Orlando Letelier debe ser neutralizado

El 6 de agosto de 1976, la embajada de China en Asunción dio una recepción a la que asistieron oficiales y diplomáticos de diferentes países. Entre ellos, el jefe de inteligencia de Alfredo Stroessner, coronel Benito Guanes, y el embajador de Estados Unidos, George Landau.

El coronel Guanes estaba al tanto del viaje del director de la CIA, Vernon Walters. En un momento, el embajador Landau tomó de un brazo a Guanes y lo condujo con discreción a un rincón de la sala.

―Recibí un llamado del general Walters ―dijo el embajador―. Parece que surgió un problema con los pasaportes de los dos chilenos que van a viajar a Washington. El Departamento de Estado ha decidido suspender sus visas. Así que van a tener que usar sus pasaportes chilenos.

El martes 24, el embajador cenó con el general Enrique Morel, agregado militar de Santiago en Washington. Uno de los asistentes, cuyo nombre aparecerá tachado en los documentos desclasificados, informó que se había reunido con Contreras el pasado mes de julio. El jefe del Servicio Nacional de Información, el coronel brasileño Joao Batista Figueiredo, le mencionó por escrito que Orlando Letelier y Juscelino Kubitschek debían ser neutralizados porque apoyaban la candidatura de Jimmy Carter, considerado un peligro para la seguridad de América del Sur.

Lo primero que hizo el estadounidense que trabajaba para la Dina, Michael Townley, fue ponerse en contacto con cinco cubanos de su lista personal: Guillermo Novo, Ignacio Novo, Virgilio Paz Romero, Dionisio Suárez y Alvin Ross Díaz. Los cinco aceptaron.

Poco antes, Townley había participado con uno de ellos en una operación que había sumado un nuevo éxito. El 9 de agosto, la CIA lo envió a Buenos Aires junto con el cubano Guillermo Novo. Aunque Novo se encontraba bajo libertad condicional por el atentado contra una embarcación cubana en Canadá, pudo acompañarlo a Buenos Aires para interrogar a dos diplomáticos cubanos que habían sido secuestrados por grupos paramilitares argentinos. Luego del interrogatorio, Crescencio Galañega Hernández de 26 años, y Jesús Cejas Arias de 22 años, desaparecieron para siempre. Según un testigo que no reveló su nombre, sus cuerpos fueron arrojados en los cimientos de un edificio en construcción de Buenos Aires.

Como muchos miembros de la Operación Cóndor, el 23 de agosto Townley se hizo de un pasaporte falso en Paraguay a nombre de Juan Williams Rose. Cuando fueron por las visas, el embajador George Landau puso reparos. Pero Landau recibió una visita de la mano derecha del dictador paraguayo, quien le informó que las visas fueron solicitadas por Pinochet para “una reunión especial” con el subdirector de la CIA, Vernon Waters, en Washington. Poco después las visas fueron asignadas a los pasaportes falsos. El embajador copió los pasaportes y los envió a Vernon Waters para su autenticación, quien respondió que no sabía quiénes eran estos agentes chilenos.

El 3 de agosto de 1976, el Subsecretario de Estado, Harry Shlaudeman, le informó a Henry Kissinger sobre posibles asesinatos de figuras internacionales. En el Departamento de Estado, los funcionarios discutieron cómo debería proceder el gobierno de Estados Unidos y varios de los principales asesores recomendaron una respuesta directa y contundente a Chile contra cualquier magnicidio que pudiera desatar un escándalo internacional.

El 23 de agosto, Kissinger firmó un cable dirigido a las embajadas de Uruguay, Paraguay y Chile. Los embajadores fueron informados de los informes de la CIA sobre asesinatos planeados y dirigidos dentro y fuera del territorio de los miembros de la Operación Cóndor con instrucciones de colaborar con los colaboradores. Washington estaba al tanto de los asesinatos planeados de “figuras prominentes” y continuaba preocupado por el impacto en la opinión internacional.

Al día siguiente, el embajador de Estados Unidos en Chile, David Popper, se opuso a participar en el pedido de pasaportes de Pinochet. Popper sabía que Pinochet tomaría la medida cautelar como un insulto y que minaría la colaboración con su régimen, pero no tenía muchas alternativas. El embajador de Estados Unidos en Uruguay también dudó. Consideró que pasar en alto tal advertencia pondría en peligro su vida.

El 30 de agosto, el Subsecretario para Asuntos Interamericanos, Harry Shlaudeman, le envió un memorando a Kissinger solicitando permiso para permitir que el embajador de Estados Unidos en Uruguay, Ernest Siracusa, se reuniese con altos funcionarios de Operación Cóndor: “Debemos evitar una serie de asesinatos internacionales que podrían causar graves daños a la reputación de nuestros países”.

Pero Kissinger y la CIA no tenían ese tipo de preocupaciones.

El 28 de agosto The Nation publicó el artículo de Orlando Letelier titulado “Los Chicago Boys en Chile”. En la página 137, sus asistentes en el Institute for Policy Studies en Washington, Ronnie y Michael Moffitt, reconocieron la voz de Orlando en la letra impresa:

Las políticas económicas están condicionadas por la situación social y política en la que se ponen en práctica y, al mismo tiempo, las modifican. Por lo tanto, las políticas económicas se introducen siempre para alterar las estructuras sociales.

Es curioso que el hombre que escribió un libro titulado Capitalismo y libertad [Milton Friedman] afirmando que sólo el liberalismo económico clásico puede sustentar una democracia política, pueda ahora divorciar tan fácilmente la economía de la política cuando las teorías económicas que defiende coinciden con una restricción absoluta de todos los derechos y de todas las libertades democráticas. Sería de esperar que si quienes restringen la empresa privada son considerados responsables de los efectos de sus medidas en la esfera política, quienes imponen una “libertad económica” sin restricciones también deberían ser considerados responsables, sobre todo cuando la imposición de esta política va inevitablemente acompañada de una represión masiva, hambre, desempleo y la permanencia de un estado policial brutal… La represión para las mayorías y la ‘libertad económica’ para pequeños grupos privilegiados son dos caras de la misma moneda”.

―Orlando es el candidato ideal para ser el próximo presidente de Chile ―dijo Ronni.

―Eso mismo me preocupa ―insistió Michael.

Su antiguo asistente, el general Augusto Pinochet, debía pensar lo mismo. La estatura política e intelectual de Letelier crecía de forma acelerada. Trabajaba en el IPS, daba clases en la Amercian University y había logrado que el gobierno de Holanda retuviera una importante inversión del grupo minero Stevin en Chile. Acababa de recibir una oferta por un libro con un anticipo de derechos igual a lo que ganaba en un año en IPS. No existía en el exilio una figura con más reconocimiento y aceptación. También tenía el apoyo de muchos senadores en Washington; solía almorzar con Ted Kennedy, Hubert Humphrey y George McGovern. La activista feminista Angela Yvonne Davis y otras figuras de los movimientos sociales solían visitarlo en su casa de Bethesda.

