Jesús no era apolítico

El expresidente y candidato a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, se encuentra en serios problemas económicos debido a los juicios en su contra. Su último movimiento ha sido vender Biblias a 59,99 dólares. En su promoción, asegura que es una Biblia especial porque “tiene su aprobación”. La Biblia Patriota tiene una bandera estampada en la tapa e incluye la constitución de Estados Unidos. En su promoción, aseguró que deben comprar muchas, que él mismo tiene muchas en su casa.

Un estudiante me dijo que le parecía bien, ya que la Constitución estaba basada en la Biblia. Cuando le pedí algún ejemplo, me mencionó valores que ya estaban en muchas culturas antiguas, como las que se desarrollaron en China y en África. Ni la Constitución ni la Carta de Derechos mencionan una sola vez a Dios, excepto una vez para especificar la fecha de la firma, lo cual era una formalidad de la época. Es más, los escritos de sus redactores, los llamados Padres Fundadores, especificaban que el objetivo era separar la religión de los asuntos del gobierno. Washington reconoció que el nuevo gobierno no era un gobierno cristiano y Jefferson insistió tanto en crear una enorme muralla para separar la religión del Estado que sus libros fueron prohibidos en las bibliotecas por ateo.

Poco después publicamos un momento en que el representante por Texas James Talarico hablaba en una iglesia desde una perspectiva del cristianismo original, es decir, en las antípodas del cristianismo actual: “Si esta fuera una nación cristiana, trataríamos con amor a todos nuestros vecinos LGBTQ. Si esta fuera una nación cristiana, nos aseguraríamos de que cada niño en este estado y en este país tuviese una casa, alimento, educación y salud. Si esta fuera una nación cristiana, nunca crearíamos una nación cristiana, porque sabemos que nuestra amistad está abierta a todos, incluidos a nuestros vecinos budistas, hindúes, musulmanes judíos, sij, ateos, hindúes y musulmanes. Jesús pudo haber iniciado una teocracia cristiana, pero el amor nunca haría eso. Lo más cercano que tenemos al Reino de los Cielos es una democracia multirracial y multicultural donde el poder es verdaderamente compartido entre todas las personas. Algo que aún no existe en la historia de la Humanidad”.

En Twitter, alguien respondió:

Interpretar la biblia con valores actuales es muy tonto se tu parte. En ese tiempo solo se regia solamente las monarquías y no existía el concepto democracia. Jesus era apolitico, las obras realizadas era en pos de predicar ya que lo material no valía nada para el”.

Eso de que “Jesús era apolítico” es un viejo dogma eclesiástico que contradice las mismas escrituras. Un dogma profundamente político. En el siglo XX, la santidad del claustro fue cuestionada como mero egoísmo por los teólogos de la liberación, quienes propusieron un compromiso con los problemas del resto de la sociedad y no la búsqueda de la santidad pura alejándose del mundo pecaminoso que proporcionaba los recursos para que otros salvaran sus almas. Varios sacerdotes fueron asesinados por estas ideas, acusados de socialistas.

La neutralidad política de cualquier institución es un oxímoron. No hay nada más político que la pretensión de neutralidad política. Se hace política por acción o por omisión. La idea de un Jesús apolítico es tan engañosa y conveniente al poder de turno como la pretensión de que las iglesias son neutrales. Lo que se puede decir es que Jesús no pertenece ni “es pertenecido” por ningún partido político, como presumen los fanáticos de extrema derecha que lo han privatizado desde el año 325.

Si nos referimos sólo a los cuatro evangelios que quedaron luego de que ese año los obispos de Constantino arrasaron con otros sesenta evangelios inconvenientes para el imperio, aun así podemos decir que sus historias están llenas de política (a las que se oponen sus fanáticos per-seguidores), lo cual no es nada raro para el hijo de Dios que tomó un cuerpo humano y todas sus necesidades físicas y sociales hasta sufrir la tortura y morir en agonía.

En 2007 contestábamos en “El Jesús que secuestraron los emperadores” y otros ensayos al escándalo provocado por un presidente que dijo que Jesús era socialista. Por supuesto que ni la idea ni el lenguaje de hoy son los mismos que hace dos mil años, pero los cristianos más fanáticos viven la ideología capitalista y nacionalista como una forma de consistencia con las enseñanzas de Jesús, cuando hasta un niño puede ver las contradicciones flagrantes y, sobre todo, hipócritas. ¿Qué vemos en los evangelios que quedaron?

