Claro, la culpa es de la convivencia

El 13 de diciembre de 2025, un hombre con una pistola mató a dos estudiantes en un salón de clase de Brown University y dejó a media decena gravemente herida. Esta tragedia no copó los titulares del mundo porque los tiroteos son una tradición en Estados Unidos. Según diferentes estadísticas, desde hace un siglo (sería necesario agregar la misma colonización de siglos antes, realizada por fanáticos religiosos contra indios, negros y mexicanos) los asesinos en masa suelen ser simpatizantes de la derecha supremacista, pero son éstos quienes culpan a la diversidad de todos los males de sus sociedades. El miedo es un gran negocio.

Esta matanza pasó a un quinto plano cuando, al día siguiente, 15 personas fueron asesinadas en Sídney, Australia. Las víctimas eran miembros de una comunidad judía que estaba celebrando hanukkah. Desde la prohibición de rifles semiautomáticos y la estricta regulación de las armas de fuego en 1996, las masacres en Australia son una rareza.

De inmediato, las redes sociales se llenaron de explicaciones sobre el peligro del islam para el mundo, incluso cuando se reveló que el hombre que detuvo y desarmó a uno de los dos atacantes que se encontraba en plena matanza, era un musulmán de 43 años, padre de dos niños, el que recibió dos disparos. Probablemente Netanyahu lo distinga con el Israel Prize en Valores Humanos y Heroísmo Civil.

Un par de horas después, el argentino más rico del mundo y residente en Uruguay, Marcos Galperin, presentado a sí mismo como el “Fundador y Executive Chairman (presidente ejecutivo, en castellano) de Mercado Libre” y Premio Konex, comentó la matanza con el mismo prejuicio que seguramente los asesinos compartirán: “Bienvenidos a la nueva Australia multicultural y diversa”.

Los “exitosos empresarios” de todo el mundo tienen muchas cosas en común, como hacer muy buenos negocios con los gobiernos que desprecian, poner sus millones de dólares como prueba de su inteligencia y razón dialéctica, lo que les autoriza a desparramar sus precariedades intelectuales entre millones de seguidores. Para ejemplo otro botón: horas antes, Elon Musk había sentenciado, con ese simplismo que atrae a los jóvenes desescolarizados de la anti-ilustración: “Si tienes útero, eres mujer. De lo contrario, no lo eres”. Lo que automáticamente convierte a todas aquellas mujeres que debieron removerse el útero para salvar sus vidas, en transexuales.

El pasado semestre, un estudiante ucraniano argumentó que, en Europa, el problema era el multiculturalismo. Mi respuesta fue demasiado obvia: los rusos y ucranianos hablan la misma lengua, comparten una historia y, básicamente, una misma cultura y se están matando unos a otros. ¿No será que el problema está en otra pare, como en los intereses económicos y de poder, viejo motor de guerras y genocidios? ¿No será que el problema que perciben quienes están contra la diversidad es el color de piel? ¿Por qué son siempre los no caucásicos el problema? Cuando, por siglos, los blancos se dedicaron a asaltar, destruir y masacrar el resto del mundo, sólo estaban llevando la civilización a esos “países de mierda”, por usar un lenguaje del presidente Donald Trump para referirse a los países del sur. “¿Por qué aceptamos a gente de esos países de mierda, como Somalia, y no aceptamos gente de Noruega, de Suecia o de Dinamarca?”. Tal vez porque, para ellos, nosotros somos el país de mierda.

El factor común es siempre el mismo: el problema no es la diversidad cultural, sino algo tan superficial como el color de piel. Cuando se enteren que los británicos y los belgas nativos eran gente de piel negra, se les sube la glucemia.

El ahora demonizado multiculturalismo es tan viejo como la domesticación del fuego. No hubo comercio y, menos, libre comercio (una actividad milenaria hasta que la destruyó el capitalismo), sin intercambio cultural, lingüístico, religioso y tecnológico. Desde el siglo IX hasta el inicio del comercio esclavista europeo, el Reino de Nri logró casi mil años de coexistencia basado en los principios de “paz, verdad y armonía”. La cultura Nri, localizada en lo que hoy es Nigeria, compartía con la filosofía Ubuntu del sur del continente su concepción colectiva del individuo y su concepción de la paz y la armonía social como objetivos superiores. Su propiedad comunal de la tierra y la producción; su intenso mercado con otras naciones tan lejanas como Egipto, terminó con el arribo de los europeos y el novedoso mercado esclavista basado en el color de piel.

