La mejor universidad (nota al margen)

Ninguna universidad me enseñó tanto como el hambre, el frío y la soledad durante tantos años, desde niño y por todos los continentes. Ojalá nuestros hijos y estudiantes puedan aprender sin tanto rigor. Ojalá, pero nos hemos resignado a la catástrofe global de ya no luchar por otros.

jm, set 2021

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El otro Brasil, el poderoso País del pasado

El «quilombola» Luciano Simplício fue blanco del ataque de un comerciante bolsonarista nacido en la ciudad de Portlegre (RN). Alberan Freitas, dueño de un pequeño mercado, ató a un niño en situación de calle, lo golpeó y lo arrastró por la calle.

Tampoco es casualidad que Brasil haya sido el último país de las Américas que abolió la esclavitud (1888, 60 años después de las repúblicas) como no es casualidad que muchos esclavistas confederados, derrotados en EE.UU en 1865 (luego vencedores en la guerra ideologica, como propongo en el proximo libro a salir este año publicado por la Universidad de Valencia), emigraron hacia allí.

Ambos países se parecían mucho. Todavía se parecen mucho en algo.

¿Quiénes somos los (buenos, malditos) hispanos? 

Este artículo le fue solicitado directa e insistentemente al autor por un medio para celebrar el «Mes de la Herencia Hispana en Estados Unidos», pero luego rechazado por «razones de adecuación». El autor resumió las ideas de un encuentro virtual, el que tuvo lugar exactamente un año atrás y fue promocionado por el Instituto Cervantes de Estados Unidos el cual, pese al reclamo del autor, el video de la conversación con otros destacados escritores y académicos nunca se hizo público. Debido a discrepancias con el criterio de la publciación, los colegas de la academia organizaron una jornada de desagravio del autor.

El Mes de la Herencia Hispana fue creado por el presidente Ronald Reagan, como forma de expandir la misma idea del presidente Lyndon Johnson de una semana a un mes.

¿Quiénes somos los (buenos, malditos) hispanos? 

La primera vez que visité Estados Unidos en 1995 debí llenar un formulario antes de aterrizar. En la sección “raza” escribí “sin raza”. Fue la primera vez en mi vida que leía semejante clasificación. Una década después, luego de viajar y vivir en medio centenar de países, volví para sentarme en un salón de clase. Con el tiempo, comprendí que había que jugar el juego: cuantos más “hispanos” marcan “hispano” en lugar de “blanco”, más fuerza política les reconoce el gobierno. La lógica es antigua: los grupos subalternos aceptan ser confinados a una cajita con una etiqueta conferida por el grupo dominante. Por compartir un idioma, una historia y una “otredad”, queriendo y sin querer, a mis cuarenta años me fui convirtiendo (entre otras cosas) en “hispano”.

Como todo grupo social, somos una invención, una construcción simbólica y política. De hecho, las calificaciones hispano y latino son inventos del gobierno de Estados Unidos. Nada raro, considerando la obsesión racial que ha sufrido este país desde antes de su fundación. Como invento, somos una realidad y, como realidad, muchos quieren salir de la cajita, no por rebeldía sino por sumisión. Un “z” que necesita ser aceptado por el grupo A debe ser doscientos por ciento “a” para ser aceptado como un “casi-a”.

En una sociedad civilizada es lícito cambiar, pero nadie necesita olvidar quién fue y quién es para ser integrado o aceptado (dejo de lado el requisito neo esclavista de la asimilación). Es más: “ser aceptado” es otra necesidad inoculada. ¿Qué carajo me importa que los demás no me acepten como soy? Cuando alguien en un supermercado se molesta porque “un-otro” le habla en español a su hijo o a la cajera, dictando sus propias leyes sobre “el idioma que se debe hablar en este país” está violando las mismas leyes que dice defender, ya que todo aquello que no está prohibido por ley está permitido.

Como lo demuestra la historia, ningún progreso hacia los “iguales derechos” procedió de los grupos en el poder sino de la resistencia organizada de los de abajo. En este sentido, los “hispanos” de Estados Unidos tenemos una deuda histórica. Sí, tuvimos un César Chávez, pero hemos sido demasiado complacientes con una lista obscena de injusticias. No hemos tenido un Malcolm X que se atreviera a hablar de frente al poder de una forma radical, no edulcorada. Peor que eso: no pocas veces hemos traicionado la heroica lucha de otras minorías. Por dos razones: una, porque los inmigrantes privilegiados no han resistido la tentación de pasarse por blancos; otra, porque los latinoamericanos también hemos sido corrompidos por siglos de intervenciones y dictaduras promovidas por Washington y las corporaciones que ponían y sacaban títeres como presidentes o dictadores, que exigían leyes y privilegios para sus negocios, que destruyeron democracias dejando millones de masacrados y exiliados, primero bajo la vieja excusa racial de que éramos mestizos corruptos (porque no considerábamos a los negros como una raza inferior) o que no sabíamos gobernarnos porque éramos indios o negros. Luego de la Segunda Guerra Mundial apareció la maravillosa excusa de la lucha contra el comunismo para continuar haciendo lo mismo que se había hecho desde principios del siglo XIX. Los proesclavistas estadounidenses expandieron la esclavitud sobre los territorios indios y la reinstauraron sobre los territorios mexicanos, todo bajo el repetido discurso de “promover la libertad y la democracia”. Esa práctica nunca cambió, aunque se volvió más sofisticada, con las multimillonarias y secretas intervenciones de la CIA y de las ricas elites criollas en nuestro continente. 

También hemos traicionado a nuestros hermanos del sur, al negar esta realidad racista y clasista de la arrogancia imperial de Washington. Por ser una potencia hegemónica, con la capacidad de imprimir trillones de la divisa global y con cientos de bases militares por todo el mundo, Estados Unidos tiene la capacidad de hacer muy buenos negocios torciendo el brazo de aquellos pueblos “desalineados”. A países extremadamente pobres como Haití y Honduras nadie llama capitalistas, aunque sean más capitalistas que Estados Unidos. Así, la mayor expulsión de migrantes (negros, mestizos, pobres) procede de estos países capitalistas que no son bloqueados por Washington sino apoyados con millones de dólares y con la clásica narrativa moral y mediática.  

Ahora los inmigrantes, quienes dependen de su trabajo para sobrevivir, deben seguir la ley de la oferta y la demanda de una forma más dramática que los capitales. Pero los capitales son libres; los trabajadores no. Ni siquiera son libres de decir lo que piensan. Las mismas leyes de inmigración (cualquiera que haya ido a una embajada estadounidense por una visa lo sabe) detestan a los trabajadores.

Entonces, cuando un “z-Hispano” llega a un país con esta fuerza hegemónica, muchas veces huyendo de la violencia, la corrupción y el caos organizado por ese mismo país, se trasviste en un “a-Hispano”. Muchos alegan venir huyendo de países donde no tienen libertad de expresión, pero apenas escuchan una opinión diferente vomitan el viejo mito del grupo A: “si no estás de acuerdo, vete a otro país”. Como si la adulación al poder, como si la confirmación de los mitos nacionales fuese una obligación moral y constitucional. Como si los países tuvieran dueños, como si fuesen sectas, ejércitos, equipos de fútbol, partidos políticos. Como si la crítica y la búsqueda de la verdad fuesen antiestadounidenses…

En 2019 un fanático masacró 23 hispanos en un Walmart de Texas alegando que éstos estaban invadiendo su país. Una copia de la vieja inversión lingüística de Andrew Jackson quien, luego de robar y masacrar a los pueblos nativos, los acusó de agresión sin provocación; o la de James Polk, quien inventó una agresión de México “en suelo estadounidense” para tomar la mitad del territorio del vecino. El viejo recurso de “fuimos atacados primeros y debimos defendernos” (como en El Maine y tantos otros casos de falsa bandera) vive en el ADN de los fanáticos nativistas, algunos de ellos “a-hispanos”, monumentos a la ignorancia.