El hijo de Dios naciendo en un establo de animales. El hijo de Dios trabajando en la modesta carpintería de su padre. El hijo de Dios rodeado de pobres, de mujeres de mala reputación, de enfermos, de seres marginados de todo tipo. El hijo de Dios expulsando a los mercaderes del templo. El hijo de Dios afirmando que más fácil sería para un camello pasar por el ojo de una aguja que un rico subiese al reino de los cielos. El hijo de Dios cuestionando, negando el pretendido nacionalismo de Dios. El hijo de Dios superando leyes antiguas y crueles, como la pena de muerte a pedradas de una mujer adúltera. El hijo de Dios separando los asuntos del César (Estado) de los asuntos de su Padre (religión). El hijo de Dios valorando la moneda de una viuda sobre las clásicas donaciones de ricos y famosos. El hijo de Dios condenando el orgullo religioso, la ostentación económica y moral de los hombres. El hijo de Dios entrando en Jerusalén sobre un humilde burro. El hijo de Dios enfrentándose al poder religioso y político, a los fariseos de la Ley y a los infiernos imperiales del momento. El hijo de Dios difamado y humillado, muriendo bajo tortura militar, rodeado de pocos seguidores, mujeres en su mayoría. El hijo de Dios haciendo una incuestionable opción por los pobres, por los débiles y marginados por el poder, por la universalización de la condición humana, tanto en la tierra como en el cielo…

En algunas iglesias cristianas, como en el Islam, Jesús no es hijo de Dios, sino su más importante profeta. Aparte, recordemos que en el Antiguo Testamento, profeta no significaba lo que significa hoy, en su sentido griego de “ver el futuro”. Eran críticos radicales del presente, profundamente políticos, y solían ir contra los abusos de los ricos y poderosos y en favor de una justicia social equitativa. Como Amos, por ejemplo. En este sentido, Jesús es el perfecto profeta. Todos fueron socialmente estigmatizados por incómodos.

Jesús fue ejecutado por el imperio del momento (a Roma no le importaban los asuntos religiosos de los judíos, sólo la Pax romana) y por sus colaboracionistas locales del momento como un criminal a lado de otros dos criminales, por subversivo. La misma forma de ejecución imperial no deja lugar a dudas. Si volviese hoy, sería ejecutado otra vez por peligroso subversivo y los futuros cristianos tendrían una silla eléctrica en sus altares.

jorge majfud, march 2024

El crimen del padre Amaro

 cine pilitico

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El crimen del padre Amaro

Dirección: Carlos Carrera Producción: Alfredo y Daniel Ripstein. Año de realización: 2002 Cover of "The Crime of Padre Amaro"

El crimen del padre Amaro

Carlos Carrera, Alfredo y Daniel Ripstein, 2002.

El triunfo ético de la derrota

El padre Amaro

 

El Crimen del padre Amaro comienza con una escena que será poderosamente significativa para la relectura de los acontecimientos que más tarde se irán sucediendo, en cascada, como un juego de dominó: antes de que el joven cura ponga pie en el pueblo, antes de que baje a tierra, el ómnibus que lo llevaba a su destino es asaltado. El padre Amaro no sufre ninguna pérdida importante. El que pierde, el que es golpeado, como siempre, es un representante del pueblo. Éste, el representante, antes del asalto le había comentado al padre sus intenciones:

Pasajero abuelo: –Voy a poner una tienda con un nieto. Si la tienda no da, entonces yo me largo al otro lado. Tengo una hija allá.

Con estas pocas palabras el viejo hizo una concisa pintura del actual momento de un mexicano común: su hija se ha ido a Estados Unidos y le ha dejado a su nieto para que se encargue de él mientras arregla su situación económica. El viejo aún intenta nuevas posibilidades –con la generación más joven–, aunque es escéptico sobre el éxito de su último esfuerzo.

Pero es asaltado y le quitan el poco dinero que lleva. Momento justo para dar un perfil del protagonista principal: antes de bajarse del ómnibus, el joven cura le da dinero al pobre viejo.

Aquí tenemos al religioso. Sólo que todavía no sabemos si el joven cura es una buena persona o si está construyéndose una imagen de sí mismo. Es decir, hizo lo que un buen hombre –y, sobre todo, un buen cura– debe hacer: fue compasivo, generoso, sensible al dolor ajeno. Más adelante, incluso, le “confesará” al padre Benito sus intenciones: “yo sólo quiero servir a Dios”. Lo que, de una forma indirecta, el padre Benito, con la conciencia menos limpia, arrugada, advierte que “cura que ladra no muerde”[1].

Sin embargo, al final de la película podemos hacer una lectura distinta: entonces, el joven sacerdote pagó su impuesto, salvó el examen, actuó por deber, no en consideración con el otro, sino consigo mismo.

La misma lectura se puede hacer del incidente en que el novio de Amalia lo golpea en la calle. El padre Amaro no reacciona. Llevados a declarar ante la policía, el cura levanta los cargos delante del propio Ruben, lo que enfurece más a éste que intenta agredirlo nuevamente.

La actitud del padre Amaro pretende ser cristiana: ante la agresión, ofrece la otra mejilla; ante la posibilidad de condenar, perdona.

Sin embargo, estas actitudes, si bien logran conquistar la simpatía del espectador, finalmente se rebelarán falsas –incluso soberbias– en su momento decisivo. El padre Amaro es menos directo y franco que el joven periodista. Es el verdadero hipócrita. Está representando un papel asignado por la tradición católica. Es un actor[2] que debe convencer a la gente y, sobre todo, al obispo, ya que de este último depende su carrera.

