenos de plagios (como lo hizo Adolf Hitler en su libro Mi lucha y Javier Milei en sus pocos libros), se sienten legitimados por un sistema electoral y por unos electores movidos por sus propias frustraciones.
«Vayan a trabajar, vagos» La frase favorita del esclavo con complejo de amo.
Como siempre, los de arriba (Argentina, América Latina, Estados Unidos, Europa) desangran las clases trabajadoras de sus países y luego resulta que cualquier reacción callejera es la única violencia.
Para invisibilizar esta realidad, una de las estrategias más burdas es negar que todavía existen las clases trabajadoras, como que no existe el imperialismo–incluso abonado por progresistas entreguistas, saboteadores acomodados de las luchas populares.
¿La Venezuela bloqueada y acosada? No, la Argentina entregada a los multibillonarios acreedores internacionales, sedientos de exportaciones baratas de alimentos de las colonias del sur que sus habitantes ya no pueden comprar. Eso por no hablar de la masiva deuda externa creada por estos “fanáticos del éxito”, históricamente fracasados, cuyo único éxito ha sido el de engañar a los pueblos una y otra vez.
La libertad vale un carajo cuando solo los ricos pueden comprarla.
jorge majfud, setiembre 2024.
¿La Venezuela bloqueada y acosada? No, la Argentina entregada a los multibillonarios acreedores internacionales, sedientos de exportaciones baratas de alimentos de las colonias del sur que sus habitantes ya no pueden comprar. Eso por no hablar de la masiva deuda externa creada… https://t.co/6z5QsTIeYz
Hace unos días publiqué aquí un comentario breve sobre “La izquierda argentina”. La nota, sin dudas, fue una expresión de frustración más que de serena reflexión, por lo cual unía apreciaciones que sostengo (como la casi irrelevancia numérica de la izquierda ante la brutal envestida neocolonial criolla y el silencio temeroso o cómplice ante la masacre en Palestina) y una frustración y decepción por la timidez de una izquierda que ha perdido la rebeldía hasta el extremo de que un periodista conservador británico como Piers Morgan y las protestas de estudiantes estadounidenses en cincuenta universidades aparecen por lejos más a la izquierda que la gran mayoría de la izquierda en las neocolonias como Argentina.
Como toda generalización, no fue una apreciación sin injusticia. Alguien me recordó al profesor y actual diputado por la provincia de Buenos Aires, Chipi Castillo. También recordé que la única candidata presidencial en un debate, Myriam Bregman, fue la única que se la jugó denunciando la brutalidad que estaba sufriendo el pueblo palestino, saliéndose del discurso previsible y políticamente correcto de Sergio Massa y de las posiciones mesiánicas y fanáticas, pero cómodas, de Javier Milei y Patricia Bullrich.
Existen medios que contradicen mi crítica sobre la timidez sin épica de la izquierda, como La Izquierda Diario , laretaguardia.com.ar y otros, pero luchan con recursos mínimos que los mantienen en los márgenes de los medios masivos. Esto, que por un lado tiene sus virtudes, les recorta poder de influencia en la sociedad.
Comparto una charla enviada por un amigo y lector con la que no sólo concuerdo en sus puntos centrales sino que sirve para recuperar algo las esperanzas.
La revolución no siempre está presente en todas sus letras; sí está presente en la cosmovisión del poeta; en la preocupación moral con que éste asume ahora su realidad. (Mario Benedetti, Crítica cómplice, 214)
En el siglo XIX, el siglo de las independencias y del predominio romántico en Iberoamérica, de rebeliones y exaltación a la individualidad nacional, la obediencia social —de clase, de sexo y de raza— continuaba siendo un paradigma fundamental. El libertador Simón Bolívar, como muchos otros, en sus momentos de mayor producción intelectual dudó sobre la conveniencia de un sistema democrático para América Latina, no porque no tuviese fe en la teoría que se había practicado en Estados Unidos sino porque dudaba de las condiciones culturales de los pueblos acostumbrados a obedecer.[1] Para Bolívar las divisiones son propias de las guerras civiles entre conservadores y reformadores. “Los primeros son, por lo común, más numerosos, porque el imperio de la costumbre produce el efecto de la obediencia a las potestades establecidas; los últimos son siempre menos numerosos, aunque más vehementes e ilustrados” (Doctrina, 74). Entre estos últimos, estaban intelectuales liberales como Estaban Echeverría, autor de El dogma socialista (1846): “Nosotros no exigimos obediencia ciega, dice San Pablo, nosotros enseñamos, probamos, persuadimos: Fidessuadenda non imperanda, repite San Bernardo” (155). Más adelante: “la España nos recomendaba respeto y deferencia a las opiniones de las canas, y las canas podrán ser indicio de vejez, pero no de inteligencia y razón. […] La España nos enseñaba a ser obedientes y supersticiosos y la Democracia nos quiere sumisos a la ley, religiosos y ciudadanos” (173).
