Disculpen la molestia, pero en este referéndum del 27 de marzo quisiera recordarle a mis amigos que somos medio millón de uruguayos en el exterior que no podemos votar en ninguna elección desde el exterior. No es sólo que muchos pagamos impuestos ahí, sino que no dejamos de ser uruguayos por vivir en otro país o estar de viaje. Con los criterios de auto victimización que usan algunos, a José Artigas nunca se le hubiese permitido votar por haberse autoexiliado treinta años en Paraguay.
Los descendientes de europeos en Uruguay, en cambio, votan en algunas elecciones europeas sin haber vivido en Europa. 112 países permiten el voto consular o por correo. Uruguay es el único país de toda América del Sur que no permite este derecho.
De repente, pese a los obstáculos legales impuestos para no permitir refugiados de «países de mierda», Washington acaba de saltarse todas las trabas y recibirá 100.000 refugiados de Ucrania (según medios estadounidenses y europeos, «gente pacífica», «civilizada», «cristianos como nosotros», «rubios y de ojos celestes», etc.
Compasión y solidaridad selectiva han sido una larga tradición en el «Mundo civilizado»
Mirando los medios corporativos, a menudo escuchamos la palabra “oligarca” precedida por el adjetivo “ruso”. Pero los oligarcas no son solo un fenómeno ruso ni son un concepto extranjero. Claro que no. Estados Unidos tiene su propia oligarquía.
Hoy, en los Estados Unidos, las dos personas más ricas poseen más riqueza que el 42 por ciento inferior de nuestra población (es decir, más de 130 millones de estadounidenses) mientras que el uno por ciento más rico ya posee más capital que el 92 por ciento de la población. Durante los últimos 50 años hubo una transferencia masiva de riqueza en nuestro país, pero en la dirección equivocada. La clase media se está reduciendo, mientras que a los de arriba le está yendo mejor que nunca.
Además, en términos de la economía global, no hay duda de que estamos viendo un aumento enorme y destructivo en la desigualdad de ingresos y de acumulación de riqueza. Mientras que las personas muy, muy ricas se vuelven mucho más ricas, la gente común tiene dificultades para subsistir y los más desfavorecidos se mueren de hambre.
Si bien existían niveles masivos de desigualdad antes del surgimiento de COVID, esta situación ha empeorado mucho en los dos últimos años.
Hoy, en todo el mundo, los diez hombres más ricos poseen más riqueza que 3.100 millones de personas, casi el 40 por ciento de la población mundial. Increíblemente, la riqueza de estos diez multimillonarios se ha duplicado durante la pandemia, mientras que los ingresos del 99 por ciento de la población mundial han disminuido. Los oligarcas gastan enormes cantidades de dinero en lujosos yates, mansiones y obras de arte, mientras que 160 millones de personas en todo el mundo se han hundido en la miseria. Según Oxfam (“Comité de Oxford contra la hambruna”), la desigualdad global de ingresos y riqueza causa la muerte de más de 21.000 personas por día en todo el mundo como resultado del hambre y la falta de acceso a la atención médica. Sin embargo, los 2.755 multimillonarios del mundo vieron aumentar su riqueza en 5 billones de dólares (5 trillones en inglés) desde marzo de 2021, pasando de 8,6 billones a 13,8 billones de dólares.
Pero no se trata solo del aumento de la brecha de ingresos y riqueza entre los muy ricos y el resto del mundo. Es una creciente concentración de la propiedad y el poder económico y político. Algo de lo que no se habla mucho, ni en los medios ni en los círculos políticos, es la realidad de que un puñado de firmas de Wall Street, Black Rock, Vanguard y State Street, ahora controlan más de $21 billones en activos, suma equivalente a todo el PIB de los Estados Unidos. Esto le da a un pequeño número de directores ejecutivos un enorme poder sobre cientos de empresas y sobe la vida de millones de trabajadores. Como resultado, en los últimos años hemos visto a los ultrarricos aumentar significativamente su influencia sobre los medios, la banca, la atención médica, la vivienda y muchas otras partes de nuestra economía. De hecho, nunca antes tan pocos poseyeron y controlaron tanto.
