El racismo no necesita racistas

En mis clases siempre intento dejar claro qué es una opinión y qué un hecho, como regla elemental, como un ejercicio intelectual muy simple que nos debemos en la era post Ilustración. Comencé a obsesionarme con estas obviedades cuando en el 2005 descubrí que algunos estudiantes argumentaban que algo “es verdad porque yo lo creo” y no lo decían en broma. Desde entonces, sospeché que este entrenamiento intelectual, esta confusión de la física con la metafísica (aclarada por Averroes hace ya casi mil años) que cada año se hacía más dominante (la fe como valor supremo, aun contradiciendo todas las evidencias) provenía de las majestuosas iglesias del sur de Estados Unidos.

Pero el pensamiento crítico es mucho más complejo que distinguir hechos de opiniones. Bastaría con intentar definir un hecho. La misma idea de objetividad, paradójicamente, procede de la visión desde un punto, desde un objetivo, y cualquiera sabe que con el objetivo de una cámara fotográfica o de una filmadora se obtiene sólo una parte de a realidad que, con mucha frecuencia, es subjetiva o se usa para distorsionar la realidad bajo la pretensión de objetividad.

Por alguna razón, los estudiantes suelen estar más interesados en las opiniones que en los hechos. Tal vez por la superstición de que una opinión informada es una síntesis de miles de hechos. Esta idea es muy peligrosa, pero no podemos escapar al compromiso de dar nuestra opinión cuando se requiere. Sólo podemos, y debemos, advertir que una opinión informada sigue siendo una opinión que debe ser probada o desafiada.

La semana pasada los estudiantes discutían sobre la caravana de centroamericanos que se dirige a la frontera de Estados Unidos. Como uno de ellos insistió en saber mi opinión, comencé por el lado más controvertido: este país, Estados Unidos, está fundado en el miedo de una invasión y sólo unos pocos han sabido siempre cómo explotar esa debilidad, con consecuencias trágicas. Tal vez esta paranoia surgió con la invasión inglesa en 1812, pero si algo nos dice la historia es que prácticamente nunca ha sufrido una invasión a su territorio (si excluimos el ataque del 2001, el de Pearl Harbor, una base militar en territorio extranjero y, antes, la breve incursión de un mexicano montado a caballo, llamado Pancho Villa) y sí se ha especializado en invadir decenas de otros países desde su fundación (territorios indios) en el nombre de la defensa y la seguridad. Siempre con consecuencias trágicas.

Por lo tanto, la idea de que unos pocos miles de pobres de a pie van a invadir el país más poderoso del mundo es simplemente una broma de mal gusto. Como de mal gusto es que algunos mexicanos del otro lado adopten este discurso xenófobo que ellos mismos sufren, consolidando la ley del gallinero.

En la conversación mencioné, al pasar, que aparte de la paranoia infundada había un componente recial en la discusión.

You don’t need to be a racist to defend the borders”, dijo un estudiante.

Cierto, observé. Uno no necesita ser racista para defender las fronteras o las leyes. En una lectura inicial, la frase es irrefutable. Sin embargo, si tomamos en consideración la historia y un contexto presente más amplio, enseguida salta un patrón abiertamente racista.

El novelista francés Anatole France, a finales del siglo XIX, había escrito: “La Ley, en su magnífica ecuanimidad, prohíbe, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar por las calles y robar pan”. Uno no necesita ser clasista para apoyar una cultura clasista. Uno no necesita ser machista para reproducir el machismo más rampante. Con frecuencia, basta con reproducir, de forma acrítica, una cultura y defender alguna que otra ley.

Dibujé una figura geométrica en la pizarra y les pregunté qué veían allí. Todos dijeron un cubo, una caja. Las variaciones más creativas no salían de una idea tridimensional, cuando en realidad lo dibujado no era más que tres rombos formando un hexágono. Algunas tribus en Australia no ven 3D sino 2D en la misma imagen. Vemos lo que pensamos y a eso le llamamos objetividad.

Cuando Lincoln venció en la guerra civil, puso fin a una dictadura de cien años que hasta hoy todos llaman “democracia”. Por el siglo XVIII, los negros esclavos llegaban a ser más del cincuenta por ciento en estados como Carolina del Sur, pero no eran siquiera ciudadanos estadounidenses ni eran seres humanos con derechos mínimos. Desde mucho antes de Lincoln, racistas y anti racistas propusieron solucionar el “problema de los negros” enviándolos “de regreso” a Haití o a África, donde muchos de ellos terminaron fundado Liberia (la familia de Adja, una de mis estudiantes de este semestre, procede de ese país africano). Lo mismo hicieron los ingleses para limpiar de negros Inglaterra. Pero con Lincoln los negros se convirtieron en ciudadanos, y una forma de reducirlos a una minoría no fue solo poniéndoles trabas para votar (como el pago de una cuota) sino abriendo las fronteras a la inmigración.

La estatua de la Libertad, donada por los franceses, todavía reza: “dame los pobres del mundo, los desamparados…” Así, Estados Unidos recibió oleadas de inmigrantes pobres. Claro, pobres blancos en su abrumadora mayoría. Muchos resistieron a los italianos y a los irlandeses porque eran pelirrojos católicos. Pero, en cualquier caso, eran mejor que los negros. Los negros no podían inmigrar de África, no solo porque estaban mucho más lejos que los europeos sino porque eran mucho más pobres y casi no había rutas marítimas que los conectara con Nueva York. Los chinos tenían más posibilidades de alcanzar la costa oeste, y tal vez por eso mismo se aprobó una ley prohibiéndoles la entrada por el solo hecho de ser chinos.

