Tiempos Oscuros (II)

Bitácora, La Republica (Uruguay)

23 de octubre de 2002 (archivado 2007)

Tiempos Oscuros (II) 

Hace unos años, más precisamente seis, escribíamos respondiendo a la muy de moda teoría de Francis Fukuyama, que “podemos vivir algún tiempo en el Fin de la Historia, pero aún no podemos acabar completamente con ella. Por dos razones: es posible que aún quede algo por construir y, sobre todo, es seguro que aún queda mucho  por destruir. Y basta con crear o destruir para hacer historia”(1) Ahora, aún después de los trágicos acontecimientos que el mundo conoce, considero que pretender entender la tensión internacional bajo la única lupa del “choque de civilizaciones” (clash of civilizations) es una nueva simplificación, tan conveniente a intereses particulares como la anterior.

Empecemos por observar que pocas cosas hay más inapropiadas que el término “Aldea Global”. De mi experiencia africana creo haber aprendido que una de las características de una “aldea” no es la riqueza ni las comunicaciones a distancia ni el egoísmo tribal, sino todo lo contrario. En una aldea de la sabana, cada mujer es la madre de cada integrante, y el dolor de uno es el dolor de todos. Sin embargo, en lo que paradójicamente se llama “aldea global”, lo que predomina es la lucha de intereses: cada país y sobre todo cada minúsculo grupo financiero lucha a muerte por la imposición de sus intereses, los que casi siempre son económicos. Todo por lo cual sería más apropiado llamar a nuestro mundo (si todavía están interesados en usar metáforas indigenistas) “tribalismo planetario”. “Aldea global” es sólo un triste oximoron.

Como siempre, las diferencias más visibles son las culturales. Y en un mundo construido por la imagen y la propaganda un turbante, un kimono y un smoking tienen más fuerza simbólica que una idea transparente. Ya en otro espacio hemos defendido la diversidad de paradigmas culturales y existenciales. Sin embargo, la historia también nos dice que existieron, desde hace miles de años, culturas y concepciones religiosas y filosóficas tan distintas como se puedan concebir, conviviendo en un mismo imperio y en una misma ciudad, y no necesariamente sus integrantes se relacionaban intercambiando piedras y palos. Las piedras siempre aparecen cuando los intereses entran en conflicto. También el presente nos dice lo mismo: existen lugares geográficos donde la tensión del conflicto es extrema y otros, con la misma o con mayor diversidad cultural, donde la tolerancia predomina.

En el actual contexto mundial, lo único cierto es la existencia de intereses opuestos: las castas financieras contra las castas productivas, los ricos contra los pobres, los poderosos contra los débiles, los dueños del orden contra los rebeldes, los consumidores contra los productores, los honrados contra los honestos, and so on. Quiero decir que más importante aún que el novedoso «choque de civilizaciones» es el antiguo pero siempre oculto «choque de intereses».

Lamentablemente, esa tensión irá en aumento si no hay cambios geopolíticos importantes, porque el llamado “mundo globalizado” es, antes que nada, un “mundo cerrado”, esto es, un planeta que se encoge, con áreas geográficas fijas y con recursos escasos y limitados. Ya no quedan continentes por descubrir ni provincias indígenas por usurpar en nombre de la Justicia, la Libertad y el Progreso. Después de la desarticulación de los países del Este y de su colonización cultural y económica tampoco quedan consumidores blancos. Sólo el entusiasmo de un Kenichi Ohmae pudo haber dicho: “people want Sony not soil” (entendiéndose “soil” también como “tradición” y “cultura”).

Como siempre, los métodos y las apariencias han cambiado: ya no existen “enfrentamientos” en el sentido tradicional: ahora se mata de sorpresa o a la distancia. Ya no existen “héroes” de batalla. Sin embargo, al mismo tiempo que el gran poder se ha ido concentrando en pocas manos, también ha surgido un poder atomizado, desparramado en manos de individuos anónimos y oscuros. Y también ellos disponen de un arma mortal: el conocimiento sin sabiduría.

¿Y cuál es la respuesta de nuestros sabios gobernantes? Bien, ya la conocemos. Pero no olvidemos que dividir el mundo entre Buenos y Malos sólo conduce a un violento diálogo de sordos, ya que todos se consideran a sí mismos buenos, y malos a los demás. El único camino hacia la paz y hacia la justicia sigue siendo el diálogo, la negociación y, sobre todo, una mayor cultura de la reflexión. Necesitamos más de eso que se está eliminando de nuestros programas de enseñanza porque es «improductivo»: pensamiento filosófico.