Un intelectual como Juan Bautista Alberdi todavía entendía el progreso como el aumento de los mercados y la obediencia laboriosa de sus individuos. “La industria es el calmante por excelencia” (Bases, 73). El mismo pensador que en 1842 afirmaba ante un público de universitarios en Montevideo que “la tolerancia es la ley de nuestro tiempo” (Ideas, 64), en 1852, en sus Bases para las constituciones, insistía en la sumisión de la mujer que recuerda a La perfecta casada[2] (1583) de Fray Luis de León: “su instrucción no ha de ser brillante. No debe consistir en talentos e ornato y lujo exterior […] no ha venido al mundo para ornar el salón, sino para hermosear la soledad fecunda del hogar. Darle apego a su casa es salvarla” (Bases, 73).[3] Cuatro años antes Andrés Bello había advertido, desde una perspectiva humanista, que “las constituciones políticas escritas no son a menudo verdaderas emanaciones del corazón de una sociedad, porque suele dictarlas una parcialidad dominante” (246). Las diferencias de clases impregnan todo el pensamiento de los intelectuales de la época, mientras que las diferencias raciales aparecen de forma explícita. Para Domingo F. Sarmiento, reconocido pedagogo de la época además de intelectual y presidente de la nación argentina, la educación se reducía a la imposición de la disciplina, de la autoridad. “El sólo hecho de ir siempre á la escuela, de obedecer á un maestro, de no poder en ciertas horas abandonarse a sus instintos, y repetir los mismos actos, bastan para docilizar y educar á un niño, aunque aprenda poco” (Berdiales, 56). Su idea de la infancia (“un niño no es más que un animal que se educa y dociliza”, 56) será también su idea del gaucho, del campesino y de todas las clases marginales o subalternas de su época. El mismo Alberdi, respondiendo al Sarmiento de Facundo, en 1865 demuestra el progresivo cambio de paradigma. El poder —entendido como el ejercicio político de una minoría en la cúspide de la pirámide social—, y luego la obediencia que lo realiza, ya no es percibido como manifestación de Dios o como fuerza organizadora de la sociedad sino como un mal necesario destinado a decaer. Según Alberdi, “el poder ilimitado de los recursos y medios de gobierno de toda la nación absorbidos en Buenos Aires, corrompió a Rosas como hubiera corrompido al mejor hombre, armado de este poder sin límites” (Barbarie, 29).
Como vimos en El eterno retorno de Quetzalcoatl (2008), una característica que nace con el humanismo seis siglos antes es su rechazo a la autoridad; primero a la autoridad intelectual, luego a la autoridad política.[4] Este rechazo —basado en los principios de razón e historia contra autoridad y naturaleza— provocará profundas reacciones, especialmente cuando este paradigma se había consolidado en su expresión teórica y en su retórica política, como en la España del siglo XIX. Además de intelectuales anarquistas como Pi i Margall, la poesía es en algún momento concebida en un rol opuesto al tradicional. De la antigua elegía o alabanza al vencedor, a los poemas por encargo en adulación del rey, se pasa a la idea de que el poeta “jamás usa sus conceptos en adular el poder” (Zorrilla, 1208).[5]
Este rechazo se transforma en un tópico del pensamiento del siglo XX: el poder y las posibles formas de liberación de su imposición arbitraria. El pensamiento posmoderno, con sus diversas y contradictorias manifestaciones —el poscolonialismo, el feminismo, las reivindicaciones de minorías sexuales y raciales, la concepción de la historia como un devenir sin objetivo, la multiplicidad de puntos de vista, la micropolítica y las teorías de la narración, el estructuralismo y el antiestructuralmismo— ha reincidido en una fuerte crítica al poder como principal elemento creador de la realidad. De ser una particularidad desde el primer humanismo del Renacimiento, se convierte en un principio “natural” del intelectual (prometeico) moderno y posmoderno: según Edward Said, una de las principales actividades intelectuales del siglo XX ha sido el cuestionamiento y sobre todo la tarea de “undermining of authority” (Representations, 91). Así, no sólo ha desaparecido el consenso sobre lo que constituye la realidad objetiva, según Said, sino además toda una serie de autoridades tradicionales, incluida Dios o la supuesta voluntad de Dios (91).
Para que esto sea posible, el individuo antes debe ser representado como libre y racional (dos dimensiones centrales del sujeto moderno). Como observó Cascardi, este punto de vista conduce a la idea de un individuo como un “espectador ideal”, independiente del fenómeno que observa. El individuo es visto como alguien que se ha liberado de las condiciones de un mundo encantado o del encantamiento de la naturaleza, tanto como de la necesidad de obediencia a una autoridad exterior. Al mismo tiempo, este individuo aparece como agente de cambio de ese mundo exterior que, como consecuencia, debe derivar a un estado conformado por individuos libremente asociados (60).[6] Razón por la cual el surgimiento de este nuevo sujeto tiende a reemplazar la autoridad religiosa por una práctica social basada en normas (127).
En la misma línea pero mucho antes, en 1599, un intelectual de la corte y del clero, Juan de Mariana, advertía a Felipe III sobre los inconvenientes de la tiranía en desmedro de la monarquía, que era la mejor forma de gobierno posible. Antes no había leyes, pensaba Mariana, y se confiaba en los reyes. Pero por desconfianza a los príncipes, “se creyó que para obviar tan grande inconveniente podían promulgarse leyes que fuesen y tuviesen para todos igual autoridad e igual sentido” (469). No obstante, la autoridad política debía ser ejercida por un noble, porque “la nobleza como la luz deslumbra, no sólo a la muchedumbre, sino hasta los magnates, y sobre todo enfrenta la temeridad de los que tengan un corazón rebelde” (473). Más adelante el consejero le recuerda al príncipe que Enrique III de Castilla decía temer más al pueblo que a los enemigos (478). Juan de Mariana era a un mismo tiempo religioso católico y humanista —casi una norma en los intelectuales de su época—, y esta ambigüedad se manifiesta a lo largo de sus páginas. Por ejemplo, la idea tradicional del poder descendiendo de Dios sobre el rey y de éste al pueblo, es invertida con estas palabras: “Los pueblos le han trasmitido su poder [al rey], pero se han reservado otro mayor para imponer tributo; para dictar leyes fundamentales es indispensable siempre su consentimiento” (481); “el poder real, si es legítimo, ha sido creado por el poder de los ciudadanos” (485). Y otra vez una objeción de facto que no sugiere una posible progresión histórica sino lo contrario: “el pueblo no se guía desgraciadamente por la prudencia sino por los ímpetus de su alma” (485).[7]
La Era moderna terminó de sustituir esta idea de autoridad personal, hereditaria, por los preceptos humanistas de igualdad y libertad. Pero esta dinámica también se construye por una aparente contradicción: por un lado, el Estado moderno representa todas aquellas promesas de superar las jerarquías religiosas y la confianza en la equidad y las libertades individuales, pero por otra parte también revela cierta incertidumbre sobre la naturaleza de estas virtudes, lo que deriva en la manipulación y control del Estado (Cascardi, 180).[8] Según la tradición hobbesiana, las acciones humanas no están motivadas por el bien sino por el deseo. La guerra es una expresión de este impulso, fuente del poder humano. La diferencia relativa de poder entre dos seres humanos significa un poder absoluto cuando decide un conflicto a favor de una de las partes; el reconocimiento de esta diferencia se convierte en honor y prestigio (214). Es decir, el poder se consolida y legitima culturalmente. Por esta razón, si se puede entender esta diferencia de poder como inherente a la condición humana, también se puede entender como una creación artificial, al menos en su expresión social, y por lo tanto mutable.