Esta, entiendo, fue una forma muy sutil y poderosa de romper las proporciones demográficas, es decir, políticas, sociales y raciales de los Estados Unidos. El nerviosismo actual de un cambio de esas proporciones es sólo la continuación de la misma lógica. Si no, ¿qué podría tener de malo pertenecer a una minoría, de ser especial?

Claro, si uno es un hombre de bien y está a favor de hacer cumplir las leyes como corresponde, no por ello es racista. Uno no necesita ser racista cuando las leyes y la cultura ya lo son. En Estados Unidos nadie protesta por los inmigrantes canadienses o europeos. Lo mismo en Europa y hasta en el Cono Sur. Pero todos están preocupados por los negros y los mestizos híbridos del sur. Porque no son blancos, buenos, y porque son pobres, malos. Actualmente, casi medio millón de inmigrantes europeos viven ilegalmente en Estados Unidos. Nadie habla de ellos, como nadie habla de que en México vive un millón de estadounidenses, muchos de ellos de forma ilegal.

Terminada la excusa del comunismo (ninguno de esos crónicos Estados fallidos es comunista sino más capitalistas que Estados Unidos), volvemos a las excusas raciales y culturales del siglo anterior a la Guerra Fría. En cada trabajador de piel oscura se ve un criminal, no una oportunidad de desarrollo mutuo. Las mismas leyes de inmigración tienen pánico de los trabajadores pobres.

Es verdad, uno no necesita ser racista para apoyar las leyes y unas fronteras más seguras. Tampoco necesita ser racista para reproducir y consolidar un antiguo patrón racista y de clase, mientras nos llenamos la boca con eso de la compasión y la lucha por la libertad y la dignidad humana.

JM, noviembre 2018

 

 

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Lecciones de un limonero

El año pasado planté un pequeño limonero en el patio de nuestra casa. Hace unos miles de años, Florida estaba bajo el mar y ahora es pura arena blanca, blanquísima. Basta hacer un pozo de treinta centímetros o de dos metros para encontrarse con misteriosos, hermosos fósiles de millones de años de humilde existencia. 
Y el limonero nos dio tres limones, como un acto de magia, extraídos de la más pura, sin nutrientes arena blanca. 
La naturaleza, la vida, es tan generosa que hasta verguenza me da de mi pesimismo por cómo va el mundo.

​Capitán ¿qué es la ideología? ¿Y el adoctrinamiento?

El presiente electo de Brasil, Jair Messias Bolsonaro, ha declarado que acabará con la ideología en la educación, eliminando la educación sexual y terminando con cualquier reflexión sobre género en las escuelas. Para lograrlo, aparte de nuevas leyes y decretos, ha propuesto que los alumnos filmen a sus profesores para denunciar el “adoctrinamiento izquierdista” y la “sexualización” de los niños en las aulas.

Como consecuencia, en Brasil ya hay casos de profesores acosados y amenazados de muerte por ejercitar la libertad de academia, un principio sagrado que tiene varios siglos de antigüedad, aunque con interrupciones abruptas y trágicas. Casi todos los fascismos (de izquierda y de derecha) y hasta las democracias manipuladas por la propaganda, comienzan vigilando a los profesores (esos ignorantes históricos que no saben qué es “la realidad”) lo cual ha sido ilustrado de una forma muy precisa e íntima en la película sobre los inicios del franquismo en España, La lengua de las mariposas, por dar sólo un ejemplo.

También, aunque más débiles y limitados por sus constituciones, existen grupos de denuncia e intimidación de maestros y profesores en países como Alemania y Estados Unidos, pero América Latina tiene una tradición más larga y más trágica en ese sentido debido a la debilidad de sus instituciones democráticas y de su congénita cultura colonial.

Según el capitán Bolsonaro, es urgente terminar con el “fuerte adoctrinamiento” de “la ideología de Paulo Freire”. Siempre son los demás quienes tienen algún tipo de ideología. El famoso educador brasileño, autor de Pedagogia do oprimido (un clásico en la academia estadounidense y de casi cualquier parte del mundo), había sido expulsado al exilio por la dictadura de su país en los años sesenta “por ignorante”. Es decir, en todo aspecto, el gran país del Sur anuncia un regreso de medio siglo a sus tiempos más brutales y autoritarios. Esta vez, no por un golpe de Estado militar sino a través de un golpe parlamentario, judicial y mediático, primero, y finalmente legitimado por las urnas.

En el proyecto llamado “Escola Sem Partido”, actualmente en el parlamento brasileño, se propone la creación de una materia llamada, con toda la fuerza de tres ideoléxicos duros, “Educación moral y cívica” (exactamente como aquella que debíamos tomar en la secundaria durante la dictadura militar uruguaya, justo cuando nuestro gobierno no era ni educado ni moral ni cívico). Además, se propone prohibir el uso de las palabras “género” y “orientación sexual”. Este discurso es similar a aquellos que, por todo Occidente, ahora llaman al feminismo “dictadura de género”, sin advertir que lo hacen revindicando el tradicional estatus quo, cuando no la reacción, es decir, la vieja ideología del patriarcado (cuando no abiertamente el machismo), ideología que ha sido ejercida e impuesta con toda la fuerza y la violencia opresora de la cultura y todas las instituciones conocidas a lo largo de siglos.

El proyecto de una “Escuela sin partido”, como el repetido discurso social que la sustenta, no es otra cosa que la manipulación ideoléxica de una Escuela-con-un-Partido-Único, eso que se reprocha siempre al comunismo cubano (de los demás comunismos amigos, como el chino, ni se habla porque son comunismos ricos). Para evitar estas connotaciones, tal vez lo llamen “Escuela del Partido Universal”, lo cual, en oídos de sus fanáticos religiosos sonaría como una excelente idea.