El profundo racismo de políticos y ultra religiosos simpatizantes del KKK, inspiradores de Hitler (según sus propias palabras) renació como un triunfo ideológico luego de que la Confederación fuera derrotada militarmente. No sin ironía, el actual México y todos los países del Caribe y de América Central no son estados de Estados Unidos porque los mismos invasores descubrieron que esos países estaban llenos de negros. Cuando Lincoln terminó con la larga dictadura estadounidense, los ex esclavistas impusieron las leyes Jim Crow por las cuales los cubanos de Florida (que en sus clubes, industrias y hospitales no discriminaban blancos de negros) debieron separarse a la fuerza y adoptar las costumbres de los exitosos anglosajones. Nuevo México y Arizona no se convirtieron en estados plenos con derecho a voto hasta 1912, cuando Washington pudo verificar que la mayoría hispana había retrocedido desde 1848 hasta convertirse en una minoría. Desde 1836, los hispanos que quedaron de este lado de la frontera se convirtieron en los “bandidos invasores” (romanizados por Hollywood en El Zorro) y los que llegaron debieron luchar en las cortes hasta principios del siglo XX para demostrar que eran blancos. Durante la Depresión de los 30s, medio millón de estadounidenses fueron deportados a México porque tenían caras y acentos mexicanos, por lo cual muchos continuaron luchando por blanquearse. 

Esa psicología del colonizado, del desesperado por ser aceptado a fuerza de travestismos, continúa viva, por lo cual el mayor servicio que cualquiera puede hacerle a este país no es ir a la playa con la bandera de las barras y las estrellas estampada en el short de baño, sino decirle la verdad. Sobre todo, aquellas verdades inconvenientes, aquellas que han sido sepultadas por la fuerza ciega de la barbarie en nombre de la civilización.

Hasta entonces, seguiremos siendo cómplices de mitos imperiales. De la misma forma que para no desentonar mantenemos esos inútiles plantíos de césped frente a nuestras casas (perfectamente geométricos y sin vida humana alrededor; expresión neurótica de control anglosajón), igual procedemos con los mitos. Este país nunca superará el trauma de su Guerra Civil ni hará grandes progresos sociales hasta que no deje de mentirse. Los hispanos podemos contribuir a un cambio valiente o sumarnos a la cobardía de la autocomplacencia y la adulación lacrimógena del poder.

jm, agosto 2021

Les Yankees nous appellent « Hispanics » : c’est quoi ça ?

JorgeMajfud, 14/9/2021
Traduit par Fausto Giudice, Tlaxcala

Le Mois du patrimoine hispanique est célébré chaque année aux USA du 15 septembre au 15 octobre. L’auteur, écrivain et enseignant uruguayen vivant à Jacksonville en Floride, dit tout le mal qu’il en pense.-FG

Cet article a été demandé directement et avec insistance à l’auteur par un média pour célébrer le «mois du patrimoine hispanique aux USA», mais il a ensuite été rejeté pour des «raisons d’adéquation». L’auteur y a résumé les idées d’une réunion virtuelle, qui a eu lieu il y a exactement un an, promue par l’Institut Cervantes espagnol aux USA. Malgré les réclamations de l’auteur, la vidéo de la conversation avec d’autres écrivains et universitaires éminents n’a jamais été rendue publique. En raison de désaccords avec les critères de la publication, des collègues universitaires ont organisé une journée de réparation pour l’auteur.

Le Mois du patrimoine hispanique a été créé par le président Ronald Reagan afin d’étendre l’idée du président Lyndon Johnson d’une semaine à un mois et a été commercialisé par les grands médias usaméricains.-JM

Fresque murale intitulée «Histoire et culture mexicano-américaine dans le Houston du 20e  siècle» par les artistes Jesse Sifuentes et Laura López Cano au Sam Houston Park, dévoilée en 2018 à Houston, au Texas.

La première fois que j’ai visité les USA en 1995, j’ai dû remplir un formulaire avant d’atterrir. Dans la section «race», j’ai écrit «pas de race«. C’était la première fois de ma vie que je lisais un tel classement. Dix ans plus tard, après avoir voyagé et vécu dans une demi-centaine de pays, je suis revenu m’asseoir dans une salle de classe. J’ai fini par comprendre qu’il fallait jouer le jeu : plus les «hispaniques» marquent «hispanique» au lieu de «blanc», plus le gouvernement leur reconnaît un poids politique. La logique est ancienne : les groupes subalternes acceptent d’être confinés dans une petite boîte avec une étiquette conférée par le groupe dominant. En partageant une langue, une histoire et une «altérité», volontairement et involontairement, à la quarantaine, je suis devenu (entre autres) «hispanique».

Comme tout groupe social, nous sommes une invention, une construction symbolique et politique.En fait, les étiquettes «hispanique» et «latino» sont des inventions du gouvernement usaméricain. Rien d’étrange, compte tenu de l’obsession raciale dont souffre ce pays depuis avant sa fondation. En tant qu’invention, nous sommes une réalité et, en tant que réalité, beaucoup veulent sortir de la petite boîte, non pas par rébellion mais par soumission. Un «z» qui a besoin d’être accepté par le groupe A doit être à deux cents pour cent «a» pour être accepté comme un «quasi-a».

Dans une société civilisée, il est permis de changer, mais personne ne doit oublier qui il était et qui il est pour être intégré ou accepté (je laisse de côté l’exigence néo-esclavagiste d’assimilation). De plus, «être accepté» est un autre besoin inoculé. Qu’est-ce que j’en ai à foutre si les autres ne m’acceptent pas comme je suis ? Quand quelqu’un dans un supermarché s’énerve parce qu'»un autre» parle espagnol à son enfant ou à la caissière, en dictant ses propres lois sur «la langue à parler dans ce pays«, il viole les lois mêmes qu’il prétend défendre, puisque tout ce qui n’est pas interdit par la loi est autorisé.

Comme le montre l’histoire, aucun progrès vers l'»égalité des droits» n’est venu des groupes au pouvoir, mais de la résistance organisée de ceux qui sont au bas de l’échelle. En ce sens, les «Hispaniques» des USA ont une dette historique. Oui, nous avons eu un César Chávez, mais nous avons été trop complaisants avec une liste obscène d’injustices. Nous n’avons pas eu de Malcolm X qui a osé s’élever contre le pouvoir d’une manière radicale et non édulcorée. Pire que cela : il n’est pas rare que nous ayons trahi la lutte héroïque d’autres minorités. Pour deux raisons : d’une part, parce que les immigrants privilégiés n’ont pas résisté à la tentation de se faire passer pour des Blancs ; d’autre part, parce que nous, Latino-Américains, avons également été corrompus par des siècles d’interventions et de dictatures promues par Washington et les entreprises qui ont installé et éliminé des marionnettes comme présidents ou dictateurs, qui ont exigé des lois et des privilèges pour leurs entreprises, qui ont détruit les démocraties en laissant des millions de personnes✎ EditSignmassacrées et exilées✎ EditSign, d’abord sous la vieille excuse raciale que nous étions des métis corrompus (parce que nous ne considérions pas les Noirs comme une race inférieure) ou que nous ne savions pas nous gouverner parce que nous étions Indiens ou Noirs. Après la Seconde Guerre mondiale, la merveilleuse excuse de la lutte contre le communisme semblait permettre de continuer à faire ce qui avait été fait depuis le début du XIXe siècle. Les USAméricains pro-esclavagistes ont étendu l’esclavage aux territoires indiens et l’ont rétabli sur les territoires mexicains, le tout sous le discours répété de «promotion de la liberté et de la démocratie». Cette pratique n’a jamais changé, même si elle est devenue plus sophistiquée, avec les interventions multimillionnaires et secrètes de la CIA et des riches élites créoles de notre continent.

Nous avons également trahi nos frères du Sud en niant cette réalité raciste et classiste de l’arrogance impériale de Washington. En tant que puissance hégémonique, avec la capacité d’imprimer des billions de dollars en monnaie mondiale et avec des centaines de bases militaires dans le monde, les USA ont la capacité de faire de très bonnes affaires en tordant le bras de ces peuples «mal alignés». Des pays extrêmement pauvres comme Haïti et le Honduras, personne ne les qualifie de capitalistes, même s’ils sont plus capitalistes que les USA. Ainsi, la plus grande expulsion de migrants (noirs, métis, pauvres) vient de ces pays capitalistes qui ne sont pas bloqués par Washington mais soutenus par des millions de dollars et le récit moral et médiatique classique.

