Literatura femenina y literatura feminista (I y II)

Isabel Allende

Isabel Allende

Literatura femenina y literatura feminista (I)

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Isabel Allende estuvo en Uruguay para promover su última novela. Una vez más fue presentada como “la autora que vende millones de libros” y una vez más demostró que hay algo que le importa mucho, aunque diga precisamente lo contrario.

En muchas otras ocasiones ha criticado a los críticos, a los que llama “hombres de barba”, a pesar que existe una lista considerable de críticas mujeres que han sido mucho más impiadosas con ella (bastaría con recordar a la gran escritora mexicana, Elena Poniatowska: “Isabel Allende, Ángeles Mastretta o Laura Esquivel entran en la literatura como fenómenos comerciales y hacen “literatura femenina”).

Para rechazar la calificación de “literatura femenina”, Allende ha formulado una regla según la cual “todo adjetivo disminuye la literatura”. Hablar de literatura femenina sería como hablar de literatura afroamericana.

Sin embargo, cuando hablamos de “literatura griega”, “literatura latinoamericana”, “literatura posmoderna”, “literatura comprometida” o “literatura judía” no necesariamente estamos disminuyendo la literatura, ya que no podemos probar que exista una Literatura en lugar de Las literaturas.

El problema es que, desde muchos aspectos, la expresión “literatura femenina” sí suele indicar, por acumulación de evidencias, una disminución de las expectativas de la literatura. Si Isabel Allende no lo piensa, lo siente; e inconscientemente lo prueba cada vez que sale de su claustro californiano y hace declaraciones a la prensa.

No voy a etiquetar su obra como “literatura femenina”. Creo que es algo más que eso. Tal vez si sólo hubiese publicado La casa de los espíritus y Paula hubiese sido mejor escritora.

Pero la llamada literatura femenina existe y es todo lo opuesto a la literatura feminista. Para un crítico humanista, por ejemplo, el adjetivo “feminista” no disminuye el valor de una literatura particular; trasciende sus propias definiciones.

El adjetivo “problemática” tampoco disminuye al sustantivo “literatura” como sí lo hace el adjetivo “fácil”. Si bien el mercado editorial (que no se diferencia en nada del mercado de jabones) ha establecido que la primera condición y el primer requisito de cualquier literatura debe ser una “lectura fácil”, este canon nunca rigió las grandes obras. También la crónica sobre la boda real del príncipe de Inglaterra es una lectura fácil, divierte y entretiene, pero no ese tipo de literatura la que tenemos en mente cuando hablamos de la gran literatura. Ese es un requisito del mercado; no del arte.

Cervantes fue uno de esos raros casos de un gran escritor que tuvo éxito de ventas en su tiempo. También lo fue Lope de Vega. Pero Cervantes no es grande por el éxito de ventas de El Quijote sino por haber resistido y trascendido los tiempos, entre otras cosas. Obviamente, se echa al olvido los cientos de otros escritores exitosos en su época que cayeron en el olvido o se los recuerda hoy porque pasaron a ser una anécdota histórica y sociológica. Hernán Cortes, por ejemplo, fue un best seller en su época, y la historia no lo recuerda por sus virtudes literarias sino por su heroísmo militar o por sus monstruosidades genocidas.

También Corín Tellado fue un éxito casi infinito en el mercado editorial de la lengua española y ha pasado a la historia de la literatura por estas mismas razones y no por haber sido una gran escritora. Es decir, no por haber aportado algo a la historia de la literatura o haber buceado en las profundidades de la sensibilidad humana sino, quizás, todo lo contrario. Su literatura, como el cine más comercial, es la confirmación de estereotipos que encapsulan al ser humano, lo simplifican y lo lanzan de nuevo a la sociedad como productos funcionales a los mismos valores de esa sociedad.