Todo esto no es otra cosa que una fuerte tendencia hacia la oligarquía en nuestro país y en el mundo, donde un pequeño número de multimillonarios ejercen un enorme poder político y económico.
Entonces, en medio de esta realidad, ¿hacia dónde debemos dirigirnos?
Claramente, mientras enfrentamos la oligarquía, el COVID, los ataques a la democracia, el cambio climático, la horrible guerra en Ucrania y otros desafíos, es fácil comprender por qué muchos caen en el cinismo y la desesperanza. Sin embargo, este es un estado mental que debemos superar, no solo por nosotros mismos, sino también por nuestros hijos y las generaciones futuras. Hay demasiado en juego y la desesperación no es una opción. Debemos unirnos y luchar.
Lo que la historia siempre nos ha enseñado es que el cambio real nunca ocurre de arriba hacia abajo, sino de abajo hacia arriba. Esa es la historia del movimiento laboral, de la lucha por los derechos civiles, por los derechos de la mujer, de los gays y por la protección del ambiente. Esa es la historia de cada esfuerzo que ha producido un cambio transformador en nuestra sociedad.
Esa es la lucha que debemos librar hoy.
Debemos unir a la gente en torno a una agenda progresista. Debemos educar, organizar y construir un movimiento popular que ayude a crear un tipo de nación y un mundo basado en los principios de justicia y solidaridad, no en la codicia y la oligarquía.
Nunca debemos perder nuestro sentido de indignación cuando tan pocos tienen tanto y tantos tienen tan poco.
No debemos permitir que nos dividan por el color de nuestra piel, por el lugar donde nacimos, por nuestra religión o por nuestra orientación sexual.
La mayor amenaza de la clase multimillonaria no es simplemente su riqueza y su poder ilimitados, sino su capacidad para crear una cultura que nos hace sentir débiles y desesperanzados y así disminuir la fuerza de la solidaridad humana.
Ahora, como resultado de la horrible invasión rusa de Ucrania y del extraordinario valor y solidaridad del pueblo ucraniano, los países de todo el mundo se están dando cuenta de que se está produciendo una lucha mundial entre la autocracia y la democracia, entre el autoritarismo y el derecho de las personas a expresar libremente sus opiniones.
Ahora es el momento de construir un nuevo orden global progresista que reconozca que cada persona en este planeta comparte una humanidad común y que todos nosotros, sin importar dónde vivamos o el idioma que hablemos, queremos que nuestros hijos crezcan sanos, tengan una vida digna, una educación y puedan respirar aire puro y vivir en paz.
Lo que estamos viendo ahora no es solo la increíble valentía de la gente en Ucrania, sino miles de rusos que han salido a las calles para exigir el fin de la guerra de Putin en Ucrania, sabiendo que es ilegal hacerlo y que probablemente serán arrestados por ello.
También hemos visto el coraje de los trabajadores aquí en nuestro país que se unen para enfrentarse a la avaricia empresarial y organizarse por mejores salarios, beneficios y condiciones de trabajo.
Hermanas y hermanos, en este momento estamos en una lucha entre un movimiento progresista que se moviliza en torno a una visión compartida de prosperidad, seguridad y dignidad para todas las personas, contra uno que defiende la oligarquía y la desigualdad mundial masiva de ingresos y riqueza.
Es una lucha que no podemos perder; es una lucha que podemos ganar, siempre y cuando estemos unidos.
If you watch the corporate media, you’ll often hear the word ‘oligarch’ preceded by the word ‘Russian.’ But oligarchs aren’t uniquely a Russian phenomenon or a foreign concept. No. The United States has its own oligarchy.
Today, in the United States, the two wealthiest people own more wealth than the bottom 42 percent of our population – more than 130 million Americans. And the top one percent now owns more wealth than the bottom 92 percent. During the last 50 years there has been a massive transfer of wealth in our country, but it’s going in the wrong direction. The middle class is shrinking while the people on top are doing better than ever.