Siempre son los otros quienes tienen ideología. Siempre son los otros quienes están adoctrinados. Para esta precaria filosofía, un ejército como el brasileño (que, por si fuese poco festeja en las calles el triunfo de su candidato político) no tiene ideología ni sus soldados ni sus seguidores están adoctrinados. Para esta filosofía del garrote, ejercer el pensamiento crítico es propio de cerebros lavados, mientras retorcerse en trance en el piso de una iglesia o repetir cien veces una misma frase es suficiente demostración de que alguien ha recibido la verdad absoluta sobre Dios, sobre el gobierno nacional y sobre los problemas fundamentales de la física cuántica. Ellos no. No son adoctrinados. Lo cual es una curiosidad histórica, ya que el adoctrinamiento procede de inocular una doctrina religiosa, cosa que se practica con niños desde hace siglos.

De la misma forma que cada una de las múltiples sectas están convencidas de ser dueñas de la única interpretación posible sobre un mismo libro sagrado (con trágicos resultados a lo largo de la historia), así también en política, en educación y sobre cualquier dilema que haya enfrentado la humanidad hasta el momento: la solución está en cerrar los ojos, levantar los brazos y repetir cien veces una misma frase para evitar que el bicho de la duda y del pensamiento crítico nos permitan ver algo de la realidad más allá de nuestros deseos.

Ahora, recordemos que, diferente a las universidades (donde, desde hace mil años se ha intentado promover la diversidad y la libertad de cátedra para desafiar y empujar todos los límites del conocimiento) la educación primaria y la secundaria están todas basadas, inevitablemente, en algún tipo de ideología (entendiendo ésta como un sistema de ideas que intentan explicar y transformar una realidad), en un modelo de ciudadano que una sociedad se da a sí misma, principalmente a través del Estado (sea la educación pública o la privada controlada por los organismos de acreditación de los Estados). Recordemos también, si de algo importa a los fanáticos, que la educación de los niños, más allá del adoctrinamiento religioso los domingos, como forma de lograr algún progreso en la historia, fue una propuesta de los humanistas del siglo XV.

Pretender que un gobierno cualquiera pueda limpiar la educación de ideología es doblemente ideológico y doblemente peligroso, porque ignora su propia naturaleza ideológica presentándola como neutral.

Lo que cualquier gobierno y cualquier educador debería hacer no es ignorar su propia ideología, sino determinar qué ideología, qué filosofía, qué metodología es la más conveniente para una sociedad, para una civilización que progrese hacia el conocimiento, hacia la libertad, la diversidad, la civilidad y la justicia. Libertad con igualdad y no libertad desigual, esa libertad tradicional para goce de un sólo grupo dominante o en el poder.

Como lo muestra la historia a través de innumerables tragedias, la ignorancia nunca es buena consejera. Mucho menos cuando se la ejercita desde la arrogancia del poder, desde la negación de un diálogo civilizado entre los individuos y los diferentes grupos de una sociedad que, por naturaleza, está compuesta de una gran diversidad de intereses y de formas de ser, de sentir y de pensar.

Cuando un gobernante, cuando una sociedad no entiende este principio tan básico, no debe esperar mejores días por delante. Porque los esclavos suelen reproducir la moral y la ideología de sus opresores, pero tarde o temprano llega ese día en el que nadie quiere estar.

JM, noviembre 2018

The old tale of corruption

The political narrative that justifies any option as a way to end corruption is as old as politics and as old as narrative. In Latin America, it’s a classic genre. It’s only possible to repeat it generation after generation as if it were a novelty thanks to the short memory of the people.

But this narrative, which only serves to consolidate or restore the power of a certain social class, focuses exclusively on minor corruption, such as when a politician, a senator or a president receives ten thousand or half a million dollars to bestow favors upon a large company. Rarely does a poor man offer half a million dollars to a politician to give him a retirement income of five hundred dollars a month.

He who pays a politician a million dollars to increase his company’s profits is corrupt, and the poor devil who votes for a candidate who buys him the tiles for the roof of his house in skid row is corrupt also.

But those who do not distinguish between the corruption of ambition and the corruption of those who desperately seek to survive are themselves even more corrupt. As the Mexican nun Sor Juana Ines de la Cruz said at the end of the seventeenth century, before she was crushed for her insubordination by the powers-that-be of that era:

Who is more to blame,

though either should do wrong?

She who sins for pay

or he who pays to sin?

Rarely do accusations of corruption refer to legal corruption. It does not matter if, thanks to a democracy proud of respecting the rules of the game, ten million voters contribute a hundred million dollars to a politician’s campaign and two millionaires contribute only ten million, a tip, to the same candidate. When that politician wins the election, he will have dinner with one of the two groups, and it is not necessary to be a genius to guess which one.

It does not matter if later on those gentlemen get the congress of their respective countries to pass laws that benefit their businesses (tax cuts, deregulation of wages and investments, etc.) because they will not need to violate any law, the law that they themselves wrote, unlike a damned thief who does not rob ten million honest and innocent citizens but rather just two or three poor workers who will only feel anger, rage and humiliation because of the plundering they witness and not because of the robbery they fail to perceive.

In spite of everything, we can still observe even greater corruption, greater than illegal corruption and greater than legal corruption. It is that corruption which lives in the collective unconsciousness of the people and comes from no other source but the persistent corruption of social power that, like a persistent dripping, eats away at rock over the years, over the centuries.