La legitimidad del poder social establecido deja de ser expresión indiscutible de Dios (a través de la clase clerical, noble o aristocrática) y comienza a ser radicalmente cuestionado. A mediados del siglo XIX Pi i Margall adelantaba lo que un siglo después reconoceremos en Michel Foucault: “el derecho de penar, simple atributo del poder, es tan místico y tan inconsistente como el poder mismo. La ciencia no lo explica, el principio de soberanía individual lo niega” (Reacción, 260). Si para el psicoanálisis la civilización es la expresión de la violencia primitiva, la sublimación de los instintos salvajes o la materialización de tabúes como el incesto, muchos humanistas han criticado este estado actual como si se tratase de una corrupción temporal de la concepción contraria: la “naturaleza” original de los seres humanos radica en la igualdad, la libertad se sostiene por su racionalidad, pero aún no ha sido expresada plenamente: el objetivo de la civilización no es oprimir sino liberar —del estado de necesidad al de libertad. Para Pi, “un ser que lo reúne todo en sí es indudablemente soberano. El hombre, pues, todos los hombres son ingobernables. Todo poder es un absurdo. Todo hombre que extiende la mano sobre otro hombre es un tirano. Es más: es un sacrílego” (Pi, 246). Trazando un típico paralelismo entre el individuo y las naciones o pueblos, antes había recordado: “entre dos soberanos no caben más que pactos. Autoridad y soberanía son contradictorias. A la base social autoridad debe, por lo tanto, sustituirse la base social contrato. Lo manda así la lógica” (146). Para que la verdadera libertad del individuo social sea alcanzada, “dividiré y subdividiré el poder, lo movilizaré, y lo iré de seguro destruyendo” (249). La concepción inversa dominó los siglos anteriores y fue formulada en 1599 por Juan de Mariana. Aunque advirtiendo que las monarquías suelen degenerar en tiranías, el intelectual religioso argumenta a favor de la monarquía, ya que en el pueblo los malos son más que los buenos y no conviene dividir el poder en un orden democrático. “No se pesan los votos, se cuentan, y no puede suceder de otra manera” (Mariana, 471).[9]
En el caso del humanismo radical, la revolución es una forma de progresión por saltos[10] y el objetivo principal es el individuo pero siempre a través de la asociación con los otros: “el pueblo no debe agradecer anda a nadie. El pueblo se lo merece todo a sí mismo” (Pi, 450). En el siglo XX ya no quedan dudas sobre la naturaleza política del poder. Para Edward Said la autoridad no es un fenómeno misterioso o natural; simplemente se forma y se irradia, es un instrumento de persuasión, posee un determinado estatus, establece cánones estéticos y valores morales. La autoridad se confunde con las ideas que eleva a categoría de verdad, “it is virtually indistinguishable from certain ideas it dignifies as true, and from traditions, perceptions, and judgments it forms, transmits, reproduces” (Orientalism, 19).
La revolución y también la revuelta popular —la violencia— están así ideológicamente justificados en el siglo XIX. No obstante, los poderes políticos del momento también buscarán la legitimación de su dominación. En tiempos de la democrática Atenas de Pericles parecía legítimo justificar la dominación del imperio por el uso de la fuerza invocando la defensa del interés propio. La misma legitimidad, pero a la rebelión del oprimido, la hace explícita Bartolomé de las Casas cuando justifica la violencia de los indígenas, como en el caso del cacique Erniquillo. (Rebelión, 16). Semejante, en un artículo publicado por The New York Daily Tribune[11],Karl Marx señala que el gobierno británico admitía la existencia de tortura en India con propósitos de dominación y recaudación, encubriéndose en la excusa de que esas eran prácticas de algunos oficiales hindúes (160). Por esta opresión, justifica la violencia del pueblo oprimido por el poder colonial. “And if the English could do these things in cold blood, is it surprising that the insurgent Hindus should be guilty, in the fury of revolt and conflict, of the crimes and cruelties alleged against them?” (Journalism, 164). Un siglo más tarde, Jean Paul Sartre lo confirma: no se trata de condenar toda la violencia sino sólo la violencia inútil. “La question n’est donc pas de condamner toute la violence, mais seulement de condamner la violence inutile” (Sartre, 56). Pero este reconocimiento llevará, especialmente a los intelectuales comprometidos a definir la pertinencia y la dimensión de los fines y los medios[12]. Estas ideas son tomadas o continuadas por los intelectuales latinoamericanos, como Paulo Freire: la violencia no procede de la rebelión o de la aspiración de liberación sino de las condiciones establecidas por la tradición. “Una vez establecida la relación opresora está instaurada la violencia” (Freire, 48).