Or les migrants, qui dépendent de leur travail pour survivre, doivent suivre la loi de l’offre et de la demande de manière plus dramatique que le capital. Mais le capital est libre, les travailleurs ne le sont pas. Ils ne sont même pas libres de dire ce qu’ils pensent. Les lois mêmes sur l’immigration (toute personne qui s’est déjà rendue dans une ambassade usaméricaine pour obtenir un visa le sait) expriment une haine pour les travailleurs.

Ainsi, lorsqu’un «Hispanique z» arrive dans un pays doté de cette force hégémonique, fuyant souvent la violence, la corruption et le chaos organisés par ce même pays, il devient un «Hispanique a». Beaucoup affirment avoir fui des pays où ils n’ont pas de liberté d’expression, mais dès qu’ils entendent une opinion différente, ils débitent le vieux mythe du groupe A : «si tu n’es pas d’accord, va dans un autre pays«. Comme si la flagornerie envers le pouvoir, comme sila confirmation des mythes nationaux était une obligation morale et constitutionnelle. Comme si les pays avaient des propriétaires, comme s’ils étaient des sectes, des armées, des équipes de football, des partis politiques. Comme si la critique et la recherche de la vérité n’étaient pas usaméricaines.

En 2019, un fanatique a massacré 23 Hispaniques dans un Walmart du Texas en affirmant qu’ils envahissaient son pays. Une copie de la vieille inversion linguistique d’Andrew Jackson qui, après avoir volé et massacré les peuples indigènes, les accusait d’agression non provoquée ; ou celle de James Polk, qui inventait l’agression mexicaine «sur le sol américain» pour prendre la moitié du territoire du voisin. Le vieux «nous avons été attaqués les premiers et avons dû nous défendre» (comme avec l’USSMaine etdans tant d’autrescas d’opérations sous faux drapeaux) vit dans l’ADN des zélateurs nativistes, dont certains sont des  «Hhispaniques a«, parangons d’ignorance.

Le racisme profond des politiciens et des sympathisants ultrareligieux du KKK, inspirateurs d’Hitler (selon ses propres termes), renaît sous la forme d’un triomphe idéologique après la défaite militaire de la Confédération. Non sans ironie, le Mexique d’aujourd’hui et tous les pays des Caraïbes et d’Amérique centrale ne sont pas des États des USA parce que les envahisseurs ont eux-mêmes découvert que ces pays étaient remplis de Noirs. Lorsque Lincoln a mis fin à la longue dictature USaméricaine, les anciens esclavagistes ont imposé des lois Jim Crow en vertu desquelles les Cubains de Floride (qui, dans leurs clubs, leurs industries et leurs hôpitaux, ne faisaient pas de discrimination entre les Blancs et les Noirs) ont dû faire sécession par la force et adopter les méthodes des Anglo-Saxons qui avaient réussi. Le Nouveau-Mexique et l’Arizona ne deviennent des États votants à part entière qu’en 1912, lorsque Washington peut vérifier que la majorité hispanique a régressé depuis 1848 pour devenir une minorité. À partir de 1836, les Hispaniques restants de ce côté de la frontière sont devenus les «bandits envahisseurs» (romantisés par Hollywood dans El Zorro) et ceux qui sont arrivés ont dû se battre devant les tribunaux jusqu’au début du XXe siècle pour prouver qu’ils étaient blancs. Pendant la dépression des années 30, un demi-million d’USAméricains ont été déportés au Mexique parce qu’ils avaient le visage et l’accent mexicains, si bien que beaucoup ont continué à lutter pour se blanchir.

Cette psychologie du colonisé, du désespéré qui cherche à se faire accepter en se travestissant, est toujours présente. C’est pourquoi le plus grand service que l’on puisse rendre à   ce pays n’est pas d’aller à la plage avec la bannière étoilée sur son maillot de bain, mais de lui dire la vérité. Surtout les vérités qui dérangent, celles qui ont été enterrées par la force aveugle de la barbarie au nom de la civilisation.

D’ici là, nous resterons complices des mythes impériaux. Nous procédons avec les mythes tout comme nous conservons ces pelouses inutiles devant nos maisons (parfaitement géométriques et sans vie humaine autour d’elles : une expression névrotique du contrôle anglo-saxon). Ce pays ne pourra jamais surmonter le traumatisme de sa guerre civile ni réaliser de grands progrès sociaux tant qu’il ne cessera pas de se mentir à lui-même. Les Hispaniques peuvent soit contribuer à un changement courageux, soit rejoindre la lâcheté de la complaisance et l’adulation larmoyante du pouvoir.

El lento suicidio de Occidente (2002)

«Lo que hoy está en juego no es sólo proteger a Occidente contra los terroristas, de aquí y de allá, sino —y quizá sobre todo— es crucial protegerlo de sí mismo. Bastaría con reproducir cualquiera de sus monstruosos inventos para perder todo lo que se ha logrado hasta ahora en materia de respeto por los Derechos Humanos. Empezando por el respeto a la diversidad. Y es altamente probable que ello ocurra en diez años más, si no reaccionamos a tiempo». (2002)

Occidente aparece, de pronto, desprovisto de sus mejores virtudes, construidas siglo sobre siglo, ocupado ahora en reproducir sus propios defectos y en copiar los defectos ajenos, como lo son el autoritarismo y la persecución preventiva de inocentes. Virtudes como la tolerancia y la autocrítica nunca formaron parte de su debilidad, como se pretende ahora, sino todo lo contrario: por ellos fue posible algún tipo de progreso, ético y material. La mayor esperanza y el mayor peligro para Occidente están en su propio corazón. Quienes no tenemos “Rabia” ni “Orgullo” por ninguna raza ni por ninguna cultura sentimos nostalgia por los tiempos idos, que nunca fueron buenos pero tampoco tan malos.

Actualmente, algunas celebridades del pasado siglo XX, demostrando una irreversible decadencia senil, se han dedicado a divulgar la famosa ideología sobre el “choque de civilizaciones” —que ya era vulgar por sí sola— empezando sus razonamientos por las conclusiones, al mejor estilo de la teología clásica. Como lo es la afirmación, apriorística y decimonónica, de que “la cultura Occidental es superior a todas las demás”. Y que, como si fuese poco, es una obligación moral repetirlo.

Desde esa Superioridad Occidental, la famosísima periodista italiana Oriana Fallaci escribió, recientemente, brillanteces tales como: “Si en algunos países las mujeres son tan estúpidas que aceptan el chador e incluso el velo con rejilla a la altura de los ojos, peor para ellas. (…) Y si sus maridos son tan bobos como para no beber vino ni cerveza, ídem.” Caramba, esto sí que es rigor intelectual. “¡Qué asco! —siguió escribiendo, primero en el Corriere della Sera y después en su best seller “La rabia y el orgullo”, refiriéndose a los africanos que habían orinado en una plaza de Italia— ¡Tienen la meada larga estos hijos de Alá! Raza de hipócritas” “Aunque fuesen absolutamente inocentes, aunque entre ellos no haya ninguno que quiera destruir la Torre de Pisa o la Torre de Giotto, ninguno que quiera obligarme a llevar el chador, ninguno que quiera quemarme en la hoguera de una nueva Inquisición, su presencia me alarma. Me produce desazón”. Resumiendo: aunque esos negros fuesen absolutamente inocentes, su presencia le produce igual desazón. Para Fallaci, esto no es racismo, es “rabia fría, lúcida y racional”. Y, por si fuera poco, una observación genial para referirse a los inmigrantes en general: “Además, hay otra cosa que no entiendo. Si realmente son tan pobres, ¿quién les da el dinero para el viaje en los aviones o en los barcos que los traen a Italia? ¿No se los estará pagando, al menos en parte, Osama bin Laden?” …Pobre Galileo, pobre Camus, pobre Simone de Beauvoir, pobre Michel Foucault.

