Francisco Franco

«Desfile de la victoria», 1939.

Franco, en el patio del Banco de España, dirigido a los jefes y oficiales del ejército (año XXXVII). Franco resume su desprecio a las ideas liberales y de la Ilustración: “Nosotros debemos ahora derribar la frivolidad de un siglo y desterrar hasta los últimos vestigios del fatal espíritu de la enciclopedia”.

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4.500 negativos para pensar en aquella España

Photographer Robert Capa during the Spanish ci...

Robert Capa en la Guerra Civil

El documental ‘La maleta mexicana’ enlaza el hallazgo del trabajo de Robert Capa con la recuperación de la historia

por TONI GARCÍA – Barcelona – 03/07/2011

Trisha Ziff ya advierte a su interlocutor desde el principio de que no tiene ninguna intención de andarse por las ramas. La directora, que ahora vive en México, desde donde atiende a EL PAÍS vía telefónica, acaba de firmar La maleta mexicana, un intenso documental sobre el hallazgo de tres cajas con 4.500 negativos de imágenes tomadas por los fotógrafos Robert Capa, David Chim Seymour y Gerda Taro en plena Guerra Civil española. Uno pensaría que la historia es en sí misma lo suficientemente explícita como para acaparar un proyecto cinematográfico, pero Ziff, de 55 años, no es de la misma opinión: «Uno de mis tíos luchó en la Brigada Lincoln y yo misma pertenecí al Partido Comunista Británico cuando tenía 15 o 16 años, edad a la que somos muy impresionables. En mi juventud lo que pasaba en España nos intrigaba muchísimo, así que puedo decir que siempre he tenido una relación muy clara con el conflicto militar que se desarrolló allí. De eso es lo que quería hablar y no de los negativos».

Ziff: «Quería hacer preguntas sobre el pasado, no una pieza sobre Capa»

La directora, experta en fotografía contemporánea, no fue solo un testigo de excepción en la recuperación de este material, extraviado durante más de setenta años, sino que pactó las condiciones para su devolución: «Yo no encontré la maleta mexicana, simplemente la recuperé. Durante 12 años se supo dónde estaba este material pero por razones que no logro comprender no se había procedido a su recuperación. En 2007 fui a Nueva York para hablar de un proyecto con el Centro Nacional de Fotografía y allí me pidieron ayuda porque sabían quién tenía el material en México y querían traerlo de vuelta. Un viejo amigo mío, el escritor Juan Villoro, me acompañó en este viaje, me ayudó y en cinco meses conseguimos un acuerdo con la persona que lo guardaba. Era una simple cuestión de ir a por ello».

Ziff tiene un discurso militante, articulado en torno al hecho de que la objetividad no existe y al mismo tiempo consciente de que por ese motivo la percepción de su trabajo podría quedar lastrada. «No creo que mi documental vaya a ser muy popular en España; de hecho creo que algunos de mis coproductores no estaban muy satisfechos con la idea de no centrar este documental en la figura de Capa, como si fuera una biografía suya. La cuestión es que he vivido durante muchos años en Irlanda del Norte, y he visto la guerra. No quería hacer un documental de fotografía porque lo que me interesaba era el contexto. Recuerdo que al principio del proceso fílmico un amigo de Barcelona me acompañó a Nueva York. En el avión me habló de la Ley de Memoria Histórica y de Baltasar Garzón. Cuando empecé con La maleta mexicana fue al mismo tiempo que en España la gente empezaba a cavar para buscar a sus seres queridos. No quería hacer una pieza sobre la etapa española de Capa. Quería generar preguntas sobre el pasado».

Naturalmente, la aventura repasa la historia de Capa y sus colegas de correrías en la Guerra Civil, donde el húngaro se convirtió en el fotorreportero de leyenda: «Hay que tener claro que Robert Capa, David Seymour y Gerda Taro eran antifascistas. Los tres eran judíos y venían de países

[Hungría, Polonia y Alemania, respectivamente] de donde habían tenido que exiliarse. Entendían que lo que estaba pasando en España era muy importante y fueron allí a una misión, con cámaras en lugar de armas. Por eso La maleta mexicana es un compromiso político, y habla también de aquellos que quieren neutralizar el poder de aquellas fotografías y colocarlas en un contexto artístico. Capa, Seymour y Taro hacían propaganda, prepararon imágenes, las escenificaron. Pero en ese momento a ellos no les importaba todo eso, no les importaba la neutralidad del fotorreportero. Eso vendría después».