It is the corruption that lives in the same people who suffer from it, in that tired man with chapped hands or another worn down one with university degrees, in that suffering woman with dark circles under her eyes or in that other lady with a stuck-up nose. It is that same corruption that goes to bed and gets up with each of them, every day, to reproduce in the rest of their family and their friends, like the flu, like Ebola.

It is not simply the corruption of a few individuals who accept easy money for the mysterious shortcuts of the law.

No, it is not just the corruption of those in power, but instead that invisible corruption that lives as a virus feeding off the frustration of those who seek to put an end to corruption with old methods that have themselves proven to be corrupt.

Because corruption is not only when someone gives or receives illicit money, but also when someone hates the poor because they receive alms from the state.

Because corruption is not only when a politician gives a basket of food to a poor man in exchange for his vote, but also when those who do not go hungry accuse those poor people of being corrupt and lazy, as if lazy people did not exist in the privileged classes.

Because corruption is not only when a poor loafer gets a politician or the state to give him alms to devote himself to his miserable vices (cheap wine instead of Jameson Irish whiskey), but also when those in power are convinced and convince others that their privileges were won by them alone and by means of the purest, most finely distilled, most just law, while the poor (those who clean their bathrooms and buy their little mirrors) live off the intolerable sacrifice of the rich, something that only a general or a businessman with an iron fist can put an end to.

Because corruption is when a poor devil supports a candidate who promises to punish other poor devils, who are the only devils that the poor resentful devil knows, because he has crossed paths with them in the street, in bars and at work.

Because corruption is when a mulatto like Domingo Sarmiento or Antonio Hamilton Martins Mourão is ashamed of the blacks in his family and feels infinite hatred for other blacks.

Because corruption is when a self-declared chosen one of God, someone who confuses the fanatical interpretation of his pastor with the multiple texts of a Bible, someone who goes every Sunday to the church to pray to the God of Love, and when he goes outside he throws some coins to the poor. And the next day he marches against the same rights of different people, like gays, lesbians and transgendered people, and does it in the name of morality and of the son of God, Jesus. Yes, the same Jesus who had a thousand opportunities to condemn those same different and immoral people, and never did so, but rather did the exact opposite.

Because corruption is supporting candidates who promise violence as a way to eliminate violence.

Because corruption is believing and fanatically repeating that the military dictatorships that have ravaged Latin America since the nineteenth century and practiced all possible variations on corruption may themselves ever be able to put an end to corruption.

Because corruption is to hate and at the same time accuse everyone else of harboring hatred.

Because corruption is a part of culture and even in the hearts of society’s most honest individuals.

Because the worst corruption is not the kind that makes off with a million dollars but rather the kind that stops our ears to the shrieking cries of history and won’t let us hear them until it is too late.

JM, October 2018.

mi abuela

hoy, regando las plantas de mi esposa, recordé a mi abuela que las regaba sin faltar un solo día. de joven, nunca entendí esa obsesión. recordé también que, por entonces, su hijo Caíto estaba preso por la dictadura, sin haber matado a nadie, sin haberle robado nada a nada a nadie. estaba preso (y torturado) por el solo delito de ser sospechoso de pensar diferente. 
Entonces hoy, mientras aliviaba la existencia de esos seres cautivos en sus macetas, entendí a mi abuela un poco más.

The old tale of corruption

The political narrative that justifies any option as a way to end corruption is as old as politics and as old as narrative. In Latin America, it’s a classic genre. It’s only possible to repeat it generation after generation as if it were a novelty thanks to the short memory of the people.

But this narrative, which only serves to consolidate or restore the power of a certain social class, focuses exclusively on minor corruption, such as when a politician, a senator or a president receives ten thousand or half a million dollars to bestow favors upon a large company. Rarely does a poor man offer half a million dollars to a politician to give him a retirement income of five hundred dollars a month.

He who pays a politician a million dollars to increase his company’s profits is corrupt, and the poor devil who votes for a candidate who buys him the tiles for the roof of his house in skid row is corrupt also.

But those who do not distinguish between the corruption of ambition and the corruption of those who desperately seek to survive are themselves even more corrupt. As the Mexican nun Sor Juana Ines de la Cruz said at the end of the seventeenth century, before she was crushed for her insubordination by the powers-that-be of that era:

Who is more to blame,

though either should do wrong?

She who sins for pay

or he who pays to sin?

Rarely do accusations of corruption refer to legal corruption. It does not matter if, thanks to a democracy proud of respecting the rules of the game, ten million voters contribute a hundred million dollars to a politician’s campaign and two millionaires contribute only ten million, a tip, to the same candidate. When that politician wins the election, he will have dinner with one of the two groups, and it is not necessary to be a genius to guess which one.

It does not matter if later on those gentlemen get the congress of their respective countries to pass laws that benefit their businesses (tax cuts, deregulation of wages and investments, etc.) because they will not need to violate any law, the law that they themselves wrote, unlike a damned thief who does not rob ten million honest and innocent citizens but rather just two or three poor workers who will only feel anger, rage and humiliation because of the plundering they witness and not because of the robbery they fail to perceive.

In spite of everything, we can still observe even greater corruption, greater than illegal corruption and greater than legal corruption. It is that corruption which lives in the collective unconsciousness of the people and comes from no other source but the persistent corruption of social power that, like a persistent dripping, eats away at rock over the years, over the centuries.

It is the corruption that lives in the same people who suffer from it, in that tired man with chapped hands or another worn down one with university degrees, in that suffering woman with dark circles under her eyes or in that other lady with a stuck-up nose. It is that same corruption that goes to bed and gets up with each of them, every day, to reproduce in the rest of their family and their friends, like the flu, like Ebola.