De paso, recordemos que, aunque esta señora escribe sin entender —lo dijo ella—, estas palabras pasaron a un libro que lleva vendidos medio millón de ejemplares, al que no le faltan razones ni lugares comunes, como el “yo soy atea, gracias a Dios”. Ni curiosidades históricas de este estilo: “¿cómo se come eso con la poligamia y con el principio de que las mujeres no deben hacerse fotografías. Porque también esto está en el Corán”, lo que significa que en el siglo VII los árabes estaban muy avanzados en óptica. Ni su repetida dosis de humor, como pueden ser estos argumentos de peso: “Y, además, admitámoslo: nuestras catedrales son más bellas que las mezquitas y las sinagogas, ¿sí o no? Son más bellas también que las iglesias protestantes” Como dice Atilio, tiene el Brillo de Brigitte Bardot. Faltaba que nos enredemos en la discusión sobre qué es más hermoso, si la torre de Pisa o el Taj-Mahal. Y de nuevo la tolerancia europea: “Te estoy diciendo que, precisamente porque está definida desde hace muchos siglos y es muy precisa, nuestra identidad cultural no puede soportar una oleada migratoria compuesta por personas que, de una u otra forma, quieren cambiar nuestro sistema de vida. Nuestros valores. Te estoy diciendo que entre nosotros no hay cabida para los muecines, para los minaretes, para los falsos abstemios, para su jodido medievo, para su jodido chador. Y si lo hubiese, no se lo daría” Para finalmente terminar con una advertencia a su editor: “Te advierto: no me pidas nada nunca más. Y mucho menos que participe en polémicas vanas. Lo que tenía que decir lo dije. Me lo han ordenado la rabia y el orgullo”. Lo cual ya nos había quedado claro desde el comienzo y, de paso, nos niega uno de los fundamentos de la democracia y de la tolerancia, desde la Gracia antigua: la polémica y el derecho a réplica —la competencia de argumentos en lugar de los insultos.

Pero como yo no poseo un nombre tan famoso como el de Fallaci —ganado con justicia, no tenemos por qué dudarlo—, no puedo conformarme con insultar. Como soy nativo de un país subdesarrollado y ni siquiera soy famoso como Maradona, no tengo más remedio que recurrir a la antigua costumbre de usar argumentos.

Veamos. Sólo la expresión “cultura occidental” es tan equívoca como puede serlo la de “cultura oriental” o la de “cultura islámica”, porque cada una de ellas está conformada por un conjunto diverso y muchas veces contradictorio de otras “culturas”. Basta con pensar que dentro de “cultura occidental” no sólo caben países tan distintos como Cuba y Estados Unidos, sino irreconciliables períodos históricos dentro de una misma región geográfica como puede serlo la pequeña Europa o la aún más pequeña Alemania, donde pisaron Goethe y Adolf Hitler, Bach y los skin heads. Por otra parte, no olvidemos que también Hitler y el Ku-Klux-Klan (en nombre de Cristo y de la Raza Blanca), que Stalin (en nombre de la Razón y del ateísmo), que Pinochet (en nombre de la Democracia y de la Libertad) y que Mussolini (en su nombre propio) fueron productos típicos, recientes y representativos de la autoproclamada “cultura occidental”. ¿Qué más occidental que la democracia y los campos de concentración? ¿Qué más occidental que la declaración de los Derechos Humanos y las dictaduras en España y en América Latina, sangrientas y degeneradas hasta los límites de la imaginación? ¿Qué más occidental que el cristianismo, que curó, salvó y asesinó gracias al Santo Oficio? ¿Qué más occidental que las modernas academias militares o los más antiguos monasterios donde se enseñaba, con refinado sadismo, por iniciativa del papa Inocencio IV y basándose en el Derecho Romano, el arte de la tortura? ¿O todo eso lo trajo Marco Polo desde Medio Oriente? ¿Qué más occidental que la bomba atómica y los millones de muertos y desaparecidos bajo los regímenes fascistas, comunistas e, incluso, “democráticos”? ¿Qué más occidental que las invasiones militares y la supresión de pueblos enteros bajo los llamados “bombardeos preventivos”?

Todo esto es la parte oscura de Occidente y nada nos garantiza que estemos a salvo de cualquiera de ellas, sólo porque no logramos entendernos con nuestros vecinos, los cuales han estado ahí desde hace más de 1400 años, con la única diferencia que ahora el mundo se ha globalizado (lo ha globalizado Occidente) y ellos poseen la principal fuente de energía que mueve la economía del mundo —al menos por el momento— además del mismo odio y el mismo rencor de Oriana Fallaci. No olvidemos que la Inquisición española, más estatal que las otras, se originó por un sentimiento hostil contra moros y judíos y no terminó con el Progreso y la Salvación de España sino con la quema de miles de seres humanos.

Sin embargo, Occidente también representa la Democracia, la Libertad, los Derechos Humanos y la lucha por los derechos de la mujer. Por lo menos el intento de lograrlos y lo más que la humanidad ha logrado hasta ahora. ¿Y cuál ha sido desde siempre la base de esos cuatro pilares, sino la tolerancia?

Fallaci quiere hacernos creer que “cultura occidental” es un producto único y puro, sin participación del otro. Pero si algo caracteriza a Occidente, precisamente, ha sido todo lo contrario: somos el resultado de incontables culturas, comenzando por la cultura hebrea (por no hablar de Amenofis IV) y siguiendo por casi todas las demás: por los caldeos, por los griegos, por los chinos, por los hindúes, por los africanos del sur, por los africanos del norte y por el resto de las culturas que hoy son uniformemente calificadas de “islámicas”. Hasta hace poco, no hubiese sido necesario recordar que, cuando en Europa —en toda Europa— la Iglesia cristiana, en nombre del Amor perseguía, torturaba y quemaba vivos a quienes discrepaban con las autoridades eclesiásticas o cometían el pecado de dedicarse a algún tipo de investigación (o simplemente porque eran mujeres solas, es decir, brujas), en el mundo islámico se difundían las artes y las ciencias, no sólo las propias sino también las chinas, las hindúes, las judías y las griegas. Y esto tampoco quiere decir que volaban las mariposas y sonaban los violines por doquier: entre Bagdad y Córdoba la distancia geográfica era, por entonces, casi astronómica.

Pero Oriana Fallaci no sólo niega la composición diversa y contradictoria de cualquiera de las culturas en pleito, sino que de hecho se niega a reconocer la parte oriental como una cultura más. “A mí me fastidia hablar incluso de dos culturas”, escribió. Y luego se despacha con una increíble muestra de ignorancia histórica: “Ponerlas sobre el mismo plano, como si fuesen dos realidades paralelas, de igual peso y de igual medida. Porque detrás de nuestra civilización están Homero, Sócrates, Platón, Aristóteles y Fidias, entre otros muchos. Está la antigua Grecia con su Partenón y su descubrimiento de la Democracia. Está la antigua Roma con su grandeza, sus leyes y su concepción de la Ley. Con su escultura, su literatura y su arquitectura. Sus palacios y sus anfiteatros, sus acueductos, sus puentes y sus calzadas”.

¿Será necesario recordarle a Fallaci que entre todo eso y nosotros está el antiguo Imperio Islámico, sin el cual todo se hubiese quemado —hablo de los libros y de las personas, no del Coliseo— por la gracia de siglos de terrorismo eclesiástico, bien europeo y bien occidental? Y de la grandeza de Roma y de su “concepción de la Ley” hablamos otro día, porque aquí sí que hay blanco y negro para recordar. También dejemos de lado la literatura y la arquitectura islámica, que no tienen nada que envidiarle a la Roma de Fallaci, como cualquier persona medianamente culta sabe.

A ver, ¿y por último?: “Y por último —escribió Fallaci— está la ciencia. Una ciencia que ha descubierto muchas enfermedades y las cura. Yo sigo viva, por ahora, gracias a nuestra ciencia, no a la de Mahoma. Una ciencia que ha cambiado la faz de este planeta con la electricidad, la radio, el teléfono, la televisión… Pues bien, hagamos ahora la pregunta fatal: y detrás de la otra cultura, ¿qué hay?”