Sí, también hay una literatura compleja, problemática y sofisticada, como hay lectores complejos, problemáticos y sofisticados. También hay una “ciencia popular” y hay una ciencia que podríamos llamar “elitista”. La palabra es odiosa, más aun para un humanista. Uno de los principios y practicas del Humanismo desde la Edad Media ha sido la popularización de la cultura, la democratización del conocimiento y el interés por las manifestaciones populares; paradójicamente, desde comienzos del Renacimiento los humanistas han sido, en cierta forma, grupos elitistas que han cambiado el mundo yendo contra todas las fuerzas establecidas de tradiciones centenarias y de instituciones omnipresentes, como hoy lo es el mercado.

La crítica contra Allende se debe, según Allende, a la injusticia de que las mujeres no sean consideradas como modelos de escritores. “Se supone –comentó– que la literatura es escrita siempre por un hombre, y blanco, generalmente de bigotes”. Según Allende, el famoso Boom latinoamericano (Rulfo, Cortázar, García Márquez, etc.) fue un club de “machos” que excluía a las mujeres.

Cierto, en el pasado los “grandes escritores” fueron en su gran mayoría hombres. Muchos hombres blancos y algunos con bigotes. Pero fue así por una razón de injusticia social, donde la mujer estaba más bien marginada y reprimida; no porque los grandes escritores no fueran realmente grandes.

Esta es seguramente la razón principal por la cual también la lista de hombres filósofos y científicos es abrumadoramente mayor que la lista de mujeres. El mismo Max Plank, genio de la física quántica, era machista; y de Albert Einstein tengo muchas dudas al respecto. Lo mismo Pablo Picasso en pintura o los genios de la era digital (Gates, Jobs, etc.). Por otro lado, también es posible que las mujeres estén ocupadas en cosas mas importantes que la civilización masculina no considera importantes, como reproducir y conservar la vida, por ejemplo.

También la proliferación de genios griegos en tiempos de Esquilo, de Arquímedes, de Sócrates o de Pitágoras, por mencionar unos pocos, fue posible por una injusticia social, no sólo de género sino también de clase, en una sociedad que daba el privilegio de una vida democrática a unos y la servidumbre de los esclavos a otros. Pero no por todas estas injusticias aquellos genios dejan de serlo.

(continúa)

Milenio (Mexico)

Literatura femenina y literatura feminista (II)

(continuación)

Escritores blancos con bigotes, en realidad, no son muchos. Pero podemos enlistar a Shakespeare, a Cervantes o a Ernesto Sábato. Vargas Llosa perdió el bigote junto con sus ideas políticas de la juventud. García Márquez tal vez no se consideraría blanco. Menos Nicolás Guillén o Franz Fanon. Pero no es cierto que, como afirma Allende, los hombres blancos y de bigotes sean (injustamente) los únicos modelos de escritores.

Aquí Allende demuestra su dolor por no haber recogido de la crítica especializada el mismo éxito que obtuvo de los lectores consumidores de ese tipo de literatura donde ella es una experta. Tal vez debería darse por feliz con ese logro. Hay muchas mujeres, miles o millones, que ven en Allende un modelo de escritora sin necesidad de usar bigotes. El mercado y las editoriales no las marginan. Todo lo contrario.

Aunque Allende recurre a un feminismo lacrimógeno, el hecho es que la “literatura femenina” es todo lo opuesto a la “literatura feminista”. Sólo en el último siglo tuvimos muchas escritoras de la estatura de los Sarte o mayores que él (bastaría con citar a su compañera, Simone de Beauvoir, o a Virginia Woolf, Susan Sontag, Toni Morrison, etc.). Pero estas escritoras rara vez tuvieron el éxito de Isabel Allende o de J. K. Rowling, la autora de la Harry Potter que logró millones de lectores y millones de fanáticos, además de millones de copias vendidas y muchos millones más de dólares. Algunas de aquellas grandes ni siquiera tuvieron algún éxito de ventas en sus tiempos.