El Estado es reconocido como medio de neutralizar los poderes tradicionales y, también, como expresión de éstos mismos poderes. Pero el ejercicio del poder ya no será entendido únicamente como ejercicio de la violencia del Estado sino de una práctica cultural, de una cultura hegemónica. Para Antonio Gramsci, en la Era moderna esa lucha se expresa en la educación formal, “essa è lotta per l’egemonia nell’educazione popolare” (Quaderi, VII, 930). Pero la lucha se establece también entre dos categorías de intelectuales; es una lucha por subordinar el clero, como categoría típica de intelectual, a la órbita del Estado, es decir, “della classe dominante (libertà dell’insegnamento, organizzazione giovanili, organizzazione femminini, organizzazione professionali)” (930).
Ahora, de la misma forma que una clase intelectual es reemplazada por otra para perpetuar una determinada dominación de clase, la violencia del oprimido —la revuelta— sustituye la violencia del revolucionario perpetuando el status quo. Para Fanon, la tensión oprimido-opresor se libera periódicamente de esta forma; “la tension musculaire du colonisé se libère périodiquement dans des explosions sanguinaires : luttes tribales, lutes de çofs, luttes entre individus” (Damnés, 19). Razón que justificaría una nueva creación ideológica por parte del opresor: la no violencia: “la bourgeoise colonialiste […] introduit cette nouvelle notion qui est à proprement parler une création de la situation coloniale: la non ‘violence’” (Damnés, 25). La burguesía colonial, dice Fanon, también es aliada en este “travail de tranquillisation des colonisés” por medios más tradicionales, por medio de la religión. “Tous les saints qui ont tendu la deuxième joue, qui ont pardonné les offenses, qui ont reçu sans tressaillir les crachats et les insultes sont expliqués, donnés en exemples” (30).
Pero llega un momento de conciencia incipiente (“certain stade de développement embryonnaire de la conscience”) en donde se comprende que entre opresores y oprimidos todo se resuelve por la fuerza (34). Uno de los medios de esta respuesta violenta a la violencia de la opresión, entiende Fanon, fue descubierta por los rebeldes norteamericanos contra el imperio británico y luego retomada por los españoles (“qu’animait une foi nationale inébranlable”) bajo la dominación napoleónica: “découvrirent cette fameuse guérilla”. La guerrilla sería también el instrumento protagonista de las revoluciones latinoamericanas —si no consideramos las revueltas de los caciques indígenas contra los colonos españoles, siglos antes—, entendida en el mismo valor estratégico que anotaría Fanon: “la guérilla du colonisé ne serait rien comme instrument de violence opposée à d’autres instruments de violence, si elle n’était pas un élément nouveau dans le processus global de la compétition entre trusts et monopoles” (28). Al igual que en tiempos de Bartolomé de las Casas, los rebeldes guerrilleros se refugiarán en las sierras, en oposición violenta al dominio de la burguesía colonial, asentada en la ciudad puerto. Y ésta será, también, la práctica y la teoría de Ernesto Che Guevara en los años ’60 y la fórmula novelística de Los ríos profundos (1958) de José María Arguedas.
Todo este proceso de la “violencia liberadora” estaría en lógica relación con la evolución del humanismo europeo. Para Edward Shils, es en Occidente donde la separación entre la religión y otras actividades intelectuales ha sido más pronunciada, donde surgió entre los intelectuales un mayor sentimiento de distancia de la autoridad. Incluso en África y Asia donde la tradición intelectual de Occidente ha sido más fuerte, el rechazo a la autoridad y, por extensión a la tradición, ha sido mayor, produciéndose una suerte de paradoja: la tradición de la desautorización de la tradición, “the tradition of distrust of secular and ecclesiastical authority—and in fact of tradition as such—has became the chief secondary tradition of the intellectuals” (Shils, 17). Primero en Occidente y luego en Oriente, la principal vocación de los intelectuales, observa Shils, ha radicado en la enunciación y búsqueda de un ideal. El liberal moderno y constitucional ha sido, sobre todo, una creación de los intelectuales con afinidades burguesas, en medio de sociedades dominadas por una aristocracia militar y terrateniente. Otro ideal ha sido el cultivo de la política ideológica, revolucionaria, “working outside the circle of constitutional traditions” (9).
Esta nueva tradición, emanada de la crítica secular del humanismo, gradualmente va ganando terreno de forma que aquellas fuerzas que representan su negación deben aprender el lenguaje del adversario, la apariencia de sus valores, para tener algún éxito o legitimación en su empresa reaccionaria. Citando a Crozier, Huntington y Watanuki en un informe sobre la “Crisis de la democracia y su gobernabilidad” (“The Crisis of Democracy: Report on the Governability of Democracies to the Trilateral Commission”), Edward Said observa que la Comisión examinó el legado de la inquieta década de los ’60 preocupada por su efecto político en las masas, sobre sus demandas y aspiraciones. Aquí radica el problema que los autores llaman “gobernabilidad”, desde el momento en que las masas han dejado de ser tan dóciles como antes, “this has produced the problem of what the authors call ‘governability’ since is clear that the population at large is no longer so docile as it once was” (Said, World, 173).[13] Aparentemente, Said retoma el pensamiento de Antonio Gramsci y concluye que hay dos tipos de intelectuales que las sociedades democráticas de nuestro tiempo producen: los tecnócratas, “policy-oriented”, llamados “intelectuales responsables”, y los intelectuales políticamente peligrosos, intelectuales tradicionales, “value oriented”. En este segundo grupo es donde se supone que estan los intelectuales del humanismo crítico. No para legitimar o justificar lo existente, sino para desafiar a la autoridad y la legitimidad de las instituciones establecidas; “it is the members of this group that supposedly ‘devote themselves to the derogation of leadership, the challenging of authority, and the unmasking and delegitimation of established institution’” (173).