Cuando Amalia le dice que está embarazada, el padre Amaro no tiene escrúpulos para tratar de deshacerse de su hijo-problema. Le sugiere tener el niño en otro pueblo y darlo en adopción.[3] Llega a golpearla. Despide sin atisbos de piedad al chofer por su infidencia, dejando en la calle al hombre que debe cargar a la inválida, como un mueble más, sobre un carro tirado por un burro. Después de esta expulsión, los amantes continuarán teniendo sexo en el mismo lugar, lo que confirma no sólo la indiferencia por el dolor ajeno, sino también su egoísmo.

Como si no fuera suficiente, el padre Amaro terminará por entregar a su “amada” a su anterior novio, quien debería cargar con su hijo salvándolo así de la vergüenza y de la frustración de su brillante carrera.[4]

Sin embargo, el padre Amaro sabe representar sólo un papel, el que le enseñó el seminario, el papel del buen cristiano. Pero cuando se enfrenta a la realidad contaminada del pueblo, de las falsas relaciones que predominan entre sus superiores y el medio que lo rodea, fracasa. Se convierte en un pésimo actor. Miente y no sabe cómo. Es inverosímil.

El colmo de esa inverosimilitud la logrará cuando pretenda justificar sus encuentros con la muchacha. “Amalia, una niña muy piadosa –dice a cada uno que encuentra–. Quiere ser monja. Quiero prepararla [pero en secreto]”

Cuando la verdad llama, el padre Amaro no responde. Finalmente, se aprovechará del prejuicio favorable que le hace la gente del pueblo, tras la muerte de Amalia, culpando al joven periodista de su muerte.[5] Mentira que el joven cura sostiene fuertemente con el silencio.

Grupos sociales

En El Crimen del padre Amaro podemos identificar grupos sociales muy definidos los que, no sólo se corresponden con grupos económicos sino, además con grupos éticos, más o menos definidos.

El primer gran grupo –no por su cantidad sino por la importancia que tiene en la película– es el grupo de religiosos. Es obvio. Pero dentro de éstos, a su vez, hay grupos antagónicos: primero está el “grupo oficialista”, integrado por el padre Benito, por el obispo y por el mismo padre Amaro. Por otro, el “grupo hereje”, representado por el padre Natalio. Éste, el padre Natalio, es un probable militante de la Teología de la Liberación y probable guerrillero. Lo que es seguro, por lo menos desde el discurso de la película, es que el grupo del padre Natalio representa todo lo mejor que el grupo católico oficialista no tiene: escrúpulos, principios éticos, desprendimiento, solidaridad con los oprimidos y perseguidos, autenticidad en su discurso, correspondencia entre sus prédicas y su acción. Por muchos momentos, el padre Amaro corre el riesgo de pisar la línea que separa a éstos de los oficialistas. Pero en todo momento triunfa en él la obediencia a las autoridades religiosas, lo que no es otra cosa que obediencia a su propias ambiciones personales. Cuando éste le lleva al padre Natalio la noticia de la excomulgación[6], lo hace con la conciencia de que es lo más grave que le puede suceder a un sacerdote en su carrera, es decir, en su vida. Con lágrimas en los ojos, le dice: “ahora estás afuera de la Iglesia”. Estar “afuera” de la Iglesia significa “ser nadie”, perder toda la identidad, toda esperanza, todo propósito en la vida. Pero el padre Amaro no sólo llora por la gravedad de este hecho, sino porque, en el fondo, sobrevalora al padre Natalio: “Créeme que te admiro, Natalio”, le dice, antes de dejarlo. Sin duda lo admira: Natalio es capaz de hacer lo que él sabe que es más noble, pero que él mismo no puede hacer. Su carrera está por encima de sus propios valores éticos y no alcanzará nunca a resolver esta contradicción, al menos que elimine el factor más débil, es decir, el factor ético, los escrúpulos[7].

Por otra parte encontraremos al pueblo, representado en la joven Amalia, en el chofer de la iglesia y en el resto de los personajes que hacen algo útil por los demás. Este pueblo –el mexicano– nunca aparece revelado; cuando aparece, lo hace de forma típica, como los obreros de la construcción del padre Benito que le silban a Amalia al recorrer la obra –es parte del folklore obligatorio de una sociedad machista y latinoamericana.[8]

En oposición ideológica al grupo de los religiosos encontraremos a los ateos, a los anticlericales representados en los periodistas, en el director del periódico, en los jugadores de ajedrez.