It is not simply the corruption of a few individuals who accept easy money for the mysterious shortcuts of the law.

No, it is not just the corruption of those in power, but instead that invisible corruption that lives as a virus feeding off the frustration of those who seek to put an end to corruption with old methods that have themselves proven to be corrupt.

Because corruption is not only when someone gives or receives illicit money, but also when someone hates the poor because they receive alms from the state.

Because corruption is not only when a politician gives a basket of food to a poor man in exchange for his vote, but also when those who do not go hungry accuse those poor people of being corrupt and lazy, as if lazy people did not exist in the privileged classes.

Because corruption is not only when a poor loafer gets a politician or the state to give him alms to devote himself to his miserable vices (cheap wine instead of Jameson Irish whiskey), but also when those in power are convinced and convince others that their privileges were won by them alone and by means of the purest, most finely distilled, most just law, while the poor (those who clean their bathrooms and buy their little mirrors) live off the intolerable sacrifice of the rich, something that only a general or a businessman with an iron fist can put an end to.

Because corruption is when a poor devil supports a candidate who promises to punish other poor devils, who are the only devils that the poor resentful devil knows, because he has crossed paths with them in the street, in bars and at work.

Because corruption is when a mulatto like Domingo Sarmiento or Antonio Hamilton Martins Mourão is ashamed of the blacks in his family and feels infinite hatred for other blacks.

Because corruption is when a self-declared chosen one of God, someone who confuses the fanatical interpretation of his pastor with the multiple texts of a Bible, someone who goes every Sunday to the church to pray to the God of Love, and when he goes outside he throws some coins to the poor. And the next day he marches against the same rights of different people, like gays, lesbians and transgendered people, and does it in the name of morality and of the son of God, Jesus. Yes, the same Jesus who had a thousand opportunities to condemn those same different and immoral people, and never did so, but rather did the exact opposite.

Because corruption is supporting candidates who promise violence as a way to eliminate violence.

Because corruption is believing and fanatically repeating that the military dictatorships that have ravaged Latin America since the nineteenth century and practiced all possible variations on corruption may themselves ever be able to put an end to corruption.

Because corruption is to hate and at the same time accuse everyone else of harboring hatred.

Because corruption is a part of culture and even in the hearts of society’s most honest individuals.

Because the worst corruption is not the kind that makes off with a million dollars but rather the kind that stops our ears to the shrieking cries of history and won’t let us hear them until it is too late.

Les deux États-désUnis

Jorge Majfud. Translated by  Fausto Giudice Фаусто Джудиче فاوستو جيوديشي

Si les élections de mi-mandat étaient un référendum sur Trump, le résultat est ambigu. D’une part, les démocrates ont reconquis la chambre basse après huit ans de majorité républicain, ce qui représente un grand triomphe politique pour l’opposition. D’autre part, l’aile la plus conservatrice des républicains (les radicaux soi-disant modérés) a démontré sa mobilisation dans tous ses bastions ruraux ou du sud. Cependant, alors que les résultats dans des États comme la Floride diront que les républicains ont conservé le siège disputé du Sénat et probablement aussi celui du gouverneur, ce qui ne sera pas si évident, c’est qu’ils ont perdu leurs avantages électoraux dans des comtés traditionnellement conservateurs. En fait, la différence entre le candidat républicain et le démocrate est de soixante voix dans un État de plus de vingt millions d’habitants.

Un autre phénomène plus évident qui a été confirmé est l’augmentation spectaculaire du nombre de femmes non blanches qui se sont présentées comme progressistes et, dans certains cas, carrément comme socialistes. De nombreuses femmes, noires, brunes, musulmanes, africaines, lesbiennes et de toutes sortes de minorités stigmatisées ont gagné leurs élections.

Au Michigan, Rashida Tlaib et Ilhan Omar Win au Minnesota ont été les premières femmes musulmanes élues au Congrès. Au cours des dernières décennies, les immigrants, tant latino-américains que moyen-orientaux, ont joué un rôle décisif dans le redressement de villes moribondes et abandonnées comme Detroit. Fille d’immigrés palestiniens, elle ne connaissait pas l’anglais quand elle est entrée à l’école primaire et elle a réussi à obtenir un diplôme d’avocate. Mère célibataire et membre du groupe des Socialiste démocrate d’Amérique (une sorte de Front de gauche), elle était déjà représentante locale du Parti démocrate au Michigan. Lors des deux élections qu’elle a disputées pour le Sénat du Michigan, en 2008, elle avait battu le républicain Darrin Daigle avec 90 % des voix, puis, en 2010, avec 92 % des voix contre le même candidat. Elle a été élue représentante nationale par l’État du Michigan et il faut espérer que sa trajectoire politique ne s’arrêtera pas là, mais qu’au contraire, elle deviendra une force symbolique et active pour le changement et antagoniste du Président Trump et de l’USAmérique du Tea Party. Pour sa part, Ilhan Omar Win, la nouvelle représentante du Michigan, également musulmane, a grandi dans un camp de réfugiés somaliens et est arrivée aux USA à l’âge de 12 ans. 

À New York, un cas très similaire est celui d’Alexandria Ocasio-Cortez, la militante portoricaine qui a surpris en remportant les primaires locales du Parti démocrate. Ocasio-Cortez est également membre de l’organisation des Socialistes Démocrates. Aujourd’hui, elle est devenue la plus jeune députée de l’histoire à seulement 28 ans, battant le républicain Anthony Pappas avec 78 % des voix.