Respuesta fatal: detrás de nuestra ciencia están los egipcios, los caldeos, los hindúes, los griegos, los chinos, los árabes, los judíos y los africanos. ¿O Fallaci cree que todo surgió por generación espontánea en los últimos cincuenta años? Habría que recordarle a esta señora que Pitágoras tomó su filosofía de Egipto y de Caldea (Irak) —incluida su famosa fórmula matemática, que no sólo usamos en arquitectura sino también en la demostración de la Teoría Especial de la Relatividad de Einstein—, igual que hizo otro sabio y matemático llamado Tales de Mileto. Ambos viajaron por Medio Oriente con la mente más abierta que Fallaci cuando lo hizo. El método hipotético-deductivo —base de la epistemología científica— se originó entre los sacerdotes egipcios (empezar con Klimovsky, por favor); el cero y la extracción de raíces cuadradas, así como innumerables descubrimientos matemáticos y astronómicos, que hoy enseñamos en los liceos, nacen en India y en Irak; el alfabeto lo inventaron los fenicios (antiguos linbaneses) y probablemente la primera forma de globalización que conoció el mundo. El cero no fue un invento de los árabes, sino de los hindúes, pero fueron aquellos que lo traficaron a Occidente. Por si fuera poco, el avanzado Imperio Romano no sólo desconocía el cero —sin el cual no sería posible imaginar las matemáticas modernas y los viajes espaciales— sino que poseía un sistema de conteo y cálculo engorroso que perduró hasta fines de la Edad Media. Hasta comienzos del Renacimiento, todavía habían hombres de negocios que usaban el sistema romano, negándose a cambiarlo por los números árabes, por prejuicios raciales y religiosos, lo que provocaba todo tipo de errores de cálculo y litigios sociales. Por otra parte, mejor ni mencionemos que el nacimiento de la Era Moderna se originó en el contacto de la cultura europea —después de largos siglos de represión religiosa— con la cultura islámica primero y con la griega después. ¿O alguien pensó que la racionalidad escolástica fue consecuencia de las torturas que se practicaban en las santas mazmorras? A principios del siglo XII, el inglés Adelardo de Bath emprendió un extenso viaje de estudios por el sur de Europa, Siria y Palestina. Al regresar de su viaje, Adelardo introdujo en la subdesarrollada Inglaterra un paradigma que aún hoy es sostenido por famosos científicos como Stephen Hawking: Dios había creado la Naturaleza de forma que podía ser estudiada y explicada sin Su intervención (He aquí el otro pilar de las ciencias, negado históricamente por la Iglesia romana) Incluso, Adelardo reprochó a los pensadores de su época por haberse dejado encandilar por el prestigio de las autoridades —comenzando por el griego Aristóteles, está claro. Por ellos esgrimió la consigna “razón contra autoridad”, y se hizo llamar a sí mismo “modernus”. “Yo he aprendido de mis maestros árabes a tomar la razón como guía —escribió—, pero ustedes sólo se rigen por lo que dice la autoridad”. Un compatriota de Fallaci, Gerardo de Cremona, introdujo en Europa los escritos del astrónomo y matemático “iraquí”, Al-Jwarizmi, inventor del álgebra, de los algoritmos, del cálculo arábigo y decimal; tradujo a Ptolomeo del árabe —ya que hasta la teoría astronómica de un griego oficial como éste no se encontraba en la Europa cristiana—, decenas de tratados médicos, como los de Ibn Sina y iraní al-Razi, autor del primer tratado científico sobre la viruela y el sarampión, por lo que hoy hubiese sido objeto de algún tipo de persecución.

Podríamos seguir enumerando ejemplos como éstos, que la periodista italiana ignora, pero de ello ya nos ocupamos en un libro y ahora no es lo que más importa.

Lo que hoy está en juego no es sólo proteger a Occidente contra los terroristas, de aquí y de allá, sino —y quizá sobre todo— es crucial protegerlo de sí mismo. Bastaría con reproducir cualquiera de sus monstruosos inventos para perder todo lo que se ha logrado hasta ahora en materia de respeto por los Derechos Humanos. Empezando por el respeto a la diversidad. Y es altamente probable que ello ocurra en diez años más, si no reaccionamos a tiempo.

La semilla está ahí y sólo hace falta echarle un poco de agua. He escuchado decenas de veces la siguiente expresión: “lo único bueno que hizo Hitler fue matar a todos esos judíos”. Ni más ni menos. Y no lo he escuchado de boca de ningún musulmán —tal vez porque vivo en un país donde prácticamente no existen— ni siquiera de algún descendiente de árabes. Lo he escuchado de neutrales criollos o de descendientes de europeos. En todas estas ocasiones me bastó razonar lo siguiente, para enmudecer a mi ocasional interlocutor: “¿Cuál es su apellido? Gutiérrez, Pauletti, Wilson, Marceau… Entonces, señor, usted no es alemán y mucho menos de pura raza aria. Lo que quiere decir que mucho antes que Hitler hubiese terminado con los judíos hubiese comenzado por matar a sus abuelos y a todos los que tuviesen un perfil y un color de piel parecido al suyo”. Este mismo riesgo estamos corriendo ahora: si nos dedicamos a perseguir árabes o musulmanes no sólo estaremos demostrando que no hemos aprendido nada, sino que, además, pronto terminaremos por perseguir a sus semejantes: beduinos, africanos del norte, gitanos, españoles del sur, judíos de España, judíos latinoamericanos, americanos del centro, mexicanos del sur, mormones del norte, hawaianos, chinos, hindúes, and so on.

No hace mucho otro italiano, Umberto Eco, resumió así una sabia advertencia: “Somos una civilización plural porque permitimos que en nuestros países se erijan mezquitas, y no podemos renunciar a ellos sólo porque en Kabul metan en la cárcel a los propagandistas cristianos (…) Creemos que nuestra cultura es madura porque sabe tolerar la diversidad, y son bárbaros los miembros de nuestra cultura que no la toleran”.

Como decían Freud y Jung, aquello que nadie desearía cometer nunca es objeto de una prohibición; y como dijo Boudrilard, se establecen derechos cuando se los han perdido. Los terroristas islámicos han obtenido lo que querían, doblemente. Occidente parece, de pronto, desprovisto de sus mejores virtudes, construidas siglo sobre siglo, ocupado ahora en reproducir sus propios defectos y en copiar los defectos ajenos, como lo son el autoritarismo y la persecución preventiva de inocentes. Tanto tiempo imponiendo su cultura en otras regiones del planeta, para dejarse ahora imponer una moral que en sus mejores momentos no fue la suya. Virtudes como la tolerancia y la autocrítica nunca formaron parte de su debilidad, como se pretende, sino todo lo contrario: por ellos fue posible algún tipo de progreso, ético y material. La Democracia y la Ciencia nunca se desarrollaron a partir del culto narcisita a la cultura propia sino de la oposición crítica a partir de la misma. Y en esto, hasta hace poco tiempo, estuvieron ocupados no sólo los “intelectuales malditos” sino muchos grupos de acción y resistencia social, como lo fueron los burgueses en el siglo XVIII, los sindicatos en el siglo XX, el periodismo inquisidor hasta ayer, sustituido hoy por la propaganda, en estos miserables tiempos nuestros. Incluso la pronta destrucción de la privacidad es otro síntoma de esa colonización moral. Sólo que en lugar del control religioso seremos controlados por la Seguridad Militar. El Gran Hermano que todo lo escucha y todo lo ve terminará por imponernos máscaras semejantes a las que vemos en Oriente, con el único objetivo de no ser reconocidos cuando caminamos por la calle o cuando hacemos el amor.

La lucha no es —ni debe ser— entre orientales y occidentales; la lucha es entre la intolerancia y la imposición, entre la diversidad y la uniformización, entre el respeto por el otro y su desprecio o aniquilación. Escritos como “La rabia y el orgullo” de Oriana Fallaci no son una defensa a la cultura occidental sino un ataque artero, un panfleto insultante contra lo mejor de Occidente. La prueba está en que bastaría con cambiar allí la palabra Oriente por Occidente, y alguna que otra localización geográfica, para reconocer a un fanático talibán. Quienes no tenemos Rabia ni Orgullo por ninguna raza ni por ninguna cultura, sentimos nostalgia por los tiempos idos, que nunca fueron buenos pero tampoco tan malos.