Es por esta razón (la lucha de intereses) que en el siglo XXI la mayor tensión será provocada por Estados Unidos y China. Según las perspectivas de crecimiento chino, no sería difícil suponer que esta tensión se hará crítica en el año 2015. Los países islámicos aún poseen una de las más importantes fuentes de energía de la economía moderna y los “intereses” de pocos de ellos difieren de aquellos de Occidente: el imperio teológico. Pero China la dormida e imperialista China irá en busca de aquello que Noroccidente posee: el poder económico mundial.

Sólo la destrucción de las Torres Gemelas es el símbolo más poderoso y trágico de la historia de Estados Unidos (no por el número de víctimas; el siglo XX conoció horrores mayores y debemos decir que todos eran seres humanos, aunque fuesen pobres y tuviesen la piel negra o amarilla). Pero la fuerza del símbolo impide ver otras realidades que también amenazan su primacía sobre la Tierra. Estados Unidos no perderá su posición predominante por los ataques terroristas; por el contrario, éstos han servido para consolidar su presencia militar en todo el mundo. Y no hay que dejarse engañar por las estadísticas. Cada vez que un gobernante de cualquier país, sea electo democráticamente o autoimpuesto por otro tipo de fuerza oscura, se ha embarcado en guerra con otro país, su popularidad ha crecido hasta niveles irracionales. Atacar a un país vecino o a otro más lejano es muy ventajoso para el orgullo y la ambición de un solo hombre que no alcanza a resolver los problemas propios de su país o de su lejana infancia (Si los «líderes» fuesen a las guerras que ellos mismos promueven, seguramente tendríamos un mundo en paz, por una razón doble). Es mucho más fácil ser líder en la guerra que en la paz, pero no es este tipo de liderazgo el que es propio de los gobernantes sabios. Claro, se podrá decir que el tiempo es el juez supremo. Pero no olvidemos que cuando la historia habla ya es tarde y, para entonces, los protagonistas se han convertido en piezas óseas de museos o en monumentos recordatorios.

Los años dorados de América no culminarán por las acciones de un hombre a caballo, escondido en una cueva inubicable, sino por el surgimiento de una nueva potencia. Los países árabes están lejos de alzarse con el imperio que alguna vez ostentaron. No sólo porque no están dadas las condiciones políticas y culturales que los aglutine, sino porque al Islam actual no le interesa tanto la conquista militar y económica como la conquista o imposición de una moral que no es tan rentable ni imperialista como lo fue la ética protestante de siglos anteriores.

En el año 1996 escribíamos (2): “Cuando los regímenes comunistas cayeron, no cayeron por sus carencias morales; cayeron por sus defectos económicos. Y eso es, precisamente, lo que se les reprocha como principal argumento. Al parecer, la justicia sólo llega con el fracaso económico. ¿Qué diremos de este anacrónico fin de siglo cuando fracase? ¿Debemos esperar hasta entonces para decir algo? (…) Sobre el próximo siglo se terminará de dibujar un terrible triángulo, en cuyos vértices se opondrán la concentración libre del Capital, los desplazados y la Pobreza, y la Democracia, la que será el objetivo y el instrumento de los otros dos vértices que se oponen” Ahora, a seis años de estas palabras, qué es necesario que ocurra para que los entusiastas ideólogos del Orden Mundial reconozcan que han fracasado, vergonzosa y criminalmente?

En los nuevos conflictos habrá, naturalmente, muertos. Y sin duda ellos serán, como siempre, los mismo inocentes sin rostros y sin nombres para la conciencia mundial: la muerte de cientos de miles de ellos no duele tanto como puede doler la desaparición de Lady Di.

En este nuevo siglo, no sin tragedia como suele ocurrir siempre, el mundo comprenderá que la solidaridad no sólo es justa sino que también es conveniente. Lo que para una especie particularmente egoísta como la nuestra significa “suficiente”. Será recién entonces cuando las obscenas diferencias y privilegios que hoy gobiernan el mundo comiencen a disminuir.

(1)  (1)  (2) “Crítica de la pasión pura”, Ed. Graffiti 1998.

Jorge Majfud

Montevideo, 23 de octubre de 2002

http://www.bitacora.com.uy/articulos/2002/octubre/95/95general.htm

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