Dans plusieurs États comme l’Oklahoma, où les candidats ont remporté par le passé une série d’élections au fil des ans en promettant de baisser les impôts et, par conséquent, se sont retrouvés avec un déficit important et les salaires d’ enseignants les plus bas du pays, un nombre historique d’enseignants du secondaire et de professeurs, dont certains ont été élus, ont participé à ces élections.

Dans les États les plus méridionaux, les plus conservateurs, la chance n’a pas été la même, bien que les démocrates aient perdu avec des marges minimales. En Géorgie, Stacey Abrams a échoué, de justesse, dans sa tentative de devenir la première gouverneure noire des USA. Définie comme progressiste dans un Etat traditionnellement conservateur, elle est en faveur d’une plus grande régulation du port d’armes. Trump l’avait définie comme une «amoureuse du crime et des frontières ouvertes», deux expressions qui, une fois de plus, sont des allusions raciales subliminales, pour ne pas parler de ses connotations misogynes. Bien sûr, personne ne peut suspecter l’honorabilité du Président Trump en matière de « « race et de genre.

En Floride, Andrew Gillum, candidat soutenu par le sénateur socialiste Bernie Sanders, a failli devenir le premier gouverneur noir de cet État, le troisième plus peuplé du pays et avec une importance électorale croissante (chaque jour, un millier de personnes quittent les États du nord pour la Floride, ce qui pourrait aussi changer le profil idéologique de l’État), ce qui, dans cette culture, n’est pas un détail. DeSantis, son adversaire, a déclaré que «la pire chose à faire, ce sont des singeries avec les impôts», tandis que Trump l’a accusé d’être un voleur (l’allusion aux singes et aux voleurs a une forte connotation raciale dans ce pays). Gillum est défini comme progressiste et accusé d’être socialiste. Soixante voix séparent les candidats.

Toujours au Texas, le candidat démocrate a frôlé la victoire. Au cours de la campagne, le sénateur républicain d’origine cubaine Ted Cruz a été réélu, battant le démocrate Beto O’Rourke. Cruz s’était moqué du surnom de O’Rourke, «Beto», pour séduire l’électorat hispanique, sans remarquer que son surnom «Ted» pouvait être considéré comme une forme anglo-saxonne d’évitement de son prénom, Rafael. Le Texas, l’État qui s’est séparé du Mexique pour rétablir l’esclavage (évidemment, cette simple vérité est un tabou de près de deux cents ans), n’a jamais pu se débarrasser complètement de sa culture hispanique, mais il reste l’un des bastions conservateurs du pays, tout comme la Californie et New York le sont pour les libéraux.

La campagne électorale a été, comme toujours, occupée par les méchants d’ailleurs. Une publicité approuvée par Trump insistait sur le sourire d’un immigrant illégal accusé d’un crime, malgré le fait que le taux de criminalité parmi les immigrants illégaux est inférieur à celui des citoyens US, malgré le fait que des semaines avant les élections, différents meurtres et attaques terroristes perpétrés par des hommes blancs d’extrême droite avaient fait des morts, dont 11 dans une seule d’entre eux dans une synagogue. C’est un fait qui n’a été mentionné dans aucune publicité, comme l’épidémie de drogue qui tue 60 000 personnes par an ou le fléau des armes à feu qui fait 30 000 morts chaque année.

De nombreuses conclusions peuvent être tirées de ces élections. Je pense que le plus important est la confirmation d’une séparation culturelle et idéologique croissante qui ne peut promettre que plus de colère, de frustration et de violence.

Alors qu’aujourd’hui tout est traité comme une maladie psychologique, il est étrange que personne ne se rende chez un psychologue ou ne fasse de la méditation pour calmer la haine tribale dont nos sociétés souffrent aujourd’hui. Il y a un besoin inéluctable de combattre et d’humilier l’autre, que nous appelions il y a quinze ans «mentalité tribale», promotrice des nouveaux «vents de haine».

Les USA n’ont jamais cessé de mener la guerre de Sécession, et maintenant ce conflit s’aggrave, et irradie, comme tout le reste, vers d’autres pays satellites.

JM.

 

Courtesy of Tlaxcala
Source: http://tlaxcala-int.org/article.asp?reference=24551&enligne=aff
Publication date of original article: 07/11/2018
URL of this page : http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=24552

Los dos Estados desUnidos

Si las elecciones de término medio eran un referéndum sobre Trump, el resultado es ambiguo. Por un lado, los demócratas recuperaron la cámara baja luego de ocho años de dominio republicano, lo que significa un gran triunfo político para la oposición. Por otro, el ala más conservadora de los republicanos (esos radicales llamados moderados) demostró su movilización en todos sus bastiones rurales o sureños. No obstante, aunque los resultados en estados como Florida dirán que los republicanos se quedaron con la banca del senado en disputa y probablemente con la gobernación también, lo que no será tan evidente es que redujeron sus ventajas electorales en condados tradicionalmente conservadores. De hecho, la diferencia entre el candidato republicano y el demócrata es de sesenta votos en un estado con una población de más de veinte millones.

Otro fenómeno más evidente que se confirmó es el aumento dramático de mujeres no blancas que se presentaron como progresistas y, en algunos casos, directamente como socialistas. Múltiples mujeres, negras, morenas, musulmanas, africanas, lesbianas y todo tipo de minorías estigmatizadas ganaron sus elecciones.