Un grupo necesario, aunque esteriotipado[9], es el de los narcotraficantes el cual, por supuesto, estará relacionado con todos los grupos que, de alguna forma, ostentan el poder en México: gobierno, Iglesia, comercio, etc. A diferencia del caso colombiano, donde los supuestos grupos “subversivos” forman parte de la dialéctica contradictoria del poder, en El Crimen del padre Amaro el grupo “resistente” del padre Natalio se opone al mismo. También por esta razón –porque “poder” y “corrupción” se han vuelto sinónimos, si alguna vez fueron otra cosa– es que el cura rebelde representa lo bueno que todavía no ha sido comercializado.[10]

Un tercer grupo está representado por un solo personaje: la santera, en nombre de los marginados, locos, inescrupulosos como las autoridades y los poderosos, pitonisa, celestina y bruja malvada.

Todos estos grupos, incluido el grupo del padre Natalio, están atravesados por la simulación y la mentira. En este último caso y en el caso de la santera es por una razón de sobrevivencia; en los otros casos, siempre será por ambiciones personales nunca satisfechas.

Todos saben, por ejemplo, que el celibato es la Gran Mentira. Pero nadie quiere reconocerlo:

Madre de Amalia: [Encontrándose con el padre Amaro] –Ya me lo había dicho mi hija, muy joven y guapo.

Padre Benito: –Los curas no son ni jóvenes ni guapos. Son ministros de Dios.

En otro momento, la mujer del Alcalde se confiesa y, antes de entregarle al padre Amaro un sobre con dinero, supuestamente del narcotráfico, dice:

La mujer del Alcalde: –Ya que ahora conoce mis pecados quiero [invitarlo a mi casa para que] conozca mis virtudes.

Tipos éticos y psicológicos

El encuentro del padre con la muchacha que enamora se da de una forma un poco convencional: unos niños juegan a la pelota y ésta –móvil inocente– se escapa para caer cerca de él quien, después de mirarla acercarse, se la entrega en sus manos. La pelota naranja está llena de simbolismo. No sólo significa un “diálogo físico”, el primer contacto, sino que, además, hay una “entrega”, una “posesión”. Mientras ella recibe la ofrenda, lo mira a los ojos. Lo que en lenguaje callejero se llama “flechazo” o “amor a primera vista”.

Esta relación clandestina nace y se propaga como el fuego. No se puede disimular y, cuando los protagonistas pretenden hacerlo lo hacen muy mal. Desde el comienzo el novio de la joven se percata del hecho. No tardará mucho para que la vieja santera haga lo mismo, con mayor elocuencia. Las miradas son evidentes, finalmente el primer beso será en el más público de ese espacio público que es una iglesia de pueblo. Lo mismo ocurrirá con el sitio que encontrará el padre para hacer el amor con la joven, las excusas que usará para ocultar el hecho, etc.

Desde el comienzo de El Crimen del padre Amaro, el padre de su novio da una clave de la personalidad de Amelia: la niña tiene la cabeza llena de “rezaderas”, gracias a los “gilipollas[11]” de los curas.

Pero esta cabeza llena de “rezaderas” expresará a su forma la sensualidad que no puede sujetarse a esa edad:

Amalia: [En la obra de construcción del padre Benito] –No estoy enamorada de mi novio. […] Estoy enamorada de Dios.

Con excepción del padre Natalio, todos los demás personajes comparten la misma carencia: los escrúpulos. La santera es un personaje marginal, pero no ha llegado a su pobreza por razones de éticas, religiosas o filosóficas, lo que rápidamente queda demostrado cuando en la iglesia se recoge la limosna: la vieja deja unas monedas y, con la misma mano, recoge un billete. La santera es corrupta y se vale de sus habilidades para sacar provecho propio de la situación. Lo mismo hará con las ostias y con la joven Amalia, cuando consigue un hospital clandestino para realizar el aborto. No muy distinto es lo que hacen las autoridades eclesiásticas –incluido el padre Amaro, por supuesto–, los periodistas y los narcotraficantes.

Parte de la mentira es justificar las contradicciones entre el deseo y el deber, entre los dogmas y la práctica; parte de la mentira consiste en saltar por sobre las leyes de la Iglesia para no pisarlas.

Un ejemplo de ello nos ilustra brevemente la anterior observación:

Padre Amaro: –Dime tus pecados.

Amalia: –Me gusta ser sensual. Me toco yo misma cuando me baño y el agua me recorre el cuerpo. ¿Es pecado?

Padre Amaro: –No, no es pecado. El cuerpo y el alma es la misma esencia.

Claro que no sería la misma esencia si fuese el cuerpo y el alma de una mujer vieja y no fuese la mujer que el padre Amaro deseaba.

Y enseguida Amalia agrega:

Amalia: –Pienso que es Jesús quien me toca. ¿Eso es pecado?

Padre Amaro: –Sí, es pecado.

El mismo Padre Amaro será quien, antes de hacerle el amor, la compare con la Virgen María y concluya que ella es más hermosa.

También el padre Benito afirmará, con contundencia, que la idea de abolir el celibato es una “pendejada”.

Más clara aún, la idea antes expuesta se advierte en el siguiente diálogo:

Padre Benito: –Al dinero para las buenas obras no hay que ponerle peros.

Padre Amaro: –Es dinero lavado

Padre Benito: –El verdadero lavado es ante Dios.