Hace unos años estuve en Estados Unidos y allí vi un hermoso mural en el edificio de las Naciones Unidas de Nueva York, si mal no recuerdo, donde aparecían representados hombres y mujeres de distintas razas y religiones —creo que la composición estaba basada en una pirámide un poco arbitraria, pero esto ahora no viene al caso. Más abajo, con letras doradas, se leía un mandamiento que lo enseñó Confucio en China y lo repitieron durante milenios hombres y mujeres de todo Oriente, hasta llegar a constituirse en un principio occidental: “Do unto others as you would have them do unto you” En inglés suena musical, y hasta los que no saben ese idioma presienten que se refiere a cierta reciprocidad entre uno y los otros. No entiendo por qué habríamos de tachar este mandamiento de nuestras paredes, fundamento de cualquier democracia y de cualquier estado de derecho, fundamento de los mejores sueños de Occidente, sólo porque los otros lo han olvidado de repente. O la han cambiado por un antiguo principio bíblico que ya Cristo se encargó de abolir: “ojo por ojo y diente por diente”. Lo que en la actualidad se traduce en una inversión de la máxima confuciana, en algo así como: hazle a los otros todo lo que ellos te han hecho a ti —la conocida historia sin fin.

Jorge Majfud

Montevideo, 8 de enero de 2003

Bitacora (La Republica)

https://www.voltairenet.org/article125889.html

Por mar y por aire, no más

A veinte años del único 9/11 que importa

El ex primer ministro de Inglaterra lo acaba de hacer una vez más. En una conferencia conmemorativa del veinte aniversario de los atentados terroristas de 2001 en Nueva York, ha insistido que “necesitamos más botas [soldados] en el campo de batalla para combatir el terrorismo”. Claro que ese terrorismo no surgió de la nada sino de las históricas intervenciones de Inglaterra y de Estados Unidos y, más recientemente, de la financiación de los muyahidín (de donde surgirían Osama bin Laden y los fundadores de los Talibán) por parte de la CIA.

No volveremos sobre esos detalles, pero sería oportuno recordarle al famoso exministro algunas lecciones de la historia. La misma advertencia sirve para Blair y para todos los demás líderes que calificarían como criminales de guerra si no fuesen líderes de las principales potencias mundiales: Londres y Washington sólo han tenido alguna chance de éxito cuando descargaron toneladas de bombas sobre “islas de negros” (como se informaba a principios del siglo XX); sobre “aldeas amarillas” a mediados del siglo XX; sobre “nidos de comunistas” décadas después, y sobre “cuevas de terroristas” a principios del siglo XXI.

Cuando los ingleses pusieron sus botas en Argentina y Uruguay no les fue bien. Tuvieron más suerte con sus bancos (inventando guerras intestinas con sus fakes news) que con sus soldados. Cuando pusieron sus botas en tierra, no les fue nada bien. Tampoco les fue bien por tierra a sus primogénitos, los fanáticos protestantes de Washington, aunque siempre supieron venderse muy bien, porque si algo son es eso: buenos vendedores. Sus mayores “hazañas” fueron siempre, por lo menos desde mediados del siglo XIX, gracias a bombardeos a mucha, mucha distancia. Veracruz, por ejemplo, fue objeto de varias lluvias de bombas hasta 1914 y, aun así, las potencias mundiales nunca pudieron quebrar la resistencia del pueblo mexicano. En 1856 (desde el mar, naturalmente) el capitán Geogre Hollins barrió San Juan del Norte en Nicaragua con una lluvia de cañonazos porque las autoridades locales querían detener a un capitán estadounidense que había asesinado a un pescador. En 1898, más de 1300 bombas cayeron sobre la capital de Puerto Rico para liberarla (hasta hoy los boricuas no pueden elegir presidente de su país ni tienen senadores en Washington, como consecuencia de un siglo y medio de liberación). En 1927 la única posibilidad de revertir una pasmosa derrota en tierra a manos de los campesinos hambreados de Augusto Sandino en Nicaragua, quienes tenían a los marines y a la Guardia nacional arrinconados en el pueblo de Ocotal, fue con el primer bombardeo aéreo militar de la historia. Unos meses antes de las célebres bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, en sólo una noche murieron cien mil civiles no combatientes en las ciudades japonesas de Nagoya, Osaka, Yokohama y Kobe. En la noche del 10 de marzo de 1945, el general Curtis LeMay ordenó arrojar sobre Tokio 1500 toneladas de explosivos desde 300 bombarderos B-29. 500.000 bombas llovieron desde la 1:30 hasta las 3:00 de la madrugada. 100.000 hombres, mujeres y niños murieron en pocas horas y un millón de otras personas quedaron gravemente heridas. Esta historia será eclipsada (olvidada) debido a las mediáticas bombas atómicas que, tres meses después, caerían sobre Hiroshima y Nagasaki matando a otro cuarto de millón de inocentes no combatientes. Lo mismo más tarde en la empobrecida Corea del Norte, donde las bombas arrasaron el 80 por ciento de ese país. Los generales Douglas MacArthur y Cutis LeMain masacraron al 20 por ciento de la población sin que ninguna nación decente se escandalizara. Ente 1969 y 1973, cayeron sobre Camboya más bombas (500.000 toneladas) que las que cayeron sobre Alemania y Japón durante la Segunda Guerra. Lo mismo le ocurrió a Laos, a Irak, a Afganistán…

En 1961, luego de la traumática derrota del mayor complejo militar de la historia en una isla pobre, Cuba, uno de los organizadores, el agente de la CIA David Atlee Phillips, reconoció que todo se había debido a que Castro y el Che Guevara habían aprendido de la historia y Washington no.

Cada vez que Washington puso “botas en tierras”, fracasó. O tuvo un éxito parasitario, como en el desembarco en Cuba en 1898, cuando los “negros rebeldes” tenían su independencia casi ganada y había que evitar una nueva Haití tan cerca. O como en Normandía, conocido como Dia D, cuando los rusos ya habían puesto 27 millones de muertos sobre tierra antes que los occidentales secuestraran toda la gloria de haber derrotado al nazismo, esa cosa tan querida y popular entre los grandes empresarios estadounidenses.

Los pocos éxitos anglosajones han sido siempre por bombardeos desde lejos, desde el mar o por aire y sobre pequeñas islas llenos de negros, algunas minúsculas (como Granada en 1983) o sobre países pobres con un ejército hambreado. Los modernos bombardeos por aire no son otra cosa que una extensión de los anteriores bombardeos por mar, como lo prueban los “destructores”, los “portaviones” y la misma palabra “marines” para referirse hasta a los paracaidistas.

Tony Blair estuvo en Jacksonville, Florida, en 2014. Dio una conferencia sobre Irak, abundante en bromas y anécdotas divertidas sobre la guerra y la posguerra, por lo cual cobró una fortuna. Pero ni una palabra sobre lo que unos años atrás, con absoluta impunidad, el mismo expresidente George Bush había reconocido: las razones (“excusas”) para ir a la guerra habían sido “basadas en errores de inteligencia”. El tercer aliado, el presidente de España que quería sacar a su país “del rincón de la historia”, José María Aznar, había sido más honesto, reconociendo que no había sido lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que se estaban equivocando como niños. Desde esa misma España, poco antes de la invasión, explicamos el absurdo de los argumentos y la catástrofe por venir en Irak y Afganistán y la futura crisis económica en EEUU, la que ocurrió en 2008. ¿Pero qué importa? Sólo murió poco más de un millón de inocentes. “Stalin mató más…” Y el Genghis Khan, y…

Esa noche, ante el rostro sonriente e iluminado del exótico primer ministro, levanté la mano para preguntar por el millón de muertos y las armas de destrucción masiva que nunca encontraron. Nunca me llegó el micrófono. Estaban todos tan emocionados de conocer al ex primer ministro de Inglaterra…

Con un fuerte sentimiento de frustración y de forzada indiferencia, salí de la sala y me fui al estacionamiento. En un pedazo de papel escribí, para el día siguiente: “Si le debes mil dólares a un banco, tienes un problema. Si le debes un millón, el banco tiene un problema”. Me recordó al escritor español Ángel Ganivet (1898): “Un ejército que lucha con armas de mucho alcance… aunque deja el campo sembrado de cadáveres, es un ejército glorioso; y si los cadáveres son de raza negra, entonces se dice que no hay tales cadáveres… un hombre vestido de paisano, que lucha y mata, nos parece un asesino”.

