Che, el demonio según los demonios

Las ideas prefabricadas son interesantes por al menos dos razones: primero, porque son lógicas dentro de su microcosmos y radicalmente contradictorias en su propio contexto; segundo, son de fácil consumo.

Una idea prefabricada típica de los detractores de Ernesto Che Guevara sostiene que fue un revolucionario criminal, un radical desalmado. Los dos sustantivos son correctos: fue revolucionario y radical; los adjetivos son juicios apriorísticos que olvidan completamente el contexto de todas las cosas.

Las almas puras y compasivas que lo definen así no se atreven jamás a reconocer que, si el Che fue radical y violento, lo fue mil veces menos que la CIA, que el gobierno estadounidense de la época y que toda una larga tradición de dictadores criollos que brutalizaron, robaron, torturaron y masacraron poblaciones enteras durante varias generaciones. Todo, obviamente, en nombre de Dios, la Patria, la Familia y la Libertad. El dios de ellos, la patria de ellos, la familia de ellos.

No se detienen un instante a considerar las viejas dictaduras promovidas por Estados Unidos desde tiempos de Porfirio Díaz en el siglo XIX, mucho antes de encontrar la perfecta excusa de la amenaza comunista sesenta años después, después de 33 intervenciones violentas en América Latina.

Después, también, se olvidan o no quien saber nada del bombardeo a Guatemala y la destrucción de una de las pocas democracias en América Central en 1954. Cuando el gobierno democráticamente electo de Jacobo Arbenz fue destruido por la CIA y la United Fruit Company, un joven médico llamado Ernesto Guevara de la Serna se encontraba en la capital. Guevara y Arbenz debieron abandonar el país hacia México. En un país de campesinos sin tierra y con un exceso de tierra improductiva (donde el gobierno de Estados Unidos inoculaba con sífilis gente inferior para experimentos médicos), Arbenz había propuesto compensar a la compañía por la expropiación, pagándole el valor que la compañía había declarado en sus impuestos. Como ocurrió con la división de Colombia y la creación de Panamá, el país civilizado del momento no podía permitir que una república bananera pudiese interferir en el valor supremo de las ganancias que en los medios se llama libertad. El nuevo gobierno de Castillo Armas, un títere de la CIA, impuso una dictadura que derivó en décadas de persecuciones y matanzas que dejaron cientos de miles de muertos.

Aún hoy en día, según sus partidarios criollos, la vieja clase dirigente, con su cultura fraudulenta y su orgullo metafísico que le confiere derechos eternos sobre un país y sus esclavos, todo esto no fue ni radical ni criminal: apenas un acto de moderación y responsabilidad de los dueños del país y del mundo.

Ese fue el momento en que Ernesto Guevara se convirtió en El Che, antes de recibir el apodo de los cubanos exiliados que encontró, no por casualidad, en México.

Cuando triunfó la Revolución cubana, Ernesto Che Guevara lo dijo de forma clara: “Cuba no será otra Guatemala” ¿A qué se refería? Cuba no podía darse el lujo de ser una democracia abierta como Guatemala. La frustrada invasión de Playa Girón en 1961 le dio la razón: por primera vez Estados Unidos, la mayor fuerza militar de la historia, que desde 1812 siempre ha preferido enfrentarse a pequeños y empobrecidos países en nombre de su propia seguridad, fue derrotado por un pequeño y empobrecido país.

Nada de esto justifica que la Revolución cubana se haya convertido en un sistema rígido y conservador, pero explica perfectamente muchas cosas. Nada de esto justifica que Guevara haya tomado parte de las ejecuciones sumarias poco después del triunfo de la Revolución, donde quizás medio millar de supuestos colaboradores del régimen de Batista fueron ejecutados. Pero explica muchas cosas.

Por entonces, si los pueblos latinoamericanos votaban libremente a un candidato conservador, las democracias funcionaban a pleno. Pero bastaba que tuviesen la mala idea de elegir a un presidente algo inclinado hacia la izquierda para que los ejércitos, siempre funcionales a las oligarquías nacionales, resolvieran el error popular con un golpe de Estado. De esta forma se salvaba la libertad y la democracia imponiendo dictaduras, censurando, persiguiendo disidentes, torturando y asesinando en masa.