La misma posición retórica es la del Obispo que, con una racionalidad que era común en Martín Lutero (también cristiano, sí, pero enemigo):

Obispo: –Donde abunde el pecado sobrará la gracia de Dios. Para Dios todo tiene remedio.

Será a causa del Obispo –es decir, de la autoridad, del sistema– que el padre Amaro comenzará a practicar el juego de la mentira, la extorsión y la estrategia inescrupulosa para conseguir resultados personales. Es, precisamente, cuando el nuevo cura va a hablar con el director del diario que publicó una artículo denunciando los vínculos de la Iglesia con la guerrilla, vínculo que aparece como probable, no probado, pero, en todo caso, no es presentado como el vínculo perverso sino, por el contrario, como el vínculo con las víctimas de las sierras, las víctimas del narcotráfico y del gobierno.

Padre Amaro: [Al director del diario] –¿La verdad se sostiene de los lectores o de los avisos? Se lo digo porque el obispo puede acabar con la publicidad…

Un breve diálogo entre el padre Benito y su amante confirman la contradicción no sólo entre el discurso y los hechos, sino también entre el discurso y el pensamiento:

Padre Benito: –Te convertí en la puta del cura.

Mujer de Benito: –Tu me dijiste una vez que el único infierno es la soledad.

Padre Benito: –¿Eso te dije? Ojalá yo lo entendiera así.

Simbolismo

No hace falta mencionar que El Crimen del padre Amaro estará llena de sensualidad, hasta que la atracción del joven padre y la muchacha se consume. A él lo mueve el deseo; a ella la mueve el amor. También esta posición del drama es anacrónico, pero no olvidemos que la película está basada en una novela escrita a fines del siglo XIX. Ahora, Carlos Carrera debe resolver, usando imágenes, esta sensualidad. Recursos de la liturgia no le faltarán. Si dio de comer la ostia a un gato, ¿por qué no habría de usarla para crear una imagen sensual en el altar mismo? Me refiero al momento en que el padre Amaro le pone la ostia en la boca de la joven Amalia. La identificación de Jesús con la Pasión es doble, y lo ha sido probablemente desde siempre. También aparecerán imágenes de Jesús cuando el padre Amaro y Amalia comienzan su relación carnal.

El lugar donde los jóvenes “pecadores” harán el amor repetidas veces está precedido por un largo muro lleno de manchas. El simbolismo es demasiado directo.

No es tan directo pero sí resulta impactante y significativo, el papel representado por la paralítica. Ésta –como todas las mujeres del pueblo– se enamora del padre Amaro. Y, como una de las escenas más impactantes que pudo producir El crimen del padre Amaro, la paralítica sufre con el sexo que su enamorado tiene con otra joven –con una joven hermosa. Así, los gritos de placer del coito son reemplazados por los gritos de profunda desesperación de la paralítica. Ésta es la más pura encarnación del dolor físico y moral.

Por otro lado tenemos a los opositores formales. Me refiero al director del periódico y la gente que lo rodea, todos anticlericales. Esto no sólo se “sugiere” con las repetidas escenas que los muestran jugando al ajedrez, sino que además son ellos los portadores de la palabra escrita que no obedece a Dios. El periódico también genera conciencia y opinión en la gente, pero no en nombre de Dios y, como se verá en la película, de una forma abiertamente anticlerical –lo cual resulta en el choque más importante entre estos dos grupos.

Sin embargo, el verdadero opositor está dentro de la estructura y dentro de la tradición de la Iglesia, surge de ella y es expulsado por hereje. El padre Natalio, el cura rebelde, es el único de su iglesia que lleva barba. La barba no sólo representa al contestatario, sino que lo acerca a la imagen del cristiano primitivo –original. Su compromiso con los sometidos es real, no de palabra. Predica en las sierras, en un medio inhóspito; su iglesia es una construcción precaria que ellos mismo hacen con sus propias manos –tarea de la cual el padre Amaro participa sólo de forma simbólica, en una de sus visitas al “mundo real”

En un plano menor, advirtamos que Amaro y Amalia son semejantes. No debemos analizar esta coincidencia como un hecho de facto, de hermenéutica sobre un texto religioso antiguo o producto misterioso y revelador del inconsciente. Apenas sirve para descubrir un juego consciente de los autores de El crimen del padre Amaro.

Es importante, en este resumen analítico de los símbolos de la película, remarcar la apariencia física del protagonista. Gael García Bernal es lo que se podría decir un muchacho lindo. Su masculinidad no está fuertemente acentuada –según cánones occidentales–. Hay un perfil casi femenino, es decir, delicado, inocente, angelical y –se debe suponer– sensual. También el personaje apoya este perfil con su interpretación: desde el inicio, el padre Amaro se presenta como un joven bondadoso e inocente, de nobles valores, dispuesto a ayudar al prójimo, a los pobres, a los feos. Es una especie de ángel que enamora a todas las mujeres del pueblo. Desde las viejas hasta la paralítica que se aferra de su brazo con la fuerza que no tiene. No se espera de él la revelación que, después de la extorsión al director del diario, comenzará a revelarse momento a momento. Aún así, la confianza en la apariencia física hace esperar una reivindicación de su valor en una confesión final que nunca llegará. En su lugar predominará la irremediable cobardía, el egoísmo o –peor– la conciencia fría y oscura del anticristiano.