«¿La neutralidad del director? Eso es una chorrada: cuando diriges un documental estás exponiendo tu punto de vista», dice la realizadora cuando se la inquiere por el núcleo de su pieza, centrada en el trabajo de los arqueólogos que indagan en las fosas comunes abiertas por toda la geografía española. «Me interesaba mucho conocer a esas personas y esa ha sido mi gran recompensa. Toda esta gente que trabaja tratando de saber qué ha sido de los suyos, de desenterrar la memoria, me ha cambiado como persona: ese ha sido mi premio».

La maleta mexicana podrá verse en su estreno mundial la semana que viene en el Festival de Cine de Karlovy Vary (República Checa) sin su directora, que alega compromisos previos. Ziff adelanta que podrán verse dos versiones de su trabajo: la primera, la cinematográfica, aparecerá en las salas españolas en noviembre, y la segunda, televisiva, llegará aún sin fecha prevista y con un plus añadido: «Para esa versión, de 55 minutos, hemos pedido a Baltasar Garzón que pusiera su voz en la introducción. ¿Miedo de las reacciones? No, yo no quería hacer un documental abierto a todo el mundo. Como ya he dicho, eso de la neutralidad es una auténtica chorrada».

[fuente: El Pais de Madrid]

Quién es quién en la Academia de Historia de España

Escudo del franquismo con el Sagrado Corazón y...

Escudo del Franquismo

La orientación conservadora es hegemónica en la RAH – Entre sus miembros hay un sacerdote, un cardenal y un antiguo inspector de la policía franquista

Un circuito cerrado donde siempre corren los mismos coches y siempre ganan las mismas escuderías. Es la definición que da de la Real Academia de la Historia (RAH) Verónica Sierra, historiadora de la Universidad de Alcalá y autora del libro Palabras huérfanas, en el que rastreaba las vivencias de los niños durante la Guerra Civil y el exilio. Una historia que tiene poco que ver con la de monarcas y poderosos que presiden salas y pasillos de la Academia: «Sigue siendo feudal y burguesa, elitista y anacrónica».

Para Luis Suárez, la imagen tenebrosa de la guerra se debe a la prensa extranjera

Varios historiadores creen que el magma ideológico que impregna la institución explica la exaltación franquista de algunas reseñas delDiccionario. «Muchos miembros de la Academia están muy ideologizados en la cultura política del franquismo y esto se percibe más en la historia contemporánea», sostiene Santos Juliá, biógrafo de Manuel Azaña, descartado por la Academia para hacer su reseña. En su lugar, Carlos Seco Serrano realiza una biografía cuajada de errores que avivó la polémica por la frase que describe el Gobierno de Negrín como «prácticamente dictatorial». Entre los 36 miembros de la RAH -15 superan los 80 años y solo tres son mujeres- no figura ningún especialista en la historia reciente. «Una laguna evidente», observa Juliá, que lamenta la ausencia de una generación de historiadores con una visión moderada como Ramón Villares, Pedro Ruiz Torres o Juan Pablo Fusi.

Hay una obra clave que ayuda a saber quién es quién en la Academia. El Diccionario Akal de historiadores españoles contemporáneos (Akal, 2002), escrito por Ignacio Peiró y Gonzalo Pasamar, recoge descripciones detalladas sobre carreras y orientaciones políticas. Esto último porque, dice Peiró, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, es «fundamental». «Cuando la ideología domina sobre la historia se hace una historia regular».

Su obra arroja varias sorpresas. Asegura que el académico Eloy Benito Ruano (Madrid, 1921) fue catedrático de Historia Medieval en la UNED y, antes, inspector de policía. En la orientación ideológica se lee: «Franquista. Perteneció a la Brigada Político-Social». A otro académico, el catedrático y sacerdote Quintín Aldea Vaquero (Gema, Zamora, 1920), se le tilda de «conservador», pero no es el único religioso: el cardenal Antonio Cañizares ingresó en febrero de 2008 con un discurso de exaltación cristiana («La fe católica, se profese o no por las personas, y se quiera o no, constituye el alma de España»). Desde entonces Cañizares solo ha acudido a una sesión de la Academia.

