Bolivia I: El peligro de una Asamblea popular en Bolivia

«Bolivia I: El peligro de una Asamblea popular en Bolivia»

Washington DC. 6 de julio de 1971El Comité 40, epicentro del golpe de Estado que se dará en un par de años más en Chile contra el gobierno democrático de Salvador Allende, se vuelve a reunir para tratar otro asunto regional. El señor Henry Kissinger, miembro de peso en esta comisión, no ha podido asistir a la reunión de hoy porque está ocupado con otro tema más importante. La Casa Blanca le ha encomendado al Comité eliminar al nuevo gobierno de Bolivia, liderado por un militar con tendencias izquierdistas llamado Juan José Torres. El análisis de la situación se inicia con una pregunta retórica: “¿Alguien aquí cree que es posible solucionar este problema apoyando a una oposición carente de liderazgo?” El comité considera que la nueva Asamblea del Pueblo establecida el pasado 19 de enero donde obreros, mineros, campesinos y universitarios participan por igual, es una de las mayores amenazas inspiradas por los soviéticos y permitida por el nuevo régimen. Charles Meyer (quien un año antes participara activamente en las elecciones de Chile y más tarde negase cualquier intervención de Estados Unidos en elecciones ajenas) observa que la Asamblea popular no puede ser tan mala como parece, pero no queda claro si se trata de una ironía. Para William Broe, el Movimiento Nacionalista Revolucionario, domesticado por Washington luego de la exitosa Revolución de 1952, no posee recursos para propaganda, por lo cual es necesario ayudarlo en este aspecto.[1] Johnson pregunta si antes hemos interferido en la política boliviana y Broe le recuerda que apoyamos el golpe del general René Barrientos siete años atrás.[2] Hasta ahí llega la memoria de la inteligencia. Charles Meyer aclara: “pero entonces teníamos un líder a quien apoyar; ahora tenemos un auto en marcha y estamos en la búsqueda del conductor”.

Para entonces, Washington había aprobado un millón de dólares para los militares bolivianos, pero el nuevo régimen no había sido notificado aún. Ahora, el Comité está a favor de la ayuda económica a la oposición. El general Cushman insiste que no se puede esperar nada bueno si no se toma acción, pero otros creen que la ayuda de Estados Unidos al MNR (el antiguo enemigo) es un arma de doble filo. Como en el ejército boliviano, hay una gran división ideológica en la oposición y la ayuda puede ayudar tanto como provocar una reacción en contra. Finalmente, el comité acuerda que es necesario una respuesta del embajador. El MNR es muy desorganizado y es casi imposible guardar un secreto en La Paz. Después de todo, concluye la Comisión 40, J. J. Torres no es el peor de los presidentes posibles, considerando que lo que podría seguir es una guerra civil.

Tres días después, el embajador Ernest Siracusa envía su reporte a Washington sugiriendo la necesidad de 410.000 dólares para un golpe. La financiación debe ser limitada y destinada mayormente a propaganda para mantener cierto control sobre los golpistas. Es necesario poner algún dinero para los privados, que son los que están mejor organizados y ya han tomado medidas encubiertas para el golpe. Esta ayuda será más fácil de disimular, ya que este grupo es el que tiene algo de dinero en Bolivia. De otra forma, “los políticamente sofisticados”, dice el embajador, se darían cuenta de la participación de la Embajada en el golpe. Pero el escenario político es tan fragmentado que incluso una dictadura de derecha no garantizaría la prevención del fuerte sentimiento “antiimperialista” que reina en el país, por lo cual el embajador tiene sus reservas en seguir apoyando los planes de otro golpe. Un plan B sería mantener la facción del ejército fiel y presionar al gobierno de Torres a través de las inversiones, que las necesitará para cualquier reforma.

El 17 de octubre de 1970, el general Juan José Torres, más indio que mestizo, nacido en una familia humilde de Cochabamba, se había convertido en el nuevo presidente de Bolivia. Diferente a los dictadores anteriores, Jota no culpa a los trabajadores sino al capitalismo y a las empresas extranjeras por mantener a su país en perpetuo subdesarrollo y dependencia. Un año antes, en el gobierno de Alfredo Ovando Candia (proclamado presidente por otro golpe de Estado) J.J. Torres había promovido y logrado la nacionalización de los pozos petroleros bolivianos en manos de la gigante Gulf Oil Corporation. Poco después, y luego de un año en el gobierno, el 6 de octubre de 1970, un nuevo golpe militar de extrema derecha, liderado por el general Rogelio Miranda, había derrocado a Alfredo Ovando, acusado de desviarse peligrosamente hacia la izquierda. Antes de refugiarse en la embajada de Argentina, como un gesto simbólico de despedida, Ovando había nombrado a su amigo J.J. Torres como su sucesor. La sangre corrió por las calles de Bolivia y el ejército entró en una abierta lucha interna que terminó con el inesperado triunfo militar del general J.J. Torres.