Dentro de los simbolismos podemos notar un importante grupo de contrastes:

Contrastes, parodia e ironía

                                                                                                  

Cuando el padre Amaro entra a la que será su iglesia, lo primero que escucha es un canto de la vieja curandera: es caricaturesco, agresivamente desafinado, casi al límite de la parodia y de la blasfemia[12]. Por si fuese poco, esta misma mujer usará las ostias como alimento para sus gatos, con el agravante de decirlo de forma explícita: “toma tu medicina, es el cuerpo de Cristo”. Más adelante encontraremos el mismo símbolo “desacralizado” casi hasta el límite de la blasfemia, representado por un grupo de niños comiendo ostias con ketchup.[13] En otra escena posterior se mostrará este mismo ambiente como una combinación surrealista de gatos y muñecos. Y, casi al final, cuando el padre Amaro va en busca de la santera para conseguir a un médico que aborte a su hijo, la vieja le dice: “Ésta es mi iglesia particular”, y a continuación, le muestra los santos que ha coleccionado.

Un contraste o contradicción ético-teológica se produce cuando el padre Amaro, sabiendo del embarazo de Amalia, le reza a la virgen pidiéndole un milagro. Ese milagro llega: Amalia acepta hacerse el aborto.[14]

También hay un contraste que es, al mismo tiempo, una nueva simulación: las campanas que sonaban originalmente en el campanario han sido sustituidas por una grabación que se emite a través de altavoces.[15] Un contraste semejante sucede cuando el padre Benito remonta vuelo en la avioneta del narcotraficante para curarse en un hospital lejano. El vuelo es ambientado con un coro religioso, casi gregoriano.

Contraste o discordancia con la vestimenta: cuando Amalia va a tomar “clases para convertirse en monja”, aparece como la joven virgen entre muros sucios, entre puertas despintadas –lo cual ya vimos como alegoría–. Pero además el uniforma de monja de Amalia es del todo contradictorio: una minifalda.

Un contraste final –parte de la actuación de padre Amaro, parte de la mentira del discurso eclesiástico– lo confirma el propio padre Amaro cuando oficia misa ante el cuerpo presente de Amalia: la llama “hermana Amalia”.

También la paralítica supone un cruel contraste con los jóvenes haciendo el amor en la pieza de al lado: la voluptuosidad del sexo y la inmovilidad de la enferma; los gritos de goce y los quejidos, gemidos casi mudos de la paralítica.

Otro contraste, esta vez ético, se produce en la misma escena. El padre Amaro anda en procura de alguien que mate a un feto diciendo: “busco un doctor para traer niños al mundo”

Pero, como en ningún momento el padre Amaro es verosímil, en ningún momento ha aprendido a mentir a pesar de que lo ha hecho repetidas veces desde que llegó al pueblo, y, además, porque está buscando ser descubierto ya que espera que el otro haga lo que él no puede hacer –decir la verdad–, y porque la santera es harto perspicaz, ésta enseguida advierte y le contesta:

Santera: –Usted lo que quiere es un aborto, padrecito”

El padre Amaro le da dinero y ella responde:

Santera: –Que Dios lo bendiga, padrecito.

También se confirmará esta dialéctica de los contrastes ético-simbólicos cuando el padre Benito bautiza a una hija del narcotraficante. La ceremonia es breve y se la presenta como un trámite obligatorio que es hecho con la mayor diligencia antes de la fiesta, como el rezo acelerado de un hambriento precede la aniquilación de un banquete. La ceremonia cristiana es sólo la justificación y la apariencia de la fiesta dedicada al verdadero dios: Baco.

Un contraste final y trágico lo realiza el coro que canta en la misa de velorio de Amalia:

Jesucristo te llamó

Para estar con él

Él te esperará

Con los brazos abiertos

Padre voy a Ti.

Humor

El Crimen del padre Amaro es un drama y una comedia al mismo tiempo. Como es norma, los acontecimientos cómicos son muy anteriores al drama que, invariablemente, debe ir al final. Este orden está invertido en las películas dominantes del cine norteamericano, pero no en un género latinoamericano que no pretende divertir –relajar, es la función de la risa después de la tensión– sino, por el contrario, pretende ser más conmovedor y, si es posible, crítico.

Así que en la primera mitad encontraremos expresiones como:

Amalia: –¿No crees en Dios?

Novio: –Puede ser. Pero no me gustan los curas.

Amalia: –¿Eres comunista?

Lo cual de paso sirve como crítica irónica hacia la ingenua perspectiva popular, dominada por el discurso de la ideología dominante.