Pero Letelier y los exiliados de las dictaduras fascistas de América Latina tenían una debilidad notoria: escribían artículos, daban conferencias. No ponían bombas en las embajadas, en los teatros ni en los aviones.

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La Dina también tomó nota de este peligro. Orlando Letelier en Washington, Juscelino Kubitschek en Rio de Janeiro y João Goulart en Corrientes fueron neutralizados antes de que terminase el año 1976. Entre muchos otros.

Jorge Majfud. Capítulo adaptado de 1976. El exilio del terror.

https://www.facebook.com/javier.mirelesortiz/videos/3656126324640378

Bahía Cochinos y el Golpe de 1976 en Argentina

Del libro 1976: El exilio del terror

Raymond Molina en Buenos Aires

El 15 de marzo, el agregado legal de la Embajada de Estados Unidos en Argentina, Robert Scherrer, le envió un cable secreto al director del FBI sobre una reunión mantenida por uno de sus informantes con el general argentino Dalla Tea en la casa del hijo del financista Jorge Antonio. Por entonces, y por unos pocos años desde 1970, debido a la frustración del presidente Nixon con la CIA, el FBI había recuperado alguna jurisdicción internacional, perdida cuando su principal rival fue creado en 1947.

De esa reunión quedó claro que los generales argentinos querían asegurarse la colaboración de Washington con el inminente golpe de Estado. Dos de las promesas mencionadas consistían en una liberalización de la economía bajo un régimen dictatorial como el chileno y, en consecuencia, un aumento de la represión contra los sindicatos y las organizaciones sociales.

Otro documento secreto del FBI, fechado un día después, informó que Raymond Molina, miembro de la Brigada 2506 que participó en la invasión fallida a Bahía Cochinos de 1961, se había entrevistado en Buenos Aires con el general Carlos Dalla Tea dos días antes, el domingo 14. A pedido de un tercero, Molina había sido contactado por el embajador en Argentina, Robert C. Hill. Otro documento, esta vez de la CIA, registró que los congresistas estadounidenses Strom Thurmond y Jesse Helms habían viajado a Buenos Aires con el ex subdirector de la CIA Daniel Graham y el exiliado cubano Raymond Molina, el viernes 12.

Más allá de alguna mínima inconsistencia entre datos menores, lo que quedó claro fue que en esta reunión el general Dalla Tea le reveló a Molina los planes del ejército argentino de realizar un golpe de Estado entre el 17 y el 18 de marzo. Entre los temas discutidos estuvieron la forma en que la prensa en Estados Unidos iba a informar sobre el golpe para facilitar su reconocimiento.

―Para eso, es necesario que nos ocupemos de algunos sindicatos que han expandido demasiado su poder ―dijo el general Dalla Tea―; el gobierno actual de Isabel ha tomado el control de demasiadas industrias privadas y deben volver al control privado para alentar la inversión.[i]

La presidenta no era sospechosa de alguna tendencia izquierdista, sino todo lo contrario, pero era mejor remover a la intermediaria. Sobre todo considerando la posibilidad de un crecimiento importante del ala izquierda del peronismo, de los seguidores de Cámpora.

El martes 16 de marzo al mediodía, por orden del general Della Tea, el hijo del empresario Jorge Antonio se reunió con el mismo cubano en el Hotel Sheraton, para discutir un plan mediático en favor del golpe que encabezaría el general Jorge Rafael Videla. La idea era informar al compañero de Molina, el general y lugarteniente de la CIA Daniel Graham. Para entonces, Graham ya había regresado a Washington. No quería encontrarse en el país durante los acontecimientos informados. Según el mismo documento del FBI, el general Rafael Videla insistió en que Mr. Graham sea contactado desde un tercer país para ser consultado sobre el aspecto mediático del golpe.[ii]

El informante confirmó que los militares argentinos habían descuidado totalmente las relaciones públicas de su inminente golpe, más allá de los contactos y las instrucciones en varias embajadas argentinas.

―Es absolutamente necesario ―les aclaró Raymond Molina, futuro candidato a la alcaldía de Miami― que se lleve a cabo un programa de relaciones públicas bien preparado en Estados Unidos para contrarrestar la reacción desfavorable que produciría un golpe de estado militar contra un gobierno constitucionalmente electo.[iii]

Un cable secreto de la Intelligence Division del 15 de marzo confirmó estas reuniones y agregó: “Luego del golpe, la junta establecería contacto con la ITT para tomar control de la telefónica argentina”.[iv] La International Telephone & Telegraph Corporation (como la IBM y otras megacorporaciones estadounidenses) había sido colaboracionista del régimen de Hitler y activo participante en los golpes de Estado contra João Goulart en Brasil y contra el presidente Salvador Allende en Chile.

Poco después, en junio, el embajador Hill intentó neutralizar las declaraciones de Henry Kissinger en Santiago, sobre el apoyo de Washington a la nueva Junta en Argentina. Las declaraciones de Kissinger habían sido hechas en el Hotel Carrera, un hotel de lujo donde, como en otros hoteles de la misma categoría, cientos de niños recién nacidos de padres prisioneros y desaparecidos esperaban para ser exportados al mercado europeo y estadounidense. 700 niños fueron registrados como nacidos en los hoteles más caros de Santiago (nacidos en ausencia de sus padres) como el Hotel Montecarlo, El Conquistador, el Sheraton y el Carlton House. El mercado de humanos chiquitos alcanzó la cantidad de veinte mil niños secuestrados.

―Kissinger acabará con tu carrera diplomática ―le advirtieron los asistentes de Kissinger al embajador―. Tal vez un grupo de la guerrilla de izquierda asesine a algún miembro de tu familia.

Otro documento urgente con la misma fecha del 16 de marzo (clasificado secreto “porque revelaría el interés del FBI en un asunto internacional”), informaba que el general Daniel O. Graham, quien había viajado a Argentina con el senador Jesse Helms, luego de reunirse con el cubano Raymond Molina, había podido verificar la existencia de un plan de golpe de Estado en Argentina, programado para la semana siguiente, información que había trasladado al embajador Hill.

Raymond Molina se había presentado como candidato a representante por el estado de Florida en 1968, pero no fue elegido. Como miembro del Batallón 2506 organizado, financiado y entrenado por la CIA, había participado de la fracasada invasión a Bahía Cochinos siete años antes. Había sido capturado por el gobierno revolucionario y liberado dos años después. Un informe secreto del 3 de diciembre de 1968 lo vinculó a la sociedad de extrema derecha John Birch y al contrabando de armas y whisky desde Colombia y otros países de América latina a través de su propia compañía de Miami, Americana Sales.[v]

Como la mayoría de los grupos organizados de Miami y Union City, Molina luchó contra la dictadura de Fidel Castro apoyando cualquier otro tipo de dictadura en el continente que protegía el derecho a la propiedad privada por encima de cualquier otro derecho, incluido el derecho a la vida. No en pocos casos, participando directamente en complots y atentados contra inocentes que eran siempre calificados como combatientes. La lista de notables es larga.