Al mismo tiempo, esta tarea de desafío al poder —central en el pensamiento del siglo XX— asume que la crítica del intelectual es hecha desde el mismo espacio del pueblo a quien pretende representar: desde fuera —o desde abajo— de ese poder. Un personaje del novelista brasileño Érico Veríssimo, en la novela Incidente em Antares (1971), recuerda que “durante a era hitlerista os humanistas alemães emigraram. Os tecnocratas ficaram com as mãos e as patas livres” (144). Más adelante, el mismo personaje reflexiona: “Quando o presidente Truman e os generais do Pentágono se reuniram, no maior sigilo, para decidir si lançavam ou não a primeira bomba atômica sobre uma cidade japonesa aberta… imaginas que eles convidaram para essa reunião algum humanista, artista, cientista, escritor ou sacerdote?” (145). Otro personaje responde al primero que el bombardeo a Dresden dejó más muertos que Hiroshima, y fue ordenado por un humanista, Churchill. Pero el anterior le responde que Churchill no es precisamente la idea de humanista que tiene en mente (145).
El intelectual humanista, casi siempre el intelectual de izquierda, es quien ha sido dotado con la espada de la crítica y con la habilidad de cortar y desenmascarar. La verdad se encuentra cubierta por el velo del poder. El poder —expresado en la autoridad y en una cultura hegemónica— debe ocultar su verdadero rostro porque sus intereses son contrarios a los intereses del resto de la humanidad, de su liberación individual y colectiva.
[1] En su famosa “Carta de Jamaica” (1815) a Henry Cullen, confiesa: “En tanto que nuestros compatriotas no adquieran los talentos y virtudes políticas que distinguen a nuestros hermanos del Norte, los sistemas enteramente populares, lejos de sernos favorables, temo mucho que vengan a ser nuestra ruina” (Doctrina, 67). Luego, citando a Montesquieu: “Es más difícil sacar a un pueblo de la servidumbre que subyugar a uno libre” (67). “El Perú, por el contrario [a la rebeldía del Río de la Plata], encierra dos elementos enemigos de todo régimen justo y liberal: oro y esclavos […]; el alma de un siervo rara vez alcanza a apreciar la sana libertad: se enfurece en los tumultos o se humilla en las cadenas” (71). Idea que repetirá el ensayista ecuatoriano Juan Montalvo medio siglo después.
[2] Este famoso libro del religioso, inmerso en una cultura misógina y escrito como manual para las mujeres, abunda en virtudes de este tipo: “Porque, así como la naturaleza, como dijimos y diremos, hizo a las mujeres para que encerradas guardasen la casa, así las obligó a que cerrasen la boca. […] Porque el hablar nace del entender […], por donde así como la mujer buena y honesta la naturaleza no la hizo para el estudio de las ciencias ni para los negocios de dificultades, sino para un oficio simple y doméstico, así les limitó el entender, por consiguiente les tasó las palabras y las razones” (154). Santa Teresa de Jesús, amiga de Fray Luis de León, repetiría con fervor ideas semejantes sobre su propio sexo. Por otra parte, la insistencia en el carácter de “naturaleza” es semejante a las “leyes eternas” de la Iglesia. Razón por la cual la introducción de la historia por parte de los humanistas, elemento dinámico de formación de hombres y mujeres, se convierte en uno de lis factores de conflicto ideológico más importantes de toda la Modernidad.
[3] La misma idea es reformulada en el siglo XXI por nuevos teóricos del noepatriarcado en Estados Unidos: el patriarcado favorece el aumento de la tasa de natalidad y, por ende, la producción y predominio de un país a largo plazo (Longman, 56-59).
[4] Ver Pedro Abelardo de Bath en Las desventuras del conocimiento científico: una introducción a la epistemología. Gregorio Klimovsky. Buenos Aires: A-Z editora, 1994.
[5] En su juventud, Leonardo Fernández de Moratín, intentó salir de la oscuridad del obrador de joyas donde trabajaba con algunos poemas adulatorios a los oficiales de la corte. Escribe odas a los “serenismos infantes” por el nacimiento de los hijos mellizos del rey, como era costumbre. Luego escribió otros versos adulatorios para un ministro de la corte que le agradeció con 300 ducados. Moratín había seguido la tradición al enterarse que había un músico poeta que lo hacía con frecuencia, a pesar que Moratín consideraba ignorante al ministro y sin talento al colega (referido por John Dowling en su prólogo a La derrota de los pedantes, 1789).
[6] “In representing the world from such a position, the subject may be seen as one who has freed thralldom to the ‘enchantments’ of nature as well as from the need for obedience to external authority or control. Second, and closely allied to the position of the subject as ‘ideal spectator’, is a view of the self as an agent of change in external world. […] The third element of this account expresses the social consequences of the first two: a state comprised of subjects will be regard as a free association of equal individuals whose corporate identity is confirmed by the success of individual social and economic aims” (Cascardi, 127).