Guevara consideraba que Uruguay era una excepción, que no necesitaba una revolución porque su democracia, imperfecta, funcionaba. Obviamente que tenía en mente las medievales condiciones de vida de casi todo el resto de los países del continente. Fue así que pocos años antes de ser asesinado por la CIA y los militares bolivianos, afirmó que llegaría el día en que un pueblo latinoamericano eligiese a un presidente socialista y un golpe de Estado lo depusiera con violencia.

Hoy sabemos, por la plétora de documentos desclasificados por Estados Unidos durante los años 90, que ese fue el caso de Chile en 1973. El 11 de setiembre de ese año, Henry Kissinger declaró a los medios de prensa que ellos no habían tenido nada que ver con el golpe en Chile. Los documentos y las transcripciones prueban claramente que esta era otra típica mentira criminal. Su nombre aparece en varias reuniones, como la del Comité 40, donde se lee que años antes del triunfo de Salvador Allende los salvadores de la libertad estaban planificando un golpe de Estado en Chile. Hasta el gerente de la Pepsi Cola, como en Guatemala hizo la United Fruit Company, solicitó este favor especial.

Aún así, el Che dijo que el pueblo estadounidense nunca sería el enemigo, que el enemigo eran los gobiernos imperialistas que todo lo brutalizan.  

No por casualidad aquellos que llaman asesino criminal a Ernesto Che Guevara consideran un héroe a alguien que puso una bomba en un avión de Cubana de Aviación matando a 73 pasajeros, y que ha reincidido años después con otras bombas en hoteles de la isla. Tal vez las víctimas no eran humanos de verdad. A pesar de que el FBI considera hoy a Posadas Carriles un peligroso terrorista, la justicia de este país no permitió su extradición por temor a que el gobierno venezolano pudiese torturarlo. Por esa misma razón Posada Carriles vive libre en Miami y no fue enviado a Guantánamo, donde fueron recluidos casi un millar de individuos acusados de terrorismo, casi todos liberados sin indemnización luego de probarse sus inocencias. Todos, sin excepción, torturados en una base militar en la que, al ser propiedad arrendada por la fuerza a Cuba desde 1904, no se aplica las generosas leyes nacionales que protegen a los individuos de cualquier tipo tradicional de tortura.

Y luego resulta que El Che Guevara, aquel que no enviaba los ejércitos más poderosos del mundo a invadir pequeños países, sino que iba de cuerpo y alma a enfrentarse a la mayor potencia mundial, es un cobarde, un criminal y un asesino impiadoso.

JM, octubre 2017

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Pensamiento crítico

Cuando di por terminada la clase, Steven (su verdadero nombre era otro) se me acercó preocupado y me dijo que, luego de una hora y media de cuestionar a Tirios y Troyanos, tenía las cosas más confusas que al principio, que lo que se llamaba “pensamiento crítico” era una teoría ​y, de existir, no veía cómo podía significarle algún beneficio.

Lo miré a los ojos. Lo conocía de antes. Era un muchacho de buenas intenciones, asustado (aterrorizado es un adjetivo más justo) por sus convicciones religiosas (su mayor miedo eran los demonios; en su iglesia, desde que tenía uso de razón, o de fe, había sido cuidadosamente informado sobre la existencia de estos terribles seres, imposible de desvincular de la creencia de Dios, según me dijo) y aterrorizado por la menor posibilidad de dudar de sus convicciones patrióticas (la posibilidad de que Vietnam e Iraq no fuesen lo que se suponía que fueron, era algo que combatía cada día con estoicismo).

Cuando regresó maltrecho de la guerra, el equipo de psicólogos y psiquiatras que lo trató por meses lo convenció de que él no había sido una víctima. Negar la posibilidad de considerarse una víctima era la única forma de curación de todos los insoportables traumas que había traído de tan lejos, según los especialistas. Se habla muy poco, pero en Estados Unidos se suicidan más soldados al regresar a su país que los que mueren en combate.

Aquella vez tuve la cuestionable idea de preguntarle si acaso pensaba que en una guerra no había víctimas, que en la gran política no existía la mentira, que si no le parecía que con semejantes maquillajes no estábamos condenados a repetir la tragedia de la historia, indefinidamente. No es que no tuviese compasión por aquel muchacho que finalmente terminó abandonando mi curso y la universidad; simplemente nunca creí ni en el valor ni en la posibilidad de curación alguna arrojando la verdad en la papelera de reciclaje. Curiosamente, el mismo psicoanálisis y hasta la confesión cristiana nace en base a ese principio tan simple: sin verdad no hay curación ni redención.