Further, in terms of the global economy, there is no question that we are seeing a huge and destructive increase in income and wealth inequality. While the very, very richest people become much wealthier, ordinary people struggle and the most desperate starve.
While massive levels of inequality existed before the rise of COVID, that situation has become much worse over the past two years.
Today, around the world, the wealthiest 10 multi-billionaires now own more wealth than the bottom 3.1 billion – almost 40 percent of the world’s population. Unbelievably, the wealth of these ten multi-billionaires has doubled during the pandemic, while the income of 99 percent of the world’s population has declined. The oligarchs spend huge amounts of money buying fancy yachts, mansions and great paintings while 160 million people throughout the world have slipped into poverty. According to Oxfam, global income and wealth inequality has led to the deaths of more than 21,000 people each and every day throughout the world as a result of hunger and the lack of access to healthcare. Yet the world’s 2,755 billionaires saw their wealth go up by $5 trillion since March 2021 – increasing from $8.6 trillion to $13.8 trillion.
But it’s not just the increased income and wealth gap between the very rich and everyone else. It’s a growing concentration of ownership and brute economic and political power. Something which is not talked about much, either in the media or political circles, is the reality that a handful of Wall Street firms, Black Rock, Vanguard and State Street, now control over $21 trillion in assets – roughly the GDP of the United States. This gives a tiny number of CEOs enormous power over hundreds of companies and the lives of millions of workers. The result: in recent years we have seen the ultra-wealthy significantly increase their influence over media, banking, health care, housing and many other parts of our economy. In fact, never before have so few owned and controlled so much.
Add it all together and what you see is a nation and world trending very strongly toward oligarchy – where a small number of multi-billionaires exercise enormous economic and political power.
So, in the midst of all of this, where do we go from here?
Clearly, while we face oligarchy, COVID, attacks on democracy, climate change, the horrific war in Ukraine and other challenges it is easy to understand why many may fall into cynicism and hopelessness. This is a state of mind, however, that we must overcome – not only for ourselves, but for our kids and future generations. The stakes are just too high, and despair is not an option. We must come together and fight back.
What history has always taught us is that real change never takes place from the top on down. It always occurs from the bottom on up. That is the history of the labor movement, the civil rights movement, the women’s movement, the environmental movement and the gay rights movement. That is the history of every effort that has brought about transformational change in our society.
That is the struggle we must intensify today.
We must bring people together around a progressive agenda. We must educate, organize and build an unstoppable grassroots movement that helps create the kind of nation and world we know we can become. One that is based on the principles of justice and compassion, not greed and oligarchy.
We must never lose our sense of outrage when so few have so much and so many have so little.
We must not allow ourselves to be divided up based on the color of our skin, where we were born, our religion or our sexual orientation.
The greatest threat of the billionaire class is not simply their unlimited wealth and power. It is their ability to create a culture that makes us feel weak and hopeless and diminishes the strength of human solidarity.
Yet, as a result of the horrific Russian invasion of Ukraine, and the extraordinary courage and solidarity of the Ukrainian people, countries throughout the world are waking up to the fact that there is a global struggle taking place between autocracy and democracy, between authoritarianism and the right of people to freely express their views.
Now is the time to build a new progressive global order that recognizes every person on this planet shares a common humanity and that all of us – no matter where we live or the language we speak – want our children to grow up healthy, have a good education, breathe clean air and live in peace.
What we are seeing now is not just the incredible bravery of the people in Ukraine, but thousands of Russians who have taken to the streets to demand an end to Putin’s war in Ukraine, knowing that it’s illegal to do so and that they will likely be arrested and punished.
We have seen the courage of working people here in our country who are coming together to take on corporate greed and organize for better wages, benefits and working conditions.
Sisters and brothers, right now we are in a struggle between a progressive movement that mobilizes around a shared vision of prosperity, security and dignity for all people, against one that defends oligarchy and massive global income and wealth inequality.
It is a struggle we cannot lose. And it is one that we can overcome, as long as we stand together.
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