[7] La ambivalencia de Mariana es permanente; no sólo refleja las tensiones del paradigma humanista y la tradicional concepción religiosa del orden jerárquico, sino probablemente también se deba a razones prácticas del momento. Notas como la siguiente parecen sugerirlo: “Los antepasados dotaron de riquezas a las clases dirigentes y al clero para que defendieran la patria y la religión y así lo hicieron. Por lo tanto están errados aquellos que quieren despojar a los obispos de sus riquezas” (488) “Debe además procurar el príncipe que queden intactas las inmunidades y los derechos de los sacerdotes. No los sujete nunca a las penas civiles por más que lo merezcan” (492). Mariana afirmaba que las riquezas de las iglesias aumentaban la majestad de la religión, la que era imprescindible para la sobrevivencia del reino. Las iglesias pobres son decadentes y corruptas, porque ante la grandeza de la riqueza los fieles se impresionan, “pues nos dejamos llevar de los sentidos […] nos avergonzamos más de nuestras faltas ante las cosas graves” (492). Por lo tanto, le recomienza al príncipe que no toque esas fortunas sin antes gravar al pueblo con impuestos y lo haga sólo como último recurso, mientras a los obispos les recomienda generosidad con los pobres. Etcétera. Este valor estratégico que se opone al humanismo y, sobre todo, al humanismo prometeico, es expresado en la novela-ensayo de José Cadalso, Carta marruecas (1789): “los que pretenden disuadir al pueblo de muchas cosas que cree buenamente, y de cuya creencia resultan efectos útiles al estado, no se hacen cargo de lo que sucedería si el vulgo se metiese a filósofo y quisiese indagar la razón de cada establecimiento. El pensarlo me estremece, y es uno de los motivos que me irrita contra la secta hoy reinante, que quiere revocar en duda cuanto ahora se ha tenido por más evidente que una demostración de geometría. […] La tradición y la revelación son, en dictamen de éstos, unas meras máquinas que el Gobierno pone en uso según parece conveniente. […] Pero yo les digo: aunque supongamos por un minuto que todo lo que decís fuese cierto, ¿os parece conveniente publicarlo y que todos lo sepan? La libertad que pretendéis gozar no sólo vosotros mismos, sino esparcir por todo el orbe, ¿no sería el modo más corto de hundir al mundo en un caos moral espantoso, en que se aniquilasen todo el gobierno, economía y sociedad” (294). Estos valores surgentes del humanismo se oponen a la creencia del protagonista principal de esta historia, Gazel, el viejo consejero: “Yo nací para obedecer, y para esto basta amar a su rey y a su patria: dos cosas a que nadie me ha ganado hasta ahora” (108).
[8] “The modern State embodies […] the rejection of social hierarchies, a belief in the equalities of all before the procedures of the law [but also] the authoritarian structure of State reflects the fact that the subjects are radically uncertain about the nature of virtue and values; as a result, it indicates their susceptibility to manipulation and control” (Cascardi, 180).
[9] En la legitimación del orden heredado, Mariana argumenta a favor de la monarquía hereditaria, asumiendo que los elegidos del pueblo se transforman en soberbios y arrogantes, como los nuevos ricos, por lo cual es mejor aquel que ya viene de cuna real (472).
[10] “La libertad, permítaseme la expresión, es la verdadera válvula del vapor revolucionario” (Pi, 274).
[11] “Torture as a Financial Institution in British India”, The New York Daily Tribune. 17 de setiembre de 1857.
[12] “…je condamne la violence quand elle n’est pas pour une certaine fin et quand elle n’est pas le minimum nécessaire pour arriver à cette fin -, cela vous entraîne dis-je, nécessairement, vous écrivant, à poser le problème de la fin” (Sartre, 57).
[13] Edward Said cita a M. J. Crozier, S. P. Huntington, and J. Watanuki, The Crisis of Democracy: Report on the Governability of Democracies to the Trilateral Commission (New York: New York University Press, 1975). (Said, World, 173).
A finales de 2023, el FMI publicó su predicción para la economía argentina, anunciando una expansión del dos por ciento. Hoy, 16 de abril, Bloomberg publicó datos del FMI, según el cual en 2024 la economía de dos países en el mundo se contraerá: Sudán y Argentina. Uno de ellos sufre una guerra civil.
No es problema, porque el presidente Milei prometió que el país crecería notablemente en menos de quince años. Todos saben que Milei es anti-Keynesiano y jamás aceptaría la observación del economista británico que, ante la pregunta:
«¿Qué pasará a largo plazo?
«A largo plazo estaremos todos muertos«, contestó John Keynes.
Desde finales del siglo pasado, en ocasiones he repetido cinco o seis ejercicios muy simples en salones de clase de distintos países con estudiantes de distintas culturas, edades y clases sociales―con el mismo resultado.
Uno (inspirado en África) se refiere a la clasificación de figuras geométricas, donde siempre vemos las diferencias y nunca lo que tienen en común.
En otro, en Estados Unidos, les dibujo un cubo en la pizarra y, al preguntar qué ven, por unanimidad afirman que se trata de un cubo. Obviamente, no es un cubo, sino tres rombos juntos.
A la pregunta de qué colores son el cielo y el sol, las respuestas también han sido unánimes, por años. Pero la respuesta repetitiva es una pregunta: “¿Profesor, también nos va a decir que el cielo no es celeste y el sol no es amarillo?” Al fin y al cabo, así son en las banderas, en los dibujos infantiles y en cualquier otra representación que no sea arte moderno―eso que le hacía hervir la sangre a Hitler. Algo que no ha cambiado mucho hoy.
Está de más decir que no siempre el cielo es celeste y que el Sol nunca es amarillo. No sólo es blanco, sino que los colores dominantes son el azul y el violeta. En cualquier caso, los ejemplos demuestran que no podemos ver el mundo objetivo sin pasarlo por el lente de nuestra comprensión, el cual está teñido por los prejuicios de una sociedad, de una civilización. Un caso más biológico radica en la percepción del inexistente color amarillo en las pantallas de televisión, pero aún así es una ilusión.
La pregunta “¿por qué el Sol es amarillo?” inocula al interlocutor con un hecho falso, distrayéndolo con la búsqueda de la respuesta correcta. Lo mismo ocurre ante la pregunta “¿por qué murió el socialismo?” Aún más decisivo que en la física cuántica y relativista, en el mundo humano el observador cambia la realidad que observa. Más cuando usa un lenguaje plagado de ideoléxicos.
Hoy, un estudiante me preguntó: “¿Por qué Brasil está al borde de una dictadura?” ¿Por qué no Argentina o Ecuador? ¿Por qué el Sol es amarillo? Recordé los repetidos ataques de Elon Musk al presidente Lula de Brasil por su osadía de cuestionar los efectos medioambientales de la empresa tiracuetes del magnate.