Unos meses atrás, Steven se había referido a la teoría de la evolución como eso, una teoría más, algo con una relación muy discutible con la verdad. Recordé que en otro estado, en Georgia, un senador quiso obligar a las universidades a enseñar hechos, no teorías. Lo cual hubiese prescripto todo el pensamiento humano y hasta la definición de los hechos mismos. Toda la ciencia está construida en base a teorías, y todas son discutibles por necesidad. Si a alguien teme un investigador serio es a la opinión de otros investigadores serios, no a las opiniones contundentes de los aficionados.

Las religiones también pueden entenderse como un conjunto de premisas y teorías, con la diferencia que las teorías religiosas no necesitan ningún compromiso con ningún hecho verificable. Lo cual, en su ámbito, como diría Averroes, está bien. Son cuestiones de fe y ahí no hay nada para discutir o para probar sino para repetir.

La teoría de la evolución es una de las preferidas por los indicios y las evidencias materiales, cosa que no se puede decir sobre la multimillonaria arca de Noé que levantaron en Kentucky y ni siquiera puede flotar; mucho menos albergar a representantes de la fauna del planeta. Y mi ironía no es con Dios sino con su club de fanáticos.

Steven confiaba y estimaba las convicciones sólidas, y poner la historia patas arribas no estaba en sus planes. Ni en la de sus terapeutas.

Si el pensamiento crítico es una teoría, le dije, es una teoría muy práctica y necesaria, si es que todavía tenemos alguna estima por la verdad, la cual no siempre coincide con nuestras “sólidas convicciones”. De una forma o de otra, vivimos en alguna burbuja. Ahí dentro están las respuestas a cada problema. Ahí dentro están nuestras sólidas convicciones, ahí dentro nos sentimos cómodos, protegidos, seguros, arrogantes.

Esa es la realidad que conocemos. La nuestra. Eso es lo que llamamos Realidad, a secas, con mayúscula o acompañado por su artículo único, La realidad.

No podemos ver la burbuja desde adentro, no importa el color de su cristal. Si es azul, todas las demás burbujas se verán azules. Si es roja, todo lo demás será rojo y serán los demás los incapaces de ver que son rojos o son azules.

Mucho menos podemos ver la burbuja que contiene a todas las burbujas. Si la vemos desde dentro.

Pero si tuviésemos un espejo por fuera de nuestra burbuja, podríamos vernos atrapados y sonriendo, como vemos a los demás que nos miran desde sus propias burbujas.

Si tuviésemos un espejo por fuera de la burbuja que contiene a todas las burbujas, podríamos vernos en nuestras propias burbujas y podríamos ver a los demás en sus burbujas, todos juntos en una burbuja mayor.

Es decir, no podemos ver ninguna de las burbujas que nos contienen, pero podemos ver en el espejo nuestro reflejo.

El espejo puede ser turbio o puede deformar las imágenes, si es que una imagen curva es menos real que una plana, si es que una imagen turbia es menos real que una imagen nítida. Pero, al menos, al vernos en el espejo tenemos cierta idea, ya no solo de que estamos incluidos y atrapados en nuestras propias burbujas, sino que el espejo que refleja, nuestra reflexión, también tiene su propia naturaleza y sus propios límites. Aunque revela algo nuevo, a veces distorsiona la realidad o nos dice que la realidad es múltiple, aunque nosotros queremos que sea una sola, como se quiere cuando se quiere intensamente.

Pero al menos ahora sabemos que hay algo más. Ahora ya no tenemos las respuestas tan claras. Ahora sabemos que no sabíamos tanto, que lo que creíamos saber eran sólo distracciones, convicciones sólidas, pero arbitrarias; ruido, confort, mera arrogancia de creer.

Al menos ahora fuimos capaces, aunque más no sea por un tiempo breve, de salir de nuestras burbujas sin salir de ninguna.

Este acto requiere de coraje intelectual, no sólo para desafiar nuestras propias convicciones sino para sobrevivir a las convicciones ajenas que, con particular frecuencia, son las convicciones del poder de turno.

Eso es el pensamiento crítico.

​JM​, octubre 2017