Las promesas se cumplieron. Durante la dictadura argentina, un tercio de los desaparecidos fueron obreros de fábricas organizados en sindicatos, en gran medida obreros del norte industrial de Buenos Aires, donde se ubicaban las grandes empresas transnacionales. Varios sectores de la economía fueron privatizados, al tiempo que, para compensar, las deudas privadas fueron nacionalizadas.

Dos décadas después, en el verano de 1997, a pesar de varias acusaciones y juicios por sobornos, Raymond Molina anunció su candidatura a alcalde de Miami en el Restaurante Versailles. El más famoso restaurante de la Calle Ocho, fundado por el cubano Felipe Valls, se convirtió en una parada obligada de cualquiera que quisiera ganar alguna elección. El Versailles fue lugar de bautismo político de la dinastía Bush, de Bill Clinton, John McCain, Ron DeSantis y Donald Trump. Todos almorzaron allí para asegurarse los mismos votos. Todos elogiaron la colada, los churros y la ropa vieja.

Pocos meses después, Molina se refugió en Panamá, donde permaneció por algún tiempo. En Estados Unidos lo acusaron de haber supervisado la compra de votos y de no pagar el alquiler de sus oficinas.

―Me importa un carajo la Fiscalía del Estado ―se defendió―. ¡Todos son pura mierda!

En octubre de 2008, Molina golpeó al ex gobernador de Puerto Rico, Carlos Romero Barcelo, por atreverse a criticar al presidente George W. Bush. Romero terminó con un trozo de sus lentes incrustado en un ojo. Un juez condenó a Molina a terapia para aprender a controlar sus impulsos y el abuso de alcohol.[vi]

En 2020, Molina marcó “no-hispano” en su tarjeta de votación.[vii] Perdió las elecciones internas por el Partido Republicano para representar a Miami en el Congreso. Su rival, María Elvira Salazar, le ganó por un margen de 69 por ciento.

―El examen de ciudadanía para los inmigrantes en Estados Unidos ―me interrumpió Hunter― cuenta con cien preguntas. Naturalmente, no son preguntas muy complicadas. Aun así, millones de personas que heredaron la ciudadana por el hecho de haber nacido en este país no lo pasarían.

―Tal vez, habría que requerir un examen similar para obtener el registro de votación. Esto no sería la solución a los graves problemas del país, pero seguramente reduciría en algo el poder político de los ignorantes más fanáticos.

―Pero, bueno, sigue.

Elvira Salazar, también hija de cubanos exiliados de la primera ola, nunca se distinguió de su rival, Molina, por sus ideas. El 2 de febrero de 2023, reaccionó contra la decisión del gobierno de Argentina de considerar la compra de aviones JF-17 de China. Incluso, como fue el caso de los aviones Pulqui luego del derrocamiento de Perón en 1955, la congresista advirtió contra la posibilidad de que Argentina fabrique sus propios aviones:

―Están haciendo un pacto con el Diablo que puede tener consecuencias de proporciones bíblicas ―dijo en dos idiomas, desde su banca en el Congreso―. Estados Unidos no se va a quedar de brazos cruzados, porque no se puede tener un aliado que fabrica y exporta aviones militares chinos y los vende a sus vecinos… Hay dos mundos, el mundo libre y el mundo de los esclavos. ¡Ojalá los argentinos se queden en el mundo libre![viii]

Meses después, el 30 de noviembre de 2023, Salazar presentó un proyecto de ley para conmemorar los doscientos años de la Doctrina Monroe.

 ―Los imperios malvados como Rusia, China e Irán están invadiendo nuestro territorio. Así que nosotros tenemos que despertar y entender que este es nuestro territorio y que ningún otro país va a tratar a América Latina mejor que Estados Unidos… Somos el país, la superpotencia más generosa del mundo… Este país ha sido una influencia beneficiosa en el hemisferio occidental desde que la corona española fue expulsada en 1810 y debemos seguir por ese camino.[ix]

Un día después de las elecciones argentinas que consagraron al candidato de la extrema derecha, Javier Milei, Salazar felicitó a su candidato y elogió al país. Argentina lo tiene lo tiene todo, incluso “una sola cultura, una sola religión y una sola raza, completamente homogénea”.[x]

―Me recuerda a aquello de que los chinos y los negros son todos iguales ―me dijo Hunter―. Al menos Milei es un liberal, y el liberalismo es, por definición, lo opuesto al fascismo. Uno está por el control absoluto del Estado y el otro por la destrucción de este control.

―Cierto ―le dije―. Son ideológicamente opuestos, pero la historia demuestra, hasta el hastío, que detrás de todo gran liberal hay un fascista reprimido esperando llegar al poder. ¿O es mera casualidad que todos los liberales de hoy son quienes apoyaron las dictaduras militares de ayer? Es que su concepto de libertad se parece mucho al de los esclavistas. Es la libertad de empresa, y ¿qué hay más dictatorial que una gran empresa?


[i] The National Security Archive. Geroge Washington University. nsarchive.gwu.edu/sites/default/files/media_mentions/2021-03-24_comisionporlamemoria.org-los_informes_sobre_la_preparacion_del_golpe_militar_que_anunciaban_una_represion_sin_precedentes.pdf

[ii] Idem. nsarchive.gwu.edu/sites/default/files/documents/20519378/09.pdf

[iii] Idem. nsarchive.gwu.edu/sites/default/files/media_mentions/2021-03-24_comisionporlamemoria.org-los_informes_sobre_la_preparacion_del_golpe_militar_que_anunciaban_una_represion_sin_precedentes.pdf

[iv] National Archives. División de Inteligencia. Doc. 15 de marzo de 1976. http://www.archives.gov/files/argentina/data/docid-33004374.pdf

[v] “The President John F. Kennedy Assassination Records Collection”. The National Security Archive. Geroge Washington University. Archives.gov, http://www.archives.gov/files/research/jfk/releases/104-10074-10043.pdf

[vi] “Counseling ordered for man who hit ex-PR governor”, The Associated Press. 15 de enero de 2009. San Diego Union-Tribune; http://www.sandiegouniontribune.com/sdut-cb-puerto-rico-ex-governor-punched-011509-2009jan15-story.html

[vii] Florida Residents Directory, http://www.floridaresidentsdirectory.com/person/108941627/molina-joseph

[viii] Davis, E. “‘A pact with the devil’: US congresswoman lets rip at Argentina, CFK over China ties. Buenos Aires Times, 2 de marzo de 2023, http://www.batimes.com.ar/news/world/a-pact-with-the-devil-us-congresswoman-criticised-argentinas-military-cooperation-with-china.phtml

[ix] Wallace, Danielle. “Republican warns China, Russia, Iran ‘trying to invade’ Western Hemisphere 200 years since Monroe Doctrine”. Fox News, 30 de noviembre de 2023. http://www.foxnews.com/politics/republican-warns-china-russia-iran-trying-invade-western-hemisphere-200-years-since-monroe-doctrine

[x] “La representante republicana por Florida María Elvira Salazar elogia que Argentina tenga ‘Una sola raza.’” Telemundo, 22 de noviembre de 2023, http://www.telemundo.com/noticias/noticias-telemundo/estados-unidos/la-representante-republicana-por-florida-maria-elvira-salazar-elogia-q-rcna126307.