En Michigan, Rashida Tlaib y en Minnesota Ilhan Omar Win fueron elegidas como las primeras mujeres musulmanas al Congreso de Estados Unidos. En las últimas décadas, los inmigrantes, tanto latinos como de medio oriente, jugaron un rol decisivo en la recuperación de ciudades moribundas y abandonadas como Detroit. Hija de inmigrantes palestinos, asistió el primer año de educación primaria sin saber inglés y logró recibirse de abogada. Madre soltera y miembro del grupo Socialistas Democráticos de América (especie de Frente Amplio de partidos de izquierda en Estados Unidos), ya fue representante local en Michigan por el partido Demócrata. En las dos elecciones que participó por el senado de Michigan, en el 2008 le había ganado con 90 por ciento de los votos al republicano Darrin Daigle y luego, en 2010, con el 92 por ciento al mismo candidato. Ahora ha sido elegida representante nacional por el estado de Michigan y es de esperar que su trayectoria política no termine ahí, sino que, por el contrario, se convierta en una fuerza simbólica y activa de cambio y una antagónica del presidente Trump y de la América del Tea Party. Por su parte, Ilhan Omar Win, la nueva representante por Michigan, también musulmana, estuvo en un campamento de refugiados somalíes y llegó a Estados Unidos a los doce años.

En Nueva York, un caso muy similar es el de Alexandria Ocasio-Cortez, la activista y puertorriquense que sorprendió ganando las primarias del partido Demócrata en Nueva York. Ocasio-Cortez también es miembro de la organización Socialistas Democráticos de América. Hoy se convirtió en la congresista más joven de la historia con solo 28 años al derrotar con el 78 por ciento de los votos al republicano Anthony Pappas.

En varios estados como Oklahoma, donde los candidatos en el pasado ganaron una serie de elecciones a lo largo de los años compitiendo por quien bajaba más los impuestos y, como consecuencia se encontraron al tiempo con un déficit importante y los sueldos de maestros más bajos del país, se presentó a estas elecciones un número histórico de maestros y profesores de secundaria, alguno de los cuales fueron elegidos.

En los estados más al sur, más conservadores, la suerte no fue la misma, aunque los demócratas perdieron por márgenes mínimos. En Georgia, Stacey Abrams fracasó, por un margen mínimo, en su intento de convertirse en la primera gobernadora negra de Estados Unidos. Definida como progresista en un estado tradicionalmente conservador, está a favor de una mayor regulación del porte de armas. Trump la había definido como “amante del crimen y de las fronteras abiertas”, dos expresiones que, otra vez, poseen subliminales alusiones raciales, por no entrar a analizar su condición de mujer. Claro que nadie puede sospechar de la honorabilidad del presidente Trump en materia racial y de género.

En Florida, Andrew Gillum, candidato apoyado por el senador socialista Bernie Sanders, pudo ser el primer gobernador negro de este estado, el tercero más poblado del país y con una creciente importancia electoral (cada día, mil personas se mudan de los estados del norte a Florida, lo que también podría cambiar el perfil ideológico del estado), lo cual, para esta cultura, no es un detalle. DeSantis, su oponente, dijo que “lo peor que se podría hacer es monerías con los impuestos”, al tiempo que Trump lo acusó de ladrón (tanto la alusión a los monos como a los ladrones tienen fuertes connotaciones raciales en este país). Gillum es definido como progresista y acusado de ser socialista. Sesenta votos separan a un candidato del otro.

También en Texas el candidato demócrata estuvo cerca de un triunfo histórico que no fue. Durante la campaña, el senador republicano de origen cubano Ted Cruz fue reelegido ganándole al demócrata Beto O’Rourke. Cruz se había burlado del apodo que usaba O’Rourke, “Beto”, para seducir al electorado hispano, sin notar que su apodo “Ted” puede ser considerado una forma anglosajona de evitar su primer nombre, Rafael. Texas, el estado que se separó de México para reestablecer la esclavitud (obviamente, esta verdad tan simple es un tabú de casi doscientos años), nunca pudo deshacerse completamente de su cultura hispánica, pero continúa siendo uno de los bastiones conservadores del país, tanto como California y Nueva York lo son de los liberales.

La campaña electoral estuvo, como siempre, ocupada con los malos de afuera. Un aviso aprobado por Trump insistió en mostrar la sonrisa de un inmigrante ilegal acusado de un crimen, a pesar de que el índice de criminalidad entre los inmigrantes ilegales es inferior al de los ciudadanos estadounidenses, a pesar de que semanas antes de las elecciones diferentes matanzas y ataques terroristas llevados a cabo por hombres blancos de la extrema derecha había dejado, en uno solo de ellos, 11 personas muertas en una sinagoga. Hecho que no se mencionó en ninguna publicidad, como no se mencionó la epidemia de drogas que mata 60 mil personas por año en este país o la plaga de armas de fuego por la cual 30 mil personas mueren cada año.

De estas elecciones se desprenden muchas conclusiones. Creo que la más importante es la confirmación de una creciente separación cultural e ideológica que no puede prometer otra cosa sino más ira, frustración y violencia. 

Mientras hoy se trata cualquier cosa como una enfermedad psicológica, es extraño que nadie vaya al psicólogo o haga meditación para calmar el odio tribal que sufren nuestras sociedades hoy. Existe una necesidad irrefrenable de combatir y humillar al diferente que hace quince años llamábamos “mentalidad tribal”, promotora de los nuevos “vientos de odio”.

Estados Unidos nunca ha dejado de pelear la Guerra de Secesión y ahora ese conflicto se profundiza –y se irradia, como todo, a otros países satélites. 

 

JM, 7 de noviembre, 2018.