Esta discusión escaló con la investigación y orden de un fiscal brasileño de bloquear algunas cuentas en X (Twitter), por considerarlas “milicias digitales”. Como comandante en jefe de las milicias digitales, Elon Musk solicitó la renuncia del ministro del Supremo Tribunal Federal de Brasil, Alexandre de Moraes, y volvió a repetir el discurso sobre La libertad―carajo.
No voy a volver sobre los mercenarios que deciden elecciones desde principios de siglo y cuya avanzada en 2010 estuvo en Ucrania, según advirtieron los especialistas antes de la guerra de 2022. Sí, quiero repetir que no hay democracia con una concentración extrema de capitales y sin trasparencia de los medios, por lo cual propusimos comités internacionales de expertos para monitorear algoritmos, etc.
“Soy un absolutista de la libertad de expresión”, repitió Musk. ¿La prueba? En sus redes, un humilde maestro de Angola tiene la misma posibilidad de publicar que él. Nada dice sobre lo más obvio: cada vez que él promociona su ideología mercantilista en X, la red más política del mundo, automáticamente es consumida por millones de personas. Es el mismo concepto de libertad de los esclavistas: por libertad se referían a su libertad, que es la que garantizaba el bienestar universal.
El mismo día, Musk publicó una gráfica donde se ve la caída de audiencia de la Radio Pública Nacional de Estados Unidos, festejando que la única cadena no comercial de Estados Unidos que sobrevive, se esté muriendo, gracias a los recortes de los sucesivos gobiernos.
NPR es la única que todavía tiene programas periodísticos con contenido y de investigación, más allá de que discrepemos con muchos de sus criterios al exponer algunos temas. En sus inicios, y luego de décadas de desarrollo, la mayoría de las estaciones de radio en Estados Unidos eran públicas o estaciones universitarias, no comerciales. A pesar de que la mayoría de la población se oponía, un lobby agresivo logró privatizarlas en los años 30 y luego creó una nueva mayoría a su favor. Clásico.
Cerremos con una reflexión sintética. El modelo ideológico y cultural de la derecha es el modelo económico en el cual la prosperidad no es un juego de suma cero. La prosperidad de un grupo dominante podría significar una prosperidad menor de otros grupos. La idea es razonable: en una plantación próspera del siglo XVIII o XIX los esclavos eran mejor alimentados que en otra mal administrada o menos cruel. Pero en ambos casos eran esclavos, y la libertad de expresión estaba protegida por la Constitución. Incluso la constitución de la Confederación esclavista incluía la protección de esta libertad, porque era bienvenida siempre y cuando fuese una decoración democrática y no una amenaza real al poder dominante. Cuando los escritos antiesclavistas se convirtieron en una amenaza, los esclavistas le pusieron precio a las cabezas de los escritores y cerraron sus periódicos. Lo mismo hacen los libertarios del siglo XXI. En Estados Unidos llevan prohibiendo más de 4.000 libros incómodos, porque sus ideas comenzaron a ser aceptadas por demasiada gente.
Diferente, en una democracia real no funciona ese modelo, por lo cual las dictaduras han sido los sistemas preferidos del capitalismo, excepto cuando podía controlar las democracias, como fue el caso de imperios vampirescos de Noroccidente.
Una democracia real es un juego de suma cero. Cuanto más poder tiene un grupo, ese poder es en desmedro del poder de los demás. La libertad depende del poder que un grupo o un individuo tienen en una sociedad. Desde la Era Moderna, el poder depende del dinero virtual. Cuanto más dinero, más poder. Cuanto más poder, más libertad propia y menos libertad ajena. De ahí la incomodidad de la igual-libertad, porque ésta exige distribución del poder (político, económico y social).
A la Era Progresista en Estados Unidos siguió una orgía privatizadora y cleptocrática de los millonarios en los 20, la que terminó con la Gran Depresión y el fascismo en Europa. Luego otra ola de izquierda socialdemócrata para salir del caos, desde el F. D. Roosevelt de la preguerra, los Estados de bienestar en la Europa de posguerra y la rebelión de los marginados y colonizados del mundo en los 50. Hasta que se logró detener los peligrosos años 60 e imponer la dictadura de “la libertad conservadora” de los años 80. La libertad del esclavista, del dueño de los medios y de los fines que vivimos hoy.
Pero, cuidado. Todo eso también tiene fecha de vencimiento. El fin de la cleptocracia de los Jeff Bezos, Elon Musk y BlackRock tiene los días contados. Si es por las buenas mejor. Si no, será por las malas, como nos enseña la historia que los profetas del poder se encargan siempre de negar.
En 2024, gran parte de América Latina se encuentra en un escenario sociopolítico (no económico y menos militar) similar al que describimos sobre Estados Unidos en 2004. Nada extraño, si consideramos (1) su condición de neocolonia, asegurada por (2) su tradicional clase oligárquica, por (3) sus no menos tradicionales medios, con sus periodistas y sus intelectuales orgánicos; y (4) por el fanatismo de una parte significativa de su juventud, brutalizada por los medios fragmentadores de las redes sociales, todas plataformas en manos de los multibillonarios del Norte.
En Argentina y en otros países del Sur, las universidades públicas (y su autonomía) están bajo ataque, como otros servicios públicos, objeto de deseo del privatizador. El presidente Milei publicó que “La educación pública ha hecho muchísimo daño lavando el cerebro de la gente” y su vicepresidenta lo confirmó con una pregunta adulatoria: “¿Coincidís con las palabras del presidente Milei sobre el adoctrinamiento que se hace desde la educación pública?” Con complejo de hacendado citadino, el youtuber, ex peronistay diputado liberto Ramiro Marra llama vagos a los trabajadores que protestan en las calles, el mismo que meses antes recomendó vivir de los padres, porque nuestra existencia se debe a que ellos “estaban aburridos” y deben pagarlo con “financiamiento gratis”. La diputada Lilian Lemoine, luego de dedicarse al photoshop y a los videos pornos donde un hombre la obliga con una pistola a chuparse un control de videojuegos (“Siento el sabor de Mario en mi boca”) poco después le da lecciones sobre pedagogía a quienes llevan años enseñando, al tiempo que cuestiona si se les debe pagar a los docentes por “no hacer su trabajo”. Es la dictadura del lumpenado.