JM, setiembre 2021.

Ultimo libro: La frontera salvaje. 200 años de fanatismo anglosajón en América latina.

Por mar y por aire, no más/Jorge Majfud – YouTube

By sea and by air, and nothing more
20 years since the only 9/11 that matters

Translated by Andy Barton, Tlaxcala

Tony Blair, the former UK prime minister, has gone and done it again. In a conference commemorating the 20th anniversary of the terrorist attacks in New York in 2001, he insisted that “we need some ‘boots on the ground’” to fight against terrorism. Of course, this terrorism did not come out of nowhere; rather, it emerged from the historic interventions of the UK and USAmerica, and more recently, from the CIA’s funding of the Mujahadeen (which gave rise to Osama bin Laden and the founding members of the Taliban).

We will not go over those details now. However, this would be a good opportunity to remind the famous former prime minister of a few lessons from history. The same warning goes for Blair and all the other leaders who would qualify as war criminals were they not in charge of the world’s leading powers. London and Washington have only ever had a chance at success when unloading tonnes of bombs over “islands of Blacks” (as the beginning of the 20th century taught us); over “yellow villages” in the mid-20th century; over “communist hotbeds” decades after, and finally, over “caves of terrorists” at the beginning of the 21st century.

When the British put boots on the ground in Argentina and Uruguay, things did not go well. They had better luck with their banks (generating internal conflicts with their fake news) than with their soldiers. Whenever they put boots on the ground, it did not at all go well. Neither did it go well for their proverbial sons and daughters, the protestant fanatics in Washington, although the latter always knew how to market themselves well, which is one thing they most certainly are: good salespeople.USAmerica’s greatest “feats” were always, at least since the mid-19th century, thanks to bombing campaigns from far, far away. For example, Veracruz was the target of various bomb showers until 1914, and even then, the world’s powers never broke the resistance of the Mexican people. In 1856 (from the sea, of course), Captain George Hollins wiped out San Juan del Norte in Nicaragua with a torrent of canon fire because the local authorities sought the detention of a USAmerican captain who had assassinated a fisher. In 1898, more than 1,300 bombs fell on Puerto Rico’s capital to free it (to this day, Puerto Ricans cannot choose the president of their country, nor do they have senators in Washington, a consequence of a century and a half of liberation). In 1927, the only chance of reversing an astonishing defeat at the hands of the famished peasants standing alongisde Augusto Sandino in Nicaragua, who had the marines and the National Guard camped out in the town of Ocotal, was with the first aerial military bombing campaign in history. 

Months prior to the famous atomic bombs in Hiroshima and Nagasaki that massacred 250,000 innocent people, in a single night, 100,000 non-combatant civilians died in the Japanese cities of Nagoya, Osaka, Yokohama and Kobe. During the night of 10th March 1945, General Curtis LeMay ordered 1,500 tonnes of explosives to be thrown over Tokyo by 300 B-29 bombers. In total, 500,000 bombs rained down from 1:30 a.m. to 3:00 a.m., with 100,00 men, women and children dying in the space of a few hours, and a million others left critically injured. This story would be eclipsed (forgotten) due to the media spectacle of the atomic bombs that would fall on Hiroshima and Nagasaki three months later, killing another 250,000 innocent, non-combatant civilians. The same would occur at a later date in the impoverished North Korea, where bombs would obliterate 80% of the country. Generals Douglas MacArthur and Curtis LeMain massacred 20% of the population without provoking the outrage of a single decent nation. Between 1969 and 1973, more bombs fell on Cambodia (500,000 tonnes) than fell on Germany and Japan during WWII. The same happened to Laos, Iraq, Afghanistan…

In 1961, after the traumatic defeat of the biggest military complex in history by a poor island, Cuba, one of the organisers, the CIA agent David Atlee Phillips, accepted it was all due to the fact that Fidel Castro and Che Guevara had learned from history, while Washington had not.

Every time that Washington put ‘boots on the ground’, it either failed or achieved a parasitic success, such as in the Cuba landing in 1898, when the “rebellious Blacks” had just about won their independence, and USAmerica had to avoid a new Haiti in such close proximity. The same goes for Normandy, known as D-Day, when the Russians had already left 27 million bodies on the ground before the West stole the glory of having defeated Nazism, this cherished and immensely popular achievement among the wealthy USAmerican business class.

The few Anglo-Saxon successes have always resulted from long-distance bombing, either from the sea or from the air, and always on small islands full of Black people, some of them miniscule (such as Granada in 1983), or on countries with a famished army. The modern bombings are nothing more than an extension of the previous bombardments from the sea, as proved by the “destroyers”, the “aircraft carriers”, and even the word “marines” to refer to the parachuters themselves.

Tony Blair was in Jacksonville, Florida, in 2014. He gave a conference on Iraq, full of jokes and amusing anecdotes about the war and post-war, for which he charged a fortune. Not a word, however, about something that George W. Bush had conceded a few years back with absolute impunity: the reasons (“excuses”) for going to war had been “based on intelligence errors”. The third ally, former Spanish president José María Aznar, who wanted to lead his country out of the “corner of history”, had been more honest, conceding that he had not been intelligent enough to realise that they were making childish mistakes. From Spain, shortly before the invasion, we explained the absurdity of the arguments and the catastrophe that would follow in Iraq and Afghanistan, as well as the future economic crisis in USAmerica, which came in 2008. But what did that matter? Only a million or so innocent people died. “Stalin killed more…”. And Genghis Khan, and…

That night, before the smiling, illuminated face of the exotic-looking prime minister, I raised my hand to ask about the million dead bodies and the weapons of mass destruction that they never found. The microphone never reached me. Everyone was just so excited about meeting the former UK leader…

With a strong sense of frustration and forced indifference, I left the hall and went to the parking lot. On a piece of paper I wrote, for the following day: “If you owe a bank a thousand dollars, you have a problem. If you owe a million, the bank has a problem”. It reminded me of the Spanish writer Ángel Ganivet: “An army that fights with long-range weapons… even if it leaves the battlefield littered with dead bodies, is a glorious army; and if the bodies are Black, they say that there are no such dead bodies… a man dressed as a peasant, who fights and kills, we consider to be an assassin.

La pregunta del siglo

¿También vamos a culpar a los comunistas, a los socialistas, a los musulmanes, a los homosexuales, a los inmigrantes pobres, a los pobres que todavía están vivos y a todo tipo de «otros» por la catástrofe climática que, por primera vez en la historia, está poniendo en duda la existencia de la especie humana en este planeta?

¿O habrá que mirar un poquito más para arriba para ver que lo que chorrea no es prosperidad sino mierda?

JM, sept. 3. 2021

Tiempos oscuros (2002)

«El presidente informó sobre una nueva política exterior de Estados Unidos, diferente a la adoptada a partir del 11 de setiembre de 2001. Una que, dijo, estaría más guiada por la competencia con China y Rusia».

Titular del New York Times, Presidente Joe Biden, Casa Blanca, sobre la retirada de Estados Unidos y la entrega de Afganistán a los Talibán. Setiembre 2021

«Es por esta razón (la lucha de intereses) que en el siglo XXI la mayor tensión será provocada por Estados Unidos y China. Según las perspectivas de crecimiento chino, no sería difícil suponer que esta tensión se hará crítica en el año 2015. Los países islámicos aún poseen una de las más importantes fuentes de energía de la economía moderna y los «intereses» de pocos de ellos difieren de aquellos de Occidente: el imperio teológico. Pero China, la dormida e imperialista China, irá en busca de aquello que Noroccidente posee: el poder económico mundial«.

Tiempos oscuros (octubre de 2002)


Tiempos oscuros

(artículo publicado Bitácora, Diario La República de Montevideo, 23 de octubre de 2002)

Hace unos años, más precisamente seis, escribíamos respondiendo a la muy de moda teoría de Francis Fukuyama, que «podemos vivir algún tiempo en el Fin de la Historia, pero aún no podemos acabar completamente con ella. Por dos razones: es posible que aún quede algo por construir y, sobre todo, es seguro que aún queda mucho por destruir. Y basta con crear o destruir para hacer historia»1. Ahora, aún después de los trágicos acontecimientos que el mundo conoce, considero que pretender entender la tensión internacional bajo la única lupa del «choque de civilizaciones» (clash of civilizations) es una nueva simplificación, tan conveniente a intereses particulares como la anterior.