Corín Tellado, Agatha Christie, Isabel Allende y J. K. Rowling no hacen una mínima fracción de Sor Juana Inés de la Cruz, aquel genio que vivió en México en el siglo XVII. De acuerdo, Sor Juna tenía carencias. Tenía conciencia de género pero no tenía conciencia de clase y la única vez que menciona a una esclava de su propiedad fue en un contrato de venta. Sus poemas repetían las formas, no los contenidos, de algunos patéticos escritores españoles del Siglo de Oro (bastaría con un poema simple como “Redondillas” para demostrarlo). Pero verlo desde nuestro tiempo es fácil. Verlo desde un tiempo y desde una sociedad marcada por el éxito del misoginismo y la opresión de las mujeres es propio de genios como Sor Juana. Y hacerlo como ella lo hizo con su vida y con su literatura es una prueba irrefutable de su grandeza. Sor Juana no tuvo casi ningún éxito. Cuando el establishment patriarcal decidió hacerla famosa publicándola, fue para sentenciarla al ostracismo y a la muerte de una forma cruel y sutil.

El feminismo es una posición compleja y sofisticada. La literatura feminista no es una literatura fácil. Todo lo contrario. La literatura feminista no reproduce los valores del establishment sino que los cuestiona y los deconstruye. Por el contrario, la “literatura femenina” es un producto y un instrumento de los mismos valores patriarcales (y hasta de la misma cultura machista).

El feminismo es una de las mayores revoluciones de la historia, quizás la mayor revolución de nuestro tiempo. La literatura femenina, como todos los cánones de la “verdadera mujer” de Hollywood y de los medios de comunicación de todo el mundo, son funcionales al mercado, a la cultura y los valores masculinos. Sirven como catarsis y analgésico, como monologo y como válvula de escape de un orden masculino.

Las autoras de la literatura femenina tienen muchas cosas en común: escriben torres de libros, venden montañas de ejemplares. ¿Cómo decir que no son aceptadas por la sociedad? Todo lo contrario. Son aceptadas por una sociedad que no desea ser desafiada en sus convicciones. Por una sociedad consumista y autocomplaciente, que prefiere verse como víctima para justificar sus frustraciones (producto de la misma fiebre consumista) pero no está muy dispuesta a  cuestionarse la raíz de esas insatisfacciones. Es más fácil echarle la culpa al compañero que está al lado que criticar un sistema en el cual ambos son coparticipes, autores y consumidores, víctimas y victimarios simultáneamente.

La literatura femenina, que es vendida por millones pero no alcanza a promover un mínimo cambio sino la misma inmovilidad, es como el cine comercial o el prostíbulo tradicional: es una institución, un instrumento funcional al status quo, a los valores dominantes, incluso cuando parecen criticarlos, como una telenovela confirma la injusticia radical de un orden social presentando a la pobre mucama como víctima y a la rica explotadora como opresora. En ese drama estereotipado, la mucama termina venciendo, la justicia del pobre se realiza, y así la raíz del orden injusto permanece oculta a los ojos lacrimógenos de los espectadores.

Obviamente que algunos escritores y “críticos” como yo mismo, si dedicamos una hora a escribir sobre Allende (en mi caso también he enseñado alguno de sus cuentos en la universidad) es porque, aunque no la consideremos una gran escritora o consideremos sus opiniones muy objetables, no deja de ser un fenómeno insoslayable, típico de nuestro tiempo pero que sólo elige a unos pocos entre miles. Sus opiniones nos interesan, como nos interesan las opiniones de un político o de un deportista exitoso que tiene el poder, no de crear más sensibilidades y más opinión pública, sino de expandir y consolidar lugares comunes que surgen de una cultura hegemónica que cada tanto se trasviste para sobrevivir.

Tampoco Allende deja de tener el talento para escribir libros tan bien escritos y, sobre todo, para lograr semejante fenómeno social. Objetable, pero fenómeno al fin.

Jorge Majfud

Milenio II (Mexico) 

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