Torres es parte de un nuevo fenómeno de los años sesenta que tendrá corta vida. Es uno de los pocos y raros militares con ideas revolucionarias, progresistas, populares o directamente socialistas, como Juan Velasco en Perú, Líber Seregni en Uruguay y Omar Torrijos en Panamá, quienes romperán con doscientos años de servicio castrense a la oligarquía exportadora. Para defender la soberanía nacional y su derecho a los recursos de Bolivia, Torres había propuesto una alianza de lo que él llama los cuatro pilares del país: trabajadores, universitarios, campesinos y militares. Esta idea de darle voz y voto a los indígenas y a la clase trabajadora en un parlamento llamado Asamblea del Pueblo fue considerada, por la tradicional clase dirigente y por el gobierno de Richard Nixon, como una inspiración del diablo soviético. Para colmo de males, en pocos meses Torres aumentó el presupuesto universitario y los salarios de los mineros, creó el Banco del Estado para el desarrollo, nacionalizó las minas de estaño y expulsó a los cuerpos de Paz de Estados Unidos.

Como es natural, un mes después de la reunión de la Comisión 40 en Washington, el 21 de agosto de 1971 Torres será derrocado por un nuevo golpe de Estado. Otro general, uno de los de arriba, el general Hugo Banzer, la tendrá más fácil. Descendiente de alemanes y (como tantos otros dictadores) graduado de la Escuela de las Américas, Banzer será apoyado por la colonia alemana en Bolivia y por los gobiernos de Estados Unidos y Brasil. En el golpe participará el embajador de Estados Unidos, Ernest Siracusa, quien ya tenía probada experiencia en la materia por su participación en el golpe militar organizado por la CIA en 1954 contra el presidente democráticamente electo de Guatemala, el que devolvió a ese país a la United Fruit Company.

Exiliado en Argentina, el 2 de junio de 1976, J. J. Torres será secuestrado y asesinado en Buenos Aires por miembros del Plan Cóndor. La misma mafia de generales sudamericanos coordinados por el general Augusto Pinochet y auspiciada por la CIA que, para 1974, ya habrá asesinado en Buenos Aires, con un auto bomba, al general Carlos Prats y su esposa Sofía Cuthbert. En setiembre de 1976 asesinarán a otro chileno del gobierno de Salvador Allende, Orlando Letelier, y a Ronni Moffitt del Institute for Policy Studies, con otro auto bomba en Washington DC. El Plan Cóndor será responsable del asesinato de al menos 40.000 disidentes en diferentes países.

A todo esto, la prensa libre latinoamericana, subsidiaria de los fondos de la CIA y de las embajadas de Estados Unidos, seguirán llamando cada una de estas acciones como “lucha por la libertad”, “lucha contra el comunismo”, de la misma forma que antes de la Guerra fría la misma brutalidad se llamaba “lucha por el orden” y “contra la rebelión de los negros, indios y mestizos”.


[1] William V. Broe es un agente de la CIA en actividad en Oriente Medio, en Sudáfrica y en América del Sur. Dos años más tarde, ante un comité de investigación del Congreso de Estados Unidos, reconocerá que, bajo órdenes de Richard Helms, trabajó en colaboración con la compañía ITT para desestabilizar al gobierno de Salvador Allende. Junto con el gerente ejecutivo Harold Geneen y el vicepresidente de la compañía Edward Gerrity, coordinará la desestabilización financiera de Chile para crear las condiciones del golpe de 1973. Después de su jubilación, trabajará como tesorero de su iglesia en Massachusetts y se dedicará la mayor parte de su tiempo a cuidar las rosas de su jardín. Morirá el 28 de setiembre de 2010, a los 97 años.

[2] El general René Barrientos no aparecerá en ninguna lista de graduados de la School of the Americas, pero, como muchos otros salvadores de patrias, tomó varios cursos en su sede de Panamá.

Jorge Majfud

Capítulo del libro La frontera salvaje: 200 años de fanatismo anglosajón en América latina 

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