Jorge Majfud. Del libro 1976: El exilio del terror

1976: The Exile of Terror 

1976 could be defined as a “non-fiction novel” that documents and reconstructs the central events of that year with its epicenter in what the FBI called “The capital of terrorism,” Miami. Organized by months, 1976 begins with the background that explains that year: the Cuban mafia of the 1950s, and then focuses on the Miami-Caracas-Santiago axis, which made possible the car bomb attack that ended the lives of Salvador Allende’s minister, Orlando Letelier, and Ronni Moffitt in Washington, a few blocks from the White House, and the attack that brought down Cubana de Aviación plane 455 in Barbados, killing 73 people, most of them young athletes. 1976 details the stories forgotten by the American imagination about the role of the CIA in the harassment of the Cuban Revolution and Latin American dissidents, from the failed invasion of the Bay of Pigs to the successive blockades, sabotage, incendiary flights and the spreading of biological agents over the island. It also exposes the modus operandi of the paramilitary groups in Florida and New Jersey that planted hundreds of bombs in the United States, from Miami to New York, the execution of Cuban exiles accused of moderation, the censorship of their critics, and the role played by the governments of Carlos Andrés Pérez in Venezuela and Augusto Pinochet in Chile in protecting and employing the same Cuban terrorists wanted by the American justice system, such as Orlando Bosch, Luis Posada Carriles, Ricardo Morales, the American Michael Townley among others, today considered heroes of freedom in Miami.

1976: The Exile of Terror

Fidel y Malcolm X en Harlem

Fidel and Malcolm X in Harlem

Más allá de las nacionalizaciones y las pretensiones de autonomía de la Nueva Cuba, la Revolución no tenía en mente cortar relaciones con su mayor socio comercial. Es más, cuando Fidel Castro visitó Estados Unidos el 7 de abril de 1959 contrató una agencia estadounidense especializada en relaciones públicas, la Bernard Relin & Associates Inc. Según la revista Time del 8 de julio de ese año, la firma le cobró 72.000 dólares al gobierno cubano, una cifra insignificante, considerando los negocios personales de Fulgencio Batista con las compañías estadounidenses, los que ascendían a casi 46 millones de dólares. Aparte de algunos datos interesantes revelados por la compañía Bernard Relin, Castro no tomó muy en serio sus recomendaciones, como la de afeitarse la barba y cambiar su uniforme verde oliva por un traje de empresario.

El Secretario de Estado, Christian Herter, se reunió con el joven revolucionario en Washington. Herter reportó a Eisenhower: “Es una pena que usted no se haya reunido con Fidel Castro. Es un personaje más que interesante… En muchos aspectos, es como un niño”.

En un almuerzo, le presentaron a William Wieland.

―¿Quién es el señor?

―Míster Wieland ―dijo el asistentes de Wieland― es el director de la Oficina de Asuntos Mexicanos y Caribeños y actualmente el encargado oficial de Departamento de Estado para los Asuntos Cubanos.

―Caramba ―dijo Castro―, pensé que el encargado de los asuntos de Cuba ese era yo.

Luego de una larga conversación en un hotel de Nueva York, el agente de la CIA Gerry Droller (por entonces Frank Bender) concluyó:

―Castro no solo no es comunista, sino que es un convencido anticomunista.

A la misma conclusión llegó el vicepresidente Richard Nixon, cuando se reunió con el cubano en su despacho del Congreso, doce días después.

Ninguno de estos diagnósticos detuvieron el plan de invasión a la isla, sobre los escritorios de la CIA semanas antes de esa primer visita del nuevo líder revolucionario. El pecado original no era ser o no ser, sino disputarle a Washington, a las compañías azucareras y a las mafias de los casinos el control de la Perla del Caribe. Y, peor que eso, sentar un pésimo antecedente. Una vez más, como en 1898, el problema eran los independentistas, el inaceptable mal ejemplo de una República de negros libres, ya no cortando cabezas de sus amos, como en Haití, sino nacionalizando tierras y negocios, como lo intentó el presidente Árbenz en Guatemala.

A meses de dejar el gobierno, Eisenhower decidió aplazar la invasión para dejársela al nuevo, John Kennedy. Para finales de 1960, La Habana ya había descubierto los campos de entrenamiento de la CIA en Guatemala. La CIA debió hacer circular el rumor en la prensa de que se trataba de un grupo de guerrilleros comunistas y, para conservar el factor sorpresa, cambió el desembarco en Trinidad por Bahía Cochinos, un área más cerca de La Habana, pero menos poblada.

En plena Guerra Fría, dejar que un dictador amigo caiga sin la venia de Washington y, para peor, se atreviese a hablar de soberanía nacional frente a las empresas que lideran la libertad del Mundo Desarrollado podría establecer un pésimo antecedente en las repúblicas bananeras del Sur. Para la CIA y para la Casa Blanca, la solución más rápida y económica era la misma que resolvió el problema en Guatemala: guerra mediática, invasión y cambio de régimen en nombre de la lucha contra el comunismo. Pan comido.

―¿Cochinos? ―protestó David Atlee Phillips, el agente de la CIA que dominaba el castellano por su trabajo de sabotaje en Chile desde el final de la Segunda Guerra― ¿Cómo creen que los cubanos van a apoyar una invasión con ese nombre?

Tal vez por la misma razón, Ernesto Che Guevara prefería llamar Playa Girón a la derrota más importante del imperialismo estadounidense en lo que iba del siglo. Claro que no era solo una cuestión de nombres. Por entonces, las encuestas daban que la Revolución tenía un apoyo del noventa por ciento de la población. La revelación de cementerios clandestinos por toda la isla, llenos de desaparecidos de Batista, no hizo más que aumentar el repudio contra el apoyo estadounidense y la mafia cubana, ahora exiliada en Miami.

―Es muy difícil encontrar un cubano que no tenga un familiar asesinado por el régimen de Batista ―dijo Ruby Hart Phillips, el periodista del New York Times radicado en Cuba.

El 17 de agosto de 1961, pocos meses después del fiasco de Bahía Cochinos y a siete mil quilómetros al sur, el Che dio un discurso en el paraninfo de la Universidad de la República del Uruguay. Esa tarde, a su lado, escuchaba atento el senador y excandidato a la presidencia de Chile, Salvador Allende. A la salida de la multitud, alguien mató de un disparo al profesor de historia Arbelio Ramírez. Aparentemente, la bala iba destinada a El Che. Fue el primer asesinato sin resolver de la Guerra Fría en ese país, como corresponde en los casos planeados por agencias secretas que juegan en la primera liga. En su discurso, El Che había observado que Uruguay no necesitaba ninguna revolución, porque su sistema democrático funcionaba. No sabía que, por entonces, el poderoso Howard Hunt se encontraba estacionado en Montevideo, el mismo que había promovido, con éxito, a su candidato a la presidencia de ese país, Benito Nardone. El mismo que había secuestrado los medios para destruir la democracia en Guatemala, los había vuelto a usar para colocar a su candidato en la presidencia, esta vez sin tanto escándalo. La democracia seguía funcionando muy bien, para algunos, para los mismos de siempre. Pero, como era tradición, había que remover influencias inconvenientes, en lo posible sin atentar contra la libertad de expresión. El ejemplo de independencia de Cuba, el discurso antimperialista de El Che, entraban en esa categoría de indeseables.