Sobre Luis Suárez Fernández (Gijón, 1924), autor de la biografía de Franco en elDiccionario de la RAH, se señala que fue catedrático de Historia y Estética de la Cinematografía de la Universidad Autónoma y medievalista. «Franquista. Director general de Universidades e Investigación del Ministerio de Educación». «Al disponer de los materiales y documentos de Franco, se dedica de manera hagiográfica a la figura del dictador y la historia española reciente». Pruebas de su sesgo ideológico pueden rastrearse en su último libro, Franco. Los años decisivos (1931-1945), que acaba de publicar Ariel. Allí dice: «La propaganda de izquierda tenía que cubrir entonces dos objetivos: cerrar los ojos del exterior a los crueles y numerosos asesinatos que se estaban cometiendo en zona roja y desprestigiar a un Ejército que empezaba a demostrar el ímpetu necesario para conseguir la victoria en condiciones de inferioridad numérica (…). Han sido periodistas extranjeros los que han contribuido a fabricar una imagen de la Guerra Civil más tenebrosa de lo que realmente fue».

Volvamos al diccionario de Peiró y Pasaman. A Carlos Seco Serrano (Toledo, 1923), que fue catedrático de Historia Contemporánea de la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense y decano, se le define como «monárquico y liberal». «Hace una defensa expresa de la Transición y el Rey a partir de finales de los setenta», añaden. A Miguel Artola (San Sebastián, 1923), que fue catedrático de Historia Contemporánea de la Autónoma de Madrid, se le describe como «democrático y liberal». De Vicente Palacio (Bilbao, 1920), catedrático de Historia de España Contemporánea, se afirma: «Tradicionalista y franquista, próximo a sectores nacionalcatólicos y simpatizante del Opus Dei». Palacio firma la reseña sobre el Rey y pertenece a la comisión de Historia Contemporánea que supervisó los biógrafos de este periodo junto a Seco Serrano, Artola y Miguel Ochoa Brun, historiador de la diplomacia.

Por su parte, el catedrático de Historia Moderna de Madrid, Luis Miguel Enciso Recio (Valladolid, 1930), que fue senador por Valladolid con la UCD, es «de orientación intelectual católica, conservador de centro» De Gonzalo Anes, director de la RAH, se dice: «Liberal y demócrata». En el libro no figuran datos sobre académicos como Hugo O’Donnell, que presidió la comisión sobre biografías militares. O’Donnell firma la reseña de su suegro, Alfonso Armada, promotor del golpe de Estado del 23-F.

[fuente>>]

Retrato de una Academia anclada en la Historia

Basilique Franco

Image via Wikipedia

Ritos religiosos, cargos vitalicios, rotunda hegemonía masculina y una desatención por la España contemporánea lastran la institución

Los miembros de la Real Academia de la Historia, antes y después de cada junta general, se encomiendan a Dios. «Que el Espíritu Santo ilumine con su gracia nuestra inteligencia y nuestro corazón», es la oración que precede el inicio de las sesiones de los viernes. El breve rezo en latín es una herencia que la institución no ha desterrado de sus rituales. No es el único lastre que arrastra del pasado: otras son la presencia de un arzobispo (en la actualidad, monseñor Antonio Cañizares), el escaso número de mujeres, la hegemonía centralista (apenas hay académicos de la periferia), el predominio de especialistas en tiempos gloriosos de reyes y conquistadores y algunas funciones anacrónicas, como la de censor. Este cargo, que ahora desempeña el decano de la Real Academia de la Historia, Carlos Seco Serrano, parece simbólico en la práctica, pero podría no serlo. Todos los discursos de ingreso, recepción y contestación de los nuevos académicos son supervisados por él. Un incesante chaparrón de críticas y denuncias

«Funciona como un club sumamente restringido», critica Ángel Viñas. Un académico denuncia que un grupo de presión decide los ingresos. Se mantienen viejas tradiciones, como la de rezar antes de las juntas generales.