Lo mismo los pueblos nativo-americanos. En la mayoría de las culturas indígenas, los extranjeros que fueron adoptados terminaron no sólo integrándose a la nueva sociedad, sino que solían ocupar un lugar de gran respeto en la pirámide social. No se puede decir lo mismo de las sociedades profundamente racistas del venerado Mundo Libre (“la raza libre”, blanca)―al menos que se trate de cipayos.

En la Gran Liga de la Paz de América del Norte, los iroqueses adoptaban extranjeros de todas las culturas y todas las lenguas, incluso europeos, que solían no querer volver a la “civilización”. La diversidad nativa también incluía miembros de distintos géneros sexuales (hombres y mujeres “de dos espíritus”). No se trataba de salvajes ingenuos. Por siglos, derrotaron a ejércitos europeos armados con tecnología de avanzada, no debido a sus flechas sino a su mejor organización social. Incluso se expandieron por toda cuenca del Ohio como respuesta al ataque de los ejércitos británicos y franceses. No en vano los nativos se burlaban del concepto de libertad de los blancos: “libre somos nosotros”, decían. “No estamos desesperados por ser ricos ni obedecemos las órdenes de nuestros líderes cuando no nos convencen. Ustedes se someten a cualquier cosa: reyes, capitanes, sacerdotes…”

Lo mismo podríamos seguir con otras culturas, como el Imperio árabe que duró varios siglos. Judíos, cristianos y musulmanes convivieron, prosperaron y se multiplicaron por siglos en una de las civilizaciones que más destacó en ciencias, análisis racional y tecnología.

Claro, si se mira toda la historia de la humanidad, siempre vamos a encontrar sobrados ejemplos de violencia, masacres y genocidios. Nadie puede decir que en estos centenarios periodos coexistencia no hubo conflictos, guerras y brutalidades, porque esa es una dolencia crónica de la especie humana. Pero si comparamos realidades, podemos decir que nuestro mundo contemporáneo, que se jacta de avanzado y civilizado, ha destacado por su excepcional brutalidad. Bastaría mencionar las guerras mundiales, las bombas atómicas o las dictaduras imperiales que impuso el “sacrificado hombre blanco” (Rudyard Kipling, Teo Roosevelt) sobre el resto de la humanidad. Siempre victimizándose por sus propios crímenes. Como dijo la ucraniana Golda Meir, “nunca podremos perdonar a los árabes por obligarnos a matar a sus hijos”.

Aunque no podemos decir que hay formas de odios bienvenidas, sí podemos decir que no existe un solo tipo de odio. Los esclavos odiaban a sus amos por lo que hacían y los amos odiaban a sus esclavos por lo que eran. Una cosa es odiar por lo que se es y otra es odiar por lo que se hace.

Si algún problema tiene la antigua cultura y moral de la diversidad y la tolerancia es que a los racistas que promueven la violencia civil e imperial los protegen las leyes. De hecho, los premiamos. Si no, no se entendería por qué la secta de billonarios globales es racista, sexista y odian a los pobres que dividen y parasitan cada día.

Jorge Majfud, diciembre 2025

https://www.pagina12.com.ar/2025/12/14/claro-la-culpa-es-de-la-convivencia/

Estúpidos hombres blancos 2.0

Un atardecer de 1997, descendí de un pequeño barco de madera en una isla del Océano Indico entre Quisanga y Pangane, Mozambique. Iba acompañado por Joseph Hanlon, el célebre autor de Mozambique: The Revolution Under Fire (1984), actualmente jubilado de Open University en Inglaterra. Joe era un estadounidense renegado, autor de varios libros y artículos contra el apartheid de Sud África. Yo lo había conocido en la provincia más inaccesible de Mozambique, Cabo Delgado, gracias a la trotamundos Nevi Castro y luego de compartir algunas cenas con Ntewane Machel, hijo del padre fundador de Mozambique, Samora Machel (muerto en otro de aquellos misteriosos accidentes aéreos de los años 80), y de Graça Simbine, meses después esposa de Nelson Mandela.