Seguramente no por casualidad, el agente cubano de la CIA Orlando Bosch se encontraba entre la multitud esa tarde en Montevideo, cuando mataron al profesor Arbelio Ramírez. Seguramente no había ido a escuchar la conferencia de El Che.

Los planes para asesinar a Castro y volver a instalar un dictador menos arrogante en La Habana habían comenzado la misma noche en que Batista huyó a República Dominicana en un avión cargado con varias maletas de dinero. Washington, la CIA y la mafia de los casinos no dudaron un momento. Fidel Castro lo sabía, pero necesitaba el mercado estadounidense y creía que un nuevo acuerdo con el gigante del norte sería posible. Así que el 18 de setiembre de 1960 volvió a aterrizar en Long Island, esta vez para participar en la Asamblea anual de las Naciones Unidas, cuatro días después.

El arribo de la delegación fue saludado por la izquierda estadounidense y recibido con amenazas por parte de La Rosa Blanca, grupo pro-Batista que más tarde, debido al desprestigio de El General Mulato, operaría junto con otros grupos de Miami como exiliados anticastristas.

Esta vez, el avión cubano que llevó a Fidel Castro a Nueva York fue obligado a regresar a Cuba, mientras la delegación era conducida al Hotel Shelburne, ubicado en Lexington Avenue y la calle 37. El hotel les exigió un depósito desorbitante de veinte mil dólares. El Departamento de Estado decretó que la delegación no podía abandonar Manhattan, pero ningún otro hotel del área se atrevió a recibirlos. Castro ironizó que si Nueva York no era capaz de proveer alojamiento a una delegación diplomática de otro país, entonces la ONU debería ser trasladada otra ciudad, como La Habana.

Era un día lluvioso y la delegación cubana apiló sus valijas en la puerta principal sin tener un hotel confirmado. Minutos después, un hombre negro entró al lobby del Shelburne y pidió para hablar con el primer ministro cubano. Cuando apareció el hombre de barba, el desconocido le dijo:

―Mr. Malcom X ha reservado un hotel para su delegación.

―Qué bien, chico. ¿Dónde es?

―Es el Hotel Theresa. Está a una hora de aquí, en Harlem.

Castro no lo sabía, pero el Hotel Theresa, por lejos menos caro que el Shelburne, había recibido celebridades negras que no eran aceptadas en el centro de Manhattan, como Duke Ellington, Louis Armstrong y Nat King Cole.

―Ahí mismo vamos ―dijo Castro.

El periódico de Harlem, el New York Citizen-Call, notando que la delegación oficial de Cuba estaba compuesta de blancos y negros, publicó:

El lunes por la noche, dos mil morenos neoyorquinos esperaron bajo la lluvia que el primer ministro cubano, Fidel Castro, llegara al famoso y antiguo Hotel Theresa de Harlem… Para los habitantes oprimidos del gueto de Harlem, Castro es ese revolucionario barbudo que expulsó a los corruptos de su nación y se atrevió a decirle al Estados Unidos de los blancos: que se vayan al carajo”.

También se acercó un grupo menos numerosos de cubanos batisteros para protestar contra la revolución.

El New York Times del 21 de setiembre tituló: “Castro procura el apoyo de los negroes”. En su columna, el periodista Wyne Phillips destacó la estrategia del Dr. Castro: pretender que no hay segregación racial en Cuba, cuando un año antes sacó por la fuerza a un líder cubano, Fulgencio Batista, que era medio negro. Pese a todo, el mismo Phillips debe admitir que diversos testimonios de estadounidenses negros de visita en La Habana reconocieron sentirse como personas, como cualquier blanco caminando por las calles.

Con la tinta todavía fresca de los diarios del día siguiente de su expulsión del Hotel Shelburne y de su entrada improvisada en el hotel de Harlem, los hoteles más lujosos de Manhattan le ofrecieron a la delegación cubana alojamiento gratis. Pero Castro decidió convertir la humillación inicial en otro golpe moral a la arrogancia del gigante. Rechazó las ofertas y la delegación se quedó en Harlem.

La historia del Hotel Theresa se convirtió en un dolor de cabeza para Washington y en una ofensa para un país que sufría una fuerte reacción segregacionista, donde los racistas más moderados apoyaban la solución de la ley interpretativa de la constitución, conocida como Separate but equal―iguales, pero separados. Para colmo de males, la delegación cubana recibió allí mismo la visita del presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser, del premier soviético Nikita Khrushchev, del primer ministro de India, Minister Jawaharlal Nehru y de intelectuales reconocidos como Langston Hughes, Allen Ginsberg y el profesor de Columbia University Wright Mills, autor de The Power Elite, libro donde expuso el existente conflicto de intereses entre el poder corporativo militar y los políticos. Varios investigadores reconocerán a este libro como la inspiración, no reconocida, del famoso discurso de despedida del presidente Eisenhower sobre los peligros del poder del Complejo Militar Industrial, por el cual será acusado de comunista.

 Malcolm X visitó a Castro en su habitación. A la salida, cuestionado por los periodistas por sus simpatías con Castro y el Che Guevara, declaró:

―Por favor, no nos digan cuáles deben ser nuestros amigos y cuáles nuestros enemigos.

Sidney Gottlieb, el genio químico encargado del Proyecto MK-Ultra de la CIA, propuso dejar en ridículo al peligroso líder ante la mirada de todo el mundo. Para la entrevista con CBS, que para el propósito debía llegar a la mayor cantidad de gente en el mundo, propuso contaminar los zapatos de Castro con thallium. Esto le provocaría un exceso de segregación salival mientras hablaba. Al mismo tiempo, se lo expondría a LSD para que pareciese borracho. No era una idea nueva de sabotaje propagandístico (Howard Hunt había usado recursos similares en México, contra el pintor Diego Rivera), pero esa vez no funcionó con el entrevistado.

El presidente Eisenhower y el vicepresidente Nixon no ocultaron su frustración. El FBI tomó nota. Uno de sus agentes logró entrar en el Hotel Theresa y espiar una reunión entre Castro y Malcolm X. La CIA, al no tener jurisdicción territorial, empleó la firma mercenaria fundada por uno de sus exagentes, Robert Maheu para planear el primero de los seiscientos intentos de asesinar a Castro. La agencia privada Maheu era la misma que, al servicio del dictador Rafael Trujillo, había hecho desaparecer al profesor Jesús Galíndez en Nueva York, cuatro años antes. La misma que sirvió de base a una de las series más populares de la historia de la televisión: Mission: Impossible. La misma serie a la que eran aficionados varios batisteros de la fracasada invasión de Bahía Cochinos, como Orlando Bosch.