«Es necesario que se dé entrada a otras generaciones», según F. Marías

No suele alterarlos, según un académico, pero podría hacerlo. Lo cierto es que la entrada de nuevos miembros apenas aviva el debate. A diferencia de lo que ocurre en la Real Academia Española (RAE), donde acostumbran a disputarse los sillones dos y tres candidatos, en la de Historia reina la absoluta unanimidad. En raras ocasiones se presenta más de un aspirante a los puestos vacantes.

En los últimos años abundan los candidatos propuestos por la historiadora Carmen Iglesias, la segunda mujer en ingresar en la Academia (ha arropado a tres de los seis últimos en ingresar), y Luis Suárez, especialista en Historia Medieval y autor de la complaciente biografía de Franco en elDiccionario Biográfico Español (tres de seis, también). Para ciertos académicos, es evidente que hay «un grupo de presión» con gran influencia a la hora de decidir quiénes se sentarán en las sesiones de la institución de la calle de León.

Al igual que ocurre en la RAE, tiene que ser una terna de académicos los que defiendan la conveniencia de postular a un candidato. Los últimos electos han sido el arabista Serafín Fanjul y Fernando Marías, historiador del Arte. Con anterioridad, lo fue Luis Alberto de Cuenca. «Funciona como un club sumamemente restringido, por cooptación. Prefiero el sistema británico, más competitivo y abierto», sostiene Ángel Viñas.

Aunque la RAE y la RAH nacieron en el mismo siglo, el XVIII, empujadas por el mismo soplo de aire ilustrador y con similares prácticas, en los últimos años se han ido diferenciando en algunos aspectos. En la reforma de sus estatutos, la RAE aprovechó para suprimir los cargos vitalicios. La RAH, por el contrario, ha decidido mantener los de secretario, anticuario y bibliotecario como perpetuos, algo que no ocurre con la figura del director.

La institución histórica nació bajo los auspicios de Felipe V. En la cédula real de 1735 se animaba ya a realizar un diccionario que ayudase a aclarar «la importante verdad de los sucesos, desterrando las fábulas introducidas por la ignorancia o por la malicia, conduciendo al conocimiento de muchas cosas que oscureció la antigüedad o tiene sepultado el descuido».

Ha costado casi tres siglos la tarea, pero algunos aspectos relacionados con la historia más reciente no brillan por su esmero en establecer hechos objetivos. «Si un admirador de un autor polémico hace su biografía, como el caso de Luis Suárez Fernández y Franco, siempre tendremos textos casi hagiográficos o muy benévolos hacia su gestión y conducta», señala el historiador Enrique Moradiellos. La fallida elección de algunos biógrafos es una de las razones de la controversia que ha generado el Diccionario Biográfico Español, pero el origen entronca con la propia composición de la RAH, donde no están representados especialistas en la historia más reciente.

La comisión de Historia Contemporánea de la Academia -que por extensión se ocupó de supervisar contenidos del Diccionario– está formada por Miguel Artola (respetadísimo historiador del siglo XIX), Vicente Palacio (colaborador de autores vinculados al franquismo como Ricardo de la Cierva y biógrafo del Rey), Miguel Ángel Ochoa Brun (historiador de la diplomacia y la política exterior) y Carlos Seco Serrano (autor de una vasta obra sobre Alfonso XIII y Eduardo Dato).

De la institución están ausentes algunos reputados historiadores como Santos Juliá, Josep Fontana, Jordi Nadal o Juan Pablo Fusi, por citar algunos nombres. Salvo recientes incorporaciones, la media de edad de los académicos es muy alta: 15 de los 36 tienen más de 80 años. «Habría que remozarla internamente, rebajar la edad media de sus integrantes y ampliarla en número y funciones», plantea Enrique Moradiellos.