Empecemos por observar que pocas cosas hay más inapropiadas que el término «Aldea Global». De mi experiencia africana creo haber aprendido que una de las características de una «aldea» no es la riqueza ni las comunicaciones a distancia ni el egoísmo tribal, sino todo lo contrario. En una aldea de la sabana, cada mujer es la madre de cada integrante, y el dolor de uno es el dolor de todos. Sin embargo, en lo que paradójicamente se llama «aldea global», lo que predomina es la lucha de intereses: cada país y sobre todo cada minúsculo grupo financiero lucha a muerte por la imposición de sus intereses, los que casi siempre son económicos. Todo por lo cual sería más apropiado llamar a nuestro mundo (si todavía están interesados en usar metáforas indigenistas) «tribalismo planetario». «Aldea global» es sólo un triste oxímoron.

Como siempre, las diferencias más visibles son las culturales. Y en un mundo construido por la imagen y la propaganda un turbante, un kimono y un smoking tienen más fuerza simbólica que una idea transparente. Ya en otro espacio hemos defendido la diversidad de paradigmas culturales y existenciales. Sin embargo, la historia también nos dice que existieron, desde hace miles de años, culturas y concepciones religiosas y filosóficas tan distintas como se puedan concebir, conviviendo en un mismo imperio y en una misma ciudad, y no necesariamente sus integrantes se relacionaban intercambiando piedras y palos. Las piedras siempre aparecen cuando los intereses entran en conflicto. También el presente nos dice lo mismo: existen lugares geográficos donde la tensión del conflicto es extrema y otros, con la misma o con mayor diversidad cultural, donde la tolerancia predomina.

En el actual contexto mundial, lo único cierto es la existencia de intereses opuestos: las castas financieras contra las castas productivas, los ricos contra los pobres, los poderosos contra los débiles, los dueños del orden contra los rebeldes, los consumidores contra los productores, los honrados contra los honestos, and so on. Quiero decir que más importante aún que el novedoso «choque de civilizaciones» es el antiguo pero siempre oculto «choque de intereses».

Lamentablemente, esa tensión irá en aumento si no hay cambios geopolíticos importantes, porque el llamado «mundo globalizado» es, antes que nada, un «mundo cerrado», esto es, un planeta que se encoge, con áreas geográficas fijas y con recursos escasos y limitados. Ya no quedan continentes por descubrir ni provincias indígenas por usurpar en nombre de la Justicia, la Libertad y el Progreso. Después de la desarticulación de los países del Este y de su colonización cultural y económica tampoco quedan consumidores blancos. Sólo el entusiasmo de un Kenichi Ohmae pudo haber dicho: «people want Sony not soil» (entendiéndose «soil» también como «tradición» y «cultura»).

Como siempre, los métodos y las apariencias han cambiado: ya no existen «enfrentamientos» en el sentido tradicional: ahora se mata de sorpresa o a la distancia. Ya no existen «héroes» de batalla. Sin embargo, al mismo tiempo que el gran poder se ha ido concentrando en pocas manos, también ha surgido un poder atomizado, desparramado en manos de individuos anónimos y oscuros. Y también ellos disponen de un arma mortal: el conocimiento sin sabiduría.

¿Y cuál es la respuesta de nuestros sabios gobernantes? Bien, ya la conocemos. Pero no olvidemos que dividir el mundo entre Buenos y Malos sólo conduce a un violento diálogo de sordos, ya que todos se consideran a sí mismos buenos, y malos a los demás. El único camino hacia la paz y hacia la justicia sigue siendo el diálogo, la negociación y, sobre todo, una mayor cultura de la reflexión. Necesitamos más de eso que se está eliminando de nuestros programas de enseñanza porque es «improductivo»: pensamiento filosófico.

Es por esta razón (la lucha de intereses) que en el siglo XXI la mayor tensión será provocada por Estados Unidos y China. Según las perspectivas de crecimiento chino, no sería difícil suponer que esta tensión se hará crítica en el año 2015. Los países islámicos aún poseen una de las más importantes fuentes de energía de la economía moderna y los «intereses» de pocos de ellos difieren de aquellos de Occidente: el imperio teológico. Pero China la dormida e imperialista China irá en busca de aquello que Noroccidente posee: el poder económico mundial.

Sólo la destrucción de las Torres Gemelas es el símbolo más poderoso y trágico de la historia de Estados Unidos (no por el número de víctimas; el siglo XX conoció horrores mayores y debemos decir que todos eran seres humanos, aunque fuesen pobres y tuviesen la piel negra o amarilla). Pero la fuerza del símbolo impide ver otras realidades que también amenazan su primacía sobre la Tierra. Estados Unidos no perderá su posición predominante por los ataques terroristas; por el contrario, éstos han servido para consolidar su presencia militar en todo el mundo. Y no hay que dejarse engañar por las estadísticas. Cada vez que un gobernante de cualquier país, sea electo democráticamente o autoimpuesto por otro tipo de fuerza oscura, se ha embarcado en guerra con otro país, su popularidad ha crecido hasta niveles irracionales. Atacar a un país vecino o a otro más lejano es muy ventajoso para el orgullo y la ambición de un solo hombre que no alcanza a resolver los problemas propios de su país o de su lejana infancia (Si los «líderes» fuesen a las guerras que ellos mismos promueven, seguramente tendríamos un mundo en paz, por una razón doble). Es mucho más fácil ser líder en la guerra que en la paz, pero no es este tipo de liderazgo el que es propio de los gobernantes sabios. Claro, se podrá decir que el tiempo es el juez supremo. Pero no olvidemos que cuando la historia habla ya es tarde y, para entonces, los protagonistas se han convertido en piezas óseas de museos o en monumentos recordatorios.

Los años dorados de América no culminarán por las acciones de un hombre a caballo, escondido en una cueva inubicable, sino por el surgimiento de una nueva potencia. Los países árabes están lejos de alzarse con el imperio que alguna vez ostentaron. No sólo porque no están dadas las condiciones políticas y culturales que los aglutine, sino porque al Islam actual no le interesa tanto la conquista militar y económica como la conquista o imposición de una moral que no es tan rentable ni imperialista como lo fue la ética protestante de siglos anteriores.

En el año 1996 escribíamos2«Cuando los regímenes comunistas cayeron, no cayeron por sus carencias morales; cayeron por sus defectos económicos. Y eso es, precisamente, lo que se les reprocha como principal argumento. Al parecer, la justicia sólo llega con el fracaso económico. ¿Qué diremos de este anacrónico fin de siglo cuando fracase? ¿Debemos esperar hasta entonces para decir algo? (…) Sobre el próximo siglo se terminará de dibujar un terrible triángulo, en cuyos vértices se opondrán la concentración libre del Capital, los desplazados y la Pobreza, y la Democracia, la que será el objetivo y el instrumento de los otros dos vértices que se oponen». Ahora, a seis años de estas palabras, qué es necesario que ocurra para que los entusiastas ideólogos del Orden Mundial reconozcan que han fracasado, vergonzosa y criminalmente?

En los nuevos conflictos habrá, naturalmente, muertos. Y sin duda ellos serán, como siempre, los mismos inocentes sin rostros y sin nombres para la conciencia mundial: la muerte de cientos de miles de ellos no duele tanto como puede doler la desaparición de Lady Di.

En este nuevo siglo, no sin tragedia como suele ocurrir siempre, el mundo comprenderá que la solidaridad no sólo es justa sino que también es conveniente. Lo que para una especie particularmente egoísta como la nuestra significa «suficiente». Será recién entonces cuando las obscenas diferencias y privilegios que hoy gobiernan el mundo comiencen a disminuir.

Jorge Majfud, Montevideo.

Bitácora, Diario La Rep[ublica, 23 de octubre de 2002

http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-tiempo-que-me-toc-vivir—ensayos-0/html/001d0518-82b2-11df-acc7-002185ce6064_3.html