Elecciones en Estados Unidos: cuando se acaba la cerveza

Tradicionalmente, en Estados Unidos las elecciones parlamentarias suelen ser una expresión crítica sobre el presidente, por lo cual el partido de la oposición casi siempre recupera el terreno perdido en las elecciones anteriores. Sin embargo, debido el hecho de que los representantes y los senadores sirvan períodos diferentes (dos años unos, seis los otros), rara vez los cambios son masivos, ya que nunca es todo o nada, como puede serlo en las elecciones presidenciales.

Este año se espera que los demócratas recuperen la cámara baja y los republicanos mantengan el control de la cámara de senadores, más allá de que pierdan votos. La verdadera sorpresa sería que los demócratas recuperen el control de la cámara alta.

Estas elecciones dejarán claro cierto hastío de un creciente número de estadounidenses, sobre todo jóvenes, hacia las políticas y la nueva cultura literaria del presidente Trump, algo que ya había comenzado muchos años antes con las movilizaciones del Tea Party.

Entre las políticas y los temas sociales que han comenzado a movilizar sectores anti-Trump está todo lo relacionado a las minorías y a la lógica misma del tejido social. Desde los movimientos de mujeres (feministas o no) hasta el resurgimiento del racismo abierto contra los negros y, especialmente contra los inmigrantes pobres, no europeos, pasando por la tendencia mundial a la violencia religiosa que nos está sumergiendo rápidamente en una nueva Edad Media.

Los frecuentes atentados motivados por el odio tribal, como la más reciente matanza en la sinagoga de Pittsburgh, están basados en las proto teorías de los nacionalistas blancos y neonazis que consideran que los judíos están ayudando a los pobres de Honduras a invadir este país para continuar el “extermino blanco”. La idea popular de un “white genocide” (genocidio blanco) lleva a lunáticos como el asesino Robert Bowers, reunido con otros cientos de miles en su propia burbuja de las redes sociales (en este caso, Gab.com) a realizar su propio extermino.

De esta forma, se produce la aparente (y solo aparente) paradoja de que una buena parte los seguidores de Trump, entre ellos su base evangélica, es radicalmente pro-Israel al tiempo que es antisemita, antijudía (otra contradicción explosiva que también observamos y advertimos hace dos años). Diferente a los judíos en países como Argentina o Uruguay, en Estados Unidos esta comunidad (dejemos de lado la minúscula y poderosa elite de los lobbies) siempre han apoyado a la izquierda y a las causas de las minorías, incluso contra las políticas de Israel en Palestina.

En este momento, la guerra semántica es lo más importante y donde se define el futuro del mundo. Siempre fue importante (es la idea central de nuestro estudio de 2005 sobre la lucha por los campos semánticos), pero ahora, más que nunca, vuelve a revelarse en todo su drama. Las palabras valen, y mucho. Hace un par de días los militares en Nigeria masacraron manifestantes que se atrevieron a arrojar piedras. Días antes Trump había afirmado que era totalmente legítimo que los militares estadounidenses usen armas de fuego si algunos en la caravana de refugiados hondureños se atrevían a lanzar piedras. Algo que, en la práctica no es ninguna novedad (basta con echar una mirada a lo que pasa diariamente en Gaza), pero que lo diga el presidente de Estados Unidos es una forma de legitimación de la barbarie. De la misma forma, en muchos otros temas, desde los sexuales hasta los raciales.

Desde ese mismo punto de vista narrativo, los republicanos tienen a favor una economía que, en sus números macros (PIB, desempleo, etc.) se encuentra en su mejor momento de los últimos cincuenta años. El pasado viernes se reportó la creación de 250 mil nuevos puestos de trabajo, y los dos cuatrimestres pasados tuvimos crecimientos del PIB de 4,2 y 3,2 por ciento, casi tan altos como dos cuatrimestres de la era Obama en el 2014. Obviamente que, si miramos todas las gráficas económicas, esos valores que se repiten en los discursos (con exageración trumpiana típica “nunca antes en la historia”) ya habían comenzado a mejorar en el primer año de la administración Obama. Cada gráfica sólo muestra la prefecta continuación de tendencias anteriores. Hay que agregar otro factor: el recorte de impuestos aprobado en el año 2017, el cual benefició ampliamente a la minoría más rica de la población y algo, como efecto colateral, a los trabajadores, lo que sólo ha confirmado esas mismas tendencias.

De la misma forma que en el 2016 dijimos, en diversas entrevistas, que los recortes de impuestos a las grandes empresas, que la desregulación de los bancos, que el aumento del gasto militar y que las tentativas de privatizar lo que todavía estaba en manos del Estado iban a darle más oxígeno a los números macroeconómicos durante los primeros años de la administración Trump, también era de esperar que la historia de esos modelos económicos ya empleados por presientes como Carlos Menem y George Bush podrían indicarnos que luego de la fiesta venía el funeral. La Argentina de Macri ya está en su funeral propio, pero Estados Unidos todavía está de fiesta. Dejemos de lado el detalle que Argentina no puede imprimir dólares ni puede enviar barcos de guerra a intimidar a la competencia comercial, como sí puede hacerlo Estados Unidos. Claro, si leemos los indicadores macroeconómicos y no atendemos a la creciente desesperación de los de abajo (podríamos detenernos en los problemas de educación, salud y desigualdades sociales), la cosa ha mejorado. Nada nuevo bajo el sol. Ni siquiera la desmemoria del pueblo.

Estas elecciones del próximo martes significarán un leve, tímido giro de Estados Unidos hacia los de abajo. Deberemos analizar si el 2020 será un año de ruptura o, apenas, un capítulo en un proceso mayor. Lo que sí me animaría a predecir desde ya, como ya lo hemos hecho antes de las recientes elecciones de Brasil, es que, en un par de años, Estados Unidos estará a la izquierda de Brasil.