Incluso su director, Gonzalo Anes, acepta que la renovación generacional y la entrada de mujeres y expertos en temas contemporáneos son asuntos pendientes. «Con el tiempo desaparecerá esta desigualdad», asegura. Aunque hay académicos que, como el arabista Juan Vernet, son partidarios de que la Academia admita más mujeres pero siga fiel a sus tradiciones -«Yo no tocaría nada»-, los más jóvenes son conscientes de que la renovación es inevitable. «Todas las instituciones deben renovarse. Es lógico y necesario que se dé entrada a otras generaciones», afirma Fernando Marías, que, con toda la cautela, sugiere que algunas de las entradas del diccionario que se preveían polémicas «tal vez deberían haber sido controladas por la institución y no dejar la responsabilidad a autores singulares». Como es partidario de «aplicar la exigencia científica a la disciplina histórica», intuye que se creará una comisión, interna y externa, para revisar los posibles errores». Una corrección que según el propio Anes se pondrá en marcha desde la versión digital de la obra.

Tan cauto como su colega, el poeta y filólogo Luis Alberto de Cuenca reconoce que «la edad media de la academia es alta», pero matiza: «Hay gente valiosísima que teniendo mucha edad son pilares de la historiografía española». Ambos coinciden en que la renovación de la Academia debe pasar también por la incorporación de más mujeres. «Es una de las asignaturas pendientes y hay historiadoras estupendas», dice De Cuenca. Ninguno, sin embargo, es partidario de establecer cuotas. «La mujer debe tener una presencia obligatoria, pero natural», afirma Fernando Marías. «No creo que las cuotas ayuden a la dignidad femenina. En política es normal porque hablamos de los representantes de la ciudadanía y las mujeres son aproximadamente el 50%, pero las academias no representan a nadie». Fundada en 1738, hubo que esperar a 1935 para que ingresara en ella una mujer: Mercedes Gaibrois. La siguiente en hacerlo fue, en 1991, Carmen Iglesias, a la que seguirían, hasta hoy, solo dos historiadoras más: Josefina Gómez Mendoza, en 2003 y Carmen Sanz Ayán, en 2006.

Los miembros de la Real Academia de la Historia, antes y después de cada junta general, se encomiendan a Dios. «Que el Espíritu Santo ilumine con su gracia nuestra inteligencia y nuestro corazón», es la oración que precede el inicio de las sesiones de los viernes. El breve rezo en latín es una herencia que la institución no ha desterrado de sus rituales. No es el único lastre que arrastra del pasado: otras son la presencia de un arzobispo (en la actualidad, monseñor Antonio Cañizares), el escaso número de mujeres, la hegemonía centralista (apenas hay académicos de la periferia), el predominio de especialistas en tiempos gloriosos de reyes y conquistadores y algunas funciones anacrónicas, como la de censor. Este cargo, que ahora desempeña el decano de la Real Academia de la Historia, Carlos Seco Serrano, parece simbólico en la práctica, pero podría no serlo. Todos los discursos de ingreso, recepción y contestación de los nuevos académicos son supervisados por él.

 

No suele alterarlos, según un académico, pero podría hacerlo. Lo cierto es que la entrada de nuevos miembros apenas aviva el debate. A diferencia de lo que ocurre en la Real Academia Española (RAE), donde acostumbran a disputarse los sillones dos y tres candidatos, en la de Historia reina la absoluta unanimidad. En raras ocasiones se presenta más de un aspirante a los puestos vacantes.

En los últimos años abundan los candidatos propuestos por la historiadora Carmen Iglesias, la segunda mujer en ingresar en la Academia (ha arropado a tres de los seis últimos en ingresar), y Luis Suárez, especialista en Historia Medieval y autor de la complaciente biografía de Franco en elDiccionario Biográfico Español (tres de seis, también). Para ciertos académicos, es evidente que hay «un grupo de presión» con gran influencia a la hora de decidir quiénes se sentarán en las sesiones de la institución de la calle de León.

Al igual que ocurre en la RAE, tiene que ser una terna de académicos los que defiendan la conveniencia de postular a un candidato. Los últimos electos han sido el arabista Serafín Fanjul y Fernando Marías, historiador del Arte. Con anterioridad, lo fue Luis Alberto de Cuenca. «Funciona como un club sumamemente restringido, por cooptación. Prefiero el sistema británico, más competitivo y abierto», sostiene Ángel Viñas.

Aunque la RAE y la RAH nacieron en el mismo siglo, el XVIII, empujadas por el mismo soplo de aire ilustrador y con similares prácticas, en los últimos años se han ido diferenciando en algunos aspectos. En la reforma de sus estatutos, la RAE aprovechó para suprimir los cargos vitalicios. La RAH, por el contrario, ha decidido mantener los de secretario, anticuario y bibliotecario como perpetuos, algo que no ocurre con la figura del director.