En el Plaza Hotel, Bob Maheu se reunió con el agente de la CIA Jim O’Connell y con John Roselli, uno de los líderes de la mafia italoamericana, dueña de los cabarets, prostíbulos y casinos en Cuba, protegidos por Batista y añorados por generaciones de cubanos nostálgicos en Estados Unidos como La época dorada en la cual todo el pueblo cubano vivía bailando salsa, bebiendo ron y haciendo mucho dinero de la corrupción legal.

Estas mafias habían sido desplazadas por la Revolución de 1959, por lo que la CIA entendía que compartía con ellas un mismo objetivo. Para asesinar al dictador malo, en el poder desde hacía unos pocos meses, Mr. Roselli puso a Maheu en contacto con otros mafiosos de Tampa, en Florida. Dos de ellos eran Sam Giancana y Santo Trafficante Jr., ambos donantes de la campaña presidencial de Kennedy y luego colaboradores en la conspiración para su asesinato. Aunque, por alguna muy buena razón, los documentos que terminen de probar esta última información no han sido desclasificados por Washington, los indicios y los testimonios que insisten en señalar la participación de la CIA y de la mafia cubana se han ido acumulando a lo largo de los años como abono en gallinero.

Giancana fue asesinado en Chicago en 1975, justo antes de que declarase ante la Comisión Church del Senado de Estados Unidos, la que investigaba los planes de asesinatos sistemáticos de la CIA. De forma previsible, el director de la CIA, William Colby, aseguró: “nosotros no tuvimos nada que ver con eso”.

Fidel Castro habría sido un objetivo fácil en un hotel de negros que ni siquiera podía controlar el agua caliente en las duchas. Pero Maheu y la CIA sabían que el asesinato de un líder extranjero en suelo estadounidense sólo empeoraría la reputación de Washington, por lo que decidieron llevar el gran momento a La Habana. A su regreso, Castro dio un previsible discurso desde el balcón de la Casa de Gobierno, el que fue interrumpido por una bomba. Unos minutos después explotó una segunda y, unas horas después, una tercera. Hubiese sido pan comido afirmar que el magnicidio se había tratado de la heroica disidencia cubana y que “nosotros no tuvimos nada que ver”. Ese fue uno de los 638 intentos fallidos de asesinar al único dictador que Washington, la CIA, los grandes medios podían ver en el Caribe, en América Latina y en el resto del mundo.

Siguieron otros intentos de envenenamiento que varios mercenarios cubanos, como Juan Orta y otros infiltrados realizaron por abultadas cifras en dólares, pero ninguno logró su objetivo. Tampoco funcionaron los planes de gases en entrevistas o de armas escondidas en micrófonos de prensa, como la organizada desde Bolivia, con el apoyo del cubano Antonio Veciana, cuando Castro visitó Chile en 1971.

En su discurso en la ONU del jueves 22, Castro contestó a las acusaciones de la prensa dominante de que los cubanos habían elegido un burdel para alojarse:

―Para algunos señores, un hotel humilde del barrio de Harlem, el barrio de los negros de Estados Unidos, tiene que ser un burdel.

Años después, ante la provocación de un periodista, Malcolm X contestó:

―El único blanco que me ha caído bien ha sido Fidel Castro.

La CIA no logró asesinar al barbudo del Caribe, pero el FBI logró que asesinaran a Malcolm X en 1965, como siempre, como si fuese cosa de otros, de lobos solitarios. La misma estrategia de las soluciones indirectas había sido practicada con Martin Luther King. El FBI lo persiguió por años para documentar su debilidad por las mujeres. Sabía que sufría de depresión y, de joven, había intentado suicidarse. La idea era exponer alguna posible infidelidad, destrozar su matrimonio y empujarlo al suicidio. Como esto no funcionó, se facilitó un asesinato a manos de algún enfermo solitario, lo cual llegó en 1968, en el Motel Lorraine, cuando el líder negro se preparaba para apoyar una huelga de los trabajadores de la salud en Tennessee. En la memoria colectiva sólo quedarán estos dos asesinatos, atribuidos a lobos solitarios, no el plan del FBI afinado y ejecutado por dos décadas, luego conocido como Cointelpro (Counter Intelligence Program) con el cual el FBI infiltró a las comunidades negras y latinas; infiltró sindicatos, grupos feministas y contra las guerras imperiales para vigilarlos y desacreditarlos con provocadores; para desmoralizarlos y desmovilizar sus organizaciones de resistencia. Un memorándum del FBI sellado el 3 de marzo de 1968, informó que “Martin Luther King, Jr. fue atacado porque (entre otras cosas) podría abandonar su supuesta obediencia a las doctrinas liberales blancas (de no violencia) y abrazar el nacionalismo negro”. Ocho años después, en abril de1976, una investigación del Senado encabezada por el senador Frank Church concluyó que esta guerra psicológica condujo al acoso moral bajo falsos reportes y rumores plantados en los medios. “Muchas de las técnicas utilizadas serían intolerables en una sociedad democrática, incluso si todos los objetivos hubieran estado involucrados en actividades violentas, pero Conteilpro fue mucho más allá. La premisa principal no expresada de los programas era que una agencia encargada de hacer cumplir la ley tiene el deber de hacer todo lo necesario para combatir las amenazas percibidas al orden social y político existente”.

En 1967, la CIA tuvo más suerte con su plan de asesinar al Che Guevara en Bolivia. El Che, acusado durante décadas desde el centro mediático de Miami de ser un cruel asesino, había vuelto a su costumbre de ir al frente de sus batallas, costumbre a la que los héroes del exilio batistero, como Orlando Bosch y Luis Posada Carriles, no eran muy afines. Tampoco fue una característica de los múltiples mercenarios que, según el FBI, convirtieron a Miami en “La capital del terrorismo de Estados Unidos”. También el Mono Morales Navarrete, José Dionisio Suárez, Virgilio Paz y los hermanos Novo Sampol eran más aficionados a la dinamita y a los explosivos plásticos C4 de la CIA, siempre a distancia, que a los habanos de contrabando.

Semanas después del escándalo del Hotel Theresa, el 12 de octubre de 1960, el joven senador John F. Kennedy plantó su puestito de vendedor frente al hotel y dio un discurso contra la discriminación racial y contra las ideas socialistas de la Revolución cubana. Nada mejor que secuestrar la lucha de los de abajo y, enseguida, limitarla a un área específica, la nacional, así como los bomberos queman una frontera de bosque para detener un incendio mayor. Un par de años antes, en el Congreso, el senador Kennedy había recomendado continuar financiando a los ejércitos latinoamericanos para mantener influencia política de Washington en esos países.

―Los ejércitos latinoamericanos no sirven para un carajo en ninguna guerra ―había dicho en 1958, el joven senador―, pero en sus países son las instituciones más importantes. El dinero que les enviamos como ayuda es dinero tirado por el caño, en un sentido militar, pero es dinero muy bien invertido en un sentido político.