Luego de cien mudanzas, he perdido mis notas, pero algo quedó en mi segundo libro, Crítica de la pasión pura, 1998. También recuerdo los nombres, con la frescura de la juventud: Isla de Ibo, Matembo, Qurimba…

En diferentes islas fuimos recibidos por la alegría explosiva de los niños.

Que crianças tão simpáticas”, me comentó Joe, quien hablaba perfecto portugués.

Sim”, contesté. “Simpáticos e bastante inteligentes. Cumprimentaram-nos com Bem-vindos, estúpidos homens brancos’”.

En mis notas, intenté reflexionar sobre el hecho de que estas expresiones no significaban (no las sentía) un insulto, como podría significar que nosotros los llamásemos “negros estúpidos”, como escribió Theodore Roosevelt. En ese caso sería la confirmación de una opresión racista y colonialista. La conclusión era bastante obvia: había una clara desproporción de poder. El insulto de los niños (que, además, pasaba como broma) era una contra narrativa de resistencia. La expresión “estúpido hombre blanco” (asumo que, por pura coincidencia, fue usada más tarde por Michael Moore en uno de sus documentales “Stupid White Men”, de 2001) apenas calificaba como resistencia cultural. Como individuos, fuimos muy bien recibidos. Actualmente no existe ni traductor ni diccionario del makua (o macúa, variación del Bantú) al español, pero de lo que recuerdo de mis obreros del astillero de Pemba, de quien aprendí algo de macúa y maconde, sonaba como “nkuña nuku”.

Rodeados de campos de marihuana (zuruma) que los nativos no consumían ni traficaban, tuvimos largas conversaciones. Joe sabía de política latinoamericana más que yo, un arquitecto recién recibido y escritor aficionado, como cualquier escritor, que había llegado a Mozambique con mis propios prejuicios. Como casi cualquier uruguayo, detestaba el racismo, pero estaba convencido de que tenía mucho para enseñarle de tecnologías constructivas a mis obreros. Algo dejé, historias que no vienen al caso, pero cuando me fui, disimulando lágrimas, había recibido un baño de humildad: los nativos más pobres me habían enseñado que hay algo de la felicidad que los occidentales no conocemos, no podemos, ni queremos conocer.

Saltemos el Atlántico y casi un tercio de siglo. El 29 de octubre de 2025, durante un evento de Turning Point USA (organización política de derecha, fundada por el influencer Charlie Kirk a los 18 años para “promover los principios de libre mercado, gobierno limitado y libertad individual”), el vicepresidente de Estados Unidos afirmó: “Cuando los colonos llegaron al Nuevo Mundo, encontraron sacrificios infantiles generalizados”. Abolir esta monstruosa práctica fue “uno de los grandes logros de la civilización cristiana”. El vicepresidente J.D. Vance fue el mismo que dijo, en otra conferencia, que “los profesores son los enemigos”.

No sólo el término Nuevo Mundo es una grosera deformación eurocéntrica, sino que la afirmación sobre los sacrificios humanos en América del Norte es una confusión de rituales de algunos pueblos mesoamericanos, por lo general crónicas de soldados conquistadores como Bernal Díaz del Castillo que buscaban justificar no sólo la conquista sino sus propios métodos basados en la violencia y la crueldad. Del Castillo era un soldado semi analfabeto, autor de Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, publicado en 1632. Las famosas cartas de Hernán Cortés que lo preceden son una confesión histórica del terrorismo aplicado en la conquista de los “pueblos bárbaros”. Cuando el padre Bartolomé de las Casas apareció con una contra narrativa, fue desacreditado y diagnosticado con problemas mentales, unos siglos más tarde.

Horror que compite con la brutalidad que, por entonces, se practicaba en Europa con niños y adultos. Torturas como sentar desnudo a un acusado de herejía en una filosa pirámide de madera (Silla de Judas) o torturar y ejecutar en plazas públicas como rituales de poder político-religioso, no sólo eran comunes, sino que están mucho mejor documentados―al mismo tiempo que ignorados. Este fanatismo político-religioso dejó varias decenas de miles de brujas ejecutadas como espectáculo popular. Pero el único horror es siempre el horror ajeno.