O cuando, después de hacer el amor con el cura, Amalia enseña los diez mandamientos y cambia el significado del sexto: “no fornicarás significa que no vas a comer carne en semana santa”

El crimen del padre Amaro es una película abiertamente anticlerical, deliberadamente provocativa. Sus estrategias son a veces el humor y la ironía y, sobre todo, la exposición explícita de la doble moral de los representantes de la Iglesia Católica. Poniendo en evidencia estas graves contradicciones evidencia también la ilegitimidad del poder, no sólo religioso sino también político y económico. Por supuesto que en esta película no se tratan temas nuevos, ni siquiera de una forma novedosa —El pájaro canta hasta morir se le parece. El libro en la que está basado es del siglo XIX.

Sin embargo, el momento es apropiado. Es necesario recordarle a los desmemoriados la tradición oculta: la corrupción moral y discursiva de los sacerdotes, su pedofilia, su falso celibato, su falso amor, su falso sacrificio en bien de los demás. Claro que también corre el riesgo de provocar su propia caza de brujas…

Una lectura a través de Mas’ud Zavarzaeh

Para Zavarzaeh, la relación entre el centro y el margen es una relación de oposiciones –conflictiva– entre exclusión e inclusión. Su crisis es uno de los síntomas de la Posmodernidad[16].

Sin embargo, ¿qué significa, exactamente, “crisis” de la relación tradicional entre el centro y el margen? Sin duda que ésta no ha cambiado desde el neolítico: hay un centro desde el cual se emite un discurso predominante que es, al mismo tiempo, excluyente. Quienes son perjudicados por ese discurso o quienes lo resisten deben, necesariamente, ubicarse al margen. La crisis de esta relación dialéctica significa, antes que nada, una conciencia y un cuestionamiento ético de esta relación, mucho antes que un cambio estructural –espacial– del centro tradicional.

Ahora bien, ¿cómo somete el centro y cómo se defiende el margen, cómo reacciona el margen y cómo se reorganiza el centro?

Es importante anotar que el centro es el principal productor de “legitimaciones”, es decir, el principal redactor del discurso ético predomínate. Pero este discurso necesita de un enemigo: el margen. Personalmente, creo que una de las fortalezas del centro en relación con la res intermedia[17] consiste en mantener una clara relación ético simbólica con el margen. Es decir, el centro necesita del margen. Sin el peligro y la amenaza, no podría existir una dominación ideológica efectiva. Es por esta razón que el centro debe combatir el surgimiento ético-contestatario del margen, pero nunca suprimirlo completamente. Si no existiera un margen –hecho dialécticamente imposible– el centro lo inventaría.

Una segunda forma de “manipulación ideológica” que practica el centro, aparte del antagonismo, es la “absorción”. Lo que también podríamos llamar, “integración de la exclusión” o “anulación del disenso”.[18]

Lo que aún queda sin aclarar es si el centro es plural o no. Sabemos que el margen lo es, pero la respuesta no es tan clara cuando interrogamos al centro. Cabrían dos posibilidades: a) el centro es único, por naturaleza ideológica y de organización jerárquica; o b) el centro es una pluralidad “coherente”, es decir, capaz de integrar los distintos niveles y categorías de discursos de dominación: racial, de clase, económico, de género, etc. –una mujer de clase dominante sería, de alguna forma y al mismo tiempo, marginal por su sexo.

Desde este punto de vista, El crimen del padre Amaro construye un discurso que, originado probablemente en el centro, se ubica conscientemente en el margen. Sabemos que parte fundamental de la ideología dominante, la ideología “central”, consiste en asociar al margen con descalificativos éticos, como pueden serlo de orden social, sexual o de producción. Es decir, el margen es improductivo, desordenado, peligroso para el orden y la seguridad, sexualmente desviado o contra natura, inmaduro, etc.

En las películas de Hollywood, el margen finalmente se integra al centro –el hippie, el bohemio, el contestatario, la mujer “libertina”, etc. Pero no sólo como forma de “reformar” algunos elementos disfuncionales del centro –al que deberá ayudar a recuperar su propia centralidad en tiempos de “desviación”–, sino reconociéndose incapaz de cambios serios y como característica de la inmadurez psicológica, ideológica, productiva y moral.

Por el contrario, en El crimen del padre Amaro el centro triunfa finalmente en la trama, lo cual significa una derrota ética necesaria en la meta-trama, es decir en las lecturas probables del espectador. El centro es moralmente corrupto.

También se da una paradoja que, aunque pueda sorprender, no es para nada propiedad de la posmodernidad, sino de los orígenes del cristianismo: el centro representa la fuerza y el poder social, la dominación, al mismo tiempo que la marginalidad ética. Desde este punto de vista, este discurso es, marginal. Sólo el poder del dominante puede imponer una censura de expresión; pero el censurador es, históricamente, el que ha perdido la batalla por la legitimación ética, porque su discurso es insuficiente.