Jorge Majfud. Del libro 1976. El exilio del terror (2024) Las fuentes de este capítulo están incluidas en el libro como notas finales.

Cuatro programas de televisión en los que me invitaron a conversar por media hora cada uno fueron removidos por Youtube por ir contra sus políticas–de censura.

Cubana 455, 48 years of the major terrorist attack in the hemisphere

Eleven minutes into takeoff, the first bomb exploded under the seat of a nine-year-old girl.

“We have an explosion aboard…” the captain reported. “We have fire on board!”

Pérez Pérez managed to control the plane that was beginning to lose pressure. He directed it back to the Barbados airport with only one engine, while the cabin filled with smoke. The panicked passengers did not know, but the captain was minutes away from solving the problem.

A second bomb exploded in a bathroom, tearing off the tail of the plane. The plane pointed toward the sky and ascended vertically. The control tower shouted to the pilot that it was a bad idea, not knowing that the pilot had already lost control. Some passengers fell into the sea. Then, the plane plummeted like an arrow.

In Cuba, the father of one of the athletes went to the mountains and spent the whole night there as soon as he heard the news. Another remained in the Havana airport for a week, convinced that his son would appear at any moment. The girlfriend of one of the champions went up to her room and did not come down for ten years. In Guyana, the father of one of the young men who was going to study medicine in Cuba locked himself in his library and did not come out for a week.

Minutes after the explosions, Freddy Lugo called Orlando Bosch to report on the success of the operation:

“The bus fell with all the dogs inside,” he said.

The Trinidad police arrested Herman Ricardo and Freddy Lugo.

“They were talking about something important and laughing heartily,” recalled the taxi driver, who could see their faces in the rearview mirror.

Ricardo, an employee of Posada’s security agency in Venezuela, admitted that he and Lugo had placed the two bombs on the plane. He also acknowledged that Luis Posada and Orlando Bosch had planned the attack.

On October 15, 1976, a million people filled Havana’s Plaza de la Revolución. In his speech, Fidel Castro recalled that since 1959, 51 Cubana flights had been sabotaged or hijacked.

“We cannot say that the pain is shared,” he said. “The pain is multiplied.”

“He is the terrorist,” said Posada Carriles, watching the images from Havana.

Orlando García, head of security for Venezuela’s President Andrés Pérez, and Ricardo Morales (both Cuban exiles) had attended Bosch’s welcome cocktail in Caracas. According to a CIA document, both García and Morles mentioned that, at the fundraising dinner, Orlando Bosch had claimed responsibility for Washington’s bomb attack on Orlando Letelier, something he would never tire of denying in public.

“It was a heroic act,” Bosch declared before a Caracas court about the downing of the plane.

“The Cuban fighters carried out a revolutionary act,” declared Ricardo Lozano in front of the television cameras.

“It was a heroic action,” Bosch insisted, shaking his right index finger anxiously, surrounded by journalists. “As you know, war is a competition of cruelties.”

Bosch will refuse every time he is questioned about the incident “because that is illegal in the United States” and will always justify it because it was “an action against combatants because they are all combatants.”

“Guillermo and Ignacio Novo did it,” he will say in the interview with journalist Blake Fleetwood in the Caracas jail. “It was all planned by the DINA of Chile.”

Fleetwood called from Caracas to the prosecutor Eugene Propper, who was in charge of the FBI investigation. Propper was not very optimistic. Bomb attacks were rarely solved. After a few hours, he called the journalist again:

“The CIA had already informed the Venezuelan secret police of everything… I think they are after you. You are in danger.”

“So, what do I do?” asked Fleetwood, with six hours of recordings with Bosch and Posada Carriles in hand. “Should I go to the US embassy?”

“No, on the contrary,” said the FBI agent. “You must figure it out yourself and find a way out of there.”

It was not difficult for the Venezuelan police to locate Bosch and Posada Carriles. The problematic part was arresting them, but since the surrender of his comrade Bosch in February, Posada Carriles had not regained his position in the CIA. He had tried once more the previous month, informing the same agency of an imminent attack against a Cubana flight by a group of Cuban exiles, but he had not succeeded either. The CIA did not act with the necessary speed but with calculated clumsiness, as it usually does.

Without the invaluable protection of the CIA, Bosch, and Posada Carriles resorted to the network of secret services in Chile and Venezuela, but this complicity had cracks. On Thursday, the 14th, the Venezuelan police arrested them both.

On Friday, they interrogated Posada Carriles:

“I had nothing to do with it, chico,” he said.

“Do you condemn the attack?

“I don’t condemn anything.”

“Even if innocent people die?”

“Sometimes innocent people pay for being in the wrong place.”

Orlando Bosch repeated almost the exact words.

“I am innocent, but I do not condemn anything that leads to the fall of the Cuban regime. They are the terrorists.”

“So, you do not consider yourself a terrorist…”

“Not at all, chico. I am a combatant.”

“Combatants face other combatants…”

“In a total war, there are no civilians.”

“Do you consider the passengers of flight 455 combatants?”

“Sure, they are all combatants.”

When President Andrés Pérez learned of Fleetwood’s reckless interview in the Caracas jail, he ordered his arrest. Still, the DISIP (Venezuelan’s Secret Police) could not prevent him from taking the next flight to the United States. Prosecutor Propper was waiting for him and asked him for a copy of his recordings. President Andrés Pérez accused Fleetwood of being a CIA agent.

In Miami, the Catholic Church organized vigils and prayers for the release of Orlando Bosch. Bosch admitted to Venezuelan investigators that he had participated in the attack on the Cuban plane. Still, the government moved his trial to a military court, and he was declared innocent, except for falsifying passports.

Cubana Flight 455 was the first in the history of civil aviation to be shot down by a terrorist attack and the one that cost the most lives in the hemisphere until 2001.

In Miami, the owner of the weekly magazine Réplica, Cuban Max Lesnik, was one of the few who dared to denounce the terrorist act against Cubana Flight 455.

“Posada Carriles and Bosch planned it all,” said Lesnik. “I denounced this terrorist act while the extreme right in Miami applauded it.”

The magazine Réplica suffered seven bomb attacks until it was forced to close permanently in 2005. No one was arrested for these acts even though an FBI agent reported that unbeknownst to Lesnik, he had rescued him from being killed many times.

All in the name of freedom of the press, which does not exist in Cuba.

From the book 1976. El exilio del terror (2024), by Jorge Majfud.

Cubana 455, 48 anos do maior atentado terrorista do hemisfério

O capítulo de 1976 em português

Onze minutos após a decolagem, a primeira bomba explodiu sob o assento de uma menina de nove anos.

We have an explosion aboard… informou o capitão. ? We have fire on board!

Pérez Pérez conseguiu controlar a aeronave, que estava começando a perder pressão. Com um único motor, ele a conduziu de volta ao aeroporto de Barbados, enquanto a cabine se enchia de fumaça. Os passageiros em pânico não sabiam, mas o capitão estava a minutos de resolver o problems.