Por el contrario, los nativos americanos solían educar a sus niños sin recurrir al castigo físico, método que los americanos heredamos de las culturas europeas y que, hasta no hace mucho en las escuelas, se resumía con “la letra con sangre entra”. Por no seguir con el brutal trabajo infantil, hasta que fue abolido en las leyes hace menos de un siglo y gracias a las luchas sindicales y feministas de Estados Unidos, que necesitaron más de medio siglo para convertirse en ley (Fair Labor Standards Act, 1938). Por no seguir por el abuso sexual de menores, que hasta no hace mucho no existía ni como figura legal, ya que la práctica se mantenía en las sombras. Es más, hasta poco antes de entrar el siglo XX, el abuso sexual de menores tuvo que ser cuestionado echando mano a las leyes que prohibían la crueldad animal.  

En la producción cultural de los siglos pasados y, sobre todo, en la del siglo XX, como fue el caso de las novelas comerciales y las películas de Hollywood, los conquistados fueron deshumanizados de una forma radical. Incluso en películas decentes como The Mission (1984) que plantean una defensa a los nativos (guaraníes), éstos son representados siempre como ingenuos, como “nobles salvajes”, como pasivos actores de reparto sufriendo los conflictos del conquistador, del hombre blanco, de los imperios europeos. Los nativos son representados sin dientes y los europeos con sonrisas blancas, cuando la realidad fue exactamente la contraria, ya que quienes tenían aversión por la higiene eran los civilizados europeos, no los salvajes.

La cultura popular ha fosilizado varios mitos como, por ejemplo: “los nativos eran ingenuos y supersticiosos”; “los nativos seguían a sus caciques de forma ciega”; “hoy tenemos democracia y teléfonos celulares gracias a Occidente”. “Si Colón nunca hubiese descubierto América, todavía estaríamos saltando alrededor de una fogata, medio desnudos y con plumas en la cabeza”.

Cuando los expropiadores no inventaban fantasías sobre la maldad y la inferioridad ajena, acusaban sin ver la paja en sus propios ojos. Por ejemplo, uno de los jesuitas que describieron sus experiencias en América del Norte con mayor objetividad, escribió: los nativos “se inventan diferentes historias sobre la creación del mundo”. (Joseph de Jouvancy. Relations des Jésuites contenant ce qui s’est passé de plus remarquable dans les missions…, Vol. 33, 1610-1791, p. 286.)

Ahora, díganme en qué hemos evolucionado los estúpidos hombres blancos―incluidos aquí escuderos y cipayos que, de blancos, no tienen más que la camiseta. La respuesta suele centrarse en la evolución tecnológica, la cual ha sido en su abrumadora mayoría basada en miles de años de civilizaciones, ahora marginales, de “negros estúpidos”.

jorge majfud, octbre 2025

1976: The Exile of Terror 

1976 could be defined as a “non-fiction novel” that documents and reconstructs the central events of that year with its epicenter in what the FBI called “The capital of terrorism,” Miami. Organized by months, 1976 begins with the background that explains that year: the Cuban mafia of the 1950s, and then focuses on the Miami-Caracas-Santiago axis, which made possible the car bomb attack that ended the lives of Salvador Allende’s minister, Orlando Letelier, and Ronni Moffitt in Washington, a few blocks from the White House, and the attack that brought down Cubana de Aviación plane 455 in Barbados, killing 73 people, most of them young athletes. 1976 details the stories forgotten by the American imagination about the role of the CIA in the harassment of the Cuban Revolution and Latin American dissidents, from the failed invasion of the Bay of Pigs to the successive blockades, sabotage, incendiary flights and the spreading of biological agents over the island. It also exposes the modus operandi of the paramilitary groups in Florida and New Jersey that planted hundreds of bombs in the United States, from Miami to New York, the execution of Cuban exiles accused of moderation, the censorship of their critics, and the role played by the governments of Carlos Andrés Pérez in Venezuela and Augusto Pinochet in Chile in protecting and employing the same Cuban terrorists wanted by the American justice system, such as Orlando Bosch, Luis Posada Carriles, Ricardo Morales, the American Michael Townley among others, today considered heroes of freedom in Miami.

1976: The Exile of Terror