La institución histórica nació bajo los auspicios de Felipe V. En la cédula real de 1735 se animaba ya a realizar un diccionario que ayudase a aclarar «la importante verdad de los sucesos, desterrando las fábulas introducidas por la ignorancia o por la malicia, conduciendo al conocimiento de muchas cosas que oscureció la antigüedad o tiene sepultado el descuido».

Ha costado casi tres siglos la tarea, pero algunos aspectos relacionados con la historia más reciente no brillan por su esmero en establecer hechos objetivos. «Si un admirador de un autor polémico hace su biografía, como el caso de Luis Suárez Fernández y Franco, siempre tendremos textos casi hagiográficos o muy benévolos hacia su gestión y conducta», señala el historiador Enrique Moradiellos. La fallida elección de algunos biógrafos es una de las razones de la controversia que ha generado el Diccionario Biográfico Español, pero el origen entronca con la propia composición de la RAH, donde no están representados especialistas en la historia más reciente.

La comisión de Historia Contemporánea de la Academia -que por extensión se ocupó de supervisar contenidos del Diccionario– está formada por Miguel Artola (respetadísimo historiador del siglo XIX), Vicente Palacio (colaborador de autores vinculados al franquismo como Ricardo de la Cierva y biógrafo del Rey), Miguel Ángel Ochoa Brun (historiador de la diplomacia y la política exterior) y Carlos Seco Serrano (autor de una vasta obra sobre Alfonso XIII y Eduardo Dato).

De la institución están ausentes algunos reputados historiadores como Santos Juliá, Josep Fontana, Jordi Nadal o Juan Pablo Fusi, por citar algunos nombres. Salvo recientes incorporaciones, la media de edad de los académicos es muy alta: 15 de los 36 tienen más de 80 años. «Habría que remozarla internamente, rebajar la edad media de sus integrantes y ampliarla en número y funciones», plantea Enrique Moradiellos.

Incluso su director, Gonzalo Anes, acepta que la renovación generacional y la entrada de mujeres y expertos en temas contemporáneos son asuntos pendientes. «Con el tiempo desaparecerá esta desigualdad», asegura. Aunque hay académicos que, como el arabista Juan Vernet, son partidarios de que la Academia admita más mujeres pero siga fiel a sus tradiciones -«Yo no tocaría nada»-, los más jóvenes son conscientes de que la renovación es inevitable. «Todas las instituciones deben renovarse. Es lógico y necesario que se dé entrada a otras generaciones», afirma Fernando Marías, que, con toda la cautela, sugiere que algunas de las entradas del diccionario que se preveían polémicas «tal vez deberían haber sido controladas por la institución y no dejar la responsabilidad a autores singulares». Como es partidario de «aplicar la exigencia científica a la disciplina histórica», intuye que se creará una comisión, interna y externa, para revisar los posibles errores». Una corrección que según el propio Anes se pondrá en marcha desde la versión digital de la obra.

Tan cauto como su colega, el poeta y filólogo Luis Alberto de Cuenca reconoce que «la edad media de la academia es alta», pero matiza: «Hay gente valiosísima que teniendo mucha edad son pilares de la historiografía española». Ambos coinciden en que la renovación de la Academia debe pasar también por la incorporación de más mujeres. «Es una de las asignaturas pendientes y hay historiadoras estupendas», dice De Cuenca. Ninguno, sin embargo, es partidario de establecer cuotas. «La mujer debe tener una presencia obligatoria, pero natural», afirma Fernando Marías. «No creo que las cuotas ayuden a la dignidad femenina. En política es normal porque hablamos de los representantes de la ciudadanía y las mujeres son aproximadamente el 50%, pero las academias no representan a nadie». Fundada en 1738, hubo que esperar a 1935 para que ingresara en ella una mujer: Mercedes Gaibrois. La siguiente en hacerlo fue, en 1991, Carmen Iglesias, a la que seguirían, hasta hoy, solo dos historiadoras más: Josefina Gómez Mendoza, en 2003 y Carmen Sanz Ayán, en 2006.

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