Uma segunda bomba explodiu em um banheiro, arrancando a cauda do avião. A aeronave apontou para o céu e subiu verticalmente. A torre de controle gritou para o piloto que isso era uma má ideia, sem saber que o piloto já havia perdido o controle. Alguns passageiros caíram no mar. Em seguida, a aeronave mergulhou como uma flecha.

Em Cuba, o pai de um dos atletas, assim que soube da notícia, foi para as montanhas e passou a noite lá. Outro ficou no aeroporto de Havana por uma semana, convencido de que seu filho apareceria a qualquer momento. A namorada de um dos campeões subiu para o quarto dele e não desceu por dez anos. Na Guiana, o pai de um dos jovens que ia estudar medicina em Cuba se trancou em sua biblioteca e não saiu por uma semana.

Minutos após as explosões, Freddy Lugo ligou para Orlando Bosch para informar sobre o sucesso da operação:

— O ônibus tombou com todos os cães dentro? disse ele.

A polícia de Trinidad prendeu Herman Ricardo e Freddy Lugo.

— Eles conversavam sobre algo importante e rindo muito, lembrou o motorista de táxi que podia ver seus rostos pelo espelho retrovisor.

Ricardo, funcionário da agência de segurança de Posada na Venezuela, admitiu que ele e Lugo haviam colocado as duas bombas no avião. Ele também admitiu que Luis Posada e Orlando Bosch haviam planejado o atentado.

Em 15 de outubro, um milhão de pessoas lotaram a Plaza de la Revolución, em Havana. Em seu discurso, Fidel Castro lembrou que, desde 1959, 51 voos da Cubana haviam sido sabotados ou sequestrados.

— Não podemos dizer que a dor é compartilhada, disse ele. A dor é multiplicada.

— Ele é o terrorista? disse Posada Carriles, olhando para as imagens que vinham de Havana.

Orlando García, chefe de segurança do presidente Andrés Pérez, e Ricardo Morales (ambos exilados cubanos), compareceram ao coquetel de boas-vindas de Bosch em Caracas. Conforme um documento da CIA, tanto García quanto Morales mencionaram que, no jantar de arrecadação de fundos, Orlando Bosch havia assumido o crédito pelo atentado contra Letelier em Washington, algo que ele não se cansava de negar em público.

— Foi um ato heroico? disse Bosch em um tribunal de Caracas sobre a queda do avião.

— Os combatentes cubanos fizeram um ato revolucionário? declarou Ricardo Lozano diante das câmeras de televisão.

— Foi um ato heroico? insistiu Bosch, sacudindo ansiosamente o dedo indicador direito, cercado de jornalistas. Como você sabe, a guerra é uma competição de crueldades.

Bosch se recusará toda vez que for questionado sobre o incidente, “porque é ilegal nos Estados Unidos” e sempre o justificará como “uma ação contra combatentes, porque todos eles são combatentes”.

— Foram o Guillermo e o Ignacio Novo que fizeram isso? dirá ele na entrevista com o jornalista Blake Fleetwood na prisão de Caracas. ? Tudo foi planejado pela DINA chilena.

Fleetwood ligou de Caracas para o promotor Eugene Propper, encarregado da investigação do FBI. Propper não estava muito otimista. Raramente um atentado a bomba era solucionado. Depois de algumas horas, ele ligou de volta para o jornalista:

— A CIA já havia relatado tudo à polícia secreta venezuelana… Acho que eles estão atrás de você. Você está em perigo.

— Então, o que devo fazer?? perguntou Fleetwood, com seis horas de fitas com Bosch e Posada Carriles nas mãos. ? Devo ir à embaixada dos EUA…?

— Não, pelo contrário”, disse o agente do FBI. Você terá que resolver isso por conta própria e encontrar uma maneira de sair de lá.

A polícia venezuelana não teve muita dificuldade em localizar Bosch e Posada Carriles. A parte difícil foi prendê-los, mas desde a rendição de seu companheiro Bosch em fevereiro, Posada Carriles não havia recuperado seu posto na CIA. Ele havia tentado novamente no mês anterior, informando a mesma agência sobre um ataque iminente a um voo da Cubana por um grupo de exilados cubanos, mas também não teve sucesso. A CIA não agiu com a celeridade necessária, mas sim com uma imperícia calculada, como geralmente faz.

Sem a inestimável proteção da CIA, Bosch e Posada Carriles recorreram à rede de serviços secretos do Chile e da Venezuela, mas essa cumplicidade tinha rachaduras. Na quinta-feira, 14, a polícia venezuelana prendeu os dois.

Na sexta-feira, Posada Carriles foi interrogado:

— Não tive nada a ver com isso, meu rapaz? disse ele.

— O senhor condena o ataque?

— Não condeno nada.

— Mesmo que morram pessoas inocentes?

— Às vezes, pessoas inocentes pagam por estarem no lugar errado.

Orlando Bosch repetiu quase as mesmas palavras.

— Sou inocente, mas não condeno nada que possa levar à queda do regime em Cuba. Eles são os terroristas.

— Você não se considera um terrorista?

— De jeito nenhum, garoto. Sou um combatente.

— Combatentes lutam contra outros combatentes…

— Em uma guerra total, não há civis.

— Você considera os passageiros do voo 455 como combatentes? Todos eles são combatentes?

— Todos eles são combatentes.

Quando o presidente Andrés Pérez soube da entrevista imprudente de Fleetwood na prisão de Caracas, ele ordenou sua prisão, mas a DISIP não conseguiu impedi-lo de pegar o próximo voo para os Estados Unidos. Esperando por ele estava o promotor Propper, que lhe pediu uma cópia de suas gravações. O presidente Pérez acusou Fleetwood de ser um agente da CIA.

Em Miami, a Igreja católica organizou vigílias e orações para a libertação de Orlando Bosch. Bosch admitiu aos investigadores venezuelanos que havia participado do bombardeio do avião cubano, mas o governo transferiu seu julgamento para um tribunal militar e ele foi considerado inocente, exceto pela falsificação de passaportes.

O voo 455 da Cubana foi o primeiro na história da aviação civil a ser derrubado por um ataque terrorista e o que custou mais vidas no hemisfério, até 2001.

Em Miami, o proprietário do semanário Réplica, o cubano Max Lesnik, foi um dos poucos que se atreveu a denunciar o ato terrorista contra o voo 455 da Cubana.

— Posada Carriles e Bosch planejaram tudo? disse Lesnik. Eu denunciei esse ato terrorista enquanto a extrema-direita de Miami o aplaudia.

O semanário Réplica sofreu sete atentados a bomba até ser forçado a fechar definitivamente em 2005. Ninguém jamais foi preso por esses atos, embora um agente do FBI tenha relatado que, sem o conhecimento de Lesnik, ele o salvou várias vezes de um assassinato.

Tudo em nome da liberdade de imprensa, que não existe em Cuba.

Do livro 1976. O Exílio do Terror (2024) na Página 12.