Según la antigua mitología azteca, los dioses requerían sacrificios de su pueblo y de pueblos ajenos para que el mundo pudiese seguir andando. El mayor terror de los mexicas de entonces no era el infierno sino que el mundo dejase de andar. Por eso sacrificaban algunas víctimas, ofrecían su trabajo y hasta su propia sangre para contentar al Cosmos y a sus insaciables dioses.
Desde entonces, nada ha cambiado. Sólo algunas fechas, algunos nombres de países, algunas banderas y las noches, que son más iluminadas.
Gracias al sacrificio de los pueblos, a los ríos de sudor, sangre y lágrimas que exigen siempre los insaciables dioses de turno, el mundo no se ha detenido ni se ha hundido en la terrible y largamene anunciada catástrofe.
jm, mayo 2, 2022
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