El padre Natalio representa al típico marginado: se encuentra en la clandestinidad política y eclesiástica. También se encuentra marginado por el poder político, civil, representado por el periódico del pueblo. Sin embargo, es el único “héroe-ético” que se destaca en el discurso de El crimen del padre Amaro. Su derrota, la excomulgación –la separación definitiva de la corrupción y del poder– como la de Jesús, es la única forma efectiva de triunfo moral.

[1] Más adelante, luego de mostrarle dónde vivirá, el padre Benito le dice: “A lo mejor estás poco tiempo, si logras complacerme a mí y al señor obispo” Es decir, si es obediente –no a dios sino a las autoridades religiosas– su carrera a roma será vertiginosa.

[2] El gran actor es Lucifer. Los actores, los simuladores son sus discípulos. La gran simulación es representar al Demiurgo como Dios, tal como afirmaban los gnósticos de los primeros siglos del cristianismo, antes que el Concilio de Nicea (año 325) los condenara y luego la oficialidad cristiana los persiguiera hasta extinguirlos. Esto también se corresponde con la idea del chofer de la iglesia: “para mí que el diablo se vino al pueblo hace años”.

[3] “Yo no puedo poner en riesgo mi apostolado”, dice.

[4] El padre Amaro reza: “No permitas que me hunda”.

[6] Ni siquiera le plantea mudarse de pueblo, por segunda vez, tal como le había sugerido el obispo, como condición previa a no ser excomulgado.

[7] Cuando Amalia le propone abandonar los hábitos para casarse con ella, él se niega alegando que “lo importante” es su vocación. Aunque enseguida aclara –se justifica–: “Además, siendo sacerdote puedo hacer mucho por la gente”

[8] Este pueblo también aparecerá, en un momento, como parte de la estructura psicológica de dominación eclesiástica cuando, después de escuchar un sermón incoherente del padre Amaro, se lanzan enfurecidos a la calle en protesta contra el periódico y a favor del padre Benito. El padre amaro no incita esa violencia, pero la “solidaridad” de los “miembros” pertenecientes a la base de la Iglesia se exacerba y se le va de las manos al predicador mediocre. Otra vez encontramos aquí al padre amaro, al joven sacerdote, al sacerdote “tierno” llenando un intersticio de una ideología eclesiástica que se mueve sola, que hace actuar a sus miembros inferiores, que los usa, los transforma y los amolda.

[9] Otro grupo menor que se encuentra esteriotipado es el de los políticos que gobiernan al pueblo. Creo que es el alcalde quien dice, en tono de burla: “Yo gobierno para mi pueblo, no para mi partido”.

[10] Considero que todo lo referente a los grupos de narcotraficantes y al Chato Aguilar, se pudo haber obviado, evitado con una ausencia más sugerente. La fiesta, los guardias disfrazados de cowboys, son inverosímiles o están mal actuados. La contraseña que hace el padre Benito, dibujando la cruz en el aire y pronunciando la palabra clave “tiburón” es más digno de una serial policial para pasar el fin de semana comiendo pop que de una película que se precia de “latinoamericana”.

[11] No sólo por este término insultante, sino por sus referencias a Franco, deducimos que es un inmigrante español.

[12] Canta: “Los ángeles cantan y alaban a Dios”

[13] Un problema ético de realización se produce aquí, cuando niños –menores– son usados para representar una escena con una carga religiosa y simbólica tan fuerte. No podemos saber qué rechazo moral puedan tener dentro de diez o quince años.

[14] El padre Amaro afirma que Amalia es libre para hacerse el aborto por su propia voluntad. Esto tiene un efecto doble: 1) El cura no se hace responsable de la decisión del aborto de su propio hijo; 2) tampoco le impone a una mujer una decisión dictatorial, aunque la presiona para que su decisión sea favorable a su deseo: el aborto. Habrá un momento de sinceridad cuando, esperando el resultado del aborto, le dice al abuelo-pasajero que encuentra en el hospital clandestino: “[No vine para que alivien a ninguna muchacha] vine a que me alivien a mí”.

[15] Este hecho no es una invención de la película. Existe en muchas iglesias y no se explica cuál es el inconveniente de las viejas campanas sino la incomodidad física de mover aquellos gigantes y nobles moles de bronce.

[16] “[The] relation between the center and the margin […] is itself a symptom of the crisis of Postmodernity and uncertainty about the norms that might “justify” and “explain” the acts one undertakes.” Mas’ud Zavarzaeh, Seeing Films Politically, pg. 169. State University of New York Press, Albany, 1991.

[17] Con este término de dudosa comprensión, me refiero al cuerpo social que se ubica entre el centro y el margen y que constituye, seguramente, la mayoría social.

[18] [Hollywood films] attempt to recuperate the radical margin as a “reformist” discourse. The margin and its discourses, in a gesture of open-mindedness, as seen as having a “positive” effect on the center” Op. Cit. p. 170. “[en Desperately Seeking Susan margin that can form a moral coalition with the center” Op. cit. pg. 178.

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