Ahora, envalentonados por la nueva inquisición, algunos jóvenes y adultos que no tuvieron suerte en el sistema académico han salido a acusar a la educación media y superior de adoctrinación, exigiendo un “equilibrio ideológico”, ese mismo equilibrio que no le exigen a las corporaciones que monopolizan el poder financiero, político, mediático y hasta teológico.
Desde hace generaciones, las estadísticas muestran que en Estados Unidos (como en casi todo el mundo), los profesores tienen ideas más de izquierda que el resto de la sociedad. Basta con mirar un mapa electoral para ver que esas islas de izquierdistas coinciden con los campus universitarios, rodeadas de mares de derechistas―cuando no neofascistas y miembros del KKK, como me tocó en Pensilvania.
Esta excepcionalidad siempre crispó el ánimo de los conservadores en el poder, quienes, derrotados por siglos en el mundo de las ideas, han reclamado siempre legislar para eliminar la libertad de cátedra. En 2004 escribíamos sobre las pretensiones de algunos legisladores de “equilibrar el currículum” de las universidades obligando a los profesores a enseñar la Teoría Creacionista junto con la Teoría de la Evolución. El poder hegemónico promueve la libertad de mercado porque nadie puede competir libremente con su poder financiero, pero como han sido desde siempre un fracaso académico e intelectual, se sienten mal con la libertad de cátedra. No aceptan la regulación del mercado, pero exigen la regulación de cátedra―y de la cultura en general. El argumento es que los profesores adoctrinan a la juventud, a una minoría de la juventud que ya tiene edad para beber alcohol, mirar pornografía y ser enviada a la guerra a matar y morir. Nada se dice de la adoctrinación de niños en edad preescolar enviados a los templos religiosos y a los templos mediáticos para una verdadera adoctrinación.
Los libertos ganan elecciones gritando libertad y gobiernan prohibiendo. En el siglo XIX, los esclavistas reconocían el derecho a la libertad de expresión, hasta que algunos comenzaron a escribir contra la esclavitud. A partir de entonces, comenzaron a prohibir libros, luego autores y, más tarde, los metieron en las cárceles de la democracia. Lo mismo comenzamos a vivir en Florida, Texas y otros estados hace unos años bajo gobiernos libertarios. Muy orgullosos de la libertad de expresión, hasta que los autores y las ideas inconvenientes comenzaron a ganar terreno en la población. Entonces las llaman adoctrinamiento.
Esta obscena asociación Jesús-Mamón y la doctrina de “los profesores adoctrinan a los estudiantes” se ha revitalizado en las colonias estratégicamente endeudadas. La comercialización de la vida concluye que un pensador es bueno si aumenta el ingreso monetario del lector. Si no, son empobrecedores. Pobreza y riqueza sólo se refieren a su valor de cambio. Este fanatismo y su necesaria infantilización de la sociedad están llegando a las universidades, uno de los últimos reductos donde el poder mercantilista no tenía el monopolio. Todo en nombre de la diversidad ideológica y del derecho de los estudiantes a afirmar que la Tierra es plana.
Cada vez más se confunde una universidad con un supermercado, donde el poder terraplanista del lumpenado no entra para ser desafiado en sus convicciones, sino para comprar lo que quiere y exigir satisfacción por su dinero. Así han convertido a los ciudadanos en consumidores y a los estudiantes en clientes. De ahí la necesidad de privatizar la educación para convertirla en reductos de libertad―del poder para adoctrinar más esclavos. Esta es una tradición que se remonta hasta Sócrates, quien fue ejecutado por la democracia ateniense acusado ser ateo, antidemocrático, y de lavar el cerebro de los jóvenes enseñándoles a cuestionar las verdades establecidas.
Por su parte, la izquierda, que siempre fue combativa desde sus pocas trincheras disponibles, se ha vuelto políticamente correcta, insoportablemente tímida, virginal, invirtiendo toda su sensibilidad en la micropolítica de las identidades. Mientras, los más viscerales fanáticos de derecha (recursos del incontestable poder financiero del Norte) continúan ganando elecciones. Los pueblos han sido desmovilizados y convertidos en consumidores. Han sido fragmentados para que consuman más. Las familias extendidas sólo compraban un televisor, no tres o cuatro (y hablan entre ellos), por lo que la fragmentación y la alienación de las relaciones sociales fue un recurso conveniente del capitalismo consumista. Divide, gobernarás y ellos consumirán más.
El orgullo de la elocuencia vacía acaparó los medios, luego la política, y ahora van por las universidades. Tienen muchas posibilidades de destruirlas, como los godos y vándalos destruyeron civilizaciones mucho más avanzadas. Lo peor que podemos hacer, como académicos, como activistas o como políticos es responderles con timidez; confundir la lucha de clases de la izquierda con el odio de clases de la derecha.
Desde hace siglos, los conservadores (hoy libertos) se quejan de que no están bien representados en las universidades. Se insultan y no lo ven. La solución es simple: pónganse a estudiar, carajo. Pero no; están demasiado ocupados pensando cómo van a hacer mucho dinero para convertirse en jefes y luego quejarse de que las universidades están infiltradas y no los representan. Claro que si alguien ama el dinero no va a ser tan tonto como para dedicar una vida a estudiar y hacer investigaciones por las cuales recibirá poco o ningún dinero. Es más fácil convertirse en un entrepreneur y expropiar los pocos éxitos de esos largos años de investigación gratuita, llena de fracasos, realizadas por “fracasados con el